La increíble y verdadera (al 113%) historia de Cornelius Tuckerman

Frank M. Reifenberg

Fragmento

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Capítulo 1

En donde aparece un escritor y la señorita Blufiddle casi se vuelve majareta

Será mejor que me presente para que sepas con quién tienes que vértelas. Soy Cornelius Delano Tuckerman Cuarto. En nuestra familia todos están convencidos de que van a convertirse en alguien importante. Yo también lo pienso. A lo mejor seré director de circo, o presidente. O quizá habrá un Tuckerman que salve el mundo, o que invente una bicicleta con la que se pueda volar. Por eso nos ponen nombres que suenan de maravilla; por si alguien quiere ponerle nuestro nombre a una escuela o a la plaza más bonita de la ciudad.

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Una pitonisa se lo predijo al primer Tuckerman y él lo escribió hace casi doscientos años en nuestro libro de familia. Hasta ahora, la predicción de la pitonisa no se ha cumplido, porque no hay ningún Tuckerman que se haya hecho realmente famoso, pero nosotros no nos rendimos fácilmente.

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Antes que nada, puedes llamarme Tucker. Tengo diez años y soy experto en HIQNLPANMPQSA113%V¡LJ!

El problema es lo del 113%. Para ser más exactos, lo del 13%. Ya que tanta franqueza (sobre todo, en el sitio equivocado) puede traerle grandes complicaciones a un chico de diez años.

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Ah, ¿que no hay quien me entienda? Entonces tendré que explicar lo que significa HIQNLPANMPQSA113%V¡LJ! Muy sencillo: Historias increíbles, que no le pasan a nadie más, pero que son al 113% verdaderas. ¡Lo juro!

Alcanzar el 113% de verdad es algo de lo que alegrarse; muchos no llegan ni al 100. Sin embargo, yo acabo teniendo problemas cada dos por tres porque tanta verdad tampoco es buena. Por este motivo me he convertido ahora en escritor, si sabes lo que es eso. ¿No? Te lo cuento.

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Los escritores son gente que escribe libros sobre cosas que no son ciertas, pero nadie les critica y les dice: «¡Eso te lo has sacado de la manga!». Una frase de lo más inocente, por cierto. También les podrían decir: «¡Mientes como un bellaco!». Pero si te lo dicen en el colegio, se arma una buena y vuelves a casa con una nota para tus padres en la mochila en la que pone que tienen que ir urgentemente al colegio porque hay algo que no funciona (CHORRADAS) con el chico (ESE ERES TÚ). En cambio, a un escritor le creen todo y, encima, gana dinero con sus cuentos. Así que a partir de ahora he decidido hacerme escritor. Me he conseguido un cuaderno en blanco y voy a escribir mis HIQNLPANMPQSA113%V¡LJ!

Tuve la idea cuando vino a mi colegio un hombre con la nariz torcida y zapatos verdes. Traía su libro y consiguió que mi profesora, la señorita Blufiddle, se volviera completamente loca.

Y a la señorita Blufiddle, encima, le pareció estupendo.

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La mujer probablemente más aburrida del mundo se transformó en pocos segundos en una criatura renovada: me recordaba un poco a una luciérnaga pegando chispazos.

No dejaba de mover los ojos de la emoción, y se ponía roja, blanca y de todos los colores. Al mismo tiempo, suspiraba, gemía y se reía. Hacía ruidos como si fuera una sirena de bomberos, solo que no tan alto. Así sin más, de golpe y porrazo.

También empezó a lamerse los labios sin parar. Normalmente, solo lo hace cuando saca el bocadillo de embutido en el recreo, antes de zamparse la mitad de un solo bocado. A veces se le escapa una rodaja de pepino del pan y aterriza en su falda azul marino o azul azafata.

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En ese momento, hasta llegué a tener un poco de miedo por aquel hombre. ¡La señorita Blufiddle estaba realmente al borde del colapso!

¿Cómo se puede alguien alelar tanto por un hombre que no es guapo ni tiene pinta de rico y tiene la nariz torcida y lleva zapatos verdes?, se preguntaba todo el mundo. Dexter Crown incluso pensó en pedirse unos zapatos verdes para su cumple por si eso pudiera hacerle ganar puntos con la señorita Blufiddle. No comprendía que los zapatos no eran lo más importante.

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Una vez el hombre hubo leído fragmentos de su libro en voz alta, llegó el turno de preguntas. Dijo que iba a contestar a casi todo y, en buena parte, sinceramente. Ahí agucé el oído.

—Sí —dijo él—, eso pasa con los escritores; no se puede saber a ciencia cierta si dicen la verdad al 100% o cuentan algo más. Yo mismo no sé a veces si he vivido las historias, las he inventado o, incluso, si se las he robado a alguien.

Al decir «robado» puso cara de tener remordimientos por ello. Pero no los tenía. A mí no me la daba.

En ese momento, tiré a la basura todos mis deseos profesionales. Sería escritor, lo tenía claro. ¡Por lo menos al 113%! Pero no pensaba ponerme zapatos verdes en la vida.

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Cuando no ando garabateando en mi cuaderno, soy inventor o constructor de carrilanas, eso que los ingleses llaman soapboxes. ¿Cajas de jabón? ¿No te suena? Vaya... ¿Que no sabes lo que es? Sí, coches sin motor. Preciosos monoplazas.

Y, en mi tiempo libre, salvo a mi hermana o juego al póquer.

Esta historia comenzó precisamente con una partida de póquer en casa de mi tía abuela Eugenia y una operación de salvamento.

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