Hilda y el pueblo oculto (Hilda 1)

Luke Pearson
Stephen Davies

Fragmento

cap-1

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Soplaba el viento. Los woffs volaban. El sol estaba muy bajo en el cielo. En la ladera sur del monte Bota, una niña con el pelo azul se sentó en una roca y sacó la lengua.

Hilda siempre sacaba la lengua cuando dibujaba. La ayudaba a concentrarse. La punta del lápiz se deslizaba por el cuaderno mientras dibujaba los bosques y las llanuras, las cascadas y los ríos, las montañas con el pico nevado y el frondoso valle. Hacer mapas era una parte importante de la labor de un aventurero, y Hilda se tomaba las aventuras muy en serio.

En cuanto terminó de dibujar las montañas, les puso nombre basándose en su forma. Con su mejor letra escribió monte Taza, monte Lámpara, monte Luna, monte Escarabajo, monte Botella y monte Pompón. Estaba quedando un mapa estupendo, se dijo a sí misma. Y tuvo que decírselo a sí misma porque no había nadie más en kilómetros a la redonda, aparte de Twig, pero Twig no hablaba.

Twig era un zorro ciervo, un animalito blanco, valiente y cariñoso que solía acompañar a Hilda en sus aventuras.

Abajo, en medio de la llanura, había una enorme roca. Hilda la miró fijamente con la mano por encima de los ojos para protegerse de los rayos inclinados del sol de la tarde. Lo más raro de aquella roca era que de ella sobresalía una gran piedra puntiaguda. Como el mango de una olla, pensó Hilda. O una gran nariz de una cara feísima.

A Hilda se le heló la sangre. Se descolgó de los hombros su mochila de aventuras, sacó el libro CUEVAS Y SUS ANTIPÁTICOS HABITANTES, de Emil Gammelplassen, y pasó las páginas hasta que llegó al capítulo de los trolls.

Algunas especies de trolls no soportan la luz del sol. Si los rayos del sol caen sobre esos trolls, se convierten en piedra. A veces es difícil diferenciar un troll petrificado de una roca normal, pero en las rocas troll pueden verse rasgos faciales, sobre todo grandes salientes en forma de nariz. Al ponerse el sol vuelven a convertirse en trolls.

Hilda observó la roca troll. Era la primera vez que veía una y le costaba creer que estuviera justo delante de ella.

Los viajeros prudentes tendrán cuidado al acercarse a una roca o a una piedra vertical, porque podría ser una roca troll esperando a que llegue la noche. Si es así, no hay razón para asustarse, ya que el troll mantendrá esta forma mi entras esté en contacto con la luz de sol. Como los trolls la aborrecen, construyen sus hogares en lugares oscuros, como cuevas o túneles. Aunque no es necesario que los aventureros eviten totalmente estos lugares por miedo a estas criaturas, merece la pena ser excepcionalmente cuidadoso y prepararse a conciencia.

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A muchos trolls no les importa la presencia humana, o en todo caso son tan precavidos con los humanos como los humanos con ellos. Sin embargo, a algunas especies les encanta comer humanos y los cocinan de manera increíblemente ingeniosa. Teniendo esto en cuenta, al cruzar un territorio troll lo sensato es llevar una campana, porque todo el mundo sabe que su sonido resulta insoportable para los trolls de todas las especies.

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—¿Qué piensas, Twig? —preguntó Hilda—. ¿Dibujo rápidamente la roca troll ahora que aún estamos a tiempo?

Twig movió la cola alegremente. Siempre estaba listo para una nueva aventura.

Hilda se ajustó la bufanda amarilla alrededor del cuello, se colgó la mochila de aventuras a la espalda y echó a correr.

A los pocos minutos Hilda y Twig estaban delante de la roca troll. Ahora que estaba lo bastante cerca para verla bien, distinguía no solo la nariz, sino también dos grietas ovaladas en la roca que sin duda parecían dos ojos brillantes.

Sacó de su mochila de aventuras una campana sujeta con una cuerda.

—Tienes trabajo, Twig —le dijo—. Cuélgasela en la nariz. Si el troll empieza a moverse, el tintineo de la campana nos avisará.

Twig cogió la campana con la boca, corrió por el cuerpo de la roca troll, avanzó de puntillas por la nariz horizontal y colgó la campana en la punta.

Hilda se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y empezó a dibujar el escarpado contorno de la roca troll. Sacó la lengua mientras dibujaba la curva del cuerpo, el bulto de la cabeza y la enorme y prominente nariz. Luego cambió de sitio y dibujó la roca de perfil, y también por detrás.

—No está mal —susurró observando los bocetos terminados—. ¿Qué te parece, Twig?

El zorro ciervo inclinó la cabeza hacia un lado.

—Lo sé —dijo Hilda—. Los ojos no me han quedado muy bien, ¿verdad? Tengo que acercarme más para dibujarlos.

Hilda echó un vistazo al sol, que estaba muy bajo en el cielo, cerca del horizonte. Se metió el cuaderno por debajo del jersey y se quitó las botas de goma rojas.

—Faltan veinte minutos para que se ponga el sol —murmuró—. Tengo tiempo de sobra para hacer un último boceto.

Hundió las puntas de los dedos en una grieta y trepó por la roca troll hasta llegar a la nariz. Estaba tan concentrada que no vio que por el oeste estaba formándose un nubarrón que avanzaba hacia el sol.

Twig gruñó desde el suelo.

Hilda se sacó el cuaderno de debajo del jersey.

—¡Un minuto, chico! —le pidió—. Bajaré en cuanto haya dibujado los ojos.

Se sentó a horcajadas en la nariz, con las piernas colgando a ambos lados, y sacó la lengua. Subir a la nariz había sido una idea estupenda. Veía la forma y la textura exactas de los grandes ojos de piedra del troll. Los deslumbrantes globos oculares. Las pupilas redondas, que parecían cada vez más grandes y brillantes.

El lápiz de Hilda corrió por el papel. Twig, en el suelo, ladró y gruñó.

—¡Lo siento, chico! —se disculpó Hilda a voces—. Ya sé que tienes hambre. Espera un minuto y volveremos a casa a cenar.

Din.

—¡Oh! —exclamó la niña.

Din, don.

—¡Oh, no! —volvió a exclamar.

Din, don, din, don, din, don.

¡Corre! —chilló Hilda.

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