«Magnolia Parks», de Jessa Hastings: así empieza la primera parte de «Universo Magnolia Parks»

Aquí tenéis el primer capítulo de «Magnolia Parks», la primera parte de la saga «Universo Magnolia Parks», el fenómeno romántico de TikTok firmado por Jessa Hastings. Editado por Molino, el título estará disponible en librerías y plataformas digitales desde el 18 de enero de 2024.

«Magnolia Parks», de Jessa Hastings

Magnolia Parks, el nuevo libro de Jessa Hastings, estará disponible el 18 de enero de 2024, pero puedes adquirirlo en preventa pinchando en este enlace.

UNO

Magnolia

—Me gusta. —Me tira del vestido al aparecer detrás de mí. Vaqueros negros de Amiri Thrasher (con las rodillas extremadamente deshilachadas, por supuesto), Vans negras y la camiseta blanca y negra de mangas ranglan de Givenchy.

Me miro en el espejo de su cuarto. Ladeo la cabeza, entorno los ojos y finjo que soy la única chica que ha estado aquí últimamente. Me aseguro de que llevo el colgante con el anillo que me dio él bien escondido bajo la ropa, donde nadie excepto yo, y probablemente él en otro momento, puede verlo, y luego me aliso el cuello bobo del vestido de satén con estampado floral rojo, azul y blanco.

—Miu Miu —le digo, mirándolo a los ojos a través del espejo.

Adoro sus ojos.

Asiente con calma.

—Me acosté con una modelo de Miu Miu la semana pasada.

Cómo odio sus ojos. Lo fulmino con la mirada durante un segundo y trago saliva con esfuerzo para tranquilizarme antes de sonreír despreocupada.

—Me da igual.

Nos miramos a los ojos y aguantamos la mirada y durante otro segundo no solo odio sus ojos, lo odio entero. Por conocerme como me conoce, por ver la verdad que ocultan todas mis palabras, por hacerlo con cualquiera que no sea yo. Él se encoge de hombros, indiferente.

Es BJ Ballentine, mi primer… mi primer todo, en realidad. Mi primer amor, mi primera vez, el primero que me rompió el corazón. Es el chico de pelo dorado y ojos dorados, aunque tiene el pelo castaño y los ojos verdes, el chico más precioso de todo Londres según dicen… y es posible que yo esté de acuerdo. Cuando tiene un buen día. Aunque, ¿por qué te estoy explicando cómo es él? Si ya sabes quién es.

—Ya sé que te da igual. —Se pasa la lengua por los dientes sin darse cuenta. Lo hace cuando está mosqueado y veo que está mosqueado, pero durante solo un segundo, porque luego suaviza la mirada como hace siempre conmigo.

—Entonces tenías novio, Parks… —Busca mis ojos, pero no dejo que los encuentre porque me gusta hacerle pensar que tiene que esforzarse para captar mi atención.

—Que sí —parpadeo al repetírselo—: Que me da igual.

—Ya —suspira, fingiendo que se aburre—. Nos ponemos los escudos, ¿verdad? —dice con un hilo de voz. Eso es lo que se dicen los chicos entre ellos cuando ven que mi corazón cambia de tema.

Vuelve a mirarme porque sabe que estoy mintiendo, y nuestros corazones tienen un duelo a la mexicana a través de nuestros ojos.

«Te echo de menos», parpadeo en código morse.

«Todavía te quiero», dicen las comisuras tristes de sus labios perfectos.

Casi demasiado carnosos, como si siempre se las arreglaran para recibir la picadura de una abeja. Hubo una vez en que ese chico tenía mi corazón pendiendo de sus labios.

—En fin, ¿cuándo? —pregunto, mientras giro sobre mis talones para ponerme de cara a él, agarrarle la muñeca y abrocharle, sin su permiso, la manga de su cazadora vaquera negra llena de parches, también de Amiri. Siento sus ojos fijos en mí, observándome, esperando a que levante la mirada y cuando lo hago, noto un dolor en el centro de mi ser, como siempre me pasa cuando nuestras miradas se encuentran. Un pez de vuelta en el agua. Un alivio dolorido.

—¿Qué? —pregunta Beej, observándome con el ceño fruncido.

Tiro de la pechera de su cazadora, intentando decidir cómo quedaría mejor si abotonada o no. Le abrocho los botones. Él ladea la cabeza, sigue buscando mis ojos y, al ver que no respondo, me levanta el mentón para que lo mire, sosteniéndomelo entre los dedos pulgar e índice.

La distancia física entre nosotros es escasa, pero aun así un bosque crece en ella. Abetos de errores tan altos que no podemos ver por encima de ellos y ríos de cosas que no nos dijimos tan anchos que no podemos vadearlos. Estamos lejísimos de donde pensábamos que estaríamos, estamos completamente desconectados, y me siento sola y perdida durante un minuto, pero estoy sola y perdida con él.

—Solo me preguntaba cuándo, eso es todo. —Parpadeo mucho. Me ayuda a mantener los recuerdos a raya. Desabrocho los botones—. Porque estuviste conmigo casi toda la semana pasada, así que no veo cuándo tuviste tiempo de fornicar con una chica tremendamente blanca que, sin duda, tendrá los ojos demasiado separados.

Me mira desde arriba con una sonrisita, divertido. Es alto, ese BJ Ballentine. Un metro noventa.

—¿Qué? —me encojo de hombros inocentemente—. Blanca como un espíritu y con ojos saltones es claramente la estética de Fabio Zambernardi. 

BJ se traga una sonrisa.

—Tenías novio, Parks —me repite, y yo lo ignoro porque eso no tiene nada que ver.

Vuelvo a cerrarle la cazadora de un tirón para abotonarla de nuevo.

—Pero estuve contigo casi todo el tiempo, así que no entiendo, en serio, cuándo…

—¿Quieres que comparta mi agenda contigo?

—¿Tu agenda sexual? —le suelto con aspereza, pero me pregunto si debería decirle que sí de todos modos, porque seguramente me iría bien tenerla para organizar qué noches de la semana tengo que lavarme el pelo, y de paso saber dónde está él, lo cual quiero saber a todas horas aunque no puedo admitirlo, bajo ninguna circunstancia, así que me limito a mirarlo con fijeza.

Entorna un instante los ojos.

—No tengo ninguna agenda sexual.

Lo miro con intensidad.

—Bueno, está claro que tampoco tienes una agenda de trabajo…

—Tengo un trabajo. —Pone los ojos en blanco.

—¿Cuál, quitarte la camiseta para tu club de fans de Instagram?

Se rasca la nuca al tiempo que sonríe con timidez.

—Solo intento pagar las facturas. —Se encoge de hombros juguetón—. No todos tenemos ochocientos millones en el banco, Parks.

—En eso tienes razón —admito—. Dime, ¿qué tal la pequeña isla que tu familia tiene en la costa de Grenada…?

Se pasa la lengua por el labio inferior, riendo.

—Tenías que decir pequeña…

—Más pequeña que la mía —lo corto y él se ríe.

Me mira de arriba abajo, recorre mi cuerpo con sus ojos como solía hacerlo con las manos —coge una bocanada de aire y suelta el amor que siente por mí—, mira más allá de mí para observarse en el espejo. Se pasa las manos por el pelo.

—¿Qué te parece, cómo dejamos los botones?

Vuelvo a desabrochárselos y me mira desde arriba, con una sonrisita jugando en sus labios.

—Siempre intentando desnudarme…

Pongo los ojos en blanco, pero me sonrojo.

—Ya te gustaría.

Cojo el bolso de ante azul cielo Le Chiquito Noeud de Jacquemus de la cuarta balda de mi estantería de bolsos.

—Sí me gustaría —admite, luego me repasa el cuerpo con los ojos—. ¿Tienes algún botón que deba desabrochar?

Lo aparto de un manotazo, riendo.

—Vete a la mierda.

—Venga. —Me pasa el brazo por el cuello y me conduce hacia la puerta—. Llegaremos tarde.

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—Dime, Parks —pregunta BJ con una sonrisita y los ojos entornados—, ¿cuál es tu manía número uno de esta semana?

—¿Esta semana? —frunzo el ceño. Estamos sentados a una mesa con la Colección Completa, nuestros mejores amigos, pero aun así, de vez en cuando pasa algo y un telón negro cae sobre el resto del mundo y solo nos podemos ver el uno al otro.

—Bueno. —Se encoge de hombros—. Sé cuál es la de toda la vida. Enarco las cejas.

—Ah, ¿sí? —Él asiente y yo tamborileo con los dedos sobre la mesa,

esperando—. Ilumíname.

Estamos en Annabel, y para la próxima vez que vayas, te recomiendo encarecidamente que pidas una botella de Dom Pérignon Rosé de 1995. Aunque no es lo que bebe BJ. Él bebe Negroni. Siempre un Negroni, a no ser que la noche se esté yendo al traste; cuando eso ocurre, entonces se pide un Don Julio de 1942.

—Tu manía número uno de toda la vida… es que otras chicas me presten atención. Obviamente. —Hace un pequeño rictus con los labios como si quisiera decir: «Ahí está».

Suelto un bufido y niego con la cabeza con vehemencia.

—No. Vamos, es que no se acerca ni de lejos.

Aunque se acerca, y mucho; de hecho, es absolutamente, al cien por cien, correcto.

Pone los ojos en blanco y hace caso omiso de la mentira.

—Venga, pues, esta semana es…

—Las chicas que proclaman que no llevan maquillaje en Instagram cuando claramente no llevan maquillaje en Instagram.

—Uy —se mete mi mejor amiga, Paili Blythe—. ¡No puedo con eso! —Se coloca un mechón de pelo rubio platino detrás de la oreja y, frustrada, arruga su naricita de botón—. ¿Qué esperan de nosotras, un corazoncito lila?

Le hago un gesto de «muchísimas gracias» antes de continuar.

—En serio, no entiendo en qué momento se puede alardear de ir intencionadamente descuidada.

—¿Un poco de corrector, quizá? —plantea Paili—. Un buen colorete en crema.

—Uy, ¿qué me dices, Charlotte? ¿Hoy no te has maquillado? —Le pregunto a la nada—. Sí, lo sé… resulta terriblemente obvio cuando tienes el don de la vista.

BJ se pasa la lengua por los molares posteriores, sonriendo. Suelta una risita y sacude la cabeza.

—No todo el mundo sale de la cama pareciéndose a un cervatillo de dibujos animados, Parks…

—Es… —Me flaquea la expresión—. ¿Se… se supone que es un cumplido?

—Desde luego. —Asiente.

—Venga ya —dice Henry Ballentine, mi mejor y más antiguo amigo. De aspecto se parece mucho a su hermano mayor: tiene el pelo castaño y una sonrisa que puede dejarte preñada, pero tiene los ojos azules en lugar de verdes como BJ, y de vez en cuando los esconde detrás de unas gafas que ninguno de nosotros tiene del todo claro que necesite. Asoma la cabeza en la conversación—. Todos sabemos que Bambi fue el despertar sexual de BJ.

—Eh, Bambi es macho —anuncia Christian Hemmes y su acento de Manchester se filtra en sus palabras, como le ocurre siempre que se divierte.

Christian y yo salimos juntos hace tiempo. Bueno, más o menos. Ahora no lo admitiríamos, pero lo hicimos, creo. Y fue malo. Malo para mí, malo para él (especialmente malo para él), malo para Beej (sobre todo malo para Beej)… Malo para todo el mundo, a decir verdad.

A pesar de ello, Christian es precioso. Tiene el pelo dorado oscuro, los ojos de color avellana y unos labios carnosos. Es casi angelical… sus rasgos, no sus actos. Da verdadero miedo en acción, en realidad. Intento no pensar en ello, en lo que hacen él y su hermano. Ellos creen que no lo sé. Pero lo sé. Lo sé todo sobre mis chicos.

Tanto Henry como BJ parecen confundidos y perturbados por la revelación de Christian.

Le dedico una mirada frívola y me vuelvo hacia Beej.

—Entonces, si yo soy un cervatillo, ¿qué eres tú?

—Un lobo —dice sin dudar un instante.

Pongo los ojos en blanco.

—¿De los solitarios?

Él niega con la cabeza y suaviza la mirada como no debería hacerlo en una mesa llena de gente que nos conoce en un local lleno de gente que no nos conoce.

—De los que encuentran a un cervatillo en el bosque que no llega solo a la balda de arriba de su botiquín, ni sabe cambiar el aceite del motor, ni…

—Parece un cervatillo de lo más evolucionado —le susurra Henry a su hermano.

—Bueno, sin duda es un cervatillo complicado —le contesta BJ y yo

frunzo el ceño. Él sonríe.

—Sin el lobo ese cervatillo no habría podido abrocharse el vestido que lleva puesto. —BJ me señala con la cabeza—. No se habría alimentado desde 2004… Por eso el lobo siempre anda cerca, por la pura bondad de su corazón.

—Creo que los lobos comen cervatillos —interviene Henry bruscamente.

BJ pone los ojos en blanco, pero a mí me preocupa que Henry lleve razón.

Perry Lorcan, de pelo oscuro peinado hacia atrás, grandes ojos marrones y una sonrisa todavía más grande, pómulos prominentes y absolutamente hermoso, completamente fabuloso, sacude la cabeza desde el otro lado de la mesa.

—Henry se ha confundido. Bambi fue mi despertar sexual. El de BJ fue Ariel… —Se señala el pecho—. El sujetador de conchas. Las tetas lo vuelven loco.

No es mi intención, pero bajo la mirada hacia mis pechos y, al levantarla, BJ me está mirando. Me guiña el ojo con disimulo y esboza una sonrisa traviesa.

Hago lo que puedo por no arder ahí mismo.

—Bueno. —Beej se inclina hacia mí y me quita una pestaña perdida que no tengo en la cara… Una excusa cualquiera para tocarme, en realidad—. Los dos sabemos cuál es la de verdad. —Intento no sonreírle—. Pero ¿cuál es tu falsa manía de toda la vida?

Intento no sonreírle.

—Esa también te la sabes.

—¿También? —Me mira con expresión radiante y pongo los ojos en blanco. Se para un segundo a pensar—. ¿Rosas y ranúnculos en el mismo ramo?

Asiento una vez.

—Jodidamente repugnante. De un mal gusto absoluto.

Se ríe desde las profundidades de su garganta y lo adoro cuando se ríe con mis comentarios, quiero hacerle reír para siempre, pero no puedo porque ese chico se rompió para siempre y todavía lucho contra la necesidad de besarlo igualmente. Jonah Hemmes, el hermano mayor de Christian, alarga los brazos desde el otro lado de la mesa; siempre viste de negro. Cazadora tejana negra, camiseta negra, vaqueros negros, Cons negras, aunque es un rayo de luz por dentro… dejando a un lado la precaria naturaleza de su trabajo. Podría tener el pelo rubio, pero creo que es castaño, y sus ojos podrían ser verdes, pero creo que son marrones o quizá de color avellana. Todos sus rasgos son angulosos: mandíbula marcada, nariz aguileña, lengua afilada. Excepto conmigo, porque soy su favorita.

Jo me mira con la cabeza inclinada.

—¿Ya vuelve a hablar de Monty Python?

BJ le dice que no con la cabeza a su mejor amigo al tiempo que levanto la nariz, indignada.

—Es una cicatriz en el rostro del cine británico y no se hable más.

—Ya sé qué veremos esta noche, pues. —Beej guiña el ojo.

—Sí. —Lo miro fijamente—. Yo también. Dejamos a Jack Bauer en una posición muy precaria anoche.

Jonah hace un ademán y alarga la mano para coger mi copa.

—Ese pobre desgraciado siempre está en posiciones precarias… Prueba mi cóctel y luego esboza una mueca de asco. Demasiado dulce. Henry le da un codazo a su hermano.

—¿Anoche? —pregunta en voz baja. A lo mejor creen que no los oigo—. ¿Cuántas noches van ya esta semana, entonces?

—¿Todas? —BJ entorna los ojos—. ¿Y a ti qué más te da?

Henry enarca una ceja.

—Se está tomando muy bien la ruptura…

BJ aprieta la mandíbula, a la defensiva.

—Pues sí.

Henry lo mira con intensidad.

—¿Porque te estás quedando a dormir cada noche esta semana?

BJ se pone insolente.

—Me quedé a dormir cada noche la semana anterior cuando todavía no habían roto, así que…

—Cada noche, no —intervengo—. Solo tres de siete.

Ambos me miran, algo sorprendidos, como si se hubieran olvidado de que están teniendo esa conversación delante de mí.

—Cuatro —susurra BJ para que solo yo pueda oírlo.

Nuestros rostros están demasiado cerca y yo estoy mareada y la respiración se me atasca en uno de los pedazos de mi corazón roto.

¿Cuatro? No me extraña que Brooks Calloway me dejara.

No sé por qué eso se me clava, pero es así. Como una flecha.

¿Lo de las cuatro noches?

Él es el único hombre cuya pérdida he llorado, el único amor que he amado.

Antes de saber qué estoy haciendo, me aparto de la mesa, sintiéndome algo aturdida —me da vueltas la cabeza y estoy asustada—, pero no estoy teniendo un ataque de pánico, porque yo no los tengo, los tienen las personas que no controlan sus vidas y yo lo domino todo, absolutamente todo, especialmente mi corazón. Es solo que el dolor de haberlo perdido viene y va. Yergue su cabecita en momentos inesperados, en lugares concretos.

Como tres años después del hecho, en The Dorchester, con él sentado justo a mi lado con la chaqueta Amiri que le había comprado una hora antes completamente desabrochada, como mi cerebro siempre que lo tengo cerca.

¿Creías que te hablaba de mi novio de la semana pasada?

Qué ingenuo por tu parte. Qué optimista por parte de mi habilidad lo de desprenderme del barco tocado y hundido al que tengo anclado el corazón.

—¿Es Magnolia Parks?

—¿Dónde está su novio?

—¿Está con BJ Ballentine?

—¿Vuelven a estar juntos?

—Nunca están separados.

—¿Pero ella no tenía novio?

—Me gusta su vestido.

—Odio su vestido.

—¿Vuelven a follar?

Esos son algunos de los comentarios que oigo al encaminarme hacia el aseo, intentando no desmayarme antes de llegar.

Las cuatro noches no son el motivo por el que Brooks Calloway y yo rompimos, por cierto. Brooks no lo sabe. O igual sí, porque al parecer todo el mundo sabe más cosas de mí de las que yo creo. A Brooks le da igual, siempre le ha dado igual. Bajo la forma más cruda y los términos más tácitos y secretos, Calloway y yo teníamos una relación simbióticamente beneficiosa.

Yo era su billete hacia una vida que no acababa de pertenecerle por nacimiento, y él era mi última línea de defensa. Una desviación fenomenal y un endeble ardid para explicar por qué BJ y yo no somos lo que BJ y yo somos en realidad. Algo tras lo que esconderme y a lo que recurrir cuando ser solo la mejor amiga de mi mejor amigo deja momentáneamente de llenar el abismo que amarlo abrió en mí.

Me miro fijamente en el espejo del baño, me coloco la cabellera oscura detrás de las orejas y tiro de mis aros de oro con perlas Mizuki con nerviosismo. Mojo un papel secamanos. Me lo acerco a las mejillas, que están más oscuras que de costumbre porque Beej y yo bajamos a Pentle Bay unos días, y tengo la mente desbocada porque… ¿acaso no estuvo conmigo solo tres noches de siete la semana pasada y, aun así, se las arregló para verse con una modelo de Miu Miu? ¿Dónde se conocieron? ¿Dónde estaba yo cuando se conocieron? ¿Cuántas veces se vieron?, me pregunto. ¿Y dónde lo hicieron? ¿En un hotel? ¿En su casa? ¿En qué casa? La de sus padres jamás, su madre lo mataría. ¿En la que comparte con Jonah? ¿Ella estuvo allí después de que yo estuviera allí? ¿Cambió las sábanas? La idea de dormir en una cama donde BJ se había acostado con otra me llena los ojos de lágrimas de una manera que no comprendo, pero con la que estoy más que familiarizada, porque pasa cada dos por tres. Eso es lo que él hace. Se lo hace con otras mujeres.

No nos estamos acostando, por cierto, a pesar de lo que hayas leído en la prensa. No debes creerte todo lo que lees por internet, pero sí puedes creerte esto: en otros tiempos, BJ fue el amor de mi vida.

Ya no lo es. Y, ahora mismo, es lo único que te hace falta saber.

—¿Estás bien? —Paili aparece detrás de mí en el espejo.

—¿Hum? —Me doy la vuelta—. Sí. Claro.

Frunce el ceño y no me cree.

—No pasaría nada si no lo estuvieras, ¿sabes? —me dice.

—Lo sé. —Me encojo de hombros con ligereza—. Es que acabamos de romper… lleva su tiempo acostumbrarse a…

—Me refería a lo de la modelo de Miu Miu.

Frunzo el ceño.

—¿Cómo sabes lo de la modelo de Miu Miu?

Me dedica una lastimera sonrisa de disculpa.

—Por Perry.

Frunzo el ceño todavía más.

—¿Y él cómo lo sabe?

Paili parece abatida.

—Fuera quien fuera, no serviría ni para sujetarte una vela… Aparto la mirada de ella y vuelvo a fijarla en mi reflejo.

—Pues claro —escupo—. ¿Para qué quiero yo una vela si mis ojos brillan más que los diamantes?

Paili reprime una sonrisa.

—De todos modos, me da igual —le digo meneando la cabeza.

Veo que no me cree. Mierda.

Saco el pintalabios perfecto de color coral de mi bombonera con textura de cuero de color hueso de Alexander McQueen; el tono perfecto de coral que hace que mi piel oscura se vea más rica y que me resalta los ojos hasta lo absurdo.

—Esa expresión —BJ Ballentine adora mis ojos cuando se lo permito— se remonta al 1600, ¿sabes? Cuando los aprendices eran tan torpes que no servían ni para sujetar una vela para el maestro.

Mi mejor amiga me mira de hito en hito; suaviza la expresión y parece sentir pena por mí, y yo odio que la gente parezca sentir pena por mí, pero ella es una de las personas en las que lo odio menos.

Me coge la mano, me saca del baño y luego nos encontramos de cara con BJ.

—Hola. —Me dedica una sonrisa grande y extraña.

Lo miro con desconfianza.

—¿Hola?

Se cruza de brazos y, como por casualidad, me cierra el paso.

—¿Qué haces?

Lo miro a él y luego a Paili, confundida.

—¿Volver a la mesa?

Frunce los labios.

—No. —Me mira meneando la cabeza como si fuera tonta—. Qué va. Volvamos al baño. —Empieza a empujarme hacia atrás.

—¿Qué estás…? —empieza a preguntar Paili—. Ah. —Se detiene. Ella ve algo que a mí se me escapa—. Claro. El baño.

BJ hace un gesto hacia mí.

—¿Has… visto ya… los nuevos… secadores de manos Dyson que tienen en esos baños? —BJ silba. Paili asiente entusiasmada—. Guau.

—Sí —digo, mirándolo como si estuviera loco—. Los he visto. Hace un momento, de hecho. —Lo miro con fijeza—. Además, tenéis los mismos en vuestra casa.

—Sí —asiente—. Un poco raro, ¿no te parece? ¿Debería mandar quitarlos?

—Bueno, a ver, pues en realidad sí, si no te importa, porque son bastante ruidosos, y Jonah tiene una vejiga diminuta, se levanta cuatro veces por la noche y lo oigo desde el cuarto. Además, personalmente prefiero esos papeles secamanos, los que no son de papel sino como de lino, pero que son desechables. ¿No podemos hablar de ello cuando volvamos a la mesa? Porque ya que sacamos el tema, hay unas cuantas cosas más en tu baño que me gustaría bastante cambiar…

Justo entonces, veo a mi exnovio de hace solo una semana de la mano de una chica que no he visto en mi vida a unas pocas mesas de la nuestra.

—¿Qué cojones? —digo mucho más alto de lo que pretendo.

De hecho, estoy yendo hacia él antes de darme cuenta de que estoy yendo hacia él. Como una pequeña polilla masoquista hacia una maldita llama. Brooks Calloway levanta la mirada y me mira con sus estúpidos ojos marrones de atontado muy abiertos y llenos de sorpresa.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto con los brazos en jarras.

—Pues… —Me mira y luego mira a su acompañante—. ¿Cenar?

Dedico una somera mirada a la que está con él.

—Hola, lo siento mucho, soy Magnolia… —Y entonces miro a Brooks—. ¿Y quién cojones es esta? —le pregunto, con los brazos en jarras—. ¿Estás aquí con otra chica?

Todavía no ha aparecido en las páginas de sociedad que hemos roto, ¿y ya va por ahí saliendo con otras mujeres?

—Sí —asiente con la espalda erguida.

—¿Qué cojones? —Me contengo de pegar un pisotón al suelo en señal de protesta—. Esto es muy irrespetuoso.

Mira por encima de hombro hacia BJ, que está de pie muy cerca de mí. Le dedica a BJ una mirada calculada y a mí otra más larga.

—¿Lo es? —Entorna los ojos—. Hola, BJ.

BJ asiente una vez, con una sonrisa tensa. La verdad es que nunca le ha caído muy bien.

—Calloway.

—Uf —digo, echando la cabeza para atrás sin poder creerlo—. Lo siento, pero espera, la gente todavía piensa que estamos juntos. Estás aquí con otra chica.

—Sí. Pero ¿tú estás aquí con otro hombre?

—Estoy aquí con unos cuantos hombres —aclaro.

—Mucho mejor. —Asiente, pero no creo que esté siendo sincero.

—He venido con mis amigos.

—Has venido con Ballentine —me dice con una mirada que me hace plantear si estaba más descontento con nuestro acuerdo de lo que yo pensaba. Se aclara la garganta—. En fin. Te presento a Hailey…

—Se hace la manicura, ¿sabes? —le advierto. Hailey lo mira de soslayo,

insegura.

—La manicura masculina —aclara Calloway.

—Es lo mismo… —empiezo.

—¡No lo es! —interrumpe—. ¡No es lo mismo!

Sacudo con la cabeza.

—Es pulir, dar forma…

—Y un esmalte transparente al final —dice Brooks, con un inocente encogimiento de hombros—. ¿Que por qué necesitas esmalte al final?

—Lo miro con los ojos entornados—. Uñas quebradizas.

—Oooh —finjo gorjear—. Qué sexy.

Pone los ojos en blanco.

—Hailey y yo llevamos viéndonos unos tres o cuatro meses. Lo miro con fijeza unos segundos.

—Nosotros solo estuvimos saliendo cinco.

Calloway asiente con alegría.

—Venga ya, tío —dice BJ y lo fulmina con la mirada.

Y entonces Calloway salta, casi como hubiera estado esperando algo así.

—Oye, ¿quién eres hoy: su perrito guardián o su novio?

BJ se adelanta y le dedica una sonrisa tensa.

—Soy lo que ella quiera que sea.

—Ah —asiente Brooks con frialdad—. Entonces eres su puta.BJ echa la cabeza hacia atrás, sorprendido.

—¿Quieres que vayamos fuera?

Beej se acerca a él y una oleada de nervios baña a Brooks. Por norma general, nadie quiere estar en el lado equivocado de una pelea con BJ, pero todavía menos si el tema tiene que ver conmigo, aunque sea remotamente. No piensa con claridad cuando tiene que ver conmigo, según Jonah. Coloco una mano en el pecho de BJ e intento apartarlo con suavidad, pero él grita por encima de mi cabeza.

—Pruébalo… —le dice BJ—. Imbécil de mierda.

—¡Eh! —Los miro negando con la cabeza, analizo el local y veo que van apareciendo móviles.

Y, a decir verdad, no acabo de entender qué pretende Calloway… Está loco si intenta provocarlo.

—¡Ven y dímelo a la cara! —le grita a Beej y hay algo en su postura ofensiva que me recuerda al León Cobarde de El mago de Oz.

El pobre Brooks es un poco arrogante y aunque no esté apretando los puños y sujetándolos en alto literalmente, como si quisiera decir «venga, dale», es como si lo hiciera. Mientras tanto, Baxter-James Ballentine podría ser cualquier cosa desde un jugador de rugby hasta un Vengador. Por qué Brooks intenta pelearse con él es algo que se me escapa y, sea cual sea el motivo, me preocupa. También me preocupa que BJ se pegue con alguien por mí. Otra vez. Me preocupan los titulares de mañana por la mañana. Otra vez. Me preocupa lo que dirán, de nosotros, de mí. A veces no son muy buenos conmigo.

—Ya te lo he dicho a la cara, paquete —grita BJ y hay cámaras de móviles tomando fotos mientras los camareros del local se acercan, nerviosos.

—Me parece gracioso que lo menciones, ¿sabes a quién le encantaba mi paquete? —empieza a decir Calloway, con aspecto engreído, y yo me quedo boquiabierta.

Entorno los ojos y lo apunto con el dedo.

—No te atrevas a decirlo…

A BJ le cambia la mirada, y no es nada bueno. Sé que no es nada bueno porque de repente los otros chicos están a nuestro alrededor.

Ya puedo imaginar los titulares: «Ballentine esposado en The Dorchester», «¡Los chicos se vuelven locos por Parks!», «A Magnolia Parks le gustan los paquetes» (ese sería The Sun). Brooks nunca sale en la prensa sin mí, ¿lo estará haciendo por eso? A él le importan ese tipo de cosas, como la prensa. Beej mira largamente a Brooks, desafiándolo a acabar esa frase.

Se queda ahí. Y durante un instante espero que Calloway tenga dos dedos de frente y retire todo lo que ha dicho…

—A ella. —Brooks me señala con un dedo.

—¡Eso es objetivamente incorrecto! —anuncio en voz alta para que me oiga todo el mundo, porque esa parece la parte más importante que aclarar—. ¡No es verdad! Es… bueno… en fin, lamento decirlo, pero en realidad resulta incluso decepcionante, si te soy sincera. —Le dedico una mirada de disculpa a la chica.

—Ya se lo he visto —me dice.

—Desde luego que sí. —Asiento una vez mirándola—. Mi más sentido pésame.

—Eh. —Brooks frunce el ceño.

Lo ignoro y me vuelvo para mirar a BJ. Tiene la mandíbula tensa, los puños apretados, listos para defender mi honor en cualquier momento del día o de la noche.

—Vámonos —le digo, pero no se mueve.

Beej fulmina a Calloway con la mirada y yo le cojo el rostro con la mano, lo vuelvo hacia mí haciendo caso omiso de los flashes de todas las cámaras que nos rodean y, por un segundo, me da igual si el Daily Mail saca un artículo sobre nosotros porque son todo mentiras igualmente. Todo lo es. Todos quedan tras el negro telón. Lo único que puedo ver es a él.

Busco sus ojos.

Los encuentro y, al hacerlo, los suyos se suavizan.

—Llévame a casa, Beej —le digo con unos ojos que no puede ignorar—. Jack tiene una bomba que desactivar.

Me coge la mano y la besa.

—A la mierda David Palmer. Bauer presidente.

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