Best Friends Forever 2 - Secretos para dos

Ana Punset

Fragmento

cap-1

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Si abro los ojos, sabré exactamente dónde estoy, y aun así prefiero mantenerlos cerrados un poco más... Llevo recorriendo este camino seis años, pero este es el primero en que no voy sola, ni estoy sumergida en la música que solía resonar en mis auriculares, ni me siento aislada detrás de la ventanilla que separaba el asiento de Sam, el conductor, del mío. Hoy no llevo auriculares, ni está Sam, y ni siquiera hago mucho caso al móvil, porque últimamente todo lo que sale de él me pone nerviosa (mensajes indeseados, llamadas de mal gusto...).

Hoy solo disfruto de estos últimos minutos de compañía, rodeada por una familia que, aunque no es la mía, siento que es lo más parecido a una familia que he tenido en mi vida. Y todo se lo debo a ella, a Julia, mi mejor amiga.

—¿Te has dormido? —me pregunta con una media sonrisa.

—No, solo estoy... ya sabes...

Julia comprende lo que eso significa. En realidad, sabe todo lo que pienso: después de haber estado dos semanas juntas, sin separarnos casi ni para ir al baño, nuestra amistad ha pasado a un nivel superior y entre nosotras existe una especie de telepatía. Por eso, incluso sin hablar, sabe que volver al internado me provoca unos nervios hasta ahora desconocidos.

El día de la gala, cuando cogimos el coche para viajar a la casa de su familia, la vi un poco inquieta. Se le notaba porque se excusaba todo el rato con que la casa no era demasiado grande, sino que era más bien justita, para que no me sorprendiera cuando llegara, pero cuando entré y vi el ambiente que allí se respiraba..., me pareció la casa más bonita del mundo. Vivían en un pueblo pequeño del norte, por lo que las temperaturas eran bastante bajas. De hecho, nos cayó un poco de aguanieve durante el camino. Y cuando salimos del coche, conseguí cazar un par de copos al aire.

—¿Sabes que no hay ninguno igual? Todos los copos de nieve son diferentes, pero todos son mágicos a su manera —me dijo Julia, y me gustó aquella explicación, porque resultaba que con las personas sucedía lo mismo. Ella y yo no podíamos ser más distintas, y a la vez... no había nada que pudiera separarnos ya, porque nuestra magia nos complementaba a la perfección.

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Como no había habido tiempo de preparativos, en cuanto llegamos, Isabel y Vicente me abrieron la cama nido de la habitación de Julia con una sonrisa en la cara y prepararon las mantas y todo lo necesario para que pudiera dormir a gusto.

—Qué alegría tener la casa llena, ¿verdad? —le dijo Isabel a su marido, y este le respondió rodeándola con los brazos y con una sonrisa que yo nunca había visto compartir a mis padres. Probablemente porque Vicente e Isabel sí se querían.

La habitación de Julia era muy distinta a la que yo tenía en mi casa: a pesar del poco espacio, estaba todo muy ordenado y en las paredes apenas había cosas colgadas, solo un póster de un concierto benéfico y otro que anunciaba unas olimpiadas matemáticas a las que seguramente había ido. Igual que sucedía con la habitación que teníamos en Vistalegre: mi lado era el caos mientras que el suyo reflejaba su personalidad rigurosa.

—¿Te gustan los videojuegos? —me preguntó Nico en cuanto hube deshecho la maleta, sentándose en mi cama. El hermano de Julia llevaba la Nintendo Switch en una mano y, antes de que pudiera responderle, me enseñó la pantalla y cuánto le estaba costando pasar ese nivel. Me pareció hipnótico, tanto que durante estas dos últimas semanas me he viciado a jugar con él y hemos hecho competiciones a diario.

Sí, han sido unas vacaciones de Navidad inolvidables. Y no porque hayamos hecho un viaje extraordinario o recibido una cantidad ingente de regalos..., no, ha sido inolvidable cada momento perfecto que hemos pasado juntos. Y, aunque esos momentos no vayan envueltos con un lazo, he aprendido que son el mejor regalo.

Pero también he recibido algún que otro regalo totalmente inesperado, que me da fuerza mientras el coche se va acercando al internado Vistalegre. Cuando nos levantamos la mañana de Reyes, bajo el árbol había un regalo para mí: una pulsera con un copo de nieve y una chapa con un mensaje: «ALWAYS BE YOURSELF», es decir, sé siempre tú misma. No es una pulsera Cartier, ni Chanel, pero ya he entendido que eso no importa: no pienso quitármela nunca, porque me recuerda que debo ser siempre yo misma y no dejarme influir por lo que otras personas intenten hacerme ser.

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Recuerdo perfectamente cuando la vi en esa cajita pequeña con mi nombre en una esquina. No esperaba para nada que hubiera un paquete para mí... Tuve que contener las ganas de llorar, porque nadie me había hecho un regalo tan significativo, igual que nadie me había dicho nunca eso, ni me había hecho sentir de esa manera: que yo valgo demasiado como para que nadie intente cambiarme. Como Julia vio que abrir esa cajita me estaba emocionando, quiso quitarle peso al momento dramático y dijo:

—Ponte las botas, nos vamos afuera.

Esa noche había caído una buena nevada, y al despertarnos por la mañana el paisaje del pueblo de Julia estaba cubierto por un manto blanco. Había visto grandes cantidades de nieve otras veces, en Baqueira o en los Alpes, cuando había ido a esquiar con mis padres, pero nunca lo había vivido de esa manera tan poética. Toda la familia asomada a la ventana disfrutando viendo caer los diminutos copos.

Así que, cuando Julia me pidió que me pusiera las botas, no dudé un momento, y salimos todos juntos al jardín, con nuestros anoraks y bufandas, porque hacía un frío que pelaba. Julia cogió del garaje un par de trineos y subimos la montañita que había detrás de la casa. Nunca me había montado en un cacharro de esos, por lo que me mostré un poco desconfiada al principio, pero cuando vi las caras de alegría de Julia y de Nico, riendo mientras descendían cada uno subido a su trineo, no me lo pensé más. Cuando me cedieron uno, me lancé pendiente abajo y creo que desde entonces no he parado... Sigo deslizándome por esa montaña sin perderme detalle, con la adrenalina escalando por mis brazos, con la sensación de estar viviendo lo mejor de mi vida. Nos pasamos todo el día afuera, porque después de los trineos, llegó el muñeco de nieve. Y cuando Nico salió de la casa con una zanahoria para ponerle en la nariz, no podía parar de reír.

 

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—¿En serio? Pensaba que eso solo pasaba en las películas —les dije.

—Pues aquí debemos de vivir en una película siempre, porque les ponemos hasta nombre... —dijo Julia, y yo no me lo podía creer.

—Álex, elige tú uno para este —me pidió Nico, o más bien me ordenó con esa voz tan exigente que aún no conoce la vergüenza.

Miré a los dos hermanos, que me hacían sentir como una más de la familia, y cuando dije «Señor Zanahoria» los dos estallaron en una inmensa carcajada que duró varios segundos, hasta que la madre de Julia nos llamó adentro para comer todos juntos, como habíamos hecho cada uno de esos días,

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