Así empieza «Imperfectas navidades», la nueva novela de Cherry Chic

Vuelve (¡por fin!) Cherry Chic, autora de las trilogías Valientes y Dunas, de la saga Rose Lake y de la novela «El tiempo que tuvimos», con «Imperfectas navidades. Bienvenidos al hotel Merry», un divertido, emocionante y precioso relato navideño. Disponible en librerías y plataformas digitales desde el 9 de noviembre, aquí os compartimos los dos primeros capítulos de una de las comedias románticas más esperadas del año.

Así empieza «Imperfectas navidades», la nueva novela de Cherry Chic

Imperfectas navidades. Bienvenidos al hotel Merry, de Cherry Chic: puedes adquirirlo en preventa pinchando en este enlace.

1

Olivia

Tiene que ser una broma. 

Me fijo en mi padre, que está a mi lado y sonríe como si acabáramos de oír la mejor noticia del mundo. Está igual de sorprendido que yo con lo que acaba de decir nuestro jefe, pero él parece feliz y no cabreado. Debe de estar enfermo. Tiene que ser eso. Nadie en su sano juicio disfruta de una declaración así, pero el caso es que, cuando miro alrededor, son muchos los que lo imitan. 

—Creo que no lo he entendido. 

Avery, mi compañera de trabajo más cercana, deja su iPhone a un lado para centrarse en nuestro jefe. Y que Avery suelte el móvil da una pista de lo desconcertada que se siente, porque está obsesionada con él. No es una exageración. 

Tiene una cuenta en TikTok en la que va contando su vida de forma constante. En serio: constante. La he visto hacer directos mientras trabaja. Asegura que es influencer, pero lo cierto es que apenas pasa de los mil seguidores y no es capaz de convencer a nadie de hacer absolutamente nada. A mí, por lo general, no me importa, siempre y cuando no me enfoque con la cámara, aunque a veces se le olvide. Si cuento esto es solo para que entiendas que, en condiciones normales, Avery aprovecharía para hacer un directo e intentar sacar tajada del shock general que se ha producido en la pequeña sala de reuniones. Sin embargo, apenas pestañea mientras intenta asimilar la noticia. 

Nuestros jefes, Nicholas y Nora Merry, están sentados en un extremo de la mesa y sonríen como el par de ancianos adorables que son, sin pararse a pensar en el caos que están propiciando. 

—¿Qué es lo que no entiendes, querida? —le pregunta Nicholas a Avery. 

Es difícil enfadarse con él, pienso mientras lo veo acariciarse distraído la barba blanca y espesa. Es como un jodido Santa Claus. O quizá solo pienso eso por la idea que acaba de lanzarnos, pero lo cierto es que tiene las mejillas sonrosadas, los ojos azules y una sonrisa pacífica y cercana que, por lo general, sirve para encandilarnos a todos. A su lado, su esposa, Nora, es igual de dulce y amable, solo que ella no tiene barba, pero sí una mirada maternal y una sonrisa típica de abuela de película. Ya sabes, de esas que ves y piensas: «Oh, daría todo lo que tengo por hacer feliz a esta mujer antes de que abandone este mundo». 

Maldita sea, se están aprovechando de eso, no tengo dudas. 

—Lo que Avery intenta decir es que no entiende que tengamos que pasar tiempo juntos fuera de nuestro horario laboral —intervengo para ayudar a mi compañera. 

El silencio se instala en la sala de un modo un tanto incómodo. Tengo ese don. Quizá soy un poco brusca hablando, pero prefiero eso a andarme por las ramas. Por desgracia, Avery no está muy decidida a colaborar conmigo.

—No, lo que no entiendo es lo del calendario. ¡Lo de pasar tiempo juntos me parece genial! 

Pongo los ojos en blanco mientras muchos le sonríen. ¿En serio? Alguien tiene que decirle a esta gente que pasar tiempo con los compañeros de trabajo no es buena idea nunca, pero aún menos para llevar a cabo este absurdo plan. 

—Es muy fácil —dice nuestra jefa—. Verás, dado que hemos detectado ciertas… tiranteces entre algunos de vosotros después de que el año pasado todo el mundo se negara a celebrar la Navidad como nos hubiese gustado, creemos que esta vez debemos darle la vuelta a la situación. 

—¿Por qué? Yo fui muy feliz el año pasado. Además, sí que pusimos el árbol de la entrada. 

—Lo pusimos nosotros solos —me responde Nicholas—. Ni un trabajador colaboró en la decoración. Y lo entendimos, quisimos creer que quizá así sería mejor y decidimos respetar vuestro deseo de no hacer una cena para los trabajadores ni un día de convivencia. 

—Y estamos eternamente agradecidos. Al menos yo —confirmo.

Mi jefe, lejos de enfadarse por mi interrupción, vuelve a sonreír con dulzura.

—El problema es que notamos que no hubo ningún espíritu navideño. Exceptuando a Roberto, que nos deleitó con una serie de cócteles nuevos, todos los demás pasasteis la Navidad como si… no importara. 

—Yo hice un trend que se hizo viral bailando en la recepción —señala Avery.

—No tuvo ni treinta mil visualizaciones y fue porque te tropezaste con los tacones, Avery. Eso no es ser viral.

—Ah, ¿no? ¿Y qué sabes tú de ser viral? Ni siquiera tienes redes sociales —me reclama. 

Encojo los hombros, nada ofendida por su tono porque, bueno, yo me he metido con ella antes. 

—Sé que, si te hubieras caído de boca y te hubieras roto un diente, habrías llegado a mucha más gente. Apúntalo en tu lista de cosas pendientes para próximos «trends». —Hago el gesto de las comillas solo por molestar, lo reconozco, y se me escapa una sonrisa maliciosa cuando veo el modo en que me mira. 

Avery se enfurruña, pero tampoco es que eso vaya a quitarme el sueño, porque nuestros jefes no parecen dispuestos a cambiar de idea.

—Escuchad, el Hotel Merry siempre se ha caracterizado por ser un negocio familiar. Tenemos familias con niños pequeños que merecen disfrutar estas fiestas como es debido. ¡Estamos en Nueva York, chicos! La ciudad de la Navidad por excelencia. El año pasado, cuando el hijo de los señores Brown pidió galletas con glaseado navideño, alguien le dio galletas del desayuno con nata montada. —Nora me mira directamente mientras encojo los hombros.

—Tendrían que haberlas pedido en el restaurante en vez de en la recepción. Tal y como yo lo veo, hice más de lo que era mi deber. 

  • ¡En oferta!
  • -5%
  • Fuera de stock
¡La esperadísima vuelta a la comedia más romántica de Cherry Chic! Un divertido, emocionante y precioso relato navideño.
Ver mas
Formatos disponibles
19,14 €
20,14 €

Mis jefes suspiran. Es evidente que no les apasiona mi actitud, pero me conocen desde que era una niña y correteaba por este hotel cuando venía a ver a mi padre, que es el barman en el restaurante desde que… Pues no sé, ¿desde siempre? No recuerdo ninguna etapa de mi vida en la que él no estuviera tras la barra, sonriendo y repartiendo cócteles caseros a todo el que se acercara. Roberto Rivera es para los adultos como el Santa Claus del alcohol. Hay gente que viene al hotel solo para cenar o probar sus combinados y ni siquiera son huéspedes. Seguramente tenga que ver el hecho de que, a sus cuarenta y seis años, es bastante atractivo. No lo digo yo, sino todas mis compañeras. Y muchas clientas. Y su propia esposa, a la que él adora y yo más, porque es la única que calma un poco la intensidad de mi progenitor.

Él dice que es por su carácter latino, pese a que él nació años después de que sus padres emigraran desde México. Yo más bien creo que es simplemente que le encanta estar en contacto con la gente, que lo miren, caer bien e, incluso, gustar. Jamás sería infiel a Eva, su esposa, pero eso no significa que no le encante coquetear lo justo como para levantar admiración y algún que otro suspiro, tanto en hombres como en mujeres. 

El caso es que conozco a Nicholas y Nora desde antes de que ninguno de los dos tuviera el pelo blanco y creo que ese es el único motivo por el que soportan mis salidas de tono, sobre todo en lo referente a la Navidad.

—Olivia, cielo, sabes que me alegra muchísimo ver que te has convertido en una mujer con carácter y determinación, pero me alegraría aún más que entendieras que el calendario también te atañe y es obligatorio para todos los trabajadores del hotel —dice Nicholas mirándome. 

—Será una broma, ¿no? ¡No podéis obligarnos a hacer actividades navideñas! ¡Eso no está en el contrato! 

—No, tampoco está en el contrato que des de comer crema de cacahuetes a Snow y te pasas la vida alimentando al gato —me recuerda Nora. 

Miró de reojo al gato de mis jefes. Es blanco y redondo como… una bola de nieve. De ahí su nombre. Bueno, mis jefes dicen que es solo porque les recuerda a la nieve, lo de la bola lo añado yo porque de verdad que es como una bola de pelo achuchable. 

Le doy crema de cacahuetes solo porque él me lo pide. Y no me importa que los gatos no hablen. Ese gato en concreto sabe bien cómo ganarme. 

—No me parece justo.

—Vamos, regalito, será bonito. Quizá podamos incluir alguna actividad por tu cumpleaños y celebrarlo. 

Fulmino a mi padre con la mirada. Sabe perfectamente que odio que me llame «regalito» siempre, pero delante de mis compañeros aún más. El único motivo por el que lo hace es porque nací el 25 de diciembre y le encanta recordarle a todo el mundo que fui su regalo de Navidad. A veces pienso que, para él, no hay mayor desgracia que el hecho de que en los últimos años me haya negado a celebrarlo.

—No vamos a hacer absolutamente nada por mi cumpleaños —le digo muy seria. 

—Es una lástima que no quieras celebrarlo —dice entonces mi jefe—. Todavía recuerdo aquel año en que tu padre te compró ese disfraz tan bonito de duende. 

—Ay, estabas monísima —coincide Nora. 

—Tenía como nueve años y ni siquiera entonces me gustaba. 

Me parece estúpido vestir a un niño de duende solo porque haya tenido la mala suerte de nacer en Navidad —declaro al mismo tiempo que la puerta se abre y entra la única persona que faltaba en esta reunión. 

La única persona que me encantaría que no hubiera venido. 

Noah Merry tiene el pelo castaño oscuro y, aunque estoy segura de que usa un buen fijador, siempre parece despeinado. Tiene los ojos azules o grises, dependiendo del día, barba de varios días, una sonrisa canalla muy acorde a su personalidad que saca a relucir cada vez que quiere conseguir algo o molestar a alguien y remata el conjunto con un hoyuelo que le queda demasiado bien, a mi parecer. 

—Perdón, siento llegar tarde. —Me mira y lo hace: esboza esa estúpida sonrisa arrogante y yo siento ganas de retorcerle el cuello con las dos manos—. Por suerte, parece que habéis estado entretenidos. Nuestra querida Olivia está siendo de nuevo el alma de la fiesta, ¿verdad? 

Voy a matarlo.

Más Cherry Chic

2

Noah

Cierro la puerta y observo el modo en que Olivia me taladra con la mirada. Debería decir que no me divierte, pero estaría mintiendo y, aunque tengo muchos defectos, ese no es uno de ellos. 

Tiene los ojos oscuros, el pelo largo y castaño, casi negro, unos labios carnosos bastante impresionantes y una nariz jodidamente perfecta sin necesidad de cirugía. También posee una piel un poco aceitunada, herencia de su padre y sus raíces latinas, y un mal carácter que no pega nada con su cuerpo, más bien bajito, que pone tenso a todo el mundo, menos a mí. 

Me entretiene cabrearla. Asher, mi mejor amigo, dice que en realidad lo que ocurre es que me pone, pero no es cierto. Sé bien qué tipo de chicas me gustan: las que sueñan con clavarme un palo por el culo y sacármelo por la boca no entran en la lista y Olivia es la presidenta de ese club.

No me pone, no. Con ella las cosas son un poco más complejas desde… siempre. Nos llevamos solo un año, ahora ella tiene casi veinticinco y yo veintiséis, pero cuando la conocí, solo éramos dos mocosos correteando por el hotel de mis abuelos y, ya entonces, había días en los que no nos podíamos ni ver, aunque la mayoría fuéramos inseparables. Era como si a ratos hubiera una especie de ley de atracción a la inversa entre nosotros. O sí, puede que nos atraigamos con la mente, pero solo para molestarnos. ¿Eso cuenta? 

—Querido, gracias por venir —dice mi abuela mientras tomo asiento al lado de Eva, la madrastra de Olivia. 

—Sí, gracias por venir tarde —dice la susodicha.

—Estaba en la recepción, atendiendo a unos clientes que han perdido la tarjeta de su habitación. Ya sabes, haciendo tu trabajo mientras tú estás aquí poniendo cara de culo solo por tener que relacionarte con humanos. 

Sus ojos se entrecierran de inmediato y suelto una risita por lo bajo que solo se me corta cuando Roberto, su padre, me mira muy serio.

—Tenéis que empezar a comportaros. Si no lo hacéis como amigos, al menos hacedlo como compañeros. Estoy seguro de que no soy el único que está cansado de esta dinámica. 

—En efecto —coincide mi abuelo—. Y es, de hecho, una de las razones más poderosas que hemos tenido para hacer este calendario. —Suspira como si estuviera cansado, pero lo conozco bien, tiene energía suficiente como para escalar una montaña. Se comporta así para dar un efecto dramático a sus palabras—. Esta enemistad es un sinsentido y ha llegado demasiado lejos, chicos. Ha propiciado un ambiente tenso e incómodo. 

—No somos los únicos que se llevan mal —dice Olivia en un intento de dejarnos un poco mejor, porque es una vergüenza que se haya tenido que hacer una reunión por nuestra culpa.

—No, eso es cierto. —Mi abuela mira a la gobernanta del hotel y suelta otro suspiro. La cosa va a ir de eso todo el tiempo, al parecer—. Nos han llegado reclamaciones de nuevo, Hattie. No puedes ser tan estricta con tus compañeras. 

Hattie Davis tiene el pelo rizado y con el volumen más alucinante que he visto en mi vida, un cuerpo menudo, la piel oscura, una sonrisa espectacular —las pocas veces que la luce—, un corazón de oro y un genio de mil demonios envolviendo todo ese conjunto. Pasa de los sesenta años, pero nadie se atrevería a decir que está mayor sin temer acabar colgado de la barandilla de la última planta. 

—¿Estricta? ¡Solo soy responsable! Exijo a cada una lo que sé que puede dar. No es mi culpa si no son capaces de cumplir las exigencias mínimas para el Hotel Merry. 

—Igual deberías exigir menos —sugiere una de las mujeres a su cargo. 

—Igual deberíais mover el culo más rápido. 

La discusión está servida. Algunas voces se alzan, pero no más alto que la de Hattie, y mis abuelos suspiran, esta vez al mismo tiempo. Joder, casi parece que lo tienen ensayado. 

—¡Vale ya! ¡Parad ahora mismo! —Mi abuelo da un manotazo en la mesa de madera frente a la que estamos sentados todos y nos mira con el semblante serio—. Esta es precisamente la razón por la que Nora y yo hemos decidido que el hotel no puede seguir así. Todos los días hay discusiones, malentendidos y mal ambiente en general. No es una etapa de estrés o tensión, no. Esto se ha ido de las manos.

—¿Y la manera de arreglarlo es hacer un calendario de adviento con actividades? —pregunta escéptica Olivia.

—Sí, porque la otra solución es empezar a despedir a todo el que no cumpla unos requisitos mínimos de comportamiento, pero algo nos dice que nos quedaríamos prácticamente sin personal y, después de tantos años, sería una pena. 

Frunzo los labios. En realidad es uno de los motivos que juegan en contra de mis abuelos: muchos de los empleados que hay aquí llevan años y años en su puesto. No tengo nada en contra, porque todos desempeñan bien su función, pero se ha alcanzado un grado tan alto de confianza entre compañeros, jefes y encargados que se hace difícil respetar los puestos de cada uno. A Olivia, por ejemplo, le cuesta un mundo asimilar que estoy a punto de tomar las riendas del negocio y ser, a todas luces, su jefe. Me sigue tratando como si fuera el niño que le metió arena en el sándwich una tarde de otoño. A mi favor diré que ella el día anterior había echado salsa picante en mi sopa. El caso es que nuestra dinámica siempre ha sido la de enemigos porque éramos pequeños, pero eso ha cambiado. Tenemos que saber mantener la compostura. Y lo mismo pasa con Hattie y las chicas con las que trabaja. O con Asher, mi mejor amigo, y su empeño en acostarse con cada chica nueva que entre a trabajar en el hotel. Eso genera tan mal rollo cuando se dan cuenta de que él no busca nada serio que se hace difícil de soportar. Observo a Avery retransmitiendo la discusión en TikTok y suspiro: eso, definitivamente, también tiene que cambiar. 

—Creo que el calendario es buena idea. 

—¿En serio? —pregunta Asher con las cejas elevadas. 

—Sí, ¿por qué no? —Encojo los hombros y señalo la sala—. 

Ni siquiera estamos todos aquí, pero somos de lejos los que provocamos el peor ambiente en el hotel. 

—Tú también lo provocas —me dice Olivia. 

—Y por eso he dicho «somos» y no «sois» —recalco—. Escuchad, no es tan desastroso. Tendremos que hacer algunas actividades juntos, sí, pero eso no es malo. Podemos aprovechar para impregnar de espíritu navideño el Hotel Merry. No sé… ¡Podrían ser unas olimpiadas navideñas! 

—¡Ese es mi nieto! —exclama mi abuela con orgullo.

Se oyen muchos suspiros pesarosos, pero también hay asentimientos de cabeza. Roberto y Eva, por ejemplo, están de acuerdo conmigo. 

—Creo que es el momento de vivir una Navidad a lo grande —me apoya el primero. 

—Papá, tú siempre vives la Navidad a lo grande. Te recuerdo que el año pasado inflaste un muñeco de nieve inmenso en el balcón de la escalera de incendios que se soltó y acabó atorado en la escalera —dice Olivia.

—No fue culpa de tu padre. El viento en Nueva York puede ser terrible. —Eva, su esposa y nuestra chef, lo defiende a capa y espada.

—Gracias, nena. Este año prometo atar el muñeco de nieve tan fuerte como ataste tú mi corazón.

—Dios, joder, qué asco. —Olivia hace el gesto de vomitar y tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas para no reírme. 

Roberto y Eva son pasionales. Es así. Siempre ha sido así. Muestran su amor a diario frente a todo el mundo y no les importa lo más mínimo que piensen que son empalagosos. Visto desde fuera, lo incomprensible es que Olivia sea tan rígida para según qué cosas, pero eso es porque no conocen su versión completa. Yo sí, al dedillo. 

—Eso tenía gracia cuando tenías doce años, pero es hora de que madures un poco, hija —le dice su padre—. En fin, sea como sea, es importante que el espíritu navideño llene cada rincón del Hotel Merry y, para eso, creo que lo mejor es que nos expliquéis las actividades del calendario. 

—Ah, no, querido, no funcionará así. —Mi abuela sonríe de un modo que, sin saber bien por qué, me eriza el vello de la nuca.

—¿Y cómo funcionará? —pregunto.

Ese es el momento en el que mis abuelos cogen una bolsa de tela grande que estaba en el suelo, apoyada en sus pies, y sacan frente a todos una caja de madera. Al abrirla, descubrimos veinticuatro casas pequeñas de madera contrachapada, rojas y blancas, decoradas con motivos navideños. 

—Este será nuestro calendario de adviento y actividades. Todas están cerradas y el único modo de abrirlas es rompiendo la pequeña puerta de entrada. 

—Oh, es una lástima romper casitas tan bonitas —dice Avery.

—En realidad estaban diseñadas para que la puerta se abriera sin esfuerzo, pero mi querida Nora y yo hemos decidido sellarlas con silicona caliente. Creemos que parte de lo bonito de hacer esto es que no sepáis lo que tocará hacer cada día.

—¿Cada día? ¿En serio tenemos que hacer algo cada día? —pregunta Olivia espantada.

—Oh, pero no te preocupes, querida. No todos los días serán cosas que lleven mucho tiempo. De hecho, hay un poco de todo porque somos conscientes de que no podemos robaros demasiado de vuestro tiempo. En muchas ocasiones la actividad se realizará a lo largo de vuestro horario laboral. 

—¡Ay, me encanta! —exclama Avery—. Es como una gincana navideña. 

—Algo así, sí. —Mi abuelo le sonríe a nuestra compañera, o más bien a su móvil, que es lo que tiene frente a la cara mientras lo graba. 

—¿Puedo subirlo a TikTok? 

—No veo por qué no —dice mi abuela.

—¿Qué tal porque es una puñetera reunión laboral y no debería estar en internet al alcance de cualquiera? —pregunta Olivia.

—Hija, deja de ser tan estricta. —Su padre le pasa un brazo por los hombros y le sonríe con dulzura—. ¿Ni siquiera te parece un poco bonito? 

—Me parece un asco, igual que la Navidad. 

—Hija mía… —Besa su frente y suspira con pesar—. Rezo cada día para que el espíritu del Grinch abandone tu cuerpo. 

Intento no soltar una carcajada, porque de verdad lo ha dicho muy serio y la mirada de Olivia es oro. En serio, odio que Avery lo retransmita todo, pero, joder, que bueno ha sido que capte con su móvil la cara que se le ha quedado. 

—¿Cuándo desvelaremos la primera actividad? —pregunta Hattie.

—El 1 de diciembre —contesta mi abuelo. 

—¡Pero faltan tres días! —exclama alguien.

—Sí, exacto, hemos hecho la reunión un poco antes para que vayáis asimilando la noticia y adaptándoos a la nueva dinámica de trabajo. —Mi abuela sonríe y abre las manos como si estuviera… ¿bendiciéndonos? Joder, esto cada vez se vuelve más extraño—. 

Ahora podéis marcharos y pensar en la preciosa Navidad que tenemos por delante. 

—Uy, sí, preciosa —masculla Olivia al tiempo que se levanta y tropieza con Avery que, si la enfoca un poco más de cerca, va a sacar en primer plano sus muelas del juicio—. ¡No puedes grabarme, joder! 

Sale de la sala de reuniones mientras Avery mira a Roberto con cara de pena y el teléfono bloqueado. 

—Sé que es tu hija y la quieres, pero espero de todo corazón que una de las actividades sea un exorcismo para ella. 

Es poco profesional, pero mis intentos de no reírme son tan infructuosos como los intentos de Asher de mantener la bragueta cerrada con las trabajadoras del hotel.

Otros artículos

Recomendaciones

Guía de lectura básica de Terry Pratchett: libros imprescindibles para no iniciados
Guía de lectura básica de Terry Pratchett: libros imprescindibles para no iniciados
Si siempre has querido leerle pero no sabes por dónde empezar con él, ¡no te preocupes! Porque hemos preparado una guía con...
«Los Juegos del Hambre 5: Amanecer en la cosecha»: lee en exclusiva un adelanto de la nueva novela de la saga
«Los Juegos del Hambre 5: Amanecer en la cosecha»: lee en exclusiva un adelanto de la nueva novela de la saga
Amanece el día de los Quincuagésimos Juegos del Hambre y el miedo atenaza a los distritos de Panem. Este año, en honor al...
Películas basadas en libros que ganaron el Óscar a la Mejor película
Películas basadas en libros que ganaron el Óscar a la Mejor película
El cine y la literatura han tenido una relación simbiótica a lo largo de la historia, con numerosas adaptaciones de libros que...
Añadido a tu lista de deseos