Pequeña rebelde (Clase de Ballet 4)

Elizabeth Barféty

Fragmento

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Caen grandes copos de nieve en el parque que está frente a la escuela de danza. Los árboles están desnudos y el césped, cubierto de un grueso manto blanco. Desde la ventana de su habitación en el internado, Zoé vislumbra las siluetas muy abrigadas de varios chicos que se dirigen al edificio a toda prisa. Tras dos semanas de vacaciones de Navidad, los alumnos, tanto externos como internos, vuelven a la escuela.

Para algunos no ha sido fácil volver a separarse de su familia después de quince días de fiesta. Zoé, por ejemplo. Sabe que Maïna —una de las dos niñas con las que comparte habitación, pero también una de sus mejores amigas en la escuela— está en el mismo caso. Sin embargo, fiel a su carácter, Maïna pone al mal tiempo buena cara.

—¡Qué bonito que nieve tanto! —se maravilla acercándose también ella a la ventana.

—¡Estás loca de remate! —contesta la pequeña pelirroja levantando la cabeza hacia su amiga—. Acabas de pasar dos semanas con el culo calentito en tu casa, en Martinica... ¡Si yo fuera tú, estaría acurrucada debajo del edredón!

Su amiga le sonríe con indulgencia.

—Sé que a los que siempre habéis vivido en Francia os parece raro, pero a mí me encanta el invierno. ¡Y la nieve!

Zoé sopla en el cristal para que se forme vaho y dibuja con el dedo una rápida caricatura de Maïna: pelo rizado, gran sonrisa y mejillas regordetas.

—¡Eres una ardilla de las nieves, está claro! —dice admirando su obra.

Las dos forman parte de una pandilla de amigos inseparables, un grupo de cuatro niñas y dos niños, alumnos del sexto nivel, el primer curso de la escuela. Se han puesto motes entre sí, y Zoé alude al de Maïna, «Ardilla». La pequeña pelirroja se lo ha puesto porque su amiga suele recoger todo lo que se encuentra por ahí, pero también porque tiene las mejillas abultadas como las de un bebé.

—¿Y tú? ¡No me has contado nada de tus vacaciones! —exclama Maïna—. ¿Cómo está tu familia?

Zoé se aleja de la ventana y se sienta en el suelo. Su habitación en el internado cuenta con una parte común, que incluye la entrada, el váter, a la izquierda, y el cuarto de baño, a la derecha, y además con tres compartimentos separados por tabiques. Dentro, cada niña dispone de su espacio personal: una cama, una mesa y una silla. El compartimento de Zoé está hecho un desastre, como casi siempre: ropa tirada, la maleta abierta, el estuche de clase encima de la cama, con los lápices de colores tocando el edredón, peluches por el suelo, cuadernos de dibujo y un montón de páginas de revistas recortadas en la mesa...

La pequeña pelirroja se saca el móvil de un bolsillo de los vaqueros y pasa fotos hasta que encuentra la que estaba buscando.

—¡Mira cuánto ha crecido Tim! —dice a Maïna tendiéndole el teléfono—. ¿Has visto qué mejillas?

En la pantalla se ve la cara de un bebé rubio y rechoncho. Tim, el hermanito de Zoé, aún no ha cumplido un año. La niña mueve la cabeza, muy seria, y sigue diciendo:

—Creo que mis padres van a tener que rendirse a la evidencia de que han tenido un bebé panda.

Maïna se echa a reír y le pregunta:

—¿No te ha costado mucho separarte de él?

Zoé suspira, pero no contesta.

La verdad es que al llegar al aeropuerto de Ajaccio, dos semanas atrás, se había quedado en shock. Su hermanito había cambiado tanto, había crecido tanto, que apenas lo reconoció. Y al ver las caras alegres de sus padres se dio cuenta de lo mucho que los había echado de menos.

Al pensarlo, su mente regresa de inmediato a Córcega, quince días antes...

En el coche que los lleva a casa, Zoé bombardea a preguntas a sus padres mientras juega con Tim, atado en su silla para bebés.

—¿Sabéis si están mis amigas del pueblo? ¿Y vendrá alguien a casa por Navidad? ¡Ay! —La pequeña pelirroja retira precipitadamente la mano de la boca de su hermano—. ¡Tim, eres un caníbal! —Tras recuperar el aliento, Zoé sigue diciendo—: ¿Y ahora qué come? ¿Purés? Por cierto, Anaïs, ¿has pensado ya en hacer un cuadro con puré?

Su madre es pintora y siempre está buscando nuevos materiales para sus monumentales cuadros. Mira por el retrovisor y sonríe a Zoé.

—¡Te hemos echado de menos! —exclama su madre.

—La verdad es que no somos del todo conscientes del silencio que reina aquí cuando nuestra charlatana preferida no está —añade su padre, burlón, volviéndose hacia la pequeña pelirroja.

Zoé le saca la lengua y le pregunta:

—¿Y tú, Antoine, has terminado tu novela de piratas?

—De corsarios, pequeña. ¡Nada que ver!

Zoé abre la boca para protestar —su padre se ha especializado en novela histórica y siempre es muy estricto con los detalles—, pero no le da tiempo. El libro de su hermanito le da en plena nariz.

—¡Ay! ¡Me haces daño! ¡No seas malo! —grita mirándolo muy seria.

Tim suelta una carcajada sonora, a la que Zoé no puede resistirse. Hace una mueca, que provoca otra carcajada.

Su padre pone la radio, y enseguida su madre, que conduce, se pone a cantar. Zoé no puede evitar unirse a ella. Los gritos agudos de Tim no tardan en resonar en el coche.

—¡Oh, no! —gime Antoine—. Otro cantante en la familia...

La pequeña pelirroja se echa a reír. «¡Qué bien estar en casa!», se dice al ver aparecer al final del camino la vieja granja que sus padres han restaurado.

La mano de Maïna, que se apoya en el hombro de Zoé, la devuelve bruscamente al presente.

—No tendría que habértelo preguntado —murmura Maïna con expresión preocupada.

—¡No pasa nada! —intenta tranquilizarla la pequeña pelirroja—. Solo es la morriña de la vuelta.

Zoé, que tiene nueve años, es la alumna más pequeña de la escuela. Por eso algunas noches le resulta un poco duro estar lejos de su familia. La joven bailarina vuelve la cara para que Maïna no vea que están a punto de saltársele las lágrimas.

Por suerte, justo en ese momento entra Constance, la tercera niña que comparte la habitación y también la más seria. Zoé corre a abrazarla y no tiene que hacer esfuerzos por sonreír. Una de las cosas más divertidas de la escuela es vivir con sus amigas. Y por esta noche decide no volver a pensar en lo duro que es regresar a la escuela y disfrutar de estar de nuevo con ellas.

Al día siguiente, lunes, empiezan oficialmente las clases. Los alumnos tienen un horario muy apretado, como siempre. Por la mañana, las clases comienzan a las ocho en punto.

—O sea, ¡en plena noche! —le gusta repetir a Zoé.

Además de levantarse tarde, a la joven bailarina le cuesta mucho respetar los horarios. Siempre llega tarde, o porque se le acaba de ocurrir algo o porque le resulta muy difícil dejar lo que está haciendo.

Esa mañana, por ejemplo, Zoé está sentada

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