30 años de «El secreto», de Donna Tartt: la historia que forjó este clásico moderno

En 1992, la novela de debut de Donna Tartt se convirtió en un superventas inmediato; hoy, cuando celebramos su 30 aniversario, sigue siendo objeto del mismo cariño ferviente de siempre. Recordamos la historia que se esconde tras esta obra atemporal.

17 octubre,2022
Viñeta de Persépolis, novela gráfica de Marjane Satrapi. Crédito: Reservoir Books.

París, 1993. Donna Tartt disfruta en pijama del éxito de El secreto. Crédito: Getty Images.

Hay una serie de libros que no dejan de publicarse nunca, pero pocos conservan intacto su atractivo. Este otoño se celebra el 30 aniversario de El secreto, de Donna Tartt, por lo que ahora tiene más años que la novelista cuando publicó su debut superventas. Tres décadas después, su historia sobre un grupo de estudiantes de literatura clásica que perpetran un asesinato sigue siendo una pieza clave de la ficción contemporánea, no solo para para la generación que lo convirtió en best seller en 1992: también lo es, asombrosamente, para sus hijos. Mientras se escriben estas líneas, el hashtag #TheSecretHistory cuenta ya con cerca de 180 millones de vistas (y #SecretHistory otros 22 millones) en TikTok, que es donde hoy los libros se convierten en superventas.

Ahí, Tartt es aclamada como «un icono del estilo» y El secreto, como «clásico» influyente. Por los cotilleos que cuenta de una universidad ficticia y bohemia de élite, sus personajes moralmente ambiguos y su arrebatadora idea central —que un grupo de amigos pueden asesinar a uno de los suyos y afirmar que lo hicieron en beneficio del arte—, El secreto ha conseguido algo casi imposible: ser un libro que, contra todo pronóstico, conserva su frescura para cada generación que alcanza la edad de leerlo. ¿Cómo ocurrió?

Los fans más devotos ya conocerán la historia del origen de El secreto, que es mítica en sí misma. Es bien sabido que Tartt, que hoy tiene 58 años, lleva casi una década apartada de la vida pública, pero ya protegía celosamente su intimidad antes de aparecer en todas partes. En el primer perfil que se le dedicó de 6.000 palabras, publicado en Vanity Fair —el tipo de publicidad reservada a la flor y nata de Hollywood, y no a los novelistas debutantes, ni siquiera a principios de los años noventa—, el legendario periodista James Kaplan explicaba que «Donna Tartt tenía su propia historia secreta. No se debe, no se tiene que hablar de su infancia en Grenada».

Lo que se ha ido ensamblando es esto: Tartt empezó a escribir la historia que después sería El secreto cuando estudiaba en el Bennington College, una excéntrica y muy exclusiva escuela de artes liberales de Vermont, donde la escritora fue más feliz que nunca, según diría más tarde. Entre sus compañeros de clase estaba Bret Easton Ellis, una de las primeras personas que leyó el libro en 1983, en su estado embrionario. Seis años después, Ellis animó a su agente, Amanda Urban, a que leyera el manuscrito inconcluso de Tartt. Para 1991, Urban estaba recibiendo ofertas de las editoriales por la novela de Tartt, ya acabada, de 866 páginas, titulada entonces The God of Illusions [El Dios de las ilusiones]. La oferta ganadora —se rumorea que alcanzó los 450.000 dólares (hoy equivaldría a poco menos de un millón de dólares)— fue la de Knopf, que publicó la novela en 1992 tras una intensa campaña de publicidad y marketing. (Bloomsbury logró los derechos para el Reino Unido por 1 millón de libras, a los que se suman 500 000 dólares por la edición de bolsillo).

Tartt empezó a escribir la historia que después sería El secreto cuando estudiaba en el Bennington College, una excéntrica y muy exclusiva escuela de artes liberales de Vermont (...). Entre sus compañeros de clase estaba Bret Easton Ellis, una de las primeras personas que leyó el libro en 1983, en su estado embrionario.

El secreto no fue un éxito inesperado: ya se había corrido la voz entre los círculos editoriales. Con una campaña de marketing más propia del mundo editorial milenial, con las miras puestas en Instagram, Knopf lanzó una tirada de ejemplares no venales muy codiciados. Las primeras ediciones en tapa dura de El secreto fueron diseñadas para que se diferenciaran del resto: más altas y menos anchas que la mayoría de las novelas, con camisa de acetato. Nadie hacía fotos de los libros y las subía a una World Wide Web en ciernes; sin embargo, ayudaron a darle a El secreto una mayor pátina estética. 

Si bien Tartt mantuvo cierta distancia en las entrevistas, se prestaba a darlas —aunque después lo haría cada vez menos—, y los medios estaban fascinados con ella, una mujer no más alta que una niña, con un look andrógino y que citaba a T. S. Eliot (también en su mensaje en el contestador) y El mago de Oz con el típico tono agudo del sur, arrastrando las palabras. Como escribió Kaplan en aquella primera semblanza: «En muchos aspectos, parece una figura de otra época: una escritora del sur, menuda, bebedora frecuente, conversa católica, de inteligencia mordaz, con un pasado ocluido, de tristeza entre magnolias». Podría haber sido un personaje sacado de sus propias páginas: muchos entrevistadores sospechaban que la persona que tenían delante se había inventado una identidad.

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El secreto

30 ANIVERSARIO
POR LA AUTORA DE EL JILGUERO, GANADORA DEL PREMIO PULITZER

«La historia del misterioso asesinato que sigue fascinando treinta años después.»
BBC

«Una auténtica maravilla. [...] Contu...



La periodista Lili Anolik pertenece a la primera generación de adolescentes que se encontró con El secreto, y le impactó tanto como a todos los lectores jóvenes que lo han leído desde entonces. «Lo leí cuando salió en el otoño de 1992, en mi primer año de instituto —explica Anolik por correo electrónico—. Fue el primer libro que me tuvo despierta leyendo toda la noche, hasta que lo acabé. Recuerdo desear vivir las mismas cosas que Richard Papen [el narrador]. No me refiero a que quisiera participar en el asesinato de un molesto compañero de clase; lo que quería era ir a una universidad que fuese antigua, con torres en cuyos muros creciera la hiedra y una tradición venerable. Una vez allí, quería hacer amistades peligrosamente íntimas con gente que pareciera entender el mundo mejor que yo, gente que fuese privilegiada e inteligente y glamurosa, y quizá un poquito siniestra».

El núcleo de El secreto lo conforma el grupo de estudiantes de literatura clásica al que nuestro narrador, Richard Papen —embelesado, enamorado del ficticio Hampden College de Vermont, que huye de «los drive-ins, [las] casas prefabricadas, las oleadas de calor subiendo del asfalto» de su atrofiante ciudad natal californiana— primero admira y con el que después se relaciona. En cuanto eterno forastero, siente una infinita curiosidad por los fondos fiduciarios, la educación y el boato de clase alta de Henry, Charles y Camilla, Francis y la víctima de su asesinato, Bunny que representa a la nuestra. La novela de Tartt sitúa al lector en una tentadora proximidad: podemos mirar, pero rara vez se nos permite tocar.

Si bien Tartt mantuvo cierta distancia en las entrevistas, se prestaba a darlas —aunque después lo haría cada vez menos—, y los medios estaban fascinados con ella, una mujer no más alta que una niña, con un look andrógino y que citaba a T. S. Eliot (también en su mensaje en el contestador) y El mago de Oz con el típico tono agudo del sur, arrastrando las palabras. 

Anolik creció y se convirtió ella misma en escritora. Veintiún años después, cuando estaba entrevistando a Bret Easton Ellis por otro asunto distinto, vio un ejemplar de El secreto en sus estantes. «Verlo me recordó algo de pronto: Donna lo había incluido a él en su dedicatoria, lo que siempre me pareció curioso. Como escritores, sus sensibilidades no podrían ser más diferentes. Le pregunté acerca de la dedicatoria, y dijo que él y Donna iban juntos al Bennington, y después comentó que tuvieron una cita romántica en su primer año allí». En 2019, seis años después de visitar a Ellis, Esquire publicó la colosal pieza de Anolik titulada «Secret Oral History of Bennington: The 1980s’ Most Decadent College» [La historia oral secreta del Bennington: la universidad más decadente de los años ochenta]. «Fue una conversación de pasada que se convirtió en una obsesión en toda regla —dice Anolik—. Me parecía que tenía una buena pieza agarrada por la cola y no estaba dispuesta a soltarla».

La pieza de Anolik, que no es tanto una historia de El secreto como de la institución que lo inspiró, contada por boca de quienes se transmutaron en personajes de Tartt, plasmó y después avivó la febril obsesión de los fans del libro. El año pasado se lanzó el pódcast Once Upon a Time at Bennington College, un spin-off de la novela centrado en las disolutas fiestas y las mentes brillantes de la universidad a principios de la década de 1980. Tartt se negó a participar hasta el punto de interponer demandas judiciales; el pódcast pasó después a ensamblar las historias de los demás sobre ella y El secreto.

No obstante, El secreto ya se granjeaba unos fervientes lectores. En Goodreads hay un hilo de ocho años de antigüedad donde se anima a resolver el misterio de qué aspecto tiene Richard Papen, exactamente (el hilo sigue activo, y en sus respuestas se puede seguir el rastro de las diferentes tendencias de Hollywood, que van desde «Ethan Hawke en El club de los poetas muertos» a Riz Ahmed). La novela tiene más de 450.000 puntuaciones, con una media de 4,15 —muy alta para los lectores de Goodreads, que se caracterizan por su franqueza—, y más de un millón de usuarios la han añadido a sus estantes digitales.

Tartt empezó a hablar abiertamente sobre El secreto en 2014, cuando estaba promocionando El jilguero, su tercera novela. La segunda, Un juego de niños, fue publicada con un gran despliegue publicitario en 2002. Los fans están esperando que esto signifique que habrá nuevo libro este año o el que viene, pero la probabilidad parece escasa. Su debut ha pasado a ser parte de su mística como las impecables camisas que siempre lleva abotonadas hasta el cuello: es el equivalente literario del primer gran éxito que las bandas consagradas deben incluir en sus bises. La prensa incidió mucho en que hubiese tardado una década en escribir su segundo libro, ignorando discretamente que eso fue lo que tardó en escribir el primero.

Aunque Tartt ya era famosa en los medios impresos desde antes, en la última década su estatus —y, en concreto, el de su primera novela— ha alcanzado nuevas cotas. En 2014, el mismo año que fue incluida en la categoría internacional de las mejor vestidas de Vanity Fair, la estética de la dark academy, la academia oscura, llegó a Tumblr, ensalzada con fotos melancólicas y góticas y recomendaciones de libros. Se pueden encontrar fotografías de Tartt allí, fumando cigarrillos entre estatuas de ciervos borrosas y dibujos de los personajes del libro.

Durante la pandemia, la academia oscura saltó de la blogosfera a los titulares de los periódicos. La estimulante mezcla del cierre de las universidades a causa de la COVID-19 y que TikTok dejara de ser una aplicación basada fundamentalmente en el baile para explorar multitud de nuevos intereses de nicho —entre ellos los libros (y de ahí BookTok)— hizo que un público nuevo, más joven, descubriera El secreto. La novela —y, en menor medida, la propia Tartt— hizo las veces de Biblia estética para la academia oscura: las raídas chaquetas de tweed de Bunny, «las hermosas camisas almidonadas con puños franceses y magníficas corbatas» de Francis, los trajes ingleses de Henry y la obsesión de los gemelos por las prendas exclusivamente blancas, incluso en las profundidades de las hoy inspiradoras nevadas de Nueva Inglaterra.

Su debut ha pasado a ser parte de su mística como las impecables camisas que siempre lleva abotonadas hasta el cuello: es el equivalente literario del primer gran éxito que las bandas consagradas deben incluir en sus bises. La prensa incidió mucho en que hubiese tardado una década en escribir su segundo libro, ignorando discretamente que eso fue lo que tardó en escribir el primero.

¿Montones de libros y filosofar hasta las tantas? ¿Citar a los clásicos? ¿Ensalzar la belleza por encima de todo lo demás? Esos pilares del grupo social que forma el núcleo de El secreto también son claves para la academia oscura. Si a eso le sumamos cómo presenta Richard el idílico marco de Hampden, la novela de Tartt procura la evasión perfecta para esos estudiantes de la generación Z que visten sudaderas con capucha y asistían a sus clases por Zoom durante el confinamiento. 

«Es el mismo impulso de siempre: quieres lo que no puedes tener —dice Anolik—. Aunque aquí se trata de algo más, creo. Hoy, por innumerables motivos, estamos mejor que entonces, sobre todo si no eres blanco, varón y heterosexual. Aunque se han perdido algunas cosas. Había cierto estilo en aquellos viejos buenos/malos tiempos de los ochenta, y cierta libertad, también. Me imagino a los mileniales y a la generación Z leyendo El secreto y pensando: "¡Joder, no me puedo creer lo bien que se lo pasaban mis padres! ¡Todo ese sexo, todas esas drogas!". Supongo que ese Bennington de los ochenta —o, más bien, Hampden en los ochenta— les debe de parecer casi ciencia ficción».

O tal vez fue siempre una clase de ficción, del mismo modo que Tartt se muestra a la prensa como una especie de ficción, o las historias del Bennington que Bret Easton Ellis le contó a Anolik, a medio camino entre el mito y la realidad. Desde que se publicó El secreto, la gente no ha dejado de intentar averiguar quién inspiró tal o cual personaje. Pero, como Tartt insistió a The Guardian en 2002: se lo inventó todo.

En 2014, le preguntaron a la escritora por qué El secreto mantiene su atractivo. «Creo que una de las razones por las cuales a la gente le sigue gustando, y le sigue gustando a los jóvenes, es porque yo era muy joven cuando lo escribí —le dijo a Jim Naughtie, presentador de Bookclub, de la BBC Radio 4—. Tenía diecinueve años cuando lo escribí, y hay grandes franjas que son exactamente como las escribí a los diecinueve años. En cierto modo, es una especie de cápsula del tiempo». Tartt explica que la década que pasó escribiendo la novela era en sí misma una forma de nostalgia: «Para mí era un modo de volver a la universidad, de regresar a un tiempo perdido, y tenía que ver con la añoranza y el anhelo».

Quizá ese es el quid de la cuestión. Durante años, hemos utilizado El secreto como un mapa del tesoro para encontrar una realidad que pocos experimentaríamos, un conjunto de pistas que desentrañar. Puede que, en su lugar, fuese siempre una especie de fantasía —de juventud, de inocencia perdida, de aspiraciones— que nunca existió en la realidad. Seguimos leyéndola porque preferimos quedarnos con que sí existió. 

Texto original publicado por Alice Vincent en Penguin.co.uk.

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