También empecé a aprovechar el tiempo de conducción. Va muy bien para esto. Moverte mientras piensas tiene algo que hace que se te ocurran ideas. Por eso Kevin J. Anderson, por ejemplo, dicta todos sus libros mientras hace senderismo. Usa un programa de dictado y así puede moverse mientras escribe. Conozco a más gente que lo ha intentado, y les funciona. A mí nunca me ha encajado, porque no pienso de palabra igual que sobre la página. Pero creo que podría entrenarme a mí mismo para hacerlo si de verdad quisiera.
Resumiendo, uno aprende a aprovechar cualquier momento. Así que un día, mientras conducía hacia algún sitio, mi esposa me dijo: «Sé cuándo estás pensando en una historia, porque si te digo algo saltas y me miras como diciendo: "Pero ¿qué haces? Con lo bien que estaba yo en Roshar. Ahora estoy en un monovolumen y no encuentro a mi spren"».
Y empecé a darme cuenta de que aquello podía apoderarse de todo. De que si establecía límites para contener la imaginación y estar con mi familia cuando debía estar con ella, mi vida mejoraría. Así que me prohibí a mí mismo trabajar en mis libros entre las cinco y media de la tarde y las nueve de la noche. Da igual si tengo tiempo libre. Da igual si mi familia no está en casa o lo que sea. Tengo esa barrera bajada y a mi vida le ha sentado estupendamente. Porque también es bueno salir al mundo real. La gente nos acusa de vivir en mundos de fantasía. No lo comprenden. No es que perdamos la pista al mundo real. No es que tengamos una especie de esquizofrenia que nos impida distinguir entre las alucinaciones y la realidad. Lo nuestro no es eso. La gente no deja de decirlo, y me molesta porque no es cierto. Estoy construyendo algo, creando algo. Es una tarea muy absorbente, y también muy gratificante. Pero no por ello olvido el mundo en el que vivo, aunque, si alguien me interrumpe, ponga cara de enfadado porque en realidad me molesta un poco que me saquen de la conexión genial que estaba haciendo entre dos partes distintas de mi historia. Esa barrera que establezco me permite salir, llevar mi vida como debo, interactuando con otras personas, y luego me noto muy despejado cuando me pongo a escribir de nuevo.
Ese es el motivo de que haga dos sesiones. En parte es porque no me gusta madrugar, que para algo soy escritor. No me dedico a esto para tener que levantarme a las ocho de la mañana. Me levanto a mediodía. Cuando sale el tema, la gente suele comentar: «Ah, eso lo aprendiste cuando hacías el turno de noche», como si todos esos años trabajando a deshoras me hubieran cambiado y ahora tuviera que soportar la vida con el horario cambiado. En absoluto. Ya era así antes de trabajar de noche. Siempre me ha gustado estar despierto a esas horas, cuando la gente me deja tranquilo.
Así que hacer dos sesiones —una entre la una y las cinco de la tarde y luego otra entre las diez de la noche y las dos de la madrugada— me va muy bien para escribir porque tengo ese tiempo en medio que me refresca y me relaja. Me permite hacer otras cosas. Y luego, cuando vuelvo a sentarme para escribir, estoy entusiasmado por empezar otra sesión de cuatro horas. Recomiendo averiguar, y al menos comprender, en qué puede afectar algo así a las personas que os rodean, y también dar pasos, que no tienen por qué ser los que di yo, para aseguraros de que no os consume hasta el punto de incapacitaros para mantener unas buenas relaciones.