Ni poetisas ni malditas: poetas
El 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía. Para conmemorar esta fecha, recuperamos la obra lírica de seis grandes poetas cuyos versos no merecen ser eclipsados por su vida, ni mucho menos, por su muerte.

De izquierda a derecha: Sylvia Plath, Anne Sexton (Crédito: Getty Images), Idea Vilariño (Crédito: Creative Commons), Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y Elizabeth Bishop.
«Poesía… eres tú», escribió Bécquer a las pupilas azules —ignoremos por un rato la ciencia— más célebres de la historia. Hoy recuperamos la rima del escritor sevillano para decir que poesía… son ellas, las que más allá de haber inspirado la obra de quien miraba, hicieron correr, de su puño y letra, bellos ríos de tinta. Son mujeres, son escritoras, y son poetas. Sí, sabemos que has escuchado el término «poetisa» para referirse a ellas, pero son muchas las que han declarado no sentirse identificadas con esta palabra. Mercedes Araujo señalaba en una entrevista que este término seguramente es un invento de «algunos poetos para marcar la línea de pertenencia y apropiarse del neutro inclusivo». Y, efectivamente, la historia corrobora su intuición. Bajo el término «poetisa» se agrupaba a todas aquellas que escribían rimas—consideradas sentimentales, cursis y carentes de valor poético— para, según la opinión de los verdaderos poetas, llenar su tiempo libre e intentar, sin éxito, compartir oficio con ellos. Primera lección completada, seguimos aprendiendo.
¿Qué pasa con lo de «malditas»? ¿Quiénes se agrupan bajo esta etiqueta? Se trata de un rótulo empleado para nombrar a las perseguidas por el estigma de la locura, a las que escribían en la penumbra obras a las que no se le presuponía gran valor o influencia, a las marginadas y alcohólicas, a las de vidas atormentadas que terminaron, en muchos casos, por elegir la muerte como único remedio a un sufrimiento vital. Los hay también «malditos» —Baudelaire y Rimbaud, por ejemplo— pero lo que para ellas funciona como acusación y condena es, en ellos, motivo de elogio y valoración. Bohemios, provocadores y artistas frente a débiles, desquiciadas y suicidas.
En la víspera del #DíaDeLaPoesía, reivindicamos el talento y el valor real de lo que escribieron grandes poetas femeninas de la historia. A continuación seleccionamos algunos nombres de poetas cuya obra no debe quedar sepultada bajo etiquetas reduccionistas e injustas.
Estamos ante una de las joyas de las joyas del siglo XX. Pionera de la poesía confesional, Sylvia Plath ofrece en su obra lírica —también en su icónica novela La campana de cristal— un testimonio prácticamente autobiográfico sobre su angustia, la enfermedad, su matrimonio con el escritor Ted Hughes y la problemática relación que mantenía con sus padres. Rebosantes de intensidad, de sus versos se desprende el dolor y la belleza que la acompañaron durante 30 años de vida. En 1982, cuando su obra empezaba a ser estudiada desde una perspectiva de género, recibió de forma póstuma el Premio Pulitzer de Poesía.
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Descargó su intimidad en poemas crudos y sinceros sobre temas considerados tabú en la sociedad de su época, recorriendo con tinta el cuerpo de la mujer (entre los temas que trata se encuentran el aborto, la menstruación, el adulterio o la masturbación). Como Plath, con quien compartió amistad más allá de las letras, fue pionera en la lírica confesional derramó en sus versos la pasión que atravesaba su vida; además, también ella recibió el Premio Pulitzer de Poesía, que la reconoce como una de las voces más contundentes del siglo pasado. Su poesía, lúcida y crítica, abarcó mucho más que el tormento de quien persiguió durante años la muerte.
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«Te vas Alfonsina con tu soledad / ¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?». Así cantaba Mercedes Sosa a la también argentina (de adopción) Storni, una de las más grandes poetas del continente sudamericano. Con la fortaleza emergida del desgarro, Storni reivindicó el derecho de la mujer a convertirse en sujeto del deseo y desafió los convencionalismos sociales de la época. Su poesía es al mismo tiempo un grito de protesta, un canto a la vida y un elogio a la naturaleza.
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Es, quizás, el nombre más expuesto a la condena del malditismo, como bien critica el libro de Ana Müshell, Maldita Alejandra, en la que la autora se reapropia del término y explora todo lo que fue esta gran poeta argentina, más allá de la leyenda de su muerte. Pizarnik es un torrente de palabras afiladas, una vulnerabilidad lúcida, una carencia infinita. Su poesía, caracterizada por un hondo intimismo y una severa sensualidad, pero también su prosa y sus diarios, la convierten en una figura de culto de las letras hispanas.
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Comenzó a publicar a los 39 años, pero su inserción tardía en el mundo de la poesía no impidió el reconocimiento de su talento. Lúcida, precisa, rigorosa, retraída y atrevida, Bishop se situó finalmente entre las figuras clave de la poesía norteamericana del siglo XX. Siempre tambaleante entre la depresión y la vitalidad, el rigor y la espontaneidad, Bishop fue una mujer libre, en lo personal y lo literario.
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Celosa de su intimidad, durante mucho tiempo rechazó cualquier promoción de su nombre y su obra… Pero, afortunadamente, el mundo no pudo ignorar la belleza de sus versos. Nacida en Montevideo, Idea Vilariño escribió sobre el (des)amor, sobre el sexo, sobre el recuerdo y la ausencia, sobre la muerte. Su poesía transita siempre por los extremos y golpea con la intensidad, la tierna ferocidad y la urgencia que recorren todos sus versos
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