«Lujuria. Libro 2», de Eva Muñoz: así empieza la segunda parte de «Pecados placenteros 2»
Aquí tenéis los dos primeros capítulos de «Lujuria. Libro 2», la segunda parte de la saga «Pecados placenteros 2», el esperadísimo regreso de Eva Muñoz. Editado de nuevo por Montena dentro de la colección Wattpad, el título estará disponible en librerías y plataformas digitales desde el 5 de diciembre de 2023.

Lujuria. Libro 2 (Pecados placenteros 2), de Eva Muñoz: puedes adquirirlo en preventa pinchando en este enlace.
55
El peso de los inocentes
Rachel
Hong Kong, República Popular China
El personal médico se pasea con batas blancas a lo largo del espacio. Aterricé hace unas horas y me vine hacia aquí, donde lo único que se respira es angustia. Aún no hemos tenido ningún tipo de noticia positiva; y entiendo por qué la gente dice que los hospitales son sitios donde sufre, tanto el enfermo como el que está a la espera de información.
Gente de distintos países aguarda al igual que nosotros, unos sentados y otros en los balcones de la sala de espera. Miriam no deja de aferrarse a su hermano mientras que él, con los ojos cerrados, la abraza en la silla. El estado de Ernesto es crítico y lleva horas en el quirófano.
Me gustaría hacer algo más que quedarme sentada, pagué por el mejor equipo de médicos y para que todo se hiciera lo más rápido posible; si pudiera colaborar en algo más, no lo dudaría, pero no se puede y todo está en manos de los profesionales.
Miro la hora, le pregunto a Stefan si necesita algo y con la cabeza me indica que no. Siete horas se suman al reloj, nadie come ni bebe nada, la impaciencia crece por momentos y cesa cuando uno de los médicos aparece.
Stefan se levanta como un resorte, junto con la hermana, y los sigo a ambos al puesto del médico.
—Lo siento mucho —informa el neurocirujano de uniforme celeste—. Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos, pero el aneurisma provocó la ruptura de la arteria y fue imposible evitar la hemorragia interna masiva que desencadenó. Esta pérdida de sangre causó un shock hemorrágico, por lo que su corazón no pudo bombear la suficiente sangre para satisfacer las necesidades de su cuerpo. Esto llevó a una falla multiorgánica y, lastimosamente, falleció.
Mi pecho se comprime con la frustración que se hace presente, con la impotencia que surge al saber que por más que lo intentaste no se pudo. El grito de Miriam desata las lágrimas; el alarido es fuerte y profundo, para quien lo oye le es fácil deducir que has perdido a la persona que amas.
Stefan intenta consolarla, pero ella se niega a aceptar la realidad.
—¡Por favor! —Se aferra a las solapas de mi chaqueta—. Pide que hagan un último intento. —Cae a mis pies—. ¡Un último intento! ¡Puedo trabajar para ti toda la vida! ¡Por los ángeles, por mi madre, por todos los que ahora yacen en el cielo, te suplico que me ayudes a traerlo de vuelta!
Miro al médico, que sacude la cabeza. La muerte de un ser querido es un dolor que arde demasiado, la impotencia que se siente es algo que no le deseo a nadie.
—Lo siento, yo… —Trato de levantarla y a mi mente acuden imágenes mías de hace dos años, lidiando con lo mismo cuando murió Harry.
Stefan se va sobre ella y la abraza en el piso, llora la pérdida con el mismo dolor que la hermana y me da la misma lástima. Ernesto era su cuñado, una persona que estuvo con él durante años. Los gritos no cesan, la hermana se revuelca en el suelo hasta que se desmaya y el personal médico se ve obligado a intervenir; se la llevan y dejo que el soldado se arroje a mi pecho, lo abrazo con fuerza cuando solloza sobre mi hombro.
—Lo siento tanto… —Es lo único que logro articular.
La atmósfera se torna gris, los Gelcem no tienen ánimos para nada y soy yo la que se ocupa de todo: pago el traslado del cuerpo de Hong Kong a París, compro los tiquets que se requieren para irnos y corro con todos los gastos que conlleva volver a Francia.
Los trámites y el vuelo nos toman casi dos días. Los niños del orfanato no se toman bien la noticia. El llanto de Miriam es algo constante y el hermano se mantiene ido y distante, la única persona que se muestra fuerte es Cayetana, la tía de ambos, a quien ayudo en todo lo que puedo.
Está a cargo de catorce niños que han perdido a quien era como su segundo papá.
Recibo a los amigos allegados que acuden para las honras fúnebres. No son muchos, pero tratan de dar consuelo. El sepelio de Ernesto se lleva a cabo un día después, bajo del árbol donde me senté hace unos meses con Stefan, quien ahora no tiene cabeza para nada.
El tiempo parece no transcurrir. Los allegados se van y el soldado se niega a hablar conmigo en los dos días que siguen, la hermana es otra que no quiere salir: cada uno permanece en su alcoba en lo que yo trato de mitigar la tristeza de los niños sacándolos a pasear.
Cenamos en un restaurante de comida china y no sé qué pequeño está más desanimado… El entusiasmo no se les sube ni con las golosinas y juguetes que les compro. Doy un paseo con ellos, y al volver a casa me pongo a hablar con mis padres y con Luisa, quien me pone al tanto de todo.
Otro general murió en los muros del comando de un infarto, y eso me dispara la tensión arterial. El lanzamiento de la campaña del coronel fue un éxito gracias a Gema, el saberlo arruina mi noche, me la imagino pavoneándose y hablando como una idiota.
—Te llamo después —le digo a Luisa, quien intenta darme detalles.
—No te he contado todo.
—No quiero saberlo. —Cuelgo.
Me jode que se le permita estar en todo. Me voy a la cama, enojada. En la mañana la amargura no me deja desayunar, la tarde llega y, desde el porche trasero de la casa, veo cómo Stefan sale y se pierde con su hermana en el campo de tulipanes.
—Siempre han estado muy unidos —comenta Cayetana a mi lado—. Ernesto estuvo con Miriam desde muy joven, fue un muy buen esposo, padre y cuñado.
Me arden los ojos, no era nada mío; sin embargo, he sentido su pérdida. Los Gelcem son personas que no le hacen daño a nadie y se caracterizan por el buen corazón que tienen.
—Ahora no estamos bien, pero tenga presente que con nosotros podrá contar siempre —me dice la tía de Stefan—. Agradezco mucho todo lo que hizo, la intención de ayudar es algo que Dios siempre tiene en cuenta.
Suspiro y asiento, me aprieta el hombro, la miro, el cabello negro que trae recogido deja ver una que otra cana.
—¿Le apetece un café?
—Sí, gracias.
La sigo al otro lado de la casa, acomoda una mesa en el porche con vista a la carretera, se devuelve por el café y tras unos minutos de espera, trae la infusión.
—Lo acabo de hacer —avisa sonriente.
Tomo la taza humeante y le doy un largo sorbo a la bebida mientras ella enciende un cigarro.
Londres me preocupa, hay tantas cosas por hacer todavía que cada vez que me acuerdo me da taquicardia. Me termino el café y dejo la taza sobre el plato. Cayetana clava los ojos en el pocillo y no sé por qué me siento incómoda cuando pierde la vista en él.
—¿Quiere que lo lave? —Tomo el vaso y pone su mano sobre la mía para que me detenga.
—No —niega—. Déjelo.
Apaga el cigarro y toma la taza que observa con el entrecejo fruncido.
—Hace siglos existieron muchas criaturas mitológicas: elfos, bestias, dioses, demonios, ángeles, ninfas, duendes, hadas… En la actualidad, muchos tienen el privilegio de proceder de una línea superior, única, excepcional. Hay descendientes de demonios, bestias, dioses malévolos, ninfas y demás —comenta—. Esto me dice que usted viene de la línea de las ninfas.
Se concentra en la taza.
—Es una mujer hermosa, apetecida, fuerte y benevolente.
Suelto a reír, me caen bien las personas que creen en lo sobrenatural y siempre están contando historias que emocionan. La abuela de Stefan era gitana y por lo que tengo entendido en su cultura se ve mucho este tipo de creencias.
—Tiene a su madre viva, a su padre y a sus dos hermanas —continúa—.
Es la mayor de las tres, es muy amada por todos.
—¿Stefan le contó?
—No, lo dice aquí en la taza —contesta, y estiro el cuello tratando de entender cómo lo ve.
—¿Puede ver si el marido de mi mejor amiga le está siendo infiel o algo así? Verá, hace unos días me comentaron algo que…
—Tendrá mucho poder, pero también mucho dolor. —Alza la mano para que escuche—. La veo feliz, pero luego triste, apagada. Vendrán muchas alegrías, festejos; no obstante, esa felicidad tendrá un precio alto. —Arruga las cejas—. Su camino no será fácil.
Mira la taza de una forma que me aterra.
—¿Cómo?
—En la antigüedad, las ninfas eran esposas de seres poderosos, y eso conlleva muchas cosas, fueron mujeres muy asediadas y perseguidas. Portará un trofeo… El trofeo de los que luchan en las sombras.
Una oleada de pánico se apodera de mi pecho cuando Antoni viene a mi cabeza no sé por qué. La tía de Stefan me sirve más café, me insta a beberlo y le hago caso en vez de levantarme e irme a hacer algo productivo. Vuelve a tomar la taza que dejo vacía.
—MM —dice, y no entiendo.
—¿MM? —pregunto confundida—. ¿Qué es MM?
—No sé, solo aparecen esas dos letras. Puede ser que en su vida pase algo relacionado con esas dos letras —me explica—. Puede ser la abreviatura de algún nombre, cosa o futuro acontecimiento. Sea lo que sea viene con sangre, dolor y lágrimas.
Mi cabeza maquina «¿MM?». Trato de darle sentido buscando palabras con dos emes: «¿Mamá Marie? ¿Meme? ¿Emmo? ¿Emma?». Los pulmones me dejan de funcionar de solo pensar que sea algo relacionado con mi hermana.
Me paso la mano por la cara, creo que me estoy volviendo paranoica.
—Póngale atención a los sueños, estos en ocasiones traen mensajes —sigue—. No quiero asustarla, pero aquí veo una batalla de monstruos donde no se sabe quién es peor. La contienda será violenta y muchos estarán involucrados. Habrá sangre, rabia y resentimiento.
Sacudo la cabeza cuando pienso en Christopher, creo que lo mejor era que no me dijera nada.
—El destino no es literalmente predecible, ¿cierto? —increpo—. No quiere decir que si ve a un toro pasándome por encima, pasará tal cual.
—Siempre podemos cambiar nuestro destino, tomando decisiones buenas o malas —afirma—. Como también hay cosas que están escritas en las estrellas y tales llegan tarde o temprano.
Las palabras, en vez de aliviarme, me ponen peor.
—¿Quiere que siga?
—Estoy bien así, gracias —contesto—. A veces es mejor vivir en la ignorancia.
—Tenga cuidado. —Se levanta a recoger lo que trajo—. A veces este tipo de mensajes, en lugar de asustarnos, lo que buscan es advertirnos.
Se lleva las tazas, el escalofrío que dejó no se va «MM» «Batalla de monstruos».
Trato de distraerme con el móvil, el dispositivo me pide mi huella para entrar al sistema del comando y lo primero que me aparece es el discurso que dio Kazuki Shima en el lanzamiento de su campaña electoral.
Deslizo el dedo hacia abajo y aparece el que dio Gema en el evento de Christopher. Hay fotos del lanzamiento al que asistió Alex, Gauna, la Élite, presidentes, congresistas, diputados… En varias imágenes aparece Lancaster pegada al brazo del coronel, sonriente y radiante.
Mi pulso empieza a latir más rápido de lo normal y me largo a mi alcoba con dolor de cabeza, estrello la puerta al entrar «Mi vida es una completa mierda». Me paseo por la habitación con las manos temblando, me asustan las emociones que desata la maldita de Gema Lancaster, con Bratt nunca llegué a sentirme así, con ganas de ahorcar a todas las mujeres que coqueteaban con él.
«Tengo que calmarme». Dejo el móvil sobre la mesita de noche, me quito los zapatos y me encamino al baño: necesito sumergirme en la bañera para relajarme y pensar. Es hora de que vuelva a Londres; lo siento por Stefan, pero hay asuntos que no puedo seguir posponiendo. Gauna en cualquier momento me va a llamar a exigirme que regrese; aparte de que debo hablar con el coronel, quien, siendo como es, de seguro no querrá verme después de dejarlo plantado.
Recuesto la cabeza en el mármol. Debería centrarme en retomar mis antiguos planes, dejar las cosas como están; sin embargo, eso imposible ahora que estoy más enamorada que antes.
El agua de la bañera se enfría, salgo, alcanzo la toalla y frente a la cama trato de elegir algo ligero para ponerme. Saco una sudadera, hago el gesto de desprenderme de la toalla, pero algo me lo impide: los labios de Stefan empiezan a pasearse sobre mi hombro cuando me toma por detrás. El gesto me hace voltear y él se apodera de mi boca con un beso largo.
Pongo las manos sobre su pecho e intento apartarlo, pero se niega e insiste: está excitado.
—Por favor —suplica—. Lo necesito.
La toalla que me envuelve cae. El soldado me hace retroceder hasta que, juntos, nos desplomamos en la cama, no deja de besarme y trato de actuar como lo haría Christopher, quien de seguro ya se está acostando de nuevo con Gema.
El hecho me enoja y correspondo al beso del hombre que tengo encima; siento su erección entre mis piernas al moverse sobre mí, le doy vía libre para que bese mi cuello. Es como si mi cerebro anhelara la paz de otro, como si supiera que con él todo sería más fácil.
El soldado se quita la playera y vuelve a mi boca. Sus ojos castaños me miran con deseo antes de volver a mis labios; sus rasgos son delicados, tiene una mirada dulce cargada de bondad, que incrementa bastante su atractivo.
Toca mis pechos, se contonea sobre mí, pero…
Como les dije a mis amigas una vez, es lindo; sin embargo, no es Christopher, y eso es algo que mi cabeza tiene presente todo el tiempo, es lo que me bloquea y apaga las ganas de abrirme con otro que no sea él.
—No. —Aparto la cara cuando intenta besarme otra vez.
—Déjame. —Trata de bajar a mi sexo y no lo dejo—. Angel…
Lo aparto antes de levantarme; tomo la toalla que está en el piso y la envuelvo alrededor de mi torso.
—No puedo darte alas, sabiendo que estoy enamorada de otro —le digo—. Lo mejor es que te vayas.
—Te respeto, pero no puedes decirme que quieres serle fiel a él, siendo consciente de que tiene a otra —me suelta—. Ella es su novia.
—Novia que solo se come mis sobras. —Finjo que no me molestó su comentario—. Eso es lo que hace Gema…
—¿Tus sobras? Angel, no quiero hacerte sentir mal, pero eres tú la intrusa en la vida de ellos —declara—. Ellos tenían y siguen teniendo planes juntos…
Niego, él no sabe nada y por ello habla como lo hace.
—Déjame sola, por favor. —Le señalo la puerta—. Te lo estoy pidiendo de buenas maneras, así que retírate.
Se levanta, toma la playera que se quitó y se encamina hacia la puerta. La decepción es notoria y me gustaría darle más tiempo, ayudar más, poder ser compresiva, mas no puedo.
—Debemos volver a Londres —le hago saber cuándo está a un par de pasos del umbral—. Reservaré pasajes y viajaremos pasado mañana; hay obligaciones que debo cumplir y no puedo seguir postergando, lamento lo de tu cuñado, pero volver es necesario.
Se queda en silencio por un par de segundos antes de contestar:
—Se lo comentaré a Miriam.
Sale sin decir nada más. Lo siento por él, pero es necesario regresar, mi trabajo me espera y necesito ver al coronel. Sé que tal vez sea una tonta; no obstante, mi corazón se niega a entender que lo nuestro tal vez acabó. No quiere entender que lo mejor es que lo deje de querer.
Gema
Recojo y organizo todo lo que tengo sobre mi escritorio, Thompson es exigente y por ello procuro cumplir con todo lo que se me solicita, pese a estar agotada. El lanzamiento me dejó hecha polvo, las noches en las que no he hecho más que llorar, ahora me están cobrando factura.
En el último mes, he tenido que lidiar con lo de mi madre, con lo de Christopher, con mis deberes, desilusiones y con la candidatura.
—Sara Hars te llamó. —Liz se deja caer en la silla que está frente a mi escritorio—. Dijo que te espera en High Garden.
—Termino con esto y parto para allá.
—¿Tuviste sexo con tu macho? —pregunta mi amiga—. Dime que cogieron y que pronto seré tía. Será un gusto restregarle eso a Rachel «Perra» James.
—Preñarme es lo menos que me interesa ahora, ¿vale? —contesto—. Christopher no está bien, me necesita como amiga, ya que esa ramera no hace más que hacerle daño.
—Pretender ser amigo de tu ex es como tener una gallina de mascota. Sabes que tarde o temprano te la vas a comer.
—Lo quiero, y por ello, independientemente de todo, seré lo que él necesite.
Detesto a Rachel James y detesto más el hecho de que sea una perra regalada, la cual no hace más que lastimar. Es una falsa, hipócrita, calienta braguetas y, como ya dije, no dejaré que se salga con la suya.
Christopher me preocupa, su genio ha empeorado en la última semana, su nivel de tolerancia es poca; de hecho, se perdió una noche antes del lanzamiento y volvió con los nudillos vueltos mierda y la cara amoratada. No habla mucho y parece que todo le molesta.
—Si no te va a dar el anillo, ¿para qué diablos te esfuerzas tanto? —pregunta Liz—. Siento que estás gastando energía.
—No me esfuerzo solo por él —replico—. Hago todo esto porque me gusta y es una forma de agradecerles a los Morgan la ayuda que le han brindado a mi madre y a mí.
—Eso Marie lo tiene más que ganado.
—Lo sé, pero le tengo cariño a la familia y, como ya sabes, soy una mujer comprometida con los que amo; a eso súmale que todo el mundo apoya la campaña por mí —le explico—. Más que importarme Rachel, me importa él, esto y su familia.
—Tengo la teoría de que Rachel James es de esas rameras que lo menean bien y emboba a los hombres con tres o cuatro polvos —sigue Liz—. Y no son más que eso, un buen hueco para meter la polla. Me da mucha rabia que tu macho le haga caso, solo comprueba que no te merece.
Recuesta la espalda en la silla.
—Christopher es un buen hombre —alego—, solo que está mal e idiotizado por esa perra. Sé que hay muchas cosas que te molestan, pero necesito que me apoyes, para la campaña voy a necesitar toda la ayuda posible, no puedo sola.
—Claro que te voy a ayudar, de eso no tengas dudas. —prosigue—. No voy a dejar que ninguna estúpida se quede con tu hombre y mucho menos dejaré que arruinen tus sueños.
Frota mis brazos, las amigas como ella valen oro… Hemos sido inseparables desde que nos conocimos en Barinas, fue becada igual que yo e hicimos varios procesos juntas, hemos compartido cama, ropa, dinero y frustraciones.
La FEMF suele tener momentos que te hacen entrar en crisis y nos hemos dado ánimo la una a la otra.
Termino con lo que me falta, Rachel James sigue con Stefan y, mientras ella está lejos, yo he sido un apoyo incondicional para el coronel, con quien me bebí un par de copas después del lanzamiento. Trato de calmarlo cada vez que lo veo enojado, eso es algo que la campaña agradece, ya que Cristal no puede con él. A mi madre le gusta vernos así, unidos, que esté pendiente de él en todo momento y no lo deje solo.
Con Liz abandono la sala de tenientes, Sara Hars me está esperando en High Garden, viene una visita importante y no quiere recibirla sola.
—Te acompaño al estacionamiento, guapa. —Mi amiga me pega en el trasero—. Estás muy bella hoy.
—Igual tú. —Rápido, dejo un beso en su mejilla.
Bajo a la primera planta, donde veo a Bratt hablando con el nuevo soldado, «Milla Goluvet». Su perfil es excelente, estuvo unos meses con el GROM (Grupo de Operaciones Especiales de Polonia), altamente entrenado y reconocido por su efectividad en misiones contra el terrorismo y rescate de rehenes.
Pasos más adelante está Pauls Alberts y Tatiana Meyers, quien saluda a Liz cuando pasamos por su lado. Tomo la salida que me lleva al estacionamiento.
El amplio sitio nos recibe, Trevor Scott está bajando de su auto y se engancha un maletín el hombro. Oigo pasos corriendo atrás y me volteo a ver al grupo de hombres que pasan de largo rumbo al sitio del sargento; tienen el brazalete que los identifica como miembros de Casos Internos y sin decir nada toman al soldado que, como yo, no entiende nada de lo que sucede.
—¡¿Qué pasa?! —Forcejea cuando lo ponen contra el capó de su vehículo.
—Sargento Trevor Scott, tiene orden de captura por parte de Casos Internos, ha violado parámetros de peso, los cuales se le explicarán frente a la rama y su abogado —le dicen—. Será privado de su libertad hasta nueva orden.
—¿Qué? —El soldado sigue forcejeando—. No he hecho nada, no sé de qué habla.
—Llévenselo —pide el hombre de negro.
—Maldita sea —espeto— ¡Ve por Bratt!
Le pido a Liz, esto es algo que ahora no nos conviene, aparte de que el sargento, por muy pito inquieto que sea, no es una mala persona.
—¿Dónde está la orden de captura? —Me apresuro a su sitio—. No se nos ha informado nada de esto.
—Casos Internos es una rama independiente que puede proceder sin aviso previo —contesta uno de los agentes—. Nos entenderemos con el general Gauna, con el coronel o con el ministro. Ahora apártese.
—Avisa a mi esposa, por favor —me pide Scott cuando se lo llevan—. O a Luisa…, ella puede comunicarse con mi familia.
Bratt interviene más adelante y me muevo a apoyarlo; sin embargo, los hombres se niegan a darnos información. Casos Internos es la rama que vela porque hagamos nuestro trabajo de la forma correcta, y cuando tienen algún tipo de sospecha suelen tomar medidas estrictas.
—¿Quién dio la orden? —exige el capitán—. No lo voy a dejar pasar, si no me dice.
—Carter Bass —contesta el agente—, presidente de Casos Internos.
Sara empieza a llamarme, los hombres que tienen a Scott reemprenden la marcha y el capitán Lewis le pide al soldado que llega que vaya por Gauna.
—Pero ¿qué hizo? —pregunta Milla—. Ayer trabajamos juntos y todo
estaba bien.
—Quién sabe —se desespera Bratt—. Ha de ser grave como para que se lo lleven así.
—Pondré a Alex al tanto y llamaré a Irina de camino —le informo al capitán—. Si tienes novedades, avísame, ¿vale?
—Sí, veré qué puedo hacer. —Se va con Milla—. No tengo idea de qué diablos está pasando, pero hay que hacer algo.
Me da rabia que pase esto justo en estas fechas, justo después del exitoso lanzamiento de la campaña que tuvimos, días antes murió uno de los candidatos y ahora esto, parece que el mundo quiere complicarlo todo.
Me despido de Liz frente a mi auto.
—Te informaré de todo lo que pasé acá —me promete—. Ve con cuidado.
Abordo mi auto, llamo a Irina y la pongo al tanto de las malas noticias; está igual de confundida que yo, no puedo darle mucha información, ya que no tengo claro casi nada.
—Voy para allá —me dice antes de colgar.
Le doy el aviso a Christopher y al ministro «Creo que hay gente que quiere sabotearnos». Trato de llegar a Londres lo más rápido que puedo, el camino se me hace corto y en Mayfair, agitada, subo a la segunda planta del edificio donde se halla mi apartamento.
Entro a cambiarme, meto las piernas en una falda clásica, me pongo una camisa acorde y busco una chaqueta que complementa el atuendo. El cabello me lo acomodo con un moño inglés. Lista, me apresuro a High Garden, donde Sara me recibe; viste un conjunto Chanel, no muy ella, que se le ve estupendo.
—¿Ya llegó? —pregunto.
—No.
Mi bella madre también está presente. Sara canceló su viaje con Alexander cuando la mujer que esperamos avisó de que venía. Marie aún tiene la mano vendada, sigue sin poder dormir y eso la tiene demacrada y con ojeras.
La exesposa de Alex no deja de acomodarse las mangas de la chaqueta mientras yo me encargo de darle las indicaciones finales a la empleada. Compré el atuendo que traigo para la ocasión, no quiero que me sigan viendo como la hija de la empleada que en su momento trabajó para ellos.
—Creo que voy a hiperventilar —suspira Sara.
—Todo va a salir bien —la animo—. Tranquila.
Salimos juntas con mamá rumbo a la pista privada de los Morgan. He llegado justo a tiempo, ya que a lo lejos veo el jet que, tras sobrevolar el área de jardines, aterriza sobre la pista de concreto. El cuello de la camisa empieza a picarme. La puerta se abre, la escalerilla desciende y tomo una bocanada de aire antes de pasar la mano por la tela de mi blusa.
«Calma». El mayordomo que sale le ofrece la mano a la mujer que se asoma y desciende de la aeronave.
Regina Morgan es la mujer con los ovarios más grandes que he conocido en la vida, una de las pocas mujeres que ha hecho historia en la FEMF al convertirse en general siendo bastante joven. No le cabían las medallas en el uniforme que portaba y es la madre de tres hombres con temple de acero: Reece, Thomas y Alex.
Los Morgan son adinerados desde tiempos inmemorables, una familia acostumbrada a los lujos. Regina y Elijah, con sus operativos, le añadieron millones y millones al patrimonio. Su marido murió y ella vive en Rusia, dándose más lujos que la realeza inglesa.
Creo que eso fue lo que nubló el juicio de Martha Lewis en su momento, todos sabemos que gran parte de ese dinero terminará en manos de Christopher al ser el único nieto. Un mínimo porcentaje de esa fortuna volvería rico a cualquiera. Chris también cuenta con la herencia de su madre, los reconocimientos monetarios de la FEMF y el patrimonio que ha forjado el ministro.
La madre del ministro se acerca, seguida del mayordomo que trae su equipaje. A sus setenta y siete años, luce mejor que mi madre, con la espalda recta, con arrugas escasas y el andar cargado de ego y presunción. Se ve estupenda, la vejez no le quita belleza y, una vez más, compruebo que esta familia parece que tuviera máquinas del tiempo, dado que siempre se ven bellos y sensacionales.
—Regina. —Sara es la primera que se acerca a saludar.
La exsuegra se quita los lentes reparándola de pies a cabeza, no sonríe, solo deja que Sara le dé un beso en la mejilla.
—¿Y Alex? —pregunta seria.
—Él y Christopher ya vienen para acá.
Sigue de largo como si mamá y yo no existiéramos.
—Tan importante soy que, en vez de mi hijo y mi nieto —habla en voz alta para que todos la escuchemos—, me recibe una exnuera fugitiva, una sirvienta y una bastarda. Esta familia cada día se va más a la mierda.
—A mí también me alegra verte, Regina —le dice mamá—. Estamos bien, gracias por preguntar.
—Trágate el sarcasmo, Marie, que ni me llega, ni me ofende.
Regina Morgan viene a apoyar la candidatura de su nieto; Alex no quería que viniera, pero ella no le dio tiempo de alegar: simplemente colgó después de informar a qué hora llegaba.
Entramos a la mansión y los empleados se apresuran a tomar las maletas que carga el mayordomo, las llevan a la alcoba que ocupa cada vez que viene aquí.
Le pido a la empleada que traiga la charola del té, tomamos asiento y procuro hacer uso de todos mis modales para no quedar mal. La abuela de Christopher es delgada, de rostro ovalado y pómulos prominentes, tiene el cabello lleno de canas y eso le da un aire sofisticado.
—Te ves estupenda, Regina —la halago mientras recibo mi té—. Vas a tener que darme el secreto de lo que te mantiene así de radiante.
—La buena vida —contesta—. Los lujos también embellecen.
—¿Cómo están Reece y Thomas? —pregunta Sara.
—Reece trabajando, como siempre, y Thomas no sé, doy por hecho que sigue de nómada por el mundo.
—La FEMF perdió unos muy buenos soldados, es una lástima que dejaran el ejército. —Tuerce la boca con mi comentario.
—Les dimos a Alex y a Christopher en recompensa, con eso sobra y basta.
La empleada se apresura a abrir la puerta que, acto seguido, atraviesa Alex. El ministro saluda a su madre con un beso cuando ella se levanta a recibirlo mientras Sara se mantiene en su puesto sin decir nada.
La entiendo, Regina siempre la ha visto como la débil de la familia, cosa que recalca y le saca en cara a menudo desde que abandonó al ministro. Christopher no tarda en aparecer y la abuela de inmediato pone los ojos en él.
—Qué apuesto está la oveja negra de la familia. —Regina se acerca a tomar la cara del nieto—. Cada vez te pareces más a tu padre.
El coronel deja que le dé un beso en la mejilla.
—Lo único bueno que has hecho en la vida, Sara —mira a la mujer que está sentada—, plasmar bien el gen de los Morgan.
Christopher se deja caer en el mueble cuando todos toman asiento.
—Espero que le estés poniendo empeño a la candidatura, que tus deseos sean que el poder se mantenga en la familia y quieras que tu abuela esté orgullosa —le dice Regina—. Ya va siendo hora de que compenses todos los dolores de cabeza que hemos tenido contigo.
—Yo no le debo nada a nadie —responde Christopher—. Si soy o no ministro es mi problema, los triunfos que pretendo conseguir son por mí, no por otros, así que no vengas a exigir nada.
—Baja el tono, muñequito. —Regina alcanza su taza de té—. Conmigo tienes que meterte el egocentrismo en el culo, ya que a mí me tienes que agradecer que cabalgara sobre la polla de tu abuelo y procreara al padre que ahora tienes.
Christopher pone los ojos en blanco con el discurso.
—Da gracias por tener el privilegio de nacer en una familia con poder, porque tu belleza no sería nada si hubieses nacido en un nido de zarrapastrosos incapaces de darte todos los lujos que te das.
—Regina…
—Cierra la boca —calla a Sara—. Estás aquí pretendiendo arreglar lo que hace mucho está roto, y ya es tarde para eso. Es hora de que te dejes de idioteces y asumas que tanto a ti como a Alex les quedó grande el papel de padres, dan vergüenza los dos.
El ministro se pellizca el puente de la nariz y Sara baja la cabeza.
—Me enoja, Christopher, que seas un maleducado al cual muchas veces he tenido ganas de arrancarte la cabeza. —Clava la vista en su nieto—. Eres un maldito, y lo que más rabia me da, es que pese a todo eso —suspira— sigas siendo mi Morgan favorito y al que más quiero.
—Lo sé —contesta él, y ella sacude la cabeza.
La empleada informa de que el almuerzo está listo. Pasamos al comedor del jardín, donde degustamos el menú, que está delicioso. Alex le comenta a Regina todo lo que está pasando y esta escucha atenta.
—¿Solucionaste lo de Scott? —le pregunto a Christopher y mueve la cabeza con un gesto negativo—. Esto va a ser un problema.
—Está de más que me lo recuerdes, ya lo tengo claro —habla solo para los dos.
—No te lo recuerdo por mal —contesto de la misma manera—. Te lo comento porque sé que Casos Internos es de cuidado y me preocupa.
No dice nada, solo cuadra la mandíbula, enojado. Parece que ahora nosotros tenemos algo que otros candidatos no tienen: soldados allegados capturados por Casos Internos.
—¿Qué tal un baño de espuma? —le pregunto a Regina cuando acaba con su plato—. El viaje ha de tenerte cansada y puedo prepararte uno.
—Para eso está la empleada —comenta Sara.
—Puedo hacerlo yo —me levanto—. Conozco una combinación de esencias que te van a relajar. Si logro eso, tendrás que invitarme a tu mansión de lujo.
Mira a Alex y tomo eso como un sí. Soy una buena mujer y quiero que lo note. El coronel se encierra por un par de horas a hablar con Alex mientras yo me encargo de que Regina se instale en la alcoba y tome el baño de espuma, trato de ponerle tema de conversación hasta que la noche llega y me voy al penthouse con mi madre y el coronel.
Marie se queda dormida apenas toca la almohada. Quedo sola con Christopher y me pongo a trabajar con él, nos vamos al juego de sillones que tiene en la alcoba y de mi cartera saco el itinerario de esta semana.
El coronel le da un sorbo al trago que se sirvió mientras le informo de los compromisos que tenemos, hay un evento para las víctimas de la guerra en Cambridge y todos los candidatos están invitados, así como la familia de cada uno y los soldados que deseen asistir. El Consejo estará presente y varios miembros importantes del ejército.
—Dile a Tyler que prepare el McLaren para dicho día —dispone, y asiento—. Me lo voy a llevar.
Lo siento mal, decepcionado y enojado. No ha querido hablar de lo que pasó en su viaje y tampoco quiero saber, ya que me reconforta el tener claro que no le pidió matrimonio a la arribista de Rachel James. Al parecer, gracias a Dios terminaron.
—El lanzamiento de la campaña electoral fue un éxito —le comento—. ¿Lo sabes? Todo el mundo habla de lo bien que lo hicimos juntos.
Mueve la cabeza con un gesto afirmativo y me alegra que lo tenga presente, porque me esforcé mucho con todo con el fin de demostrarle quien es la mujer que le sirve. Tomo una bocanada de aire y empiezo a empacar mis cosas para irme.
—Necesito que me digas todo lo que debo saber sobre el maldito evento —me pide— ¿Puedes o tienes afán?
—Puedo. —Le sonrío—. Para ti nunca tendré afán.
Empiezo a hablar de todo lo que se hará y de lo que más nos conviene hacer. Su vista se pierde en la nada y el que lo haga seguido me empieza a preocupar, así que de mi bolso saco el volante que cargo hace días.
—Mira esto, un nuevo vehículo de la colección que tenías de niño, me lo entregaron en el centro comercial y me acordé de ti. —Se lo paso—. ¿Lo recuerdas? Arrancaste la cabeza de una de mis muñecas cuando te pisé uno…, lloré casi una semana por ello.
—Llorabas por todo, no era raro —se burla—. Todavía me pregunto por qué exagerabas tanto, tus muñecas eran horribles.
—Nada comparado con los muñecos satánicos que tenías. —Le quito y bebo del trago que tiene en la mano—. ¿Recuerdas la vez que entré a tu cuarto y me hiciste una broma con ese estúpido payaso rojo que compraste?
—Sí.
—Lo vi y me fui de bruces contra la pared, después de eso tuve pesadillas por una semana. Nunca te voy a perdonar eso.
Ríe con ganas al igual que yo; me alegra ser la causante de esas risas: por este tipo de cosas siempre me tendrá a su lado, porque fue parte de mi infancia y yo de la de él.
Me levanto y tomo asiento a su lado.
—¿Quieres que te acompañe al evento? —Le aprieto la rodilla—. Tengo mis tareas al día, adelanté todo por si necesitabas de mi compañía.
Tarda en contestar.
—Si quieres, adelante —suspira.
—Claro que quiero, no se me olvida lo mucho que deseas ganar y todo lo que debemos hacer para lograrlo, ogro gruñón —le recuerdo—. Me encargaré de todo lo que se requiere, partiremos el jueves a primera hora.
Le entrego los documentos que hice para él con el fin de hacerle el trabajo más fácil. He sido una amiga todos estos días y lo seré siempre.
—Mañana vengo a ultimar detalles —le comento— ¿Te parece?
Asiente, le doy un beso en la mejilla y recojo mis cosas.
—Descansa, ogro —le digo antes de irme.
Feliz, abandono la propiedad y busco el auto a donde llamo a Liz, contesta y le pido que se prepare, ya que quiero que me acompañe al encuentro.
Lujuria. Libro 2 (Pecados placenteros 2)
Eva Muñoz
¡Llega la conclusión de Lujuria, la segunda parte de la saga Pecados placenteros! ¿Podrás dejarte llevar sin abrasarte en el intento?
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56
Verdades y consecuencias
Rachel
Me apresuro por los pasillos del sitio de reclusión del comando mientras internamente maldigo a Carter Bass y me maldigo por no ver venir esto. Stefan me sigue y trata de mantenerme el paso, aterricé hace tres horas y lo primero que hice fue dejar las maletas y correr hasta aquí.
Busco la celda de mi amigo y me pego a los barrotes de acero cuando lo encuentro.
—Scott —llamo al sargento.
—Raichil. —Se levanta—. ¡Qué alegría verte!
Tengo tanta rabia, se supone que esto era lo que tenía que prevenir. Mi amigo es una mierda como padre, pero no es un delincuente. Fuimos a la academia y llegamos aquí juntos, conozco a toda su familia.
—¿Has hablado con mi abogado? —me pregunta.
—No me dejaron, fue lo primero que pedí cuando llegué.
Se pasa las manos por el cabello y no me queda más alternativa que tocar el tema sin arandelas.
—¿Tienen razón? La acusación de Casos Internos, ¿es cierta?
—Claro que no. Me acusan de andar con una mujer que tiene nexos con la mafia, y no es cierto, estoy con ella hace tiempo y me gusta como yo le gusto a ella —confiesa—. Nos conocimos en un bar y empezamos a andar, hubo una buena conexión y, joder, no vi la necesidad de ponerme a indagar sobre su pasado, el que sea un agente no me obliga a hacer eso.
Me dan ganas de plantarle un guantazo para que sea serio.
—¿Y dónde está esa mujer?
—No sé —contesta—. No aparece, seguramente huyó asustada con tanta cosa, y como si fuera poco, Irina no ha venido a verme. Justo ahora le da por enojarse.
—¿Qué quieres?, ¿que te traiga una frazada? —Meto la mano y le doy en la cabeza—. ¡La engañaste, por Dios!
—Eso es lo que menos importa ahora —se defiende—. No tengo nada que ver con lo que se me acusa.
—¿Estás seguro? —le pregunta Stefan.
—Totalmente.
—Lo siento, teniente, pero no puede quedarse mucho tiempo —me advierte el guardia de turno—. Son órdenes de arriba.
—No me vayas a dar la espalda, por favor —me pide mi amigo—. Necesito todo el apoyo posible para salir de esto.
—Veré que puedo hacer —respondo—. Hablaré con Casos Internos y, cuando tenga noticias, te aviso.
El guardia insiste en que debo irme. Meto la mano entre los barrotes y acaricio la cara de Scott con los nudillos. Como bien dije, no es la mejor persona del mundo, pero es mi amigo y lo quiero.
El guardia me vuelve a pedir que me retire.
—Ve —me dice Scott—, obedece, no vaya a hacer que te ganes una sanción por mi culpa.
Abandono el centro de reclusión para soldados y me encamino a la oficina de Carter. Una parte de los reclutas trotan y se preparan en los campos mientras que otra se ocupa de sus tareas cotidianas. Stefan me sigue y le quito la carpeta que traje de mi casa.
—Espera aquí —le digo al soldado—. Voy a matar a Carter Bass.
—Angel, calma —me pide.
—¡No, ese imbécil me va a oír!
Me apresuro a la oficina que está en la cuarta planta, el secretario del presidente de Casos Internos intenta negarme el paso; lo hago a un lado y entro al despacho a las malas. Carter pone los ojos en mí cuando cierro y le echo pestillo a la puerta.
—Teníamos un acuerdo —espeto rabiosa—. Prometió darme tiempo para aclarar todo.
—Tiempo que no está usando para nada, ya que se la pasa evadiendo las obligaciones que tiene para con nosotros —me regaña—. Ni siquiera se ha tomado la molestia de ponerse en contacto conmigo, pese a que fui claro con las órdenes que le di.
—Scott…
—Trevor Scott le estaba faltando el respeto al reglamento —me corta—.
Ya procedí con este y ahora voy a proceder con Simon Miller, quien…
—¡Simon no ha hecho nada malo, así que no se meta con él! —alego furiosa—. No estoy evadiendo lo que me pidió, trabajo en ello, pero no puede exigir resultados rápidos, sabiendo que tengo más obligaciones que cumplir. Pese a eso, he investigado y aquí está la prueba.
Pongo la carpeta sobre la mesa, no quería mostrar esto sin estar segura; sin embargo, no entregar nada es peor. Necesitan saber por qué Simon oculta información y Elliot encontró el motivo hace tiempo: ayuda a la tal Corina y, sea o no su amante, es una explicación que justifica lo que hace.
Carter Bass toma lo que traje.
—De Trevor Scott no hay nada. —Chequea por encima.
—Conoció a la mujer en un bar, se gustaron y empezaron a salir —le explico—. No se puso a indagar sobre su pasado.
—No es algo que me convenza, teniente. Ni a mí ni a la rama, así que por ahora seguirá tras las rejas como exige el reglamento.
—¿Por cuánto tiempo?
—Hasta que se compruebe que es inocente —espeta, y contengo las ganas de enterrarle un puño en la cara—. Revisaré la carpeta de Simon Miller; si es válido lo que consiguió, cuente con que me quedaré quieto por el momento, pero si esto no me convence, aplicaré las mismas medidas que apliqué con el sargento Scott.
Respiro y trato de no arrojarle una de las sillas.
—Siga trayendo información que desmientan las acusaciones o resígnese al hecho de que el coronel y sus colegas van a terminar tras las rejas —me dice—. Le daré más tiempo, pero no abuse de su suerte, teniente, que esto es un tema delicado.
—Ya le he dicho que las acusaciones no tienen sentido, aquí nadie tiene la necesidad de pasarse por el culo lo que dictamina el reglamento —contrarresto—. Ni mis colegas ni el coronel.
—Necesito pruebas, no palabras. —Se enoja—. Ahora retírese.
—Si le pone un dedo encima a Simon, le juro que le va a pesar —advierto.
—¿Me está amenazando?
—¡Sí! —Doy un paso adelante—. No haga que me vuelva loca y le vuele los sesos.
Sacude la cabeza, molesto. Me cae tan mal…
—El coronel Morgan no tiene la necesidad de hacer nada de lo que se le acusa y espero que tenga un buen respaldo, dado que sus acusaciones pueden jugar en su contra y, por ende, terminar mal —aclaro—. Revise bien lo que le entregué y déjeme hacer mi trabajo, que por algo me encomendó la tarea.
Abandono la oficina y tomo aire por la boca cuando estoy en el pasillo.
Llamo a Elliot, espero que lo de Simon le baste a Casos Internos o juro por Dios que terminaré quemando el despacho del que acabo de salir.
El investigador me informa de que tiene tiempo para verme. Mi llegada no estaba prevista para hoy, sino para mañana, la de Stefan también, así que con él salgo del edificio administrativo en busca de mi torre.
—¿Qué te dijo Carter? —me pregunta el soldado.
—Lo mismo de siempre, que quiere resultados. —La cabeza me palpita—. Esto me estresa demasiado, porque si lo de Simon no basta lo va a meter en prisión y a Christopher no le conviene otro escándalo ahora.
—No creo que el sentimentalismo te ayude en estos momentos.
—No es sentimentalismo, es que son mis amigos, hay gente muriendo —le recuerdo—. Las cosas no son como antes y si el coronel no gana, Antoni será el primero en salir.
La idea me da escalofríos. El coronel es el único capaz de mantener al italiano al margen y, si pierde, estaré en la mierda.
Busco las escaleras, subo al piso que me corresponde y abro la puerta de mi dormitorio. Stefan entra detrás de mí y lo primero que veo es la caja que está sobre la cama. El color me dice que no es un detalle de Bratt, ni tampoco de Christopher, quien no se ha molestado en contestar mis llamadas.
Me acerco a ver que es, lo destapo y lo que está adentro hace que aparte la cara «Maldito». Es un cuervo muerto entre pétalos rojos con una nota encima.
Tiro la caja en la mesa y me quedo con la nota.
La noche aguarda, la oscuridad te atrae, el lento, pero inexorable crecimiento de las sombras te envuelve. No eres luz, eres tinieblas, te resguardas bajo un telón, un sutil escenario que aviva la pasión, o bien podría esconder más de un crimen.
Un pequeño cuervo me visitó una madrugada, me contó una historia. Era la historia de una bella ninfa que fue raptada por un perverso y oscuro dios, quien la obligó a desposarlo, y luego, acudiendo a engaños, le tendió una trampa a la hermosa muchacha. Le dio de comer las semillas de una granada, sin que la inocente joven supiera que era el alimento sagrado del averno y con ello consiguió tenerla durante la mitad de cada año.
No puedo evitar compararnos con tan cautivadora pareja. Tú, mi bella ninfa, ya has probado el alimento sagrado de mi infierno, contemplaste de primera mano su exquisitez. A veces me pregunto qué sucedería si volviera a incluirlo en tu sistema… Tal como Perséfone, volverías a mí y no durante cierto tiempo, porque esta vez sería para siempre.
Te rodea un reino cubierto en tinieblas. Ya lo sabes, hay promesas que estamos obligados a cumplir y solo soy un pobre mortal que anhela sumergirse en el calor de la ninfa que roba sus sueños. Un pobre mortal que aguarda el momento indicado para arrebatar con creces todo cuanto le ha sido quitado, y cuando el momento sea oportuno, este pobre mortal espera que su ninfa baje por sí misma de la montaña de los dioses a hacerle compañía en la oscuridad.
Este es un pobre mortal enardecido en pasión, en una vehemencia que aclama por la sangre de su amada. Una pasión capaz de encender la llama que hará arder el mundo si su amor se negase a acompañarlo a las sombras que tanto aguardan por devorarlos.
El tiempo se agota, principessa, y mis pistas te lo están recalcando. Espero que tu pequeña cabecita se esté preparando, que tu cuerpo se vaya doblegando y acostumbrando al hecho de que mis manos muy pronto lo recorrerán. El tártaro espera por mí y no llegaré solo, iré contigo, amore.
A. M.
Paso saliva. ¿Qué más pruebas necesito? Antoni me quiere con él y no descansará hasta salirse con la suya. Recojo todo, lo echo en una mochila y me apresuro a la salida.
—Vamos —le pido a Stefan—, Elliot me está esperando.
El soldado me sigue al estacionamiento, de camino intento llamar a Christopher, pero no me contesta, así que me subo a la moto en la que llegué. Stefan se monta atrás y con él me encamino a la oficina de mi detective.
Llegamos y dejo caer la caja en el escritorio del hombre que me espera, revisa la caja del cuervo mientras yo le doy un resumen de lo que pasó con Scott.
—Otro candidato murió bajo los muros del comando —le suelto—. ¿Casualidad? No creo, esto es obra de la mafia.
—¿Qué sabe de Philippe Mascherano? —pregunta el detective— ¿Hay alguna pista nueva sobre él?
—No, solo se sabe que está sustituyendo al hermano. —Me masajeo las sienes.
—Ponga atención a lo que le voy a decir: Antoni Mascherano tuvo un hijo con Isabel Rinaldi, se llama Damon Mascherano —me informa—. Ahora está bajo el cuidado de los italianos, tienen un anillo de seguridad sobre él y Lucian Mascherano.
Me quedo sin saber qué decir, no sabía que Antoni había procreado con la amante que tenía.
—¿De dónde consigues tanta información?
—Tengo mis métodos, contactos que he logrado gracias a los trabajos que he hecho —responde—. He trabajado hasta con el Boss de la mafia rusa, teniente.
—¿Con el Boss? ¿Qué tipo de trabajo has hecho para él?
—Eso no se lo puedo decir; el asunto es que sospecho de algo —continúa—: creo que Philippe Mascherano no controla nada desde afuera, al parecer está dentro del ejército y hace parte de los agentes de la FEMF.
—¿Qué?
—Está infiltrado —sigue—. Sé que es difícil de creer, pero la persona a la que se lo oí decir no tiene por qué mentir.
—¿Infiltrado? ¿Como quién?
—Eso no lo logré saber, pero puede ser cualquiera de sus compañeros, y esto me lo confirma —me muestra la caja—, así como la muerte dentro de los muros del comando.
Me miro con Stefan, que está igual de confundido que yo.
—Mis superiores tienen que saber eso…
—No, si expone esto los pondrá en sobre aviso —advierte—. Al verse en riesgo puede buscar la forma de sacarla del camino, seguramente, no le fue fácil entrar y debe tener varias personas adentro.
—¿Tienes pruebas de lo que me dices?
—No, por ello le digo que exponer puede ser perjudicial, porque solo los pondrá en alerta y no hay pruebas contundentes —explica—. Por el momento sigamos con la investigación, contrataré a más gente para que nos ayude, claro está que eso tiene un costo adicional. Requiero dejar todos los casos que tengo para enfocarme solamente en esto.
—¿De cuánto estamos hablando?
—Es una suma alta, pero tenga en cuenta que esto incluye ayudarle a buscar información que le permita dar con la identidad de Philippe Mascherano y mantenerla al tanto de todo lo que se diga al otro lado.
Anota la cifra en una tarjeta, y creo que con tantos gastos voy a terminar en la calle; sin embargo, no puedo decirle que no a esto, puesto que requiero información de primera. Hago y le entrego el cheque que recibe.
—Tengo más información de Simon Miller. —Abre la cajonera—. Se sigue viendo con Corina, hay fotos de ellos cenando y con el niño.
«Más preocupaciones». Miro todo por encima.
—Necesito la información que falta cuanto antes —pido—. Esto me tiene casi al borde de la locura.
—Lo sé y pondré de mi parte para que esto se solucione lo antes posible.
—¿Qué hacemos con Scott?
—Trataré de indagar sobre la mujer con la que andaba, pero no le prometo nada, ya que si le ha resultado difícil a la entidad hallar a la sospechosa, quiere decir que tampoco será fácil para mí —expresa—. Si consigo algo, bien, pero en caso de que no sea así, no le quedará más alternativa que dejar que la ley siga su curso y esta compruebe si es cierto o no lo que se dice de él.
—Bien.
—Vaya con cuidado, buscaré la manera de vigilarla desde lejos —manifiesta.
—Gracias.
Stefan le da la mano a modo de despedida y parte conmigo. Anocheció y varios indigentes rondan alrededor del edificio que dejamos atrás. En la moto nos movemos a mi casa, siento que el barril de las preocupaciones, en vez de vaciarse, lo que hace es llenarse cada vez más.
Elliot tiene razón, cualquier signo de alarma pondrá a todo el mundo sobre aviso. Además, no hay pruebas contundentes que nos permiten ir a la yugular, de hecho, lo de Philippe puede ser hasta una simple teoría.
Estaciono frente a mi edificio y dejo que Stefan se baje.
—Voy subiendo —me avisa.
Guardo la moto en el estacionamiento y saludo al portero, que está acomodando varias cajas sobre el mostrador, continúo a mi piso, abro con la llave y me sumerjo en el apartamento de muebles beige.
—Ordenaré comida china —me avisa Stefan en la cocina.
—No estaré, así que pide solo para ti —le aviso.
—¿Saldrás otra vez? —Me sigue a la alcoba.
—Voy a ver a Christopher —contesto mientras busco lo que me pondré.
—Angel, no me parece buena idea.
—Necesito hablar con él y no me atiende el teléfono.
—Sabes que está cabreado y va a tratarte a las patadas, es mejor que dejes las cosas así —sugiere—. Espera a que…
—¿Que espere a qué? Si me pongo a esperar a que se le pase la rabia, me volveré vieja.
—Iré contigo. —Se ofrece.
—No, he asistido a suficientes funerales por este mes.
—Voy a ir de todas formas. Pelearon por mi culpa, sé que te va a tratar mal y no quiero eso.
—Puedo manejarlo…
—Dije que voy —insiste—. No estaré tranquilo sabiendo que puede tornarse violento y lastimarte.
—El que sea violento con otros no quiere decir que lo sea conmigo —replico.
—Eso decía mi abuela y años después de muerta me enteré de que mi abuelo la golpeaba —alega—. Ambos sabemos que Christopher Morgan no mide la ira, en cualquier momento puede enloquecer y…
—Calla. ¿Sí?
No me gusta imaginarlo de esa manera.
—Voy a ir de todas formas.
Deja mi alcoba cuando me encamino al baño. No estoy en la obligación de ir, pero necesito aclarar las cosas, el no hacerlo hará que de nuevo el tema laboral se torne complicado. Aparte de que quiero verlo, necesito que sepa y entienda por qué me fui.
Tomo una ducha corta, salgo y me arreglo lo más rápido que puedo. Stefan insiste en ir cuando me ve lista y en verdad me preocupa que al hacerlo termine con él en el hospital.
—No es necesario. —Trato de hacerlo entrar en razón y se niega.
—Sí lo es y no me contradigas, ya dije que voy. —Se adelanta a la puerta.
—Prométeme que no abrirás la boca. —Lo alcanzo.
—No la abriré, solo voy a supervisar que no termines como yo cada vez que se le da por golpearme.
—Él no es así —le aclaro—. Ya basta con eso.
—Estás hablando como una víctima de maltrato…, a veces pienso que le tienes miedo.
—Ni soy una víctima ni tampoco tengo por qué tenerle miedo, empezando porque tengo el entrenamiento necesario para no dejarme golpear por ningún hombre —le recuerdo.
—¿Del tipo que ha molido gente a golpes?
—Déjalo estar. —Acaba con mi paciencia—. Solo no digas nada, ¿vale?
—Vamos en mi auto, creo que va a llover. —Cierra la puerta.
Me pongo la chaqueta térmica de algodón que saqué, bajamos al estacionamiento y abordamos el vehículo. La llovizna que comienza a caer, empeora cuando llegamos al vecindario del coronel. Stefan se estaciona, bajo cuadras antes del edificio y en lo que camino, trato de pensar en cómo subir al penthouse: anunciarme es un caso perdido, ya que, como es el coronel, sé que no me dejará pasar.
Con las manos en la chaqueta entro a la recepción, Tyler está saliendo del ascensor e internamente doy gracias al cielo.
—Ty, necesito subir —le digo—. Christopher no me contesta y quiero verlo.
Pone los ojos en Stefan.
—Solo vengo a hablar con él, lo juro.
—Tome el ascensor convencional —me lo señala— y toque a la puerta. Es lo único que puedo hacer.
—Gracias.
Stefan no se me despega, subo al piso de Christopher, ubico la puerta, toco dos veces y Miranda es la que me abre, luce su uniforme de pila y desde la puerta capto a Marie Lancaster que está en la sala, frunce el entrecejo con desagrado cuando me ve.
—Necesito hablar con Christopher —le pido a la mujer que se ocupa de los quehaceres.
Gema aparece en el vestíbulo, está descalza y tiene pinta de estar cocinando o no sé qué, pero me da ganas de tomarla del cabello y sacarla de aquí.
—Has venido aquí con Stefan. ¿Es en serio?
—¿Puedes llamar a Christopher, por favor? —Me centro en la empleada e ignoro a la perra que me cae como una patada en el hígado.
La empleada se mueve a obedecer y Gema se le atraviesa.
—Está ocupado —detiene a Miranda.
—Entonces espero. —No me invitan a pasar, pero entro de todas formas.
—¡No seas tan descarada y lárgate! —me suelta Lancaster.
—¡¿Descarada yo?! —No controlo el tono—. Eres tú la que anda mendigando, sabiendo que se fue de viaje conmigo y tiene algo conmigo. ¡No sé qué haces aquí!
—¡No puedes venir a gritar a mi hija en mi propia casa! —interviene Marie.
—Esto no es asunto suyo, así que no se meta, más bien ocúpese de enseñarle amor propio a su hija —le digo a la mujer, que se ofende—. Parece que no lo tiene.
—¡Vete! —Palidece con el grito que me suelta y Gema se apresura a socorrerla— ¡Fuera!
—¡Lárgate! —insiste Gema—. Mi madre no puede alterarse y es lo que estás provocando.
—No estoy alterando a nadie, vine a hablar con Christopher y no me iré hasta que salga.
—Eres un asco de persona…
Se calla cuando el coronel aparece en el vestíbulo. No me mira a mí: fija los ojos en Stefan y la cara se le transforma en un dos por tres, la mirada gris se oscurece y como dije, no era buena idea que viniera.
—Quiero hablar contigo —le digo al hombre que me ignora.
—Fuera de mi casa —echa a Stefan.
—Christopher…
—¡Largo los dos! —intenta sacarme.
—¡No! —Me paro firme—. Vine a que me escuches y no me voy a ir hasta que hablemos.
—Miranda, ayúdame a llevar a mamá a su alcoba —pide Gema—. No está para tolerar este tipo de escándalos, no dan más que vergüenza.
La empleada se apresura a hacerle caso. Me jode que dé órdenes y otros la sigan como si fuera su mujer.
—Dije que largo —reitera el coronel.
—Sé que estás enojado. —Me acerco e intento tocarlo, pero no me deja—. Hablemos en privado.
—No me obligues a llamar al personal de seguridad —me señala la puerta—, así que lárgate y evítate una sanción por subir aquí sin mi permiso.
—¡Solo escúchala, imbécil! —interviene Stefan—. Cuántas veces la has pisoteado, y ahora te das el lujo de ofenderte solo porque le preocupa la gente que le importa. No te dejó plantado porque quiso, te dejó plantado por un buen motivo.
—De limosnero a abogado mediador, en verdad no sé quién diablos te crees como para atreverte a venir aquí. —El coronel se encamina a la puerta—. ¿Y sabes qué? No te vayas, disfrutaré viendo cómo hago que te saquen a patadas.
El soldado le corta el paso.
—Escúchala. —Lo empuja—. No pierdes nada, ella solo me estaba ayudando porque tiene el corazón que jamás tendrás tú.
—Stefan, déjalo…
Christopher es una granada y no quiero que lo envíe al hospital como en años pasados mandó a Bratt. El soldado lo vuelve a empujar y me atravieso cuando el coronel empuña las manos.
—Vámonos. —Tomo al soldado—. Ya luego miro cómo arreglo esto.
Tiro de la chaqueta de Stefan, pero este se me zafa.
—¡Ojalá se hubiese dejado llevar por mis besos cuando intenté hacerle el amor!
La confesión me altera los latidos al ver la cara que pone Christopher.
—Eres un animal incapaz de entender a alguien —sigue.
—¡Basta, Stefan!
—Aprecia a la mujer que tienes, imbécil. —Lo busca, lo empuja y lo encara—. Si me amara a mí, créeme que la trataría como se merece y no sería un patán como lo eres tú, que no eres más que…
El golpe de Christopher lo manda al suelo cortando la oración, intento levantar a Stefan, pero el coronel se le va encima, lo encuella y empieza con la tanda de puñetazos que lo hacen sangrar.
—No, por favor…
Trato de tomarlo, pero su fuerza me sobrepasa, y Stefan, en vez de callarse, sigue hablando.
—Mientras tú la haces sufrir, yo quiero amarla como se merece. ¡Eres un maldito que no aprovecha nada de lo que tiene!
Christopher le sigue enterrando puñetazos en la cara. Como puedo, lo hago a un lado, levanto a Stefan que no sé de dónde saca la navaja con la que le apunta al coronel.
—Terminemos con esto de una vez —lo amenaza, con la mano temblorosa.
—Pero ¿qué haces? —le reclamo, e intento quitarle lo que tiene; aun así, me evade.
—Ven, mátame si eres capaz —lo desafía Christopher, y todo pasa demasiado rápido.
Stefan se va sobre Christopher y este lo persuade; lo pone contra el suelo y el golpe que le propina hace que suelte el arma blanca. El coronel empuña la navaja con la que le apunta al corazón. Stefan se mueve y la hoja le queda clavada en el brazo en vez del pecho.
—¡Crees que me vas a venir a matar en mi propia casa! —brama en lo que lo muele a golpes en el piso.
No me escucha por más que intento inmovilizarlo. La camisa blanca se le mancha de sangre y esta vez siento que no puedo apartarlo.
—¡Ya basta, Christopher! —le grito—. ¡¡Lo vas a matar!! La sangre de Stefan me salpica y me esmero por detener la furia de sus puñetazos.
—¡Basta, por favor!
Logro quitárselo de encima y retrocedo cuando, furioso, se vuelve hacia mí con la ropa manchada de sangre, empuña las manos llenas de sangre y no sé por qué me veo años atrás en la pelea con Bratt. Mi mente recopila la mano de mi ex impactando contra mi rostro, tirándome al suelo, y mi cuerpo se pone a la defensiva, cierro los ojos y me llevo las manos a la cara, cautiva del pánico que me invade mientras espero el golpe que no llega.
No sé si pasan minutos, horas o segundos, pero para cuando quiero abrir los ojos, Christopher sigue frente a mí, me mira como si no me conociera.
—¿Crees que soy capaz de ponerte un dedo encima?
Increpa y su pregunta duele tanto que no doy para responderla.
—¡Contéstame! —espeta—. Si me crees capaz de golpearte, ¿para qué diablos me buscas?
—No…
—¿Quién piensas que soy? —continúa—. ¿Bratt? Estate tranquila, que por más hijo de puta que sea, no tengo necesidad de hacer idioteces, no soy ningún cobarde…
—No, amor. —Da un paso atrás cuando quiero tocarlo—. Sé que no lo eres, es solo que…
Sacude la cabeza para que no siga y prefiero callar. En vez de arreglar las cosas, lo que hice fue empeorarlo todo.
—Stefan te necesita. —Gema lo toma del brazo—. A ese puedes ayudarlo sin miedo a que te golpee.
—Saca tu mierda de mi casa y lárgate de aquí —me suelta Christopher antes de irse.
El soldado se levanta y yo sin mirarlo busco la puerta. No quiero verlo, le dije que mantuviera la boca cerrada y no lo hizo. Las lágrimas se me empiezan a salir y me las limpio con rabia.
Stefan no tenía por qué hablar.
Tengo miedo a que Christopher me haga daño en el ámbito sentimental, mas no a que me golpee, así que no sé qué mierda me pasó. La psicosis de Stefan jugó en mi contra, fue eso, porque al coronel nunca le he tenido miedo en este aspecto, a su lado me siento segura y no con temor a que me maltrate.
Bajo por las escaleras. Stefan me sigue y sé que está mal, pero no estoy para ocuparme de él. Irme es lo único que quiero.
—¿Ves por qué te digo que no vale la pena? Una vez más demostró ser una bestia maldita —me dice el soldado cuando salimos del edificio.
Tiene la cara hinchada y me muestra el brazo donde Christopher lo apuñaló.
—Lo provocaste, ¿qué esperabas a cambio? ¿Que se quedara quieto?
—Verdades fue lo que dije. —Me encara—. No hay nada de malo en eso. ¡Es un asesino, Angel, una persona violenta, y porque lo amas te niegas a verlo!
—Viniste a provocarlo. —Sacudo la cabeza—. Te propusiste esto desde que te dije que quería verlo.
—En sus manos vas a terminar muerta y no quiero eso.
—¿Sabes quién me golpeó una vez? —Me arde la garganta—. Bratt, el novio que tuve durante cinco años, quien aparentaba ser el hombre perfecto, y Christopher lo molió a golpes por hacerlo. Terminó con tres costillas rotas por eso. Puede ser lo que sea, sin embargo, no acepta que nadie atente contra mí.
El pecho me duele mientras me sincero.
—La misma bestia que señalas ahora fue quien movió cielo y tierra para encontrarme e hizo lo imposible para revivirme cuando todo el mundo se rindió. Y sí, es tóxico, tiene mil cosas malas; de hecho, creo que es una mierda como persona, pero es el único capaz de darme lo que jamás podrás darme tú y todos los que intentan salvarme —suelto lo que me ahoga—: seguridad. Quieres defenderme, pero no eres la persona que puede con mis enemigos. Tus palabras bonitas en estos momentos no me sirven para nada, así como no me sirve tu preocupación, eso no será útil cuando Antoni venga por mí. Christopher es el único que puede hacerle frente, y lo sabes, así que deja de verme como la princesa que necesita la ayuda que no estoy pidiendo.
—Él y Antoni son casi lo mismo —sigue, y alzo la mano para que se calle.
—Vuelves a hacer algo como lo que hiciste y no me voy a meter —le advierto—. Sé que me quieres y daría todo por corresponder eso, pero no puedo, ya que estoy enamorada de otro, así que basta de lanzar salvavidas y querer salvarme, que en uno de estos intentos el muerto serás tú.
Le saco la mano al primer taxi que aparece. Está golpeado, necesita cuidados, pero ahora no tengo cabeza para otra cosa que no sea irme y encerrarme en mi casa.
A mi alcoba llego cabizbaja, la correspondencia está sobre mi mesita de noche y me quedo con la tarjeta de invitación al baby shower de Luisa en la mano. Tiene estampada la fecha y la hora de la celebración.
Dejo que mi cabeza caiga sobre la almohada y abrazo el cojín que me envió mi hermana de Phoenix. Se supone que esto era lo que quería evitar, el volver a perder la cabeza por él. El que me siguiera el día del lanzamiento de la campaña de Leonel, el collar que me dio y el viaje, son recuerdos que no dejan de repetirse en mi cabeza.
No hago más que mirar el techo en lo que queda de la noche y a la mañana siguiente salgo de la cama antes de que el despertador suene. Debo retomar las actividades, así que empiezo a preparar el equipaje que necesito para el comando.
Lo que tenía en mi alcoba fue destrozado por la patética de Liz Molina y hay cosas que debo reponer. «También tengo que comprar un auto nuevo». El dinero que tenía en la caja fuerte me lo gasté, reviso mi estado de cuenta y ver los números con los que dispongo me quitan el hambre.
El costo de los viajes, el pago a Elliot, la cirugía, la estadía en Hong Kong y los gastos que he tenido en este último tiempo han consumido casi todos mis ahorros.
Necesito el auto, pero teniendo en cuenta mi economía, lo mejor es que lo deje para después.
Stefan está en el comedor cuando salgo, tiene crema en los golpes de la cara amoratada y en la nariz hinchada. Mantiene la mano metida en una cubeta de hielo mientras que Laurens prepara el desayuno.
—No olvide el baby shower de la señora Luisa —me dice la secretaria, que hoy luce estupenda con un conjunto House of Holland. Desde que se fue de compras semanas atrás no deja de ponerse atuendos que le sientan de maravilla.
—Sí, debo comprar un regalo —ignoro a Stefan—. Ten un buen día.
Me despido de Laurens, tomo las llaves de la moto, que tintinean en mi mano, y bajo al estacionamiento. Está lloviendo y debo soportar el agua y el helaje mañanero en la motocicleta.
El comando me recibe como de costumbre, los perros se pasean acompañados de los uniformados que vigilan las entradas. Dejo mis cosas en la alcoba y con prisa me pongo el uniforme antes de encaminarme a mi puesto de trabajo. Parker no ha llegado y Alan es quien me pone al tanto de todo lo que debo saber.
Angela está en sus labores. Como Nórdica, es la que más citan a fiestas privadas a las cuales debe ir con el fin de buscar información y no levantar sospechas.
—¿Va a ir al evento de los soldados víctimas de la guerra? —me pregunta el sargento—. Es en club campestre de Cambridge, estarán todos los candidatos que…
Saca la invitación que le arrebato.
—¿Estarán todos los candidatos?
—Sí, el coronel ya se fue y muchos están celebrando el hecho de que no estará molestando —comenta—. Será todo un fin de semana y todo el que quiera ir a contribuir es bienvenido.
Releo, pienso, chasqueo los dedos y echo a andar.
Ocupo las horas que siguen para ponerme al día con lo que me falta; a las once de la mañana recibo a los padres de Scott en el comando y los pongo al tanto de su situación, Irina no quiere ver al marido y no la juzgo; si fuera ella, estaría peor.
Hago todo lo que está en mis manos para desocuparme lo más pronto posible y, mientras realizo mis quehaceres, averiguo quienes irán al evento programado.
Pasadas las dos de la tarde estoy desocupada, confirmo que no tenga nada pendiente, todo está en orden, así que en una mochila empaco todo lo que requiero y me encuentro con Brenda que se sumerge conmigo en el estacionamiento.
—¿Estás segura de esto? —me pregunta—. Yo no.
—Pues yo sí, soy una soldado, y una soldado no puede tener inseguridades —la animo a que siga.
Se aferra al equipaje que trae y juntas buscamos al hombre que espera metros más adelante frente a su auto.
—Mi capitán —carraspea Brenda—, ya estoy lista.
Parker se vuelve hacia nosotras. Me ve y enarca una ceja, confundido.
—La teniente James también decidió ir al evento —le dice mi amiga—. Le dije que puede venir con nosotros.
—¿Me pediste permiso para eso? —increpa Parker—. No recuerdo.
—Te lo venía a pedir justo ahora. —Le sonrío—. Mis tareas están al día y tengo todos los dispositivos de contactos activados por si surge algo.
Fija los ojos en Brenda, quien pasa el peso de un pie a otro y, como no, si Parker de civil se ve igual de atractivo que en uniforme.
—Con tu permiso, voy a meter mi maleta en el auto.
—Y yo la mía. —Aprovecho la iniciativa de Brenda.
Mi amiga se mueve al asiento del copiloto y yo le doy una palmada al alemán en el brazo antes de subir al asiento trasero. Tengo que ir al maldito evento, es una nueva oportunidad para hablar con Christopher.
Parker se pone al volante, le sonríe a Brenda mientras se ajusta el cinturón de seguridad y hasta mi puesto se denota la tensión sexual que hay entre ambos.
Patrick y Alexandra tienen trabajo, al igual que Bratt, Laila, Angela y Meredith. Simon no sé, Luisa dijo que se sentía cansada y los únicos que decidieron ir son Parker y Brenda, cosa que me sirve, ya que no pasaré pena llegando sola.
Mi capitán abandona el comando, toma carretera y se detiene en una estación de combustible, Brenda saca el labial que se empieza a aplicar mientras él compra lo que necesita.
—¿Ahora son pareja o algo así? —pregunto—. ¿Novios, amigos, amantes?
—Nada de eso, le preguntaron a toda la Élite, todos tenían pendientes, excepto él que indicó que iba a venir; me dio cosa que asistiera solo, así que me ofrecí a acompañarlo como una buena colega —contesta, y siento que es una vil mentira—. Me ofrecí y luego me arrepentí cuando vi el precio de las habitaciones; aumentaron para ayudar a la causa, pero creo que exageraron.
Me muestra la reserva que me explaya los ojos.
—¿La compartimos? —propongo—. Mi economía me lo agradecerá.
—Claro, y la mía te ovacionará. —Acomoda su bolso de mano sobre su regazo—. La FEMF no va a cubrir nada, así que compartir gastos es una excelente idea.
Parker vuelve con la bolsa que deja en la guantera.
—Había golosinas y te traje algunas —le dice el capitán a mi amiga—. Ten.
Le entrega los paquetes que ella recibe.
—Ah, qué lindo. —Me acerco al asiento del piloto—. ¿Y a mí qué me trajiste?
—Nada. —Arranca y kilómetros después me arroja la bolsa de frituras, que me trago solo porque tengo hambre.
Aprovecho el tiempo en el auto para adelantar trabajo. Brenda se pone a hablar con Parker de Harry, se ríen todo el tiempo mientras que yo planeo ideas para hablar con Christopher, que de seguro estará peor que ayer.
El evento es en el club campestre Fine Arts, el cual está ubicado en el corazón de Cambridge, cuenta con un hotel cinco estrellas que está rodeado de árboles frondosos.
La entrada está llena de vehículos, la seguridad abunda por todos lados, Parker muestra su invitación, le dan paso, se estaciona frente al hotel y con Brenda me dispongo a sacar mi equipaje.
—Teniente James —me saluda el agente de los medios internos que se acerca—, qué sorpresa verla por aquí. Justo hace unos minutos me encontré con la teniente Lancaster y el coronel Morgan.
Manda abajo mis ánimos, ya que el saber que Christopher anda con Gema hace que quiera arrancarme el pelo.
—Se la extrañó en el lanzamiento de la campaña del coronel.
—Lastimosamente, no puede asistir, pero ya estoy de vuelta y he venido a unirme a la causa —comento—. Me hace muy feliz el poder ayudar a los damnificados de la guerra.
—Qué bueno, entonces supongo que la estaré viendo seguido en las actividades programadas.
—Sí. —Le doy la mano—. Estaré participando en todo.
Brenda se encarga del papeleo. Parker le pregunta a qué hora parte el domingo, ella le indica que en la mañana, se ponen de acuerdo para volver juntos mientras recibimos las llaves de la alcoba.
—Las veo más tarde. —El alemán se va.
—No te lo quería decir, pero Gema vino con Lizbeth Molina —me dice mi amiga.
—Ya lo suponía. —Me lleno de paciencia.
—La cena es dentro de una hora. —Brenda mira el reloj.
—Bien, hay que ir.
Doy por hecho que los Morgan han de estar en las suites presidenciales, al igual que los otros candidatos; mi economía recibe otro golpe con los vestidos que decido comprar, me baño en la alcoba y me empiezo a arreglar con Brenda para el evento formal.
—¿Qué tal me veo? —le pregunto a mi amiga.
—Genial, ¿y yo?
—Hermosa.
Cada quien toma su cartera, me pego a su brazo y juntas bajamos al salón donde los camareros se pasean con charolas de plata. Las luces tenues le dan un aire sofisticado al ambiente lleno de mesas con manteles color pastel.
Trato de ubicar a Christopher entre los asistentes.
—Regina Morgan vino a apoyar la campaña del nieto —comenta Brenda—. Ayer en la tarde estuvo con él en el comando.
Seguimos al camarero, que nos lleva a la mesa. Metros más adelante veo a Sara con Alex Morgan, el coronel, Gema y Cristal Bird. Tyler se mueve a lo largo del sitio con las manos en la espalda mientras que Liz Molina se mantiene en un sitio aparte con Tatiana Meyers y Paul Alberts.
—Usted se torna más sexi con cada viaje. —Se me atraviesa Alan—. ¿No ha considerado tener uno de esos amores de película que duran días, como este viaje?
—Esos se dan en verano, y aquí apenas está acabando la primavera. —Me siento.
—¿Le molesta si las acompaño? —Toma una silla.
—Adelante —le dice Brenda quien alza la mano para que Parker la vea.
El alemán se une a la mesa, Christopher nota mi presencia; sin embargo, no me determina, solo pasa de largo. Luce un traje sin corbata a la medida y no lo pierdo de vista en toda la velada, pese a que no voltea a verme ni por equivocación.
Ceno con mis colegas y trato de abordarlo en la barra del bar, pero se larga cuando me acerco. Alex es otro que finge que no existo, «Malditos». Gema no deja de pasearse por todo el salón, dándoselas de supermujer, hablando con todo el mundo y eso es otra cosa que me cabrea.
—¿Quieres ir por una copa al otro bar? —me pregunta Brenda—. Iré con Parker.
—Ve tú, no estoy de ánimos.
Christopher abandona el salón y subo a su piso con un nuevo intento para hablar, pero se niega. Tyler trata de decirlo de una forma amable; sin embargo, no quita que duela.
—Gracias, Ty.
Me devuelvo a la habitación, donde no hago más que mirar al techo. Si hay algo que me jode de Christopher es su maldito orgullo y su terquedad, nada le cuesta escucharme; pero no accede porque para él su opinión es la única que vale.
No sé a qué hora llega Brenda, aun así, es quien me despierta a la mañana siguiente. Hay un partido amistoso y quiere que la acompañe.
—A lo mejor el coronel participa —me codea mientras me lavo los dientes—, así que apúrate, que ya está por empezar.
Me automotivo con la idea y, a pesar de tener ropa deportiva, trato de verme lo mejor posible. Leonel Waters y los demás generales se dividen en equipos para jugar; más que deportistas parece que van a posar para alguna revista, entre esos está Christopher, quien pese a que no participa en ningún equipo, se ve estupendo con el cabello húmedo como si hubiese estado trotando.
Está en la grada de enfrente y, aunque esté lejos, me es imposible no fijarme en lo bien que se ve con la playera casual y el pantalón deportivo. Se queda a observar el partido con los brazos cruzados, Gema no se le despega y me dan ganas de arrojarle un zapato.
El cabello negro del coronel brilla bajo el sol; una de las cosas que amo de él es su atractivo, el físico que me moja la entrepierna y el que ahora debo detallar desde lejos.
—Disimula —me dice Brenda—, parece que fuera el único hombre del planeta.
—Debí dejar las cosas como estaban —digo con ganas de llorar—. Me harta el que me ignore tanto.
—Ponle atención al partido, que está bueno. —Me abraza.
Fijo la vista en los jugadores, la mayoría de los presentes tienen una cinta negra en el brazo en memoria del último candidato que murió. El sol hace que me abanique la cara con el itinerario de actividades.
—¡Gol! —Brenda se levanta de golpe cuando Parker anota—. Herr German hat mich nass gemacht.
Entrecierro los ojos con lo último que dijo.
—Escuché eso, y déjame decirte que entiendo el idioma —increpo—. Volvieron a coger, ¿verdad?
—Otro gol. —Se hace la desentendida.
Gema se lleva al coronel. El partido acaba, pasamos a un concurso de talentos donde le insisten a Gema que cante, pero se excusa con que le duele la garganta, de seguro la polla de Christopher se la arruinó.
No me soporto, me cansa el tener que sonreírle a todo el mundo. Al mediodía me cambio de ropa, y con mi amiga me muevo al almuerzo que va a ofrecer el Consejo; la actividad es al aire libre.
Con las palmas plancho la tela de mi vestido floreado. Las sandalias de tacón me agregan altura y con una sonrisa saludo a las personas que conozco, mientras camino con un sombrero inglés en la mano. Mis ánimos van de mal en peor, vine aquí a gastar un montón de dinero para nada, porque, como van las cosas, dudo que mejoren.
—Disculpen —nos aborda Cristal Bird—. Había prometido un discurso, pero Gema está afónica, se fue a revisar la garganta y aún no llega. Las madres y esposas de las víctimas están esperando. ¿Alguna es buena hablando en público? Necesito una mujer que hable, no tiene que ser un discurso muy largo.
Me imagino la cara que va a poner la teniente Lancaster si sabe que me robé su momento.
—Yo puedo —me ofrezco.
—¿Quieres que prepare unas cuantas líneas?
—Puedo improvisar.
—Bien. —Me invita a la tarima.
Christopher llega con Alex, Sara y con Regina Morgan; les ofrecen una mesa, mientras que Brenda toma asiento con Parker y Alan.
El anfitrión me indica que puedo empezar y dedico unas palabras a los que mueren día a día, pido un minuto de silencio por los caídos, doy mis condolencias recalcando que esta es una labor que requiere de mucha valentía y agradezco a las madres por traer héroes al mundo. Me pongo en el papel de madre, esposa e hija. Un discurso corto, pero efectivo, profundo y conmovedor.
Los presentes me aplauden y uno de los soldados me ayuda a bajar cuando termino.
—Me recuerdas mucho a Luciana. —Sara Hars se acerca a saludar—. También es buena hablándole al público.
La moral me patea, a mi madre no le gustaría verme aquí desesperada por ver a Christopher Morgan.
—¿Cómo se siente? —le pregunto a la madre del coronel.
—Un poco mejor —suspira—. Gracias a ti me salvé de entrar al infierno, en verdad es algo que agradezco.
—Solo hice mi trabajo.
Me sonríe y asiente. Alex, el coronel y Regina Morgan se mantienen en su mesa, «artillería pesada», suspiro: tres Morgan al mismo tiempo y en un mismo sitio es demasiado ego y soberbia junta. Doy por hecho que a eso le está huyendo.
—Debo irme. —La madre del coronel deja un beso en mi mejilla cuando el ministro la llama—. Salúdame a Luciana.
El que Gema se una a los Morgan me quita el apetito y acabo con mi momento de euforia. Tomo una de las copas de champán que reparte el camarero y me la bebo de un solo sorbo.
Los celos suicidas no son característicos de mí, pero es algo que tengo que afrontar a lo largo del almuerzo. El coronel sigue sin determinarme, pese a que estamos a un par de pasos. Gema no deja de reírse y me jode que él se ría de vez en cuando.
Recibo la quinta copa que me dan.
—Haz el favor de no embriagarte —me pide Parker—. Esto no es el bar donde celebraste tu cumpleaños, aquí vinimos a dar una buena imagen, así que deja esa copa y ve a participar en las actividades.
No sé por qué quiero lloriquear con lo atractiva que se ve Gema. Yo no estoy fuera de foco, pero me molesta que exista.
En el evento de Leonel tenía algo planeado, pero ahora no tengo nada, de modo que pido otra copa. Vine hasta aquí, tendré que pagar una factura de hotel que me saldrá un ojo de la cara, viajé para nada, porque el témpano de hielo que tengo a un par de metros no hace más que ignorarme, por lo tanto, no me queda más alternativa que sacarle jugo al licor.
—Deja esa cara y vamos a participar en el baile grupal —me pide Brenda.
Lo único que quiero es patearle la cara a Gema, quien no deja de lado su zalamería. Rechazo el postre, dos horas se suman al reloj, Christopher se levanta por un trago y se pone a hablar con Kazuki, que está frente a la barra de licores.
Tantas miradas desde lejos me hartan, así que me levanto a dejar las cosas claras: de aquí no me voy a ir sin decir lo que siento.
—James…
Me habla Parker en un tono de advertencia y lo dejo con la palabra en la boca. Kazuki Shima me sonríe cuando me acerco mientras que Christopher actúa como si fuera una completa desconocida.
—Teniente James, está usted muy bella hoy —me dice el candidato que saludo con un beso en la mejilla—. Muy buen discurso.
—Gracias. —Trato de ser amable— ¿Te molestaría si me robo al coronel un segundo?
—Estoy ocupado —me corta Christopher.
—Prometo no tardar…
—Los dejo solos para que hablen —se despide Kazuki, Christopher me da la espalda, listo para irse y le corto el paso.
—¿Qué tanto jodes? —reclama.
—Necesito que hablemos.
—¿Qué quieres? ¿Probar si soy capaz de romperte la cara a punta de golpes? —espeta—¿Trajiste una cámara o un micrófono que te ayuden a patentar la teoría?
—¡Deja de despotricar incoherencias!
Uno de los camareros me mira y soy consciente de que no modulé el tono de voz.
—¿Estás de nuevo con Gema? —Las orejas me arden—. Me voy un par de días y te refugias en los brazos de otra. ¿A qué jugamos?
—Reclama quien se revuelca con Gelcem por lástima.
—Yo no tengo nada con Stefan —le aclaro—. Siempre buscas la forma de encararme, exigiendo que te diga las verdades —busco sus ojos—, y ahora espero el mismo trato, que tengas los cojones de decirme las cosas de frente, así que sé sincero: ¿andas otra vez con ella, pese a que te fuiste de viaje conmigo? ¿Pese a todo lo que ha pasado entre nosotros?
—Ay, nena —dice con un tono de burla—. Es tonto que me preguntes estupideces; sabes que yo no le soy fiel a nadie y mucho menos a ti, que te gusta andar con el uno y con el otro.
—Deja de actuar con un imbécil, ¡a otra con esa mierda! —lo encaro—. Cuidado con lo que dices y haces, que bastantes pendejadas he soportado ya como para tener que lidiar también con tus malos tratos y delirios de hombre con el orgullo herido.
—¿Quién te crees como para venir a reclamarme? —se enoja.
—Sabes lo que soy, Christopher —espeto—, y también lo que sientes por mí. No me hagas recordártelo a las malas, que el único desquiciado posesivo aquí no eres tú.
—No me amenaces.
—Entonces compórtate y no busques que te entierre el tacón en la cabeza, que ganas no me faltan.
Una de las agentes de los medios se acerca y finjo que no pasa nada, es quien ha estado tomando fotos y levanta la cámara que tiene en la mano.
—¿Afianzando lazos entre teniente y coronel? —pregunta—. ¿O planeando estrategias electorales?
—Ambas —contesto—. El trabajo no da tregua.
—Estaban hablando muy cerca, ¿interrumpo algo?
—No. —Sonrío—. Lo que pasa es que el coronel es como un imán, al cual es imposible no acercarse. Es tan bello…
—No lo discuto, mi cámara quiere grabarlo todo el tiempo.
Christopher se mantiene serio y paso la mano por su torso, acción que lo tensa en el acto.
—Te lo presto por un rato —me despido—. Lo veo más tarde, coronel.
Recibo la copa que me ofrecen y celebro para mis adentros cuando veo a Gema, quien me observa a la defensiva, cruza miradas con la amiga que está en la mesa de la izquierda y se levanta a buscar al coronel.
Tomo asiento en mi mesa, Christopher no la aleja y empiezo a pensar que fue una mala idea venir aquí, estoy siendo la misma tonta de antes, ya que parecen una pareja de verdad. Me da rabia que le tenga cariño y no la desprecie como desprecia a otras. ¿Y si es un Stefan en su vida?
Yo estuve a nada de enamorarme de él, llegué a planear un futuro con él; quizá él la vea a ella de la misma manera. Las ganas de llorar se me atascan en la garganta.
—¿Más champán? —pregunta Alan. Asiento y llama al camarero—. Deje esa cara, mire lo bueno que se está poniendo el ambiente.
Un general retirado pregunta si se puede sentar.
—Siéntese —suspiro—. ¿Le apetece un trago?
—Me encantaría.
Pide una botella y me empino lo que me ofrece. Con el amargo sabor de la decepción no voy a lidiar y, si para pasarlo debo emborracharme, lo voy a hacer con tal de sentirme bien.
Necesito el licor, porque soy un explosivo que está a nada de estallar y me falta poco para llegar a cero.
Christopher
Hay gente que nace en la sociedad equivocada, y yo soy un ejemplo de ello; últimamente, a cada nada maldigo el haber nacido rodeado del régimen de la FEMF. No me molesta el ejército, pero en momentos como estos ansío estar en un ambiente diferente, uno con gritos, sangre y violencia.
Cada día tengo menos paciencia y tolerancia. Tengo unas ganas innatas de apuñalar a Stefan Gelcem y el mundo tiene que prepararse, porque cuando tenga el poder absoluto voy a cargarme a todo el que me plazca.
El gen asesino es algo que tengo desde que nací, maté a varios a punta de puños cuando me fui de la FEMF, tuve las mujeres que quise y fui el invicto que muchos deseaban tener.
Antoni y Gelcem son hombres muertos, todos los que me estorban van a morir, no voy a compartir oxígeno con gente que no es más que mierda y nadie me va a detener, «Preso si me atrapan».
—Felicitaciones. —Gema me aprieta la mano—. Hoy has destacado mucho.
No le contesto, estoy más fastidiado que contento.
Mi cabreo se mantiene hace días y no se va; por el contrario, empeoró con la llegada de Rachel James. En verdad quiero aborrecerla, ponerla en la lista de las personas que ansío matar. Quiero ser la bestia a la que tanto le teme, pero al mismo tiempo quiero… echarla en mi cama y tomarla como me gusta. Quiero lamerle las tetas, morderla, penetrarla hasta que me suplique que pare, follármela a lo animal.
Es que el sexo con ella es… Saber cómo es me engorda la polla en cuestión de segundos. Ya ni el alcohol me la arranca de la cabeza, este estúpido círculo me desconcentra, y ella, en vez de mantener su lugar, viene aquí a insistir, a empeorar las cosas que me cuesta controlar.
Me mira desde su mesa y he de admitir que disfruto ver cómo se pone cada vez que Gema se acerca. Disfruto la mirada que me dedica cada vez que la hija de Marie me habla y se muestra atenta.
—No dejes nada en el plato —me dice Gema—. El menú está delicioso.
Daría todo por ser de gustos sencillos y no complicarme la vida con lo difícil, teniendo lo fácil a la mano.
—No tengo champán. —Regina alza la copa queriendo llamar la atención del camarero.
—Deja que te traiga del que ofrecen en el bufé. —Se ofrece Gema—. Me acabaron de dar una muestra y está delicioso.
Regina la deja, está tan acostumbrada a que le rindan pleitesía que ya le da lo mismo.
—Yo también quiero un poco —le pide Sara.
—Claro. —Recoge la segunda copa antes de irse.
—Creo que la hija de Marie caga estiércol de colores —me dice Regina—. ¿Su sueño frustrado era ser sirvienta como su madre? De ser así, Alex echó a la basura la ayuda que le dio.
—Hizo un buen trabajo en Nueva York, por eso le ofrecieron un cargo en Londres —contesto—. No es un mal soldado.
Me empino mi trago en lo que con disimulo observo a la mujer que está metros más adelante.
—Gema Lancaster es como Sara Hars —me dice la madre de Alex—: seres débiles que aguantan de todo y poco reclaman. Tu madre soportó durante años las infidelidades de Alex y nunca tomó el control de la situación, como tampoco lo toma ahora, pese a saber que todavía siente cosas por ella. La hija de Marie es de ese mismo tipo, así que piensa bien, que en esta familia no hay sitio para débiles. Conoces mi filosofía, sabes que para mí una mujer sin ovarios no es más que burla y basura.
Recibe el plato que le traen y agradezco que no empiece con el discurso sobre cómo fue su relación con el padre del ministro.
La mayoría de los hombres que portan el apellido Morgan son personas con relaciones disfuncionales que preñan y adquieren pocas responsabilidades, cada quien vive en su mundo con sus cosas. Hasta ahora no hay mujeres, solo hombres, Regina es la única que heredó el apellido por matrimonio.
—Champán rosado para las heroínas y mujeres más hermosas del lugar. —Vuelve Gema.
Lizbeth Molina se mantiene lejos, no se acerca y, por su bien, es mejor que se mantenga así.
—Chris, había de ese vino que le robabas a Alex cuando tenías doce años.
—Sonríe Gema—. Te traje una copa.
Intenta dármela, pero se le resbala de las manos y termina cayendo sobre la camisa que traigo puesta.
—Lo siento, ogro. —Trata de limpiarme y Regina sacude la cabeza, molesta—. Soy una tonta.
—Déjalo estar. —Me levanto a cambiarme.
—Te ayudo.
Me sigue y se pega a mi brazo. No soy de andar con este tipo de ridiculeces, pero sé las reacciones que causa su cercanía y por ello la dejo.
—Se me ocurrió una idea de beneficencia. —Entra conmigo a la alcoba doble en la que me estoy quedando—. Sería bueno que dones algo al refugio de soldados de la tercera edad, nadie ha apostado por ellos y son personas vulnerables al igual que los niños.
—Que buena idea. —Finjo que me importa.
—Me pondré en ello. —Se acerca cuando me quito la camisa—. Deja que te ayude.
—Puedo solo.
—No seas terco y déjate atender. Hoy hemos sido el equipo perfecto.
Posa las manos en mi cintura y suelta la correa, queriendo bajar el pantalón salpicado de vino.
Gema sería la esposa perfecta, el tipo de mujer que te esperará todos los días con una cena caliente.
El maquillaje que tiene le resalta los ojos almendrados, se acerca más, está bien que sea así, pero yo no necesito una empleada. Para mí lo primordial es que me esperen abiertas de piernas y satisfagan el apetito sexual que cargo siempre. Lo segundo es alguien que esté a mi lado sin ruego y sin complicaciones.
—Últimamente, he pensado mucho en el término «amigos con derechos». —Se empina a besarme la comisura de la boca—. ¿Qué piensas de ello?
Reparte besos húmedos por mi cuello.
—Te extraño, ogro. —Busca mis labios y el beso que me da lo siento simple.
Me rodea el cuello con los brazos y me mete la lengua en la boca a la hora de besarme. Las pendejadas dichas por Gelcem se repiten en mi cabeza, avivando el enojo que arrastro, mi ira se dispara y aparto a la mujer que tengo enfrente. Con la amargura que cargo, lo menos que quiero es sexo vainilla.
—Debo salir rápido —le digo, y estampa los labios contra los míos.
—Está bien, te espero afuera. —Se encamina a la puerta—. No quiero que supongan que soy una mujer indecente, la cual tarda demasiado en habitaciones ajenas.
Cierra la puerta cuando sale y contesto los mensajes que me envían, cambio la camisa azul por una gris, me pongo un vaquero limpio, elijo otra chaqueta y vuelvo al evento.
El ambiente cambió; trajeron una banda irlandesa y Rachel James está en medio de la pista bailando con un anciano, en medio de un círculo de gente que no deja de aplaudir.
—¿Vas a bailar también? —Kazuki me ofrece el cigarro que recibo—. La pregunté a Leonel y dijo que tal vez más tarde, de seguro va a llamar la atención solo como él sabe.
Fijo la vista en la mesa donde se halla el candidato rodeado de soldados, enciendo el cigarro y le doy una calada. Más gente se pone a bailar e intento mirar a otro lado, pero mis ojos quedan en Rachel, quien sale del gentío en busca de más licor. Brenda Franco la sigue, mientras que Parker espera en una de las mesas.
Respiro hondo cuando Rachel se pone a bailar con Alan Oliveira fuera de la pista. Se le entierra un tacón en el suelo, se tambalea y pierde uno de los zapatos.
—Va a terminar como cenicienta. —Alan Oliveira le entrega el zapato, ella suelta a reír y el soldado la sostiene de la cintura mientras se lo pone.
—Los James sí que saben divertirse —comenta Kazuki—. Qué curioso.
Rachel sigue bebiendo y mi cerebro evoca las veces que ha estado conmigo ebria: en Hawái, en mi casa, en la de ella y en el hotel donde me la cogí por detrás. Los polvos echados son como una película erótica y me empino uno de los tragos que me ofrecen cuando la polla se me endurece.
Gema se pone a dialogar con los miembros del Consejo, Alex se va con Sara y Regina cuando la noche cae; el baile continúa, Alan Oliveira no se le despega a Rachel y con ella se mete en una danza colectiva mientras que yo lidio con los generales y candidatos que arman un círculo a mi alrededor. Leonel Waters no hace más que soltar estupideces a la hora de hablar del general que murió hace poco.
Rachel sigue en la pista, suda en lo que baila como una demente, actúa como si estuviera no sé en qué pueblo.
—El cristal es frágil. —Gema me quita la copa que aprieto—. ¿Qué tienes? Te ves tenso.
Oliveira lleva a Rachel de aquí para allá y la anima a bailar con todo el mundo. En uno de los pasos se tropieza, «Te vas a partir la cabeza, maldita estúpida». El sargento la sostiene y mi paciencia no da para más cuando reanuda el estúpido baile que me tiene harto.
Me muevo a la pista de baile, Rachel cuando bebe se descontrola como una niñata, la cual no es consciente de nada de lo que hace. Se pone a bailar con un anciano al que le da vueltas mientras la gente aplaude.
—¡Desármelo, teniente! —la anima Oliveira, y me acerco a él.
—Ve a dormir —le ordeno—. No sea que te entierre un somnífero, el cual hará que no vuelvas a despertar jamás.
Mi demanda lo endereza.
—¡Largo!
—Como ordene, mi coronel. —Se larga.
La canción termina y Rachel se mueve a la mesa llena de copas y botellas de licor. Acorta la distancia entra ambos y suelta a reír como si fuera algún puto payaso.
—Sería vergonzoso que uno de mis soldados salga de aquí en camilla por culpa del licor —le reclamo—. No te conviertas en la primera.
—¿Me está hablando a mí, coronel? —Mira a ambos lados—. ¿Se derritió la ley del hielo? ¿El Polo Sur?
—Vete a dormir…
—¡Chris! —la voz de Gema me chilla en los oídos—, están preguntando por ti en el grupo.
Rachel fija la vista en la copa que tiene en la mano.
—Quieren saber si… —intenta decir Gema, pero se calla cuando la loca que tengo enfrente, le tira la copa de vino en la cara.
—Pero ¿qué mierda te pasa? —increpa Gema.
—Los sapos necesitan agua todo el tiempo —contesta la teniente que arrastra la lengua para hablar—, y como tú andas metida en todos lados al igual que ellos, pensé que también eras uno.
—Aparte de ebria, inmadura…
Le saca el dedo del medio antes de alcanzar la botella que toma.
—Ya ni vale la pena pelear. —Se aleja Gema—. Voy a cambiarme el vestido, llámame si necesitas algo.
—¿Me decías? —me dice Rachel—. Ah, sí, lo de estar «ebria». ¿Qué te digo? Bebo para no estrellarte la cabeza contra el mármol del hotel. Es una lástima que no te guste, porque me voy a seguir embriagando.
—Busca otra forma de captar mi atención. Denúnciame por maltratador, así tendrías motivos para verme en el juicio.
Me hierve la sangre cada vez que recuerdo la cara que puso cuando creyó que la iba a golpear, me confundió con el imbécil de Bratt.
—No perdamos el tiempo. —Se empina la copa que se sirve—. Quédate
con tu estúpida, ve tras ella, que yo me iré a tragar algo diferente a este aburrido menú, el cual ya me tiene harta, al igual que tú.
Se mueve a la mesa donde recoge la cartera, no se encamina hacia las habitaciones, sino que busca la recepción, cosa que me dispara la jaqueca.
Tyler me sigue cuando me voy tras ella; abandona el predio y toma la carretera. Algún que otro auto se detiene a preguntar si necesita ayuda.
—No necesita nada, así que muévase —le digo al sujeto que pregunta. El hombre se larga y continúo caminando tras la loca, que kilómetros más adelante se detiene frente al puesto de hot dog, que está en uno los parques del sector.
—Uno con mostaza —pide antes de plantar el culo en una silla plegable.
No pienso quedarme observando desde lejos como si fuera un puto acosador, así que me dejo caer en la silla que está frente a ella, le traen lo que pide y empieza a atiborrarse de comida.
—¿Siguiéndome? —Mastica como camionera—. Qué romántico se ha puesto, coronel.
—Como estás, cualquiera puede tomarte, llevarte y hacer contigo lo que quiera.
—No contigo detrás. —Sigue tragando—. Prefieres cortarte las bolas antes de dejar que alguien me toque.
Se limpia la boca con una servilleta.
—¿Y sabes qué? Te voy a invitar un hot dog por ello. —Habla con la boca llena.
Alza la mano y llama al que vende.
—¡Amigo! —grita—. Tráigale uno de estos al hijo de puta que tengo enfrente.
—No quiero nada —respondo tajante.
—Me lo como yo entonces. —Recibe el otro, gustosa, y empieza a comer como si llevara días de hambruna—. Deja de mirarme, te ves como un ridículo enamorado.
—Ya quisieras —me burlo.
—Ya quisieras —se mofa—. Ya quisieras no, es así. Te las pasas reclamando que le doy prioridad a otros, ¿y qué haces tú? Nada, eres un imbécil que ni siquiera has tenido los cojones de decirme que me quieres.
—Yo no te quiero.
—Sí, claro, estás aquí solo porque eres un buen samaritano.
Se levanta furiosa a pagar, rebusca no sé qué en la cartera que trae, el que vende espera impaciente y ella saca el móvil, facturas, un cortaúñas…
—Juro que eché unos billetes aquí. —Sigue rebuscando y pago para que pueda largarse, estoy cansado y quiero irme a dormir.
La tomo del brazo para que se mueva, está dando pena ajena y la obligo a caminar de vuelta al hotel, pero se me zafa.
—¡Suéltame, que ahora soy yo la que no quiero verte!
—Vete a dormir. —La vuelvo a tomar.
—¿Estás preocupado? —Me encara con una sonrisa—. Dime que me amas y te haré caso.
No voy a hacer tal cosa, con fuerza la tomo del brazo y se vuelve a soltar.
—No sé ni para qué perdemos el tiempo en esto si valemos mierda, Christopher —empieza—. No eres capaz de decirme a la cara lo que sientes por mí y eso me deja todo claro.
—No quieras victimizarte ahora —espeto— y no te escudes bajo «valemos mierda». Esa es la patética excusa que usas para escudarte y no reconocer que por tu culpa es que estoy como estoy. Te gusta lo fácil, lo que no te pone trabas, por eso es por lo que prefieres al limosnero que vive contigo, al hombre que te largaste a socorrer.
—Stefan es mi amigo, solo eso —responde—, y estaba mal, me necesitaba…
—Excusas baratas.
—El que lo ayude no cambia lo que siento por ti. —Acorta el espacio que nos separa.
Busca mi boca, el cabreo no me deja besarla y termino apartando la cara.
—Vete a la mierda. No te voy a rogar como antes, si es lo que estás buscando. —Me empuja.
Se apresura calle arriba y pasa por al lado de Tyler, quien me mira sin saber qué hacer.
—¿Te pago para que te quedes mirando como un idiota? —lo regaño—. ¡Ve por ella antes de que se parta la cabeza contra el andén!
—Sí, señor. —El soldado obedece y me ayuda a llevarla al hotel, al que entro por una de las entradas traseras.
Tyler se encarga de ubicar la habitación, rebusco en el bolso la tarjeta de acceso, abro y entro con ella. El soldado se queda afuera, acuesto a Rachel en la cama e insiste en sentarse.
—Stefan solo me besó, intentó algo más y no quise —confiesa como si le hubiese preguntado—. Ahora habla tú, ¿te volviste a acostar con Gema?
—No es asunto tuyo.
—Sí lo es; así que contesta antes de que te patee las bolas. —Se aferra a la manga de mi camisa y me suelto.
—Me besó, ¿contenta? —increpo con sarcasmo.
—¿Le correspondiste?
—No voy a entrar en detalles.
Cierro las cortinas, ella sacude la cabeza y la deja caer en la almohada donde se acuesta. Sube los pies a la cama con los tacones puestos y la observo al pie de la misma hasta que se queda dormida.
Cada vez que intento alejarme de esto, siento que termino más hundido.
Me acerco y le quito los zapatos de mala gana que arman un estruendo cuando los mando al piso. Las piernas desnudas están expuestas y, por más que intento evitarlo, me es imposible no levantar el vestido que me deja ver la tela que le cubre el coño. «Bragas pequeñas» de las que no tapan más de lo necesario.
El vestido le queda sobre la cintura, tenso la mandíbula en lo que deslizo las manos por las piernas desnudas y con los nudillos rozo su coño antes de alcanzar el elástico de las bragas que deslizo hacia abajo. A pesar del enojo, no dejo de verla como la mujer más bella y sensual con la que he podido estar. No hay un día en el que no quiera estar dentro de ella, las ganas de follarla se mantienen presentes, así como el oxígeno que respiro.
Por más que quiero, no puedo sacarla de mi cabeza y, como voy, creo que no lo haré nunca, dado que con el pasar de los días mi deseo por ella no hace más que aumentar. Las emociones que desata no se apagan ni se van; por el contrario, quiero atarla a mi cama y follarla hasta el final de mis días. La tapo antes de salir y largarme a mi alcoba.
Estando solo, desenfundo la polla dura que empiezo a masajear. Me masturbo con brío en la cama mientras sostengo las bragas en la mano y, joder, me tiene cabreado, pero pese a eso siento que no puedo dejarla. Siento que, independientemente de lo que suceda, mi cerebro no deja de proclamarla como mía y ha de ser porque lo es. Por ello, no la voy a dejar, aunque esto sea malo y dañino, no lo haré; solo dejaré que la rabia pase y me la seguiré cogiendo como y cuando quiera.
Así el mundo se caiga a pedazos, Rachel James va a estar en mi cama hasta que se muera, porque es mía y de nadie más.