Cherry Chic vuelve a casa por Navidad: así comienza «Inesperadas navidades», su nueva novela
Las Navidades no son Navidades sin una comedia romántica de Cherry Chic. Este año volvemos al Hotel Merry de la mano de «Inesperadas navidades», editado por Montena y que estará disponible en librerías y plataformas digitales el próximo 17 de octubre de 2024. A continuación os adelantamos los dos primeros capítulos, con Asher y Avery como protagonistas. ¿Preparados para otra blanca navidad?
Inesperadas navidades, el nuevo libro de Cherry Chic, estará disponible el 17 de octubre de 2024, pero puedes adquirirlo en preventa pinchando en este enlace.
1
Avery
Noah señala la pantalla torcida sobre la que reproduce un PowerPoint e intento contener un bostezo. No importa cuántas veces le digamos que no necesita hacer eso y que puede, simplemente, decir lo que quiere. A él le encanta enseñarnos un montón de gráficos y números capaces de marear a cualquier ser humano.
Intento que mi cara de aburrimiento no sea demasiado evidente. Me recuerdo que mi jefe no tiene la culpa de que yo lleve semanas sin dormir bien. Además, Noah no es solo mi jefe, también es un gran amigo. Heredó hace un par de años el hotel de Greenwich Village en el que trabajo y ya mucho antes intentaba por todos los medios hacer lo mejor para el negocio, pese a lo joven que es. Que le encanten las reuniones aburridas es un mal menor para todo el bien que ha hecho por este sitio.
—Tus abuelos deben de estar muy orgullosos —suelto.
Varios pares de ojos me miran con distintos grados de expresiones y confusión. Noah frunce el ceño, pero no es él quien habla, sino Olivia, que además de ser mi compañera en la recepción del hotel, es una buena amiga y la novia de Noah.
—¿Estás bien? Pareces cansada.
—Noche movida —murmuro como única respuesta.
—Ah, ¿sí? Ya somos dos. Si quieres, luego quedamos y nos lo contamos todo con detalle —dice Asher guiñándome un ojo.
Asher es un gran amigo y compañero. Y también es la última persona del mundo a la que le contaría por qué no puedo dormir. De todos modos, daría igual, porque él solito ha interpretado que es porque he estado teniendo sexo salvaje. Y sé que lo piensa porque me apuesto una mano a que es lo que ha estado haciendo él toda la noche. No hay más que ver que hoy no ha tenido tiempo ni de peinarse. Por cierto, desde hace unos días, noto que lleva el pelo más largo que de costumbre.
Luce oscuras ojeras en contraste con el tono azul grisáceo de sus ojos, pero estoy segura de que, cuando se las ve, sonríe como un idiota al espejo porque sabe qué las ha causado.
Intento concentrarme. No es el momento de seguir el hilo de mis pensamientos y ponerme a continuación a pensar en mis propias ojeras. Noah tiene que terminar con el PowerPoint y entonces será el turno de que todos hablemos para aportar o sugerir algo. Ese será mi momento. Lo he memorizado muchas veces. Muchas. Muchísimas. No hay nada que pueda ir mal.
Llevo años trabajado en el Hotel Merry como recepcionista. Ha sido, en realidad, mi único trabajo serio. Estuve un tiempo como camarera en una cafetería, pero el ambiente entre compañeros era tan tóxico que, en cuanto pude, me largué.
Conozco a mis compañeros y compañeras. He hecho buenos amigos aquí y me he sentido arropada en incontables ocasiones. Esta no va a ser menos. Lo más importante ya lo tengo: un jefe que se preocupa por las personas que trabajan para el hotel. No puedo decir que seamos un simple número para Noah. Sus abuelos le enseñaron muy bien cómo hacerlo antes de jubilarse y su calidad humana hizo el resto. No va a tomarse a mal que quiera descansar un poco de una parte de mi trabajo que, de todos modos, me adjudiqué yo sola.
Empecé a retransmitir en redes sociales la vida en el hotel hace años, cuando Nicholas y Nora, los abuelos de Noah, idearon un calendario de actividades para la Navidad. Al principio era algo divertido, no lo hacía de un modo profesional ni mucho menos. Solo quería que la gente viera, igual que yo, lo entretenido que podía ser un día en el Hotel Merry. Ofrecí al público diversión, dramatismo e, incluso, una historia de amor, porque Olivia y Noah se enamoraron frente a mi cámara, aunque ninguno de los dos quiera reconocerlo ni me lo hayan agradecido nunca. Me sentía orgullosa de mostrar la vida tal y como era y, cuando los seguidores empezaron a llegar, sentí que tenía un propósito. Ganaba dinero mientras hacía algo que me gustaba, y eso fue increíble. Pero han pasado casi tres años y, bueno, creo que es hora de dejarlo. No hablo de desaparecer, pero de alguna forma lo que empezó como un modo de viralizar el hotel ha acabado viralizándome a mí con él. Ahora, cuando alguien me saluda en la recepción por mi nombre, no lo hace por la placa que llevo en la chaqueta, sino porque saben perfectamente quién soy, dónde trabajo e, incluso, dónde vivo. Y eso, que antes no me preocupaba, de pronto empieza a ahogarme de un modo que no puedo explicar.
—Bien, esta parte ya está explicada.
Concentro mi atención en Noah, el PowerPoint ha acabado, así que enderezo la espalda y me preparo para hablar en cualquier momento. Estoy a solo unos segundos de priorizarme a mí misma de una vez por todas. Aparcar las redes sociales y venir a trabajar sin estar pendiente del teléfono de un modo constante suena tan bien que sonrío, un poco por inercia y otro poco por la ilusión de lo que viene.
La reunión acaba, mis compañeros empiezan a salir de la sala y, cuando me estoy preparando para hablar con Noah a solas, este frena a Asher antes de que se vaya.
—Cierra la puerta y quédate, por favor, hay algo que quiero hablar con vosotros.
Intuyo que en ese «vosotros» entro yo, porque la otra persona que hay aquí es Olivia y parece estar al tanto de lo que sea que su novio tenga que decir.
Vuelvo a sentarme junto a Asher y observo cómo nuestro jefe apunta de nuevo a la pantalla y comparte desde su teléfono un collage con unas fotos que despiertan mi curiosidad y, de un modo instintivo, me tensan aún más.
—Como ya sabéis, hace unos meses decidimos adquirir un hotel rural en Vermont, más concretamente en Silverwood, un pequeño pueblo del condado de Lamoille. Ya hacía un tiempo que pensábamos que sería bueno expandirnos y, después de pasar unos días allí el invierno pasado, acabamos enamorados del lugar.
Es una manera bonita de decir que Olivia y él se fueron el invierno pasado de escapada y volvieron a casa con la reserva de compra de un sitio que, al parecer, les gustó muchísimo. Recuerdo que bromeé con mi amiga acerca de lo bien que se había tenido que dar el sexo si Noah estaba dispuesto, incluso, a comprar el hotel para preservar el recuerdo.
Obviamente no fue del todo así, pero la verdad es que hoy por hoy sé poco de ese asunto. Olivia me dijo que los dueños pasaban por apuros económicos y que Noah había decidido comprarlo después de pedir una hipoteca e invertir todos sus ahorros. Sabía que mi jefe no era pobre, desde luego, pero tampoco lo había considerado rico hasta ese momento. Sus abuelos se mostraron entusiasmados con la idea de expandir el apellido Merry. A mí, hasta hoy, me ha dado un poco igual todo este asunto. Quiero decir, no es algo que me afecte, pero ahora mismo, viendo a mi amigo sonreír de un modo tenso y nervioso, empiezo a sentirme exactamente igual que él, tensa y nerviosa, porque no entiendo a qué viene sacar el tema ahora y qué hacemos Asher y yo en esta reunión.
—No voy a andarme con rodeos. —Noah se mete las manos en los bolsillos y se balancea sobre sus talones—. El negocio no va bien. Los antiguos dueños siguen ocupándose de él, pero empiezan a ser mayores y no pueden hacerse cargo de todo. Además, están teniendo problemas para aceptar mi visión del negocio.
—¿Es una manera suave de decir que te odian? —pregunto.
—No sé si «odio» es la palabra que define lo que sienten por mí, pero desde luego no es aprecio. Creo que están demasiado acostumbrados a ir por libre. No siento que haya una comunicación clara. Yo no puedo estar viajando constantemente para controlar el negocio, es inútil y no serviría. Lo más probable es que acabase desatendiendo los dos hoteles por intentar ocuparme de todo, así que, después de mucho meditarlo, he llegado a la conclusión de que necesito estar allí, pero sin estar.
—Tío, no te sigo —Asher pone palabras a mis propios pensamientos.
—No puedo dejar este hotel. Es el principal, necesito estar aquí para controlarlo todo, pero me iría genial tener allí a alguien de mi total confianza. Alguien que fuera capaz de gestionar aquello y ser completamente sincero conmigo acerca de la situación actual, porque creo que los trabajadores de allí, e incluso los antiguos dueños, mienten acerca de algunas cosas.
El modo en que mira a Asher me da la respuesta inmediata. Por desgracia, la rapidez mental de mi amigo solo se activa a la hora de ligar.
—Entiendo… —dice antes de mirar a Olivia—. Lo harás genial. Y no te preocupes, yo vigilaré a Noah todo el tiempo que estés allí para que no se descontrole.
—¿Qué? Yo no voy a irme, Asher —dice mi amiga.
—¡Pero si ha dicho que necesita a alguien de su entera confianza!
—Sí, pero no será mi novia —contesta Noah—. Había pensado en ti, Asher.
Este lo mira muy serio un instante antes de romper a reír.
—Tienes que estar de broma.
—No lo estoy.
—¡No sé nada de dirigir hoteles!
—Claro que sí, has aprendido mucho en los últimos tiempos. Hace tres años eras camarero y hoy eres el encargado del restaurante.
—¡Eso no es lo mismo que ser gerente de un hotel! Y Silverwood, o como cojones se llame ese sitio, está… ¡Está muy lejos, tío! Demasiado lejos. No cuentes conmigo.
—Asher, es una oportunidad única. Tu sueldo irá en base a tus nuevas responsabilidades; además, siempre dices que a veces sientes que incluso Nueva York se te queda pequeño.
—¡Por eso! Imagina cómo se me quedará un pueblucho perdido en Vermont. Paso, Noah. No soy una buena opción. Además, mírame: ¡no tengo pinta de jefe respetable!
En eso tengo que darle la razón. Cuando lleva el uniforme puesto, Asher puede dar el pego, pero ahora mismo, con un vaquero gastado y roto y una sudadera que ha vivido mejores tiempos y se nota, no da la imagen de un jefe respetable.
—Te compraré algunos trajes.
—¡No quiero que me compres trajes! No soy tu novia, a mí no me contentas con ropita, joder.
—¡Eh! A mí tampoco —se queja Olivia.
Se me escapa la risa, pero Asher me mira tan mal que me contengo al instante.
—Perdón, perdón. Venga, Asher, será interesante para ti. ¡Toda una aventura! —le digo intentando animarlo.
—¿Eso crees? ¿Que será una aventura?
—Sí, ¿por qué no? Te irá bien cambiar de aires.
—Vete tú, entonces. Me río, pero solo hasta que reparo en la cara que tiene Noah.
—En realidad… —dice este.
—No —lo corto antes de que siga.
Que yo sea la otra persona que está en esta sala es malo. Yo sabía que era malo, pero empiezo a intuir en qué medida, y no me gusta.
—Pensamos que, con Asher al mando y tu mano en las redes sociales, haríamos un tándem perfecto.
—Noah…
—Venga, Avery. Este hotel es mucho más visible para los turistas gracias a ti. Levantaste una comunidad de la nada y lo hiciste genial. ¿No te parece emocionante conquistar a tu público con contenido nuevo? Piensa en ello. Un hotel rural con cabañas para parejas y familias. Nieve, esquí, naturaleza… ¡Es todo un reto!
—Noah…
—Asher y tú sois las personas en las que más confío, después de Olivia. Estoy seguro de que, con vosotros allí, es cuestión de tiempo que el hotel vaya como la seda. Siempre dices que eres una chica de retos, ¿no? Aquí tienes uno inmenso, Avery. ¿De verdad vas a rechazarlo? —Quiero decirle que sí, que por supuesto que voy a rechazarlo porque, de hecho, no quiero que mis retos sigan estando ligados a las redes sociales, pero Noah me mira de un modo que hace que me resulte difícil negarme—. Te necesito. Os necesito a los dos, chicos. No confiaría algo tan importante para mí a nadie más que a vosotros.
Trago saliva y miro a Asher, que tiene la mirada puesta en su mejor amigo de un modo tan frío y rencoroso que me tensa.
—¿Por cuánto tiempo? —pregunta.
—Bueno, estamos en noviembre y la idea es conseguir visibilidad para las reservas de Navidad. Sé que vamos justos de tiempo, pero si logramos aumentar aunque sea un poco la productividad, será suficiente. Luego trabajaremos con calma durante todo el año para que, las próximas Navidades, el hotel haya dado un giro radical.
—¿Cuánto tiempo, Noah? —vuelve a preguntar, aunque este ya le haya dado la respuesta.
—Un año como mínimo —dice nuestro jefe antes de mirarnos con ojos del gatito de Shrek—. Si en un año el negocio va bien y anda solo, plantearemos la opción de que volváis aquí, si es lo que queréis. Pensad en la oportunidad que esto representa, chicos.
—Y en las bonificaciones —añade Olivia—.
Por supuesto. —¡Claro! Pensad en las bonificaciones. El aumento de sueldo será significativo y haremos que esto sea rentable para vosotros. Cubriremos vuestros gastos en cuanto a vivienda y comida. Prácticamente todo lo que ganéis será para vosotros. ¿Qué me decís, chicos? ¿Me ayudáis a hacer que el Hotel Merry se expanda un poco más?
Podría haber dicho que no. Debería haber dicho que no, maldita sea, pero Noah sabe jugar sus cartas muy bien. Me mira de tal modo que se me hace imposible dejar de pensar en todas las veces que me ha ayudado, aun cuando no era su obligación. Ha sido siempre un gran jefe, pero, más allá de eso, ha sido un gran amigo.
Y quizá, después de todo, un cambio de aires radical sea igual de efectivo que despedirme de las redes sociales. De hecho, aunque mi mente vaya a toda velocidad, parece coherente pensar en ello. No puedo olvidarme de las redes, pero puedo cambiar radicalmente de escenario y, cuanto más pienso en alejarme de esta ciudad y de todo lo que ha representado para mí en los últimos tiempos, más apetecible se vuelve la idea.
—Me quedo tu jeep —dice Asher de pronto.
—¿Qué?
—Si vamos a hacer esto, quiero tu jeep. Conduciremos hasta Vermont y me lo quedaré todo el tiempo que esté allí.
Noah mira a Asher como si quisiera estamparlo contra la pared. Adora ese jeep. Posiblemente sea la tercera cosa que más quiere después de Olivia y sus abuelos. No me preguntes por qué. Mi conocimiento sobre coches solo sirve para contarte que es blanco, tiene unas ruedas enormes y los asientos más cómodos que he probado nunca.
—Oye, Asher…
—Está bien —dice Olivia, interrumpiendo a Noah—. Puedes llevarte el jeep.
Nuestro jefe asume la derrota intentando que no se note en su cara lo mucho que le jode esa decisión final. Asher me mira antes de guiñarme un ojo y sonreír, aunque sea de un modo un tanto falso y forzado.
—¿Qué me dices, rubia? ¿Lista para conquistar Vermont?
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2
Asher
El jeep Wrangler de Noah es blanco, precioso y, pese a tener dos puertas, tiene asientos traseros y espaciosos. Tampoco necesitamos más porque en el viaje solo somos dos personas: Avery y yo. Repito: el jeep es más que suficiente. Cómo demonios ha conseguido Avery llenarlo hasta el techo y que mi única maleta, bueno, mi única mochila, no quepa es algo que escapa completamente a mi entendimiento.
—¿Me estás diciendo que necesitas una maleta solo de zapatos? ¿De verdad? —pregunto mirándola mientras ella cruza los brazos sobre el pecho y arruga la frente.
—Por supuesto.
—¡Vamos a Vermont, Avery! Lo único que necesitas son botas de nieve.
—Pues de eso precisamente no tengo.
—¿Y qué cojones llevas ahí entonces?
—Zapatillas, tacones, botas bonitas.
—Botas bonitas.
—Sí.
—Para Vermont.
—¿Están prohibidas las botas bonitas en Vermont?
—No, no están prohibidas, pero son inútiles.
—¿Por qué?
—¡Porque te conozco! Y seguro que son botas con un tacón de infarto.
—Claro, bonitas.
—¡E inservibles! Eso se queda.
—No, ni hablar.
—Avery, tengo que meter mi mochila, ¿entiendes? ¡Lo llevo todo ahí!
—Eso es raro, lo sabes, ¿no?
—¿El qué?
—Que todas tus pertenencias quepan en una mochila.
—No es raro. Es ser práctico y llevar solo lo imprescindible. Aunque, viendo esto, es evidente que el concepto no te suena.
—Conozco esos conceptos, Asher. Aquí va lo más importante de mi vida para sobrevivir un año en Vermont. He mandado a casa de mi hermana el resto de las cosas porque he tenido que dejar el piso de alquiler en el que vivía y no podía llevármelo todo.
—¡Yo también he dejado mi piso!
—¿Y a quién le has mandado tus cosas?
—Estas son mis cosas, Avery —repito.
Ella me mira como si estuviera completamente loco. Decido que lo mejor es ignorarla. Normalmente nos llevamos superbién. Es una persona en la que confío y eso, en mi caso, es raro. De hecho, creo que, aparte de Avery, solo confío en Noah. Bueno, y por extensión en Olivia, aunque al principio nos lleváramos mal.
El caso es que Avery es una gran amiga y no solemos discutir, pero es que esto es una locura.
Cojo una maleta pequeña al azar y, pese a sus protestas, la abro. Está llena a rebosar de maquillajes, máscaras de pestañas, pintauñas y un sinfín de barras de labios.
—¿Esto es importante para sobrevivir un año en Vermont? O sea, ¿no has pensado que ibas a necesitar botas de nieve, pero llevas cuarenta pintalabios?
—Los pintalabios me hacen sentir bien, así que, sí, se quedan. Las botas las compraré allí. No quería sobrecargar el jeep.
—¿Que no querías…? —Observo de nuevo el coche de Noah lleno hasta los topes—. Hombre, pues gracias. No quiero imaginarme lo que habría pasado si llegas a querer.
—De nada. Y por tu mochila no te preocupes, puedo llevarla yo en los pies.
—Qué considerada —respondo con ironía.
No lo pilla. O hace como que no lo pilla. Me dedica una sonrisa radiante, de esas que destina a su público y a la gente del hotel, o a cualquiera que no sepa que es una sonrisa tan falsa como los billetes de tres dólares. A mí no me la da, ella lo sabe y yo también, pero no me apetece discutir, el día está empezando y se avecina un camino muy largo. Es mucho mejor que vayamos los dos de buenas, así que cedo, meto mi única mochila en los pies de ella, que eleva las piernas como si estuviera haciéndome el favor de mi vida, doy la vuelta al coche y me siento tras el volante.
—¿Lista para emprender esta gran aventura?
—No lo sé. ¿Tú estás listo?
No, joder. No estoy ni siquiera cerca de estar listo, pero no voy a decirle eso, porque sería como admitir que algo en esta decisión me sigue chirriando, así que le guiño un ojo, arranco el coche y hago rugir el motor.
—Yo nací listo, rubia.
—Eres tan chulo.
Se ríe, no de un modo coqueto, como la mayoría de las mujeres que conozco. Se ríe a carcajadas, como lo hacen Noah u Olivia. No de mí, sino del ego que me envuelve a veces.
—He preparado una playlist increíble —le digo.
—No lo dudo, pero tendrá que esperar.
—¿A qué?
No necesita responderme. Avery se saca el teléfono del bolsillo, lo inserta en el trípode de mano que va con ella a todas partes y, antes de poder darme cuenta, inicia un directo en TikTok. Todavía recuerdo las primeras veces que hacía esto. Había ocasiones en que la gente que se conectaba no llegaba a la veintena. Ahora, en cuestión de segundos tiene miles de personas pendientes de sus palabras.
—¡Hola, familia virtual! Aquí va la primera parte de la sorpresa que os prometí hace días. ¡Me mudo! Y no lo hago sola, sino con un chico que ya conocéis muy bien y, de hecho, me consta que tiene su propio grupo de seguidores. —Me enfoca con la cámara y suelta una risita por algo que ha debido leer en pantalla—. ¡Exacto! Asher me acompaña en esta nueva aventura que nos saca de Nueva York para llevarnos por un tiempo a vivir en un lugar de ensueño que todavía no podemos desvelar. Pero tranquilos, porque iré retransmitiendo algunos ratitos y, cuando lleguemos y nos acomodemos, haremos vídeos para enseñaros nuestro nuevo hogar. No, @monica, no hemos dejado definitivamente nuestro trabajo, pero se avecinan cambios importantes que aún no podemos desvelar, así que lo mejor que podéis hacer es estar atentos a las redes. ¡Sí, @Janet.435433! Por supuesto que lo iremos contando todo. ¿Acaso no confiáis en mí?
La conversación se alarga casi una hora y, si bien es cierto que no suele molestarme este otro trabajo de Avery, me aburre un poco cuando me siento atrapado con ella y su cámara. Yo no soy muy de redes sociales. Tenía una cuenta en Instagram, pero, desde que una vez subí una foto y dos chicas se pelearon porque descubrieron que se habían acostado conmigo la misma noche, decidí que hay cosas que prefiero mantener en mi intimidad.
Aun así, no me importa que Avery me grabe porque siempre lo hace en el trabajo, o cuando hemos estado en alguna fiesta. Por lo general, cuando el ambiente se vuelve más personal, guarda el teléfono sin que nadie tenga que pedírselo.
Esta vez, en cambio, sí que le doy un toque disimulado en la cadera que interpreta a la primera. Se despide de sus seguidores y les promete volver a conectar pronto. Nunca dice cuándo para no comprometerse. Así puede manejar los horarios a su antojo y, como sabe que, conecte cuando conecte, tendrá público, puede permitírselo.
—Perdona, a veces me pongo a responder preguntas y el tiempo se me pasa volando.
Por el modo en que se estira en el asiento y se masajea su cuello, creo que miente, pero me cuido mucho de decirle lo que pienso.
—Tranquila, es que no quiero que vean los carteles y averigüen nada antes de tiempo.
—Bien pensado —murmura.
—¿Quieres que paremos a tomar un café?
—Solo llevamos una hora de camino.
—Necesito estirar las piernas. —Asher, nos quedan como cinco horas para llegar; y eso solo si tenemos suerte con el tiempo. ¿Ya quieres empezar a parar?
—Me hago pis.
Avery se ríe, pero asiente y señala la carretera.
—Está bien, sal en la próxima señalización de un área de servicio. Si quieres, puedo conducir un rato.
—Tú conduces como el culo.
—¡No es verdad!
—Lo es. Hay cosas que se te dan bien, como la gente, las redes sociales, vender lo que sea, hacer papeleo típico de recepción y estar preciosa con todo lo que te pones. Hay cosas que se te dan mal, como conducir. Y hay cosas que se te dan prácticamente como una desgracia, como patinar.
—Gracias por recordármelo.
—De nada. Haremos lo siguiente: pararemos, tomaremos un café, haré pis y luego me dejarás ponerte mi playlist porque de verdad que es muy buena.
—Estás tan intenso con la playlist que empiezo a sospechar que es una mierda.
—¡Te prometo que no!
Ella suspira y hace un poco de teatro, como si se estuviera preparando para hacerme el favor de mi vida. Al final asiente y se retrepa en el sillón.
—Vale, no insistiré con lo de conducir y dejaré que me pongas tu música, pero tú pagarás todos mis antojos de aquí a que lleguemos a Vermont.
—Cuenta con ello.
Debí suponer que era mala idea. Hace años que conozco a Avery, sé bien lo mucho que disfruta comiendo, sobre todo cuando está nerviosa, y es evidente que este viaje la tiene nerviosa, igual que a mí, aunque ninguno de los dos vaya a reconocerlo.
Paramos en la primera área de servicio que vemos y, después de comprobar lo que me cuesta el chocolate, las patatas, el café con caramelo, los regalices y el paquete de chicles de Avery, empiezo a plantearme dos cosas: una es dejarla conducir, pero deshecho esa idea en cuanto recuerdo cómo fue la última vez que subimos a un coche manejado por ella. La segunda es intentar obligar a mi vejiga a aguantar lo máximo posible para no tener que parar cada maldita hora porque, a este ritmo, me arruinaré antes de que consigamos llegar a Vermont.
Vejiga llena, cartera llena.
Vejiga vacía, cartera vacía.
La decisión está clara, pero no por eso resulta más sencilla.
Este viaje va a ser muy muy muy largo.