Así empieza «Sempiterno», de Joana Marcús, la segunda parte de la bilogía «Extraños»
Tras varios meses en las sombras, la familia de extraños intenta recomponerse. El mundo de Caleb se ha desmoronado. El tiempo transcurre, pero él sigue viviendo en esa misma noche. Sigue paralizado en ese mismo dolor. Su familia necesita que despierte. Él necesita buscarla. Y necesita encontrarla. El mundo de Victoria se ha transformado. Intenta descubrir quién es, pero su antiguo yo sigue fragmentado en cientos de pedazos. El chico que la acompaña necesita que ella sea fuerte. Ella necesita entender por qué siente esa conexión con él. Y por qué una voz en lo más profundo de su cabeza le dice que tiene un hogar al que volver. Huir ya no es una opción para nadie. La única posibilidad de supervivencia es enfrentar el pasado y desafiar el olvido. ¿Se puede cambiar el destino cuando ya ha sido escrito? ¿Se puede encontrar aquello que ya se ha perdido?
El 22 de mayo de 2025 por fin llega a las librerías «Sempiterno», la esperadísima segunda parte de la bilogía «Extraños», de Joana Marcús. Para abrir boca, aquí tenéis un extracto exclusivo de la novela, el desenlace de una historia de amor inolvidable.
Sempiterno, la segunda parte de la bilogía Extraños, de Joana Marcús, estará disponible el 22 de mayo de 2025, pero puedes adquirirlo en preventa pinchando en este enlace.
Bex
Observó a Caleb una última vez. Pese a conocer a su amigo, era incapaz de adivinar lo que se le pasaba por la cabeza.
Brendan
Observó a Victoria una última vez. El vínculo que compartían le trasmitió todos sus sentimientos, pero intentó no absorberlos.
Bex
Si tan solo pudiera ayudarlo… Si tan solo supiera qué decir…
Brendan
Si tan solo dejara de lloriquear por los rincones y se centrara en ponerse fuerte…
Bex
Miró a Iver, su hermano, y le pidió ayuda de forma silenciosa.
Este no supo qué decirle; estaba tan perdido como ella.
Brendan
Miró al vendedor. Este parecía sospechar de ellos.
Especialmente, cuando Brendan se hizo con la pistola que acababa de comprar.
Bex
Necesitaba salir de ahí.
Al llegar al jardín, se pasó las manos por la cara. Tenían que encontrar a Sawyer como fuera.
Brendan
Necesitaba salir de ahí.
Al llegar al aparcamiento, se quitó la capucha y respiró hondo. Tenían que rehuir a Sawyer como fuera.
Bex
Al volverse, vio a Caleb. Sus ojos estaban anclados en el mapa, pero era obvio que realmente no veía nada. Su cabeza estaba muy muy lejos.
Brendan
Al volverse, vio a Victoria. Su mirada estaba perdida, pero trató de fingir concentración. No fue capaz de lograrlo.
Bex
Sería un día muy largo.
Brendan
Sería una noche muy larga.
Bex
—¿Manos a la obra? —preguntó al volver.
Iver asintió y Caleb tragó saliva.
Brendan
—Muévete —ordenó.
Pese a no verla, adivinó que Victoria le había sacado el dedo corazón.
Bex
Menos mal que se tenían entre ellos.
Brendan
Tendrían que arreglarse consigo mismos.
Aunque, pensándolo bien…, él siempre lo había hecho.
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1
Iver
A veces sentía que el tiempo se había detenido aquella noche. Que la vida seguía avanzando, pero como si fuera una pesadilla que nunca terminaba.
Tenía a su hermana. A Bex. Ese era su único consuelo.
Recordaba aquella noche como si se tratara de un cuento y ni siquiera la hubiera vivido él mismo. Había vacíos de memoria, desplazamientos que no recordaba que hubieran ocurrido… Ni siquiera recordaba cómo se habían puesto a salvo los demás o él mismo.
Lo que sí recordaba era la herida de Bex. El terror que había sentido al pensar que la perdía. Su sangre en el plato de la ducha, llenándolo todo, mientras el agua le cubría la herida. Su sangre en la propia piel de Iver. Todavía podía sentirla bajo las uñas.
Iver cerró los ojos con fuerza. Le dolía la cabeza. Últimamente no podía evitarlo. Intentaba no decirle nada a nadie para que no tuvieran una preocupación de más, pero… ¿y si sucedía algo y no estaba a la altura? ¿Y si no podía ayudar a sus amigos?
Al levantar la vista, contempló a Bex ante él. La herida había sanado en tiempo récord. Ya solo se cambiaba la venda una vez cada pocos días y era capaz de seguirles el ritmo a los demás.
—Todavía no hemos mirado en esta zona —dijo ella, señalando sobre el mapa con una uña roja y desgastada—. No me imagino a Sawyer en un pueblo costero de cuatrocientos habitantes, pero… ¿quién sabe?
A Iver no le quedó más remedio que volver a centrarse y observar lazona que señalaba.
—Quizá eso es lo que busca —dijo—. Esconderse en un lugar que nos parezca improbable.
—No es tan listo. ¿Y si se ha escondido en el lugar más probable posible?
—La fábrica está vacía; ya lo hemos comprobado varias veces.
Bex no respondió. Se mordía el labio inferior con impaciencia.
Se encontraban en una casa abandonada que había sugerido Caleb. Las condiciones eran pésimas, y no tenían ni luz ni agua corriente. Su única iluminación eran las linternas, lámparas y velas que habían llevado hasta allí poco a poco, sin levantar sospechas. Incluso así parecía que estaban en la mansión de un vampiro. Quizá se debía al papel de pared lleno de desgarros, a los suelos que crujían o a los marcos de puertas desvencijados… Sin contar con que algunos ni siquiera contaban con puertas en sí.
Por lo menos, tenían un tanque de agua en el patio trasero con el que se apañaban para lavarse de vez en cuando. Y, sobre todo, para bañar a Kyran. Tener a un niño en esas condiciones era lamentable, pero no les quedaba más remedio. Además, hacían lo posible para comprar —y robar— bebida y alimentos de sobra. Lo último que necesitaban era que se pusiera enfermo. El niño o el gato.
En esos momentos, ambos se encontraban en un rincón del salón reconvertido en sala de operaciones. Entre candelabros, lámparas y muebles viejos, el niño dormía en el sofá y el gato se había subido al respaldo. Este último no dormía. No lo había hecho de forma muy seguida desde la muerte de Victoria.
¿Los gatos podían tener depresión? Iver nunca se lo había planteado, pero apostaría por un sí.
—Vale, olvidemos la fábrica —concedió Bex entonces—. ¿Qué hay del pueblo costero?
—Voy yo.
—Ya hemos hablado de esto; no estoy inválida.
—Estás herida.
—¿Y qué? Todos lo hemos estado alguna vez.
Y era cierto, solo que Bex había recibido un disparo bastante crítico. Aunque su cuerpo de extraña podía soportarlo, no se iba a curar de la noche a la mañana. Ni siquiera siendo tan cabezota como era.
—Que voy yo —insistió Iver—. Tú hiciste el último turno. Deberías descansar.
Bex habría insistido en cualquier otra ocasión, pero esos días desistía con rapidez; no tenía energías para ponerse a discutir.
—Está bien —murmuró—. Llévate el auricular.
Una de las primeras decisiones que habían tomado fue descubrir cuántos de los contactos de su antiguo trabajo seguían confiando en ellos. Ambos entendieron enseguida que los criminales no le daban mucha importancia a la opinión de Sawyer. Siempre y cuando tuvieran un fajo de billetes delante, cambiaban rápidamente de bando.
Y es que Sawyer era importante, pero, cuando alguien con habilidades especiales te amenaza de muerte, ves las cosas con más perspectiva. Algunos socios se resistieron, pero consiguieron unos auriculares de señal protegida para comunicarse entre ellos cuando tuvieran que salir de casa. Había unos cuantos, pero solo los usaban los mellizos. Caleb apenas le prestaba atención al suyo. Y, además, Iver prefería no cuestionarse dónde iba en sus largas ausencias.
Se colocó el auricular negro en la oreja, enganchado en el cartílago, y se metió la pistola en la cinta del pecho. Era un poco raro seguir llevando la ropa que usaban al trabajar para Sawyer, pero… tampoco es que tuviera otra opción.
—Ten cuidado —le pidió Bex sin mirarlo a los ojos—. Y… háblame cada vez que puedas.
Iver esbozó media sonrisa y le colocó una mano en el hombro. Bex asintió, como si con eso hubieran expresado todo lo que necesitaban.
Tras aquello, cada uno se marchó por su lado.
Caleb
Cada vez que cerraba los ojos, la veía a ella.
Era una sombra. Un movimiento que captas por el rabillo del ojo pero que, al volverte, desaparece. Te preguntas si es real, claro, aunque sabes que debe de ser tu cabeza jugándote una mala pasada.
La veía en todos lados, aunque se escapaba cada vez que estaba a punto de atraparla. Una sombra, sí. Una con una sonrisa muy dulce.
Ni siquiera sabía que pudiera echar tanto de menos a nadie. Se sentía perdido. Y solo. Como si hubiera roto algo que nunca podría arreglar y, aun así, fuera incapaz de perder la esperanza de recuperarlo.
Llegó a la casa abandonada por la noche, cuando supuso que el niño estaría dormido. Podía oír a Bex abajo, moviendo papeles y murmurando para sí misma. También olía las medicinas que usaba para curarse. Como de costumbre, prefirió que estuviera así de centrada; no soportaba hablar con ellos sobre encontrar a Sawyer.
Si lo encontrara…
Si Caleb encontrara a Sawyer…
No, no lo interrogaría. No le interesaba lo que pudiera decir. Ni siquiera iba a llevarlo con los demás.
Iba a matarlo.
Caleb trató de quitarse aquello de la mente. Aterrizó, silencioso, en la habitación que se había asignado a sí mismo. La cama era el único mueble que no seguía lleno de polvo, aunque solo la usaba para tumbarse durante las pocas horas que pasaba en aquel lugar. Se sentó en ella, cansado. Siempre estaba cansado.
El que mejor parecía entenderlo, curiosamente, era el gato. El mismo que apareció por la puerta de su dormitorio. Sus ojos dorados observaron a Caleb durante unos instantes y después subió a la cama para frotarle la cabeza contra el brazo.
Bigotitos había adelgazado y su pelo parecía mucho menos anaranjado a cada día que pasaba, como si hubiera envejecido diez años. No comía demasiado, y tampoco le hacía caso a Kyran cuando este intentaba jugar con él. El gato se pasaba el día tumbado en algún lado de la casa, siempre mirando por las ventanas como si esperara que ella volviera.
Caleb no sabía cómo explicarle que no iba a suceder. No iba a volver. Ni siquiera sabía cómo explicárselo a sí mismo.
Con cuidado, le acarició la cabeza. El gato maulló y, pese a dejarse unos instantes, terminó subiendo al alféizar de la ventana y alejándose de Caleb. Desde ahí contempló el exterior. Caleb sabía que, si se marchaba y volvía al cabo de unas horas, él no habría cambiado de posición.
Volvió a oír el rumor de documentos en el piso de abajo. Bex no dejaba de suspirar, frustrada. Caleb sabía que necesitaba ayuda y, aun así, se veía incapaz de ofrecérsela. Se sentía… bloqueado. Como si alguien hubiera pulsado un botón y, desde entonces, fuera la persona más inútil del planeta. Ni siquiera había vuelto a usar un arma.
Oyó a alguien más. Kyran. No estaba seguro de qué hacía el niño, pero podía identificar el sonido de sus manos arrastrando algún tipo de tela.
Caleb echó un último vistazo al gato y, finalmente, bajó las escaleras.
El salón de la casa abandonada no parecía el mismo. Las ventanas estaban tapiadas con tablones; los muebles, apartados a los lados; las provisiones, en cajas, y las pocas mantas, en el sofá, junto a Kyran. En el centro de la sala, junto a las escaleras, se encontraba una mesa cuadrada en la que tenían armas y varios mapas de la ciudad. Iver prefería usar el método tradicional para que no pudieran rastrearlos al encender un GPS.
De nuevo, Caleb habría preferido que los rastrearan. De esa manera, Sawyer no tendría más remedio que enfrentarse a ellos. Volvieron a preocuparle las ganas que tenía de verlo. Y todas las cosas que sería capaz de hacerle.
Por suerte, la voz de Bex lo sacó de su propia cabeza.
—Vaaaya, el príncipe ha decidido bendecirnos con su presencia. ¿Cómo estás?
Si a Caleb le dieran un dólar por cada vez que le habían hecho esa pregunta, podría comprarse una casa.
Aquella broma le recordó a… Bueno, a ella. Le habría hecho gracia. Aquello lo entristeció un poco.
—Pensé que Iver seguiría por aquí —murmuró Caleb.
Al ver que ignoraba su pregunta, Bex suspiró. Siempre le hacía esa pregunta. Parecía tener la esperanza de que, algún día, él se abriría y por fin acabaría con la ley del hielo que se había impuesto a sí mismo durante esos meses.
—Se ha ido a este pueblo costero —señaló ella en el mapa—. Va a asegurarse de que la gente no ha visto nada raro. Gigantes trajeados, coches caros, algún lugar abandonado que de repente hayan comprado u ocupado…
—Sawyer jamás se iría a un pueblo.
—Por eso es una buena zona en la que buscar, ¿no?
Caleb sacudió la cabeza.
—Le da igual que lo encontremos, Bex.
—Pues se le da muy bien esconderse sin querer…
—Estará en un hotel de lujo, en un yate o en un puñetero avión privado. Y estará rodeado de lujos mientras elige a qué niños va a arruinarles la vida ahora que nosotros nos hemos marchado.
No esperó una respuesta; fue directo al sofá donde Kyran seguía tirando de los hilos de su pantera de peluche. Caleb no estaba muy seguro de dónde la había sacado, pero no la abandonaba ni para bañarse. Por eso estaba deshilachada por todos lados.
—No tires de ahí —le dijo Caleb con suavidad—. Vas a romperlo todavía más.
Kyran dejó que se lo quitara. Rara vez lo permitía, así que debió de darse cuenta de que su peluche estaba en peligro.
Caleb lo contempló. Era bastante feo. Parecía una pantera, pero estaba mal hecha y le colgaba una de las orejas.
—¿Tenemos agujas? —le preguntó a Bex.
—Sí, Mary Poppins. Están en la mesita. Aunque solemos usarlas para coser heridas.
Kyran entrecerró los ojos, como si le ofendiera que no consideraran grave la herida de su pantera.
Caleb tenía más experiencia con heridas que con telas, pero arreglar el peluche fue sorprendentemente fácil. Mientras recogía el hilo y volvía a coser la oreja, Kyran lo observaba con muchísima tensión. Tenía claro que, si le hacía daño a su pantera, iba a ganarse un enemigo de por vida.
—Podemos buscar en los hoteles —comentó Bex entonces, todavía pendiente del mapa—. Conozco unos cuantos de cinco estrellas. Supongo que te refieres a esos, ¿no?
—Los hoteles están demasiado vigilados; hay cámaras y seguridad por todas partes. Es demasiado arriesgado. Aunque estuviera ahí, te pillaría enseguida.
—Podría colarme por una ventana.
—Es una gran idea.
—¿A que sí?
—Sí. Sobre todo, la parte en la que sabes exactamente qué ventana y qué piso tienes que buscar. Y seguro que aciertas a la primera, claro.
Por los latidos de su corazón, Caleb estaba seguro de que Bex estaba a punto de saltar sobre él. Que solo ofrecía problemas y ninguna solución. Sin embargo, consiguió controlarse.
—Me caías mejor cuando no sabías lo que era el sarcasmo —masculló de mala gana, pero no insistió.
Últimamente, nadie se enfadaba con él. Podía parecer tranquilizador, pero era un poco frustrante. Se sentía como si fuera de cristal y todo el mundo estuviera aterrorizado con la idea de hacerle daño.
—Si tuviéramos a Axel… —murmuró Bex, más para sí misma que para los demás—. Podría hacerse pasar por un trabajador del hotel.
—Jamás le daría la espalda a Sawyer.
—Ya… Pero, si supiéramos dónde está, quizá podríamos convencerlo. Necesitamos ayuda.
—Axel no es la solución a nuestros problemas. Y no vamos a convencerlo.
—Brendan lo haría.
Caleb estuvo a punto de clavarse la aguja en un dedo. Se quedó muy quieto, respiró hondo y volvió a emprender su trabajo. Kyran lo observaba con atención.
Si lo que sentía por Sawyer era odio…, para Brendan no se habían inventado todavía las palabras suficientes.
Habían hecho las paces. Habían vuelto a ser hermanos. Se apoyaban mutuamente. Y, justo cuando más lo necesitaba, desapareció. Se desvaneció la misma noche en que murió Victoria. Ni siquiera buscó a Caleb. No se preocupó por él. Tampoco había vuelto a dar señales de vida. No sabía si estaba bien, si estaba a salvo, si había conseguido escaparse. Ni siquiera estaba seguro de que hubiera sobrevivido al incendio, aunque lo creyera así.
Y Caleb, claro, se sentía estúpido. Se había creído el cuento de recuperar su relación. Se había quedado solo.
Al morir Ania, él sí que había estado presente para Brendan. Porque, por mucho que se odiaran, no dejaban de ser familia.
La familia se cuida siempre, incluso cuando no estás del todo de acuerdo con ella.
¿Dónde estaba Brendan ahora, que era cuando lo necesitaban?, ¿dónde estaba cuando hirieron a Bex?, ¿o cuando Iver tuvo que remontar aquel grupo él solito?, ¿o cuando se quedaron a cargo de un niño y de un gato, completamente desamparados?
¿Qué haría Brendan?, ¿eh?
Caleb no pudo contenerse.
—Espero que esté muerto.
Pese a que las palabras salieron de su boca, no fue consciente de haberlas pronunciado. Su única señal fue que Bex se volvió hacia él. Permaneció perpleja unos segundos.
—Esperaremos a Iver —dijo entonces, todavía un poco pasmada—. Cuando vuelva, veremos lo de los hoteles.
Caleb asintió en silencio.
Esos meses había estado muy alejado del mundo, pero especialmente de Iver. No por odio ni tampoco por miedo. Era… empatía, quizá. Sabía que Iver podía notar sus emociones. Que, al ser tan fuertes, no le quedaba más remedio que absorberlas. Su actitud, alrededor de Caleb, se volvía triste y decaída. Iver jamás le había dicho nada, pero el aludido sabía que era por su culpa.
Con un último giro de muñeca, contempló su obra de arte. La oreja de la pantera volvía a estar en su lugar. Nadie habría dicho que estaba cosida. Un poco más orgulloso de lo que le gustaría admitir, se la devolvió a Kyran. Este sonrió con amplitud.
—De nada —murmuró Caleb.
Kyran no hablaba, pero aun así se lanzó hacia delante y le dio un abrazo. Caleb esbozó lo más cercano que podía a una sonrisa.
Tan rápido como esta se había dibujado en su rostro, se disipó para transformarse, de nuevo, en una expresión sombría y triste.
Victoria
El sabor a sangre se había convertido en una sensación habitual. Había ocasiones en las que Victoria ni siquiera sentía el dolor de las heridas; se había acostumbrado tanto a ellas que ya formaban parte de su cuerpo.
Pero no era así. Y en ocasiones, después de los entrenamientos de Brendan, tenía que volver a la habitación por la noche y permanecer unos minutos en la ducha. Intentaba no llorar de la frustración ni del dolor, pero era complicado. Se conformaba con no hacerlo delante de él. Seguro que Brendan se reiría de…
El golpe en el estómago hizo que retrocediera varios pasos y perdiera el hilo de sus pensamientos.
Victoria tuvo la tentación de cubrirse la zona afectada, pero sabía que era una mala idea. En cuanto vio que la vara descendía sobre su cabeza, se las apañó para bloquearla con la suya.
—Céntrate —ladró Brendan, tan agradable como de costumbre.
Peeero… no siempre había sido tan cansino, ¿eh?
Victoria tenía pocos recuerdos claros; los primeros fueron en un árbol junto a una casa en llamas. Recordaba el rostro de Brendan y lo mucho que pareció alegrarse de que ella estuviera viva. Victoria tenía un disparo en el pecho del que no sabía cómo se había recuperado. Lo único que quedaba de él era la pequeña cicatriz. Le gustaba pensar que le estaba protegiendo el corazón.
También recordaba haber escapado de aquella casa en llamas con Brendan. De las palabras de él, relacionadas con tener que marcharse sin que los viera Sawyer. Después, moteles y lugares abandonados, y noches en los coches que habían robado por el camino. Capuchas siempre puestas, gorras y parones en zonas remotas para curar a Victoria. Ella pensó que aquello sería lo peor: las curas de la puñetera bala. El dolor era insoportable.
Pero todavía no sabía lo que sería el entrenamiento.
En cuanto pudo moverse sin dificultad, Brendan cambió las pomadas por sudor; las vendas, por una vara; y las horas de descanso, por una pistola. Y así empezó a entrenarla. Al principio fue suave, pero pronto se volvió mucho más estricto. Mucho más desagradable. Le gritaba, le hacía daño y le reprochaba cada fallo.
Victoria a veces sentía la tentación de salir corriendo y dejarlo solo, pero… ¿qué iba a hacer?
Además, aunque sintiera que odiaba un poco a Brendan, el entrenamiento daba sus frutos; se había enfrentado a unas cuantas personas que parecieron reconocerlos. Brendan decía que los mandaba Sawyer y que no podían saber que ella seguía viva. Todos estaban muertos, así que nadie se lo había reportado al tal Sawyer.
A él lo recordaba. No de forma muy clara; ni siquiera podría definir sus facciones. Pero recordaba un odio irracional e intenso. Y miedo. No solo por ella, sino también por otras personas. Miedo a que les hiciera daño.
No sabía qué personas eran aquellas ni por qué Sawyer querría dañarlas, pero estaba dispuesta a entrenar con Brendan para defenderlas.
De nuevo, él amenazó con darle con la vara. Victoria retrocedió varios pasos.
Se encontraban en un claro del bosque. El coche estaba aparcado a unos metros, junto al arroyo, y todas sus cosas se encontraban en el maletero abierto. Los rayos de sol se colaban entre las ramas de los árboles y Victoria los sentía como picaduras de mosquitos. Hacía mucho calor. No podía notarlo, pero sabía que tendría que hacerlo. Después de todo, era verano. Echaba de menos sentir la temperatura. Incluso echaba de menos sudar, aunque fuera un poco asqueroso.
Brendan estaba justo delante de ella. Se había quitado la chaqueta de cuero y le daba vueltas a la vara de metal con una mano. A veces, hacía esas cosas para presumir de sus habilidades. Victoria no lo soportaba.
Aunque… sí que intentaba imitarlo cuando no la veía. Podía no soportarlo y admirarlo al mismo tiempo, ¿verdad?
—Céntrate o te golpearé fuerte para centrarte.
Las palabras de Brendan hicieron que ella agarrara su vara con más fuerza. Qué rabia le daba que la amenazara. Y todavía más cuando tenía tan seguro que cumpliría con aquellas amenazas.
—Es que estoy aburrida —protestó Victoria.
Brendan le lanzó un golpe. Ella lo esquivó con habilidad.
—¿Te aburre que te pegue? —inquirió él.
—Me aburre que me entrenes como si fuera a entrar en una guerrilla, que nunca respondas a mis preguntas y que no me dejes hablar con nadie.
Victoria lanzó un golpe con todas sus fuerzas. Brendan lo paró como si espantara un mosquito.
Era una humillación tras otra.
—Puedes ir a la ciudad —dijo él tan tranquilo— y puedes no entrenar. Por lo que a mí respecta, deja que te maten.
—Si te diera tan igual, no estarías echándome una mano.
—Mi ayuda tiene sus límites, Victoria. Coloca bien los pies.
Molesta, ella volvió a alinear su cuerpo. Después, dijo:
—Ni siquiera sé por qué querrían matarme.
—Porque eres como un grano en el culo.
—Por lo menos, tengo personalidad y amigos.
—¿En serio? ¿Y cómo lo sabes si no recuerdas nada?
—Recuerdo algunas cosas. Como que estás amargado, por ejemplo.
—Pues soy el único amargado que te aguanta.
—Porque tu novia está muerta.
—Por lo menos, a mí me ha querido alguien.
Victoria se detuvo un momento y, furiosa, le lanzó un golpe en las costillas. Lo hizo con tanta fuerza como pudo. Y, por primera vez en mucho tiempo, acertó de lleno. Incluso sintió la vibración de las costillas de Brendan bajo la vara de metal.
Sorprendida por su propia habilidad, Victoria no reaccionó a tiempo. Y es que Brendan no se lo había tomado tan bien como ella. Cabreado, lanzó un golpe sin control alguno. Victoria sintió el impacto contra la mejilla. Fue tan duro que cayó de bruces contra el suelo. El sabor de la sangre se mezcló con el del barro. Se sintió humillada. Tanto que tuvo que contener las lágrimas de rabia y mantener la cabeza agachada.
A través de esas lágrimas, pudo divisar la silueta borrosa de las piernas de Brendan. Se había detenido ante ella y la señalaba con la vara. Esa misma que había provocado el latido horrible que le seguía cruzando la cara.
—No vuelvas a mencionarla —advirtió Brendan en tono amenazador.
En cuanto oyó que se alejaba de ella, Victoria golpeó el suelo con toda su rabia.
Una vez. Y otra.
Y otra y otra y otra…
Echaba de menos algo que ni siquiera sabía decir qué era. O alguien que no conseguía recordar.
Tras un último golpe, se incorporó y se limpió las lágrimas de rabia.
Tocaba empezar un nuevo día.