En el adiós de Montalbano… y de Camilleri: guía para no iniciados en estos dos iconos de la novela negra
La publicación de «Riccardino» (Salamandra), el último caso del inspector Salvo Montalbano, supone la despedida a una de las creaciones más relevantes de la novela negra de los últimos treinta años. ¿Quién fue Andrea Camilleri y cómo consiguió que un afable comisario de una pequeña localidad siciliana conquistar el corazón de millones de lectores? ¿Por qué está la serie llamada a convertirse en un clásico del género? Recorremos la figura de un creador único y ofrecemos las claves de su exitosa obra. Además, compartimos un documental de Penguin España que indaga en las claves del éxito de los 33 libros que convirtieron a Camilleri en el escritor más popular de Italia en el cambio de milenio.
Este documental indaga en las claves del éxito de los 33 libros que convirtieron a Andrea Camilleri en el escritor más popular de Italia en el cambio de milenio.
El artista
Un elemento que singulariza a Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925) fue su llegada tardía a la novela, ya traspasada la cincuentena, lo que implicó mucha modestia pues nunca pensó que a estas alturas de su vida fuera a tener éxito en una empresa creativa hasta entonces inexplorada, y que cuando aquél llegó para su sorpresa absoluta (ha declarado que pensó que lo leerían cuatro gatos), lo gestionara con humor y relativización. Aunque comenzó publicando relatos y poesías en torno a la veintena, el teatro fue la primera gran pasión del autor, cursando estudios de Dirección en la Academia de Arte Dramático Silvio d'Amico (antes había abandonado las clases en la Facultad de Letras). Durante cuatro décadas, compaginó la dirección de montajes teatrales -llevando a los escenarios a clásicos como Ionesco, Beckett o Pirandello- con la escritura de guiones, la dirección y la producción de series televisivas -destacando la adaptación de los casos del comisario Jules Maigret y del teniente Sheridan.
La influencia de estas disciplinas artísticas sobre su futura faceta novelística es muy remarcable. En la saga Montalbano advertimos, por ejemplo, la claridad expositiva, el peso de los diálogos y la ordenada la composición de las escenas (con una siempre armónica entrada y salida de los personajes). Asimismo, los préstamos del inolvidable sabueso surgido de la imaginación de Georges Simenon son detectables por cualquier aficionado al género negro, empezando por su humanidad, perspicacia y deseo de disfrutar de los placeres sencillos.
El salto de Camilleri a la novela se produce en 1980 con Un hilo de humo, nacimiento del ciclo de ficciones históricas que correría en paralelo a las ficciones negras y con el que compartiría territorio -el pueblo siciliano de Vigatà-, intereses -retratar los infinitos pliegues del alma humana, nuestras pulsiones y perdiciones- y tono -jocoso, socarrón, cercano. Doce años tardaría en publicar una nueva entrega, La temporada de caza, paso previo al desembarco, en 1994, de un personaje que llevaba tiempo rondándole, un policía que le pedía insistentemente que pusiera por escrito sus vivencias (algo que hizo, machaconamente, hasta el final de sus días). Un tal Salvo Montalbano.
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Los fundamentos
El ser humano puede ser monstruoso pero también previsible, ridículo y entrañable. Esta idea parece ser la que ha articulado las novelas de Camilleri, un entomólogo de nuestra naturaleza compleja y profunda, llena de aristas y puntos ciegos, la cual ha buscado por principio intentar descifrar. Como el citado Simenon, el motor último de las mismas se diría que ha sido explicarnos, comprendernos e incluso perdonarnos. Si hubiera que limitar a una sola razón la popularidad de la saga de Montalbano quizá estribe en su agudeza y sensibilidad a la hora de retratarnos, de mostrar toda la escala de grises que define nuestra especie, capaz de los actos más abyectos y más desprendidos.
Sin duda es también la del siciliano, miembro del Partido Comunista desde su juventud, una novela social, hija de su compromiso con los desfavorecidos y con la denuncia de los abusos del poder lleguen de donde lleguen (la Iglesia, la empresa, la política…). A este respecto fue determinante el ascendente y la orientación de su mentor y amigo Leonardo Sciascia, el grandísimo novelista siciliano que lo precedió en condenar las miserias y corruptelas de las estructuras profundas del Estado italiano empleando los pueblecitos sicilianos como microcosmos que aspiraban a representar males universales («Sicilia es el mundo», llegó a declarar el autor de El día de la lechuza).
Y, por supuesto, hablamos de una novela negra mediterránea, aquella surgida en una tradición y una cultura, unos ambientes y costumbres, propios de los países mediterráneos, y de la que forman parte colegas como Manuel Vázquez Montalbán (amigo íntimo del escritor e inspiración fundamental para el ciclo de Montalbano, cuyo mismo nombre es guiño, homenaje y señal de agradecimiento al padre de Pepe Carvalho) o Petros Márkaris. Frente a la climatología terrible, la alimentación apresurada y pésima, los malos hábitos de vida en general y un carácter tendente al desánimo que caracterizan a la novela negra escandinava, una forma de ser y de hacer más hedonista, libre y expansiva (aunque, ojo, a veces también más descuidada y exasperante), agradecida a las recompensas del sol y los buenos alimentos, proclive a la socialización y a la desdramatización. En definitiva, una forma de estar en el mundo marcada por la proximidad y el influjo ancestral del mar, atenta a los pequeños grandes placeres.
Desde la fundacional La forma del agua (1994) hasta Riccardino (aparecida en 2020 en Italia), han sido treinta y tres títulos traducidos a treinta y seis idiomas y de los que se han vendido veinticinco millones de ejemplares. Pero más allá de las cifras, estamos frente a una serie entrañable que, en palabras del autor Antonio Manzini, confirió nobleza a un género considerado menor hasta entonces en su país de origen, al tiempo que con su humanidad y sentido del humor supo traspasar fronteras y conectar con un público masivo que vio reflejado sus cuitas y defectos, miserias y emociones, en un modesto rincón de Sicilia.
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El jefe
No hay ciclo literario llamado a perdurar sin un protagonista carismático en su centro y no es exagerado aventurar que pocas creaciones como Salvo Montalbano han despertado tanto cariño en la literatura contemporánea. El comisario de Vigatà bebe en parte de magisterio de los citados Sciascia, Maigret o Vázquez Montalbán para acabar deviniendo una criatura idiosincrásica e intransferible. Hablamos de un héroe cercano que combina una aguda capacidad de interpretar a las personas, las situaciones y los entornos con una mirada irónica, que no cínica, a la realidad. Su celo profesional y la oscuridad que lo circundan no está reñido con el disfrute de la vida (y en especial de la gastronomía siciliana), y los recelos que le despiertan los jefes y los jueces no significa que no esté dispuesto a escuchar a todas las partes. Sabio y valiente, no es inmune a las dudas, la melancolía y el desengaño (no siquiera a las tentaciones de la carne, ¡por supuesto!), pero lucha por sistema contra los prejuicios y las apariencias que pueden fácilmente nublar el juicio de un policía en su incansable tarea por ir al fondo de las motivaciones y los ardides del ser humano. Implacable pero compasivo, sabe que cabe empezar por cuestionarlo todo y no fiarse de nada, y que el camino hacia el hallazgo de la verdad con frecuencia implica forzar los límites de la moralidad y la legalidad, teniendo que relacionarse y pactar con elementos indeseables. Ojos bien abiertos, oídos afinados, perseverancia y un equilibrio entre instinto y reflexión como armas esenciales.
Con estas palabras definió Camilleri a su sabueso en el transcurso de una entrevista:
«Al crear el personaje me propuse que no fuera un policía americano, porque no hubiera funcionado; que no fuera un policía privado, porque hubiera estado limitado en sus funciones; escogí un comisario institucional, es decir, de la seguridad pública. El modelo inmediato es el inspector Maigret, de Georges Simenon. Creé un personaje que no fuera inquietante, al que pudieras invitar a comer o cenar y estar tranquilo charlando con él; un personaje leal que respeta la palabra dada y que se rebela a las órdenes cuando son absurdas. Los lectores han encontrado estos datos positivos y por eso gusta Montalbano».
El terruño y los cómplices
Y lógicamente Salvo Montalbano es indisociable de su tierra, de su hábitat, del pequeño rincón en el mundo en el que investiga, cavila y se llena el estómago. Para la composición de la imaginaria Vigatà, Andrea Camilleri tiró de sus recuerdos de infancia en Porto Empedocle y esta mirada íntima y sentimental baña sus páginas: la memoria, las tradiciones y algunas señales de un paraíso perdido entre medio de tanta brutalidad y sinsentido. Por encima de todo, el retrato de unas gentes rocosas y de pocas palabras, tozudas y apasionadas, el retrato de su propia gente, sólo accesible con tanta cercanía y amor a uno de los suyos. Un lugar detenido en el tiempo, de costumbres y hábitos fuertemente arraigados, en el que la exasperante burocracia puede volverle loco a uno y la lentitud y la cerrazón se dirían patrimonio nacional.
Por mucho que adore su rincón en el mundo, Montalbano necesita de la complicidad de un círculo estrecho por el bien de su salud mental y para resolver los crudos casos que se le presentan. Pese a ser un soltero irredento, mantiene un largo y tortuoso noviazgo con Livia, una genovesa con la que discute con frecuencia (por lo general vía telefónica, los problemas derivados de las relaciones a distancia…) pero que es un pilar fundamental en su vida, como lo es su asistenta Adelina, infalible a la hora de prepararle las exquisiteces sicilianas que alejan cualquier mal (¡quién pudiera degustar los arancini, esas croquetas locales que su mano convierte en un manjar de los dioses!). Y no podemos dejar de citar a Ingrid, su sensual amiga sueca, a Mimí Augello, el subcomisario y brazo derecho que acostumbra a volverlo tarumba pero que es de una fidelidad a prueba de bombas o a Catarella, el telefonista de la comisaría que transmite sus mensajes (o lo que llega a pillar de ellos) con un estilo único.

Andrea Camilleri en Roma, Italia, en mayo del año 2000. Crédito: Getty Images.
Temas y estilo
«La única regla a la que obedezco es la necesidad, es decir, me pongo a escribir de una historia cuando tengo la absoluta necesidad de contarla. Necesito un punto de partida que sea real, y alrededor de esa realidad puedo construir todo lo que quiero. Si no hay ese estímulo inicial, no logro escribir», afirmó en una ocasión Camilleri. ¿Y qué le ofrecía la realidad? De todo y mucho, como se dice. El catálogo de delitos y crímenes abarcados durante tres décadas de producción literaria fue amplísimo. Los hubo de premeditados y espontáneos, muchos de pasionales, no pocos de cariz financiero y político, y tratándose de Sicilia, no faltaron los que tuvieron detrás la alargada mano de la mafia. Sus perpetradores también mostraron coherentemente un perfil de lo más diverso: hombres y mujeres, jóvenes, adultos y ancianos, familiares, amantes, socios, colegas y desconocidos, clases altas, medias y bajas, ignorantes y cultos, etc, etc, etc.
Aunque la reincidencia de empresarios, banqueros, políticos y mafiosos -todos representantes del poder omnívoro, tentacular e insaciable del poder- merendándose las leyes fue notoria, y el recurso a secuestros y desapariciones fue destacado, el ciclo también prestó atención al pasado (barbaridades cometidas durante la II Guerra Mundial, por ejemplo) y las vergüenzas del presente (el drama de las pateras y la inmigración ilegal).
Y todo ello lo narró Andrea Camilleri con un estilo personalísimo, donde la oralidad era clave -de nuevo la impronta de su formación teatral-, tanto que llegó a declarar que «cada página que escribo la releo en voz alta para sentir el ritmo del discurso y así corregir lo que no funciona». Se dice que el escritor inventó un lenguaje propio, donde mezclaba el italiano estándar y diversas variantes del siciliano, y la lengua, la forma de expresión, fue un elemento que no sólo definía al personaje (su clase social, su trayectoria vital) sino que con frecuencia servía pistas definitivas a la hora de revelar a los culpables. Igual de atento que al habla lo estuvo a los gestos y a los detalles más nimios que rodeaban al individuo porque un autor y un detective no son nada sin una mirada de rayos X a sus semejantes.
Un mes con Montalbano (Comisario Montalbano 5)
Abajo el telón
El 30 de agosto de 2005, Andrea Camilleri ponía punto y final a la última peripecia del Salvo Montalbano y la guardaba en un cajón con la voluntad de que fuera publicada a su muerte. Faltaban aún catorce años para su marcha y hasta entonces el comisario investigaría muchos otros casos -protagonizaría dieciocho novelas y numerosos relatos más- pero el escritor quiso escoger cómo se despedía el personaje de este mundo, una medida que evoca la llevada a cabo por Agatha Christie en Telón, el adiós de su detective Hércules Poirot, completada con una generosa antelación. Se espantaba así la amenaza de posibles interferencias futuras, una decisión tomada también por su colega Henning Mankell en El hombre inquieto, último acto del sabueso Kurt Wallander.
El resultado es Riccardino, el trigésimo tercer título protagonizado por el policía de Vigatà, que en esta ocasión debe identificar al asesino del sujeto del título, un joven director de una sucursal bancaria muerto a balazos por un motorista, en plena calle y durante una salida nocturna con amigos. La obra es una suma de esencias camellirianas - próceres conspirando en la sombra, pistas falsas, costumbrismo, humor, comidas opíparas, bajos instintos…- con la particularidad de que encontramos a un Montalbano fatigado y descreído en tenso diálogo constante con el Autor (ergo, su creador, el propio Camilleri) y que hallará la forma de borrar sus huellas para siempre (no destriparemos nada pero baste decir que es el homenaje más sentido y evidente del autor a uno de sus mayores maestros, Luigi Pirandello). Se produce pues la dicha del reencuentro y el pesar de la certeza de que no habrá más.
Riccardino es el broche de oro a la trayectoria de un escritor que amaba tanto su oficio que no dudó en dictar sus últimos libros a su secretaria cuando la ceguera lo atacó al final de sus días y un hombre tan honesto que siempre fue fiel a una misma casa editorial (Sallerio en Italia, Salamandra en España). Quedan para siempre más de treinta libros que leer y releer, un legado que convirtió un pueblecito siciliano en un reflejo del gran mundo y a su infatigable comisario en un modelo de humanidad y compromiso. Arrivederci, Montalbano. Grazie, Camilleri.