Día Internacional contra el Acoso Escolar: cómo «Invisible» nos ayuda a visibilizar el «bullying»

Cada año, el 2 de mayo se celebra el Día Internacional contra el Bullying o Acoso Escolar, una problemática que afecta de forma directa a cientos de miles de escolares de Educación Primaria y Secundaria en todo el mundo. Su celebración tiene como objetivo concienciar sobre el riesgo de este tipo de acoso, así como de buscar los mecanismos para evitar el mismo.

Para sumarnos a esta iniciativa, desde Penguin Libros te acercamos tres extractos de «Invisible» (Nube de Tinta, 2018), un libro que Eloy Moreno presenta a modo de puzle en el que las piezas son historias contadas desde la perspectiva de un niño acosado; relatos en los que muchos podemos sentirnos reflejados.

28 abril,2022

Crédito: Getty Images.

Cada año, el 2 de mayo se celebra el Día Mundial contra el Bullying o Acoso escolar, una problemática que afecta de forma directa a cientos de miles de escolares de Educación Primaria y Secundaria en todo el mundo. Su celebración tiene como objetivo concienciar sobre el riesgo de este tipo de acoso, así como de buscar los mecanismos para evitar el mismo. La fecha fue establecida por asociaciones de padres y diversas organizaciones no gubernamentales para crear un protocolo de actuación ante casos de este tipo. 

Para sumarnos a la concienciación, desde Penguin Libros te acercamos tres extractos de «Invisible» (Nube de Tinta, 2018), un libro que Eloy Moreno presenta a modo de puzle y en el que las piezas son historias contadas desde la perspectiva de un niño acosado; relatos en los que muchos podemos sentirnos reflejados.

 

La visita

No, no se me había olvidado, cómo se me iba a olvidar esa visita.

Ayer por la noche, después de cenar, mis padres comenzaron una de esas conversaciones incómodas, complicadas… Estaban nerviosos, sobre todo mi padre que es quien empezó a hablar.

—Verás —me decía sin mirarme directamente a los ojos—, mañana vendrá a verte un médico… especial.

—¿Otro? —contesté yo.

—Sí, otro, pero ya no será por lo de las heridas en la cara, ni por lo del golpe en la cabeza, ni por lo de la pérdida de memoria, eso parece que ya está más o menos controlado.

—¿Y entonces? —pregunté confundido.

—Bueno, es alguien que cura otro tipo de heridas.

—¿Qué heridas?

—Las heridas de la mente.

—¿Un psicólogo? —pregunté.

—Sí, un psicólogo —confesó.

—Pero, papá, mamá… —y les miré confundido—, yo no estoy loco —les dije nervioso.

—No, cariño, tú no estás loco —me contestó mi madre mientras mantenía su mano aferrada a la mía—. Los psicólogos ayudan a la gente que lo ha pasado mal. Lo más importante es que le cuentes todo lo que quieras, no tengas miedo, puedes contarle cualquier cosa.

—¿Cualquier cosa?

—Todo lo que quieras contarle —volvió a decirme.

—¿Y si no quiero contarle nada?

—Va… no seas así, es por tu bien.

—¿Lo de mis poderes?

—Tú cuéntale lo que quieras.

Y su última respuesta no me gustó: cuéntale lo que quieras… y le faltó añadir: aunque no se crea ni una palabra de lo que le dices, aunque piense que estás loco.

Y así acabó una conversación incómoda, ya no hablamos más del tema. Y ahora, en menos de una hora, ese «médico especial» vendrá a verme.

Estoy nervioso, bastante. No sé qué querrá saber, no sé qué preguntas va a hacerme y no sé si voy a contestarle.

Porque a veces decir la verdad no es la mejor opción. Sobre todo si esa verdad es tan increíble que puede parecer mentira.

Así que voy a mentir, bueno, no voy a mentir, pero no voy a contarle nada de lo que me ha pasado. No voy a decirle que todos mis poderes comenzaron el día que me convertí en avispa. No voy a contarle que puedo respirar bajo el agua tanto tiempo como quiera, ni que soy capaz de correr tan rápido que en algunos momentos la gente solo es capaz de notar viento cuando paso por su lado; tampoco voy a contarle que tengo una especie de caparazón en la espalda —como las tortugas ninja— que me protege de los golpes, ni que puedo anticiparme a los movimientos de la gente o ver perfectamente en la oscuridad… porque seguro que no me cree, y además piensa que estoy loco.

Creo que lo mejor que puedo hacer es simular que soy alguien normal, muy normal.

Tampoco voy a hablarle de mi capacidad para detectar monstruos, de que puedo sentirlos aunque se escondan detrás de las puertas, o bajo las mesas, o dentro de los coches…

Y por supuesto, no voy a contarle mi gran poder, el que me ha traído hasta aquí, no voy a contarle que tras mucho entrenamiento un día conseguí hacerme invisible, aunque quizá eso ya lo sabe por las noticias.

Llaman a la puerta.

Seguro que es él.

No tengo ni idea de qué contarle.

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Ella

Bueno, pues al final no ha sido él, sino ella.

Y eso me ha dado aún más vergüenza porque además era guapa. Y claro, que me haya visto así, con el pijama este tan cutre del hospital, sin pelo en la cabeza, con las heridas de la cara…

Ha entrado sonriendo, se ha presentado y, después de hablar con mis padres unos minutos, se ha quedado a solas conmigo en la habitación.

Se ha sentado a mi lado, en la butaca en la que duerme todas las noches mi madre.

Durante un rato me ha estado explicando qué es un psicólogo y qué es lo que hace.

Yo escuchaba sin decir nada, hasta que me ha preguntado si tenía alguna duda, y entonces, no sé muy bien por qué, le he contestado.

—Yo no estoy loco.

En cuanto han salido las palabras por mi boca me he arrepentido porque creo que decir algo así es la mejor forma de que la otra persona piense que estás loco.

Nos hemos quedado los dos en silencio, un silencio que parecía no acabar nunca.

Me ha mirado fijamente y, de pronto, ha comenzado a reírse.

—No, no, ya sé que no estás loco —me ha contestado sonriendo—, nosotros, los psicólogos, también tratamos a gente normal, muy normal, así que por eso no te preocupes.

—Pues entonces yo soy normal —le he contestado.

—Ah, sí, ¿y cómo de normal? —me ha vuelto a preguntar sonriendo.

—Muy muy normal, bueno, era normal hasta que conseguí hacerme invi…

—¿Hasta que comenzaste a qué?

Y ahí me he callado.

Cobarde

A la semana siguiente, ocurrió algo muy raro en la clase de literatura. La profesora entró en silencio, cogió una tiza y comenzó a escribir una palabra con las letras más grandes que habíamos visto nunca, una palabra que ocupaba toda la pizarra: «COBARDE».

Se dio la vuelta, dejó la tiza y se quedó allí de pie, delante de todos nosotros.

—He pensado que, a partir de hoy, todos los días vamos a dedicar los primeros minutos de la clase a analizar una palabra. Empezaremos por esta: cobarde.

Todos estábamos sorprendidos, todos nos quedamos callados.

—Vamos a ver qué pone el diccionario. Aquí está, la primera acepción de cobarde es: «Persona sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgadas». Pero también hay otra: «Que perjudica o hace daño de forma encubierta por carecer de valor». Bueno, ¿alguien se atreve a hacer una frase con esta palabra? Venga, tú —le dijo a una chica que se sienta en la primera fila—, dime una frase.

—Pues… a ver… Fue un cobarde porque no se atrevió a subir a la montaña rusa.

—Bien, está bien, es una frase coherente con el significado de la palabra. ¿Y alguien sabe cuál es el antónimo de cobarde? ¿Todos sabéis lo que es un antónimo, no? —se oyeron risas—. Pues va, ¿quién me lo dice?

—Valiente —gritó uno de mis compañeros.

—Perfecto —contestó la profesora—. ¿Y alguna frase con la palabra valiente?

—Fue un valiente porque se subió a la montaña rusa —dijo otro y todos comenzaron a reír.

—Sí, ya, ya, siempre a lo fácil, ¿verdad? —le contestó—. Mirad, el lenguaje a veces es confuso y muchas veces no sabemos bien dónde está el límite entre dos palabras, por ejemplo entre valiente y cobarde. Por eso siempre es tan importante el contexto, todo depende del contexto.

Por ejemplo, imaginemos que hay un guerrero alto, fuerte, que lleva toda la vida entrenando para pelear y que tiene la opción de acabar con un dragón que está atemorizando a un pueblo. Supongo que si lo hace, todos diríamos que es un valiente, ¿no?

Y se escuchó un sí generalizado en la clase.

—Pero imaginemos que a ese guerrero, al ver al dragón le entra miedo y sale huyendo de allí, eso sí, como tiene que demostrar su fuerza con alguien, decide pelear con un enemigo más débil, por ejemplo una ardilla.

En ese momento se escuchó un «oh» en la clase.

—¿Verdad que entonces ya no nos parecería tan valiente?

A esa pregunta no contestó nadie. Supongo que porque todos sabíamos ya quién era el guerrero.

—Mirad, el mundo está lleno de guerreros, el problema es que valientes hay muy pocos y en cambio cobardes hay por todos lados: en la calle, en el trabajo, en el instituto, incluso podríamos encontrarlos en esta misma clase —y después de decir eso la profesora cambió de tema—. Bueno, y ahora sigamos con el libro, ¿por qué página íbamos?

Todos abrimos el libro sin decir nada, aunque todos sabíamos quién era el guerrero cobarde, quien era la ardilla, y desde hacía unos días, también sabíamos quién era el dragón.



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