Kitty salva la noche (Kitty)

Paula Harrison

Fragmento

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Kitty llegó del sofá a la puerta de un salto.

—¡Alto ahí! —dijo mientras apuntaba con un dedo a Mandarino—. ¡Esta vez no vas a salirte con la tuya!

Mandarino, un gatito anaranjado y regordete de bigotes negros, consiguió escaparse.

—¡No me pillarás! —maulló, corriendo como un rayo al cuarto de Kitty.

Ella lo persiguió, riendo. Mandarino subió a la cama de un brinco y se puso panza arriba para que Kitty pudiera hacerle cosquillas en su tripita peluda.

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La madre de Kitty entró en la habitación.

—¿Qué estáis tramando? Se oyen muchas risitas.

—¡Estamos jugando a pillar al malo! —le dijo Kitty—. Es un juego nuevo que me he inventado. Me ayuda a mejorar mis superpoderes para cuando los necesite.

—¡Ya veo! —La madre de Kitty le alisó la melena negra—. Me parece bien que practiques, pero se está haciendo tarde. Es hora de empezar a pensar en irse a dormir.

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Kitty se metió bajo la manta.

—Tengo bastante sueño.

—¡No me extraña!

La madre de Kitty sonrió mientras la acostaba.

Kitty le devolvió la sonrisa. Sabía que su madre comprendía que era muy importante que entrenara sus poderes. La familia de Kitty tenía un secreto muy especial. Su madre era una superheroína de verdad y salía de noche a ayudar a la gente con sus habilidades felinas.

Kitty y su hermanito, Max, tenían los mismos superpoderes que ella.

Kitty veía en la oscuridad y captaba ruidos a gran distancia. También tenía un equilibrio perfecto y daba unas volteretas increíbles. ¡Pero lo mejor de todo era que podía hablar con los animales!

Kitty había vivido su primera aventura nocturna hacía unas semanas. Y había conocido a Mandarino, que no tenía amigos ni un hogar donde vivir.

Kitty estaba contentísima de que aquel gatito anaranjado se hubiera ido a vivir a su casa. Ahora era uno más de la familia y dormía todas las noches en la cama con ella.

—Recuerda que mañana es un día muy importante —dijo su madre mientras colocaba su ropa—. Vamos a ir al museo de Hallam a ver la última exposición. Allí está la estatua del Tigre Dorado, además de muchos otros tesoros de la antigüedad.

Kitty se incorporó otra vez en la cama.

—¿Es verdad que el Tigre Dorado está cubierto de diamantes?

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—¡Así es! Y tiene dos esmeraldas enormes en los ojos —le contó su madre.

—¡Qué ganas de verlo! —dijo Kitty.

—Me alegro de que estés tan emocionada. Que duermas bien, cariño.

Kitty encendió la lamparita de noche y se acurrucó bajo el edredón. Tenía muchas ganas de que llegara el día siguiente. Seguro que los nuevos tesoros del museo eran increíbles. Al estar decorada con tantas joyas, la estatua del Tigre Dorado debía de ser valiosísima. ¡Kitty estaba deseando verlas brillar!

Mandarino recorrió la cama despacito hacia ella. Sus ojos azules resplandecían a la luz de la lamparita y su suave pelaje acariciaba el brazo de Kitty. La niña suspiró y cerró los ojos. En su mente flotaron imágenes de un tesoro imaginario.

Mandarino se revolvió.

—Kitty, ¿estás dormida? —susurró.

Kitty abrió los ojos de par en par.

—No, qué va. ¿Qué pasa, Mandarino?

Al gatito se le arrugaron los bigotes.

—¿Cómo es la estatua del Tigre Dorado? ¿Es gigante?

—En las fotos parece pequeña. Probablemente no sea más grande que tú —sonrió Kitty.

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—Entonces ¿por qué es tan especial? —preguntó Mandarino.

—Mi madre dice que llevaba miles de años enterrada en una tumba muy antigua cuando los arqueólogos la encontraron. Está pintada con oro y decorada con diamantes, y los ojos del tigre son dos esmeraldas relucientes.

—Pues debe de valer un montón. —Mandarino se acurrucó contra el hombro de Kitty.

—¡Tiene un valor incalculable! —le dijo Kitty—. Y puede que también sea mágica. La leyenda cuenta que el Tigre Dorado conoce tus deseos más profundos y que, si le tocas la pata, te los concederá.

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—¡Qué misterioso!

Mandarino abrió sus ojos azules de par en par.

—Todo esto me lo ha contado mi padre —continuó Kitty—. Mucha gente ha tenido buena suerte después de ver la estatua, pero también hay una maldición. Si alguien malo hace algo terrible y la enfada, la estatua puede invocar a espíritus fantasmales para buscar venganza.

Mandarino se estremeció.

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—Oh, oh. ¡Qué miedo!

—Mañana espero poder acercarme lo suficiente para verla bien. Es el primer día que abren la exposición, así que el museo estará bastante lleno.

—¡Ojalá pudiera acompañarte! —dijo Mandarino—. ¿Dejan entrar a gatos?

La niña negó con la cabeza.

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