Los libros en la vida de la reina Isabel II

Isabel II llevó el timón del Reino Unido durante siete décadas. En todo este tiempo, su legado ha quedado plasmado de diferentes maneras en la literatura. Reflexionamos a continuación sobre su imagen proyectada en tinta y también sobre el modo en que los libros influyeron en su propia vida.

13 septiembre,2022

La princesa Isabel (aún no era reina) en el castillo de Windsor, en Berkshire, el 22 de junio de 1940. Crédito: Getty Images.

Después del triste fallecimiento de su majestad la reina Isabel II, es imposible no pensar en cómo influyó en el país que timoneó con extraordinaria y firme dedicación al servicio durante setenta años. Es imposible sobrevalorar la influencia de la monarca, cuya vida fue documentada desde la infancia, en la cultura británica. Una de las formas en que ha quedado plasmado su legado es en la literatura. Del mismo modo que ha habitado el imaginario público y el sentido de identidad nacional durante décadas, la reina también ha aparecido en libros y cuentos: nos encontramos con ella en las páginas de importantes obras de no ficción y también en cuentos infantiles.

De niña, la reina fue educada en el hogar; de adolescente, a veces se la fotografiaba leyendo mientras veíamos a su hermana pequeña, Margarita, acariciando a uno de los queridos corgis de la familia. Como muchas personas de su generación, la reina creció con el fantasma de la guerra, y los libros y el aprendizaje le ayudaban a distraerse de las incertidumbres extramuros del palacio. En una foto espontánea de 1942, la reina aparece leyendo por encima del hombro del rey Jorge VI. Según una institutriz, sus temas favoritos eran el dibujo y los cuentos sobre animales. El libro que más releía era Moorland Mousie, una serie de cuentos que narraban la vida de un pony de Exmoor, desde su nacimiento en una manada salvaje hasta su trabajo en la domesticidad.

Como muchas personas de su generación, la reina creció con el fantasma de la guerra, y los libros y el aprendizaje le ayudaban a distraerse de las incertidumbres extramuros del palacio.

La lectura fue uno de los hábitos que transmitió a sus hijos. En una fotografía tomada en la intimidad por Antony Armstrong-Jones en 1957, cuando la reina llevaba pocos años reinando, la vemos tomarse un descanso para admirar un libro de fotografías con su hija, la princesa Ana.

Su papel como reina la obligaba a ocuparse de un material mucho menos ligero: todas las mañanas, en cualquier parte del mundo donde se encontrase, llegaba a su mesa la Caja: una caja roja con informes del Gobierno y documentos confidenciales. Leer sus contenidos era una de sus obligaciones nacionales.

Como muchos de nosotros, leía para relajarse y evadirse. No perdió su fascinación de la infancia por las historias sobre caballos: en 2007, un cortesano bromeó diciendo que, si un libro «no tiene que ver con caballos, no le interesa». La reina, que fue una gran aficionada toda su vida a las carreras de caballos y los criaba como pasatiempo, se mantuvo siempre al día sobre el mundo se los sementales leyendo The Racing Post. Dick Francis, el jockey británico, no solo montó los caballos de la reina madre; al retirarse también se convirtió en novelista. Escribió más de cuarenta superventas, que mezclaban el género del terror con su profundo conocimiento de las carreras de caballos. La reina y la reina madre lo admiraban tanto, que él les mandaba ejemplares antes de su publicación.

De libros y monarquías

A la reina también le encantaban las novelas de detectives. P. D. James, la prolífica novelista y creadora del comandante de la policía/poeta Adam Dalgliesh, era una de los novelistas preferidos de la reina. En 2021, el escritor S. J. Bennett llevó esto un paso más allá en El nudo Windsor, una novela de intriga que imaginaba una realidad alternativa cuando la reina estaba a punto de cumplir los noventa años. Bennett aprovechó la ocasión para caracterizar a su monarca como una ávida lectora de «novelas de Dick Francis».

La fascinación por cómo pasaba la reina su tiempo libre acabó llegando muchas veces a la ficción. Alan Bennett se la imaginó en Una lectora nada común, donde a la reina ficcionalizada se le despierta la pasión lectora tras descubrir una biblioteca móvil. A la reina de Bennett le provocaban indiferencia las flemáticas novelas de Ivy Compton-Burnett sobre las familias pudientes victorianas, pero valoraba las obras de Nancy Mitford.

A la reina también le encantaban las novelas de detectives. P. D. James, la prolífica novelista y creadora del comandante de la policía/poeta Adam Dalgliesh, era una de los novelistas preferidos de la reina.

Podría decirse que es en la ficción infantil donde la reina y el día a día del palacio fueron recreados con más encanto. A. A. Milne, creador de Winnie the Pooh, documentó el cambio de guardia en su poema «El palacio de Buckingham», publicado en 1924, y puede incluso que lo leyera Isabel cuando era la joven princesa de York.

Roald Dahl incluyó a la reina en El gran gigante bonachón, cuando Sophie, la niña protagonista del libro, y su enorme amigo, el Gran Gigante Bonachón, van al palacio para intentar apaciguar a unos gigantes, menos amistosos, que se quieren comer a los niños del colegio. Tras convencer a la reina de que los gigantes son reales, a Sophie le sorprende descubrir que la monarca no da un grito de sorpresa. «Las reinas tienen demasiado control de sí mismas para hacer una cosa así», responde: un guiño cómplice al estoicismo público de toda una vida.

Sin embargo, en parte, esa compostura pública también le servía para divertirse: son famosas las intervenciones de la reina en gags con motivo de una celebración nacional. En la ceremonia de apertura de las Olimpiadas de 2012, millones de espectadores se asombraron al ver a la reina unirse a Daniel Craig, caracterizado como James Bond, llegar en helicóptero al Estadio Olímpico. Uno de sus últimos cometidos fue recibir en el palacio a la caracterización animada del osito Paddington para tomar el té (bajo estas líneas), durante las celebraciones del Jubileo de Platino. El bienintencionado pero torpe oso bebe el té directamente de la tetera y pone la mesa perdida de crema, pero lo compensa ofreciéndole un sándwich de mermelada.

La reina le sigue la corriente de forma admirable, ayudando al oso —y al público en sus hogares— a orientarse, como ha hecho con el país, con tanta destreza, a lo largo de su vida regia.

Este artículo se publicó en origen en Penguin.co.uk

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