Kitty persigue un misterio (Kitty)

Paula Harrison

Fragmento

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—¡Mira, Mandarino! Es clavadito a ti. —Kitty le puso el último bigote al dibujo del gato que estaba haciendo y se lo enseñó a su amigo.

Acababa de dibujar a un gatito anaranjado y regordete de ojos brillantes.

Mandarino se subió a la mesa de un salto para verlo más de cerca.

—¡Soy yo! —ronroneó, y restregó la cabecita peluda contra el brazo de Kitty—. Me gusta un montón.

—Lo voy a colgar en la pared —dijo Kitty con una sonrisa.

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Mandarino y Kitty se habían convertido en los mejores amigos desde que la chica lo rescató de la torre del reloj. Kitty tenía superpoderes gatunos y estaba aprendiendo a ser una gran superheroína de verdad. A veces salía a vivir aventuras a la luz de la luna con su pandilla gatuna. Le encantaba trepar y hacer equilibrismos en los tejados, y usaba su visión nocturna y su superoído para detectar cualquier problema.

Pero a Kitty el superpoder que más le gustaba era el de poder hablar con los animales, sobre todo con Mandarino, que era el gatito más tierno del mundo.

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Kitty colgó el dibujo de Mandarino en la pared y retrocedió un par de pasos para admirar su obra. Entonces detectó un delicioso olor que salía de la cocina. Mandarino también arrugó la naricita.

—¡Eso huele genial! —dijo Kitty—. Igual mamá está horneando algo…

Fue corriendo a la cocina, donde su madre estaba sacando del horno un molde de tarta bastante grande.

—¿Has hecho una tarta? Mmm… ¡Huele a chocolate!

—¡Sí que tienes los supersentidos agudos! —rio su madre—. Sí, he preparado una tarta especial porque esta noche tenemos invitados en casa. Unos buenos amigos se acaban de mudar a Hallam City, y tienen un hijo de tu edad.

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—¡Anda! ¿Cómo se llama? —preguntó Kitty.

Su madre desmoldó la tarta y una nubecilla de vapor con aroma chocolateado inundó la cocina.

—Se llama Monchito. Esta noche, si queréis, podéis hacer una fiesta de pijamas en la casa del árbol. —La madre de Kitty le dedicó una sonrisilla divertida—. Seguro que cuando os conozcáis descubrís que tenéis un montón de cosas en común.

Kitty dudó. Su padre había construido la casa del árbol en el jardín la semana pasada. Se suponía que era solo de Kitty porque Max, su hermanito, era demasiado pequeño para subir solo. No sabía si tenía muchas ganas de compartirla.

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¡Ding-dong!

—¡Ya deben ser ellos! —La madre de Kitty se quitó los guantes de cocina—. Espero que tengan hambre.

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Kitty arrugó la frente cuando su madre corrió a abrir la puerta. ¿Por qué habría dicho que tenía un montón de cosas en común con Monchito? Le parecía un poco raro que no se lo hubieran presentado antes, siendo así.

—Kitty, ven a conocer a nuestros invitados. Estos son mis amigos, Molly y Neil Porter, y este es su hijo Monchito. —Señaló a un chico con el pelo oscuro y rizado que llevaba unas gafas de montura redonda.

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Kitty los saludó con Mandarino escondido entre sus piernas. Los Porter le devolvieron el saludo con amables sonrisas, pero Monchito solo asintió con la cabeza como si estuviera incómodo y se toqueteó las gafas.

—¿Por qué no les enseñas la casa, Kitty? —le dijo su padre, que acababa de aparecer en la entrada—. Max y yo pondremos la mesa.

Kitty les enseñó la casa, y sus invitados le dijeron lo mucho que les gustaba su habitación y le preguntaron un montón de cosas sobre su cole.

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Monchito los iba siguiendo de cuarto en cuarto sin decir palabra.

—¡Qué mal! —le susurró Kitty a Mandarino—. Y si se pasa la fiesta de pijamas entera sin hablar, ¿qué hago?

Mandarino apoyó la patita en la rodilla de Kitty.

—No te preocupes —susurró también—, yo te hago compañía.

Tras la cena y la tarta de chocolate del postre, la madre de Kitty le dijo a Monchito con una sonrisa:

—Creo que Kitty y tú lo pasaríais genial si esta noche durmierais en la casa del árbol. ¡Es mucho más divertido que dormir en una casa normal!

—Te la puedo enseñar, si quieres —se ofreció Kitty. Y se levantó de la silla de un salto.

Monchito la siguió, y juntos llegaron al jardín en penumbra. La luna sacaba destellos a las ventanas y a una regadera plateada. Las luces del jardín daban un color amarillo a los parterres de flores, y un viento ligero movía sus corolas y hacía susurrar a los árboles. El padre de Kitty había construido la casita en el viejo roble del fondo del jardín.

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Una robusta escalera de mano permitía subir a las ramas. Monchito y Kitty treparon por ella sin decir nada.

—Esta es. ¡Espero que te

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