Dennis Lehane: el negro corazón del «noir» que conquistó Hollywood
Hace veinte años se publicaba «Mystic River», una novela brillante y perturbadora que sería, además, la primera y memorable adaptación a la pantalla de la obra de Dennis Lehane. Desde entonces, películas y series se han aventurado a adaptar su universo de tipos duros enfrentados a su vulnerabilidad emocional y a profundos conflictos morales, en una Boston plagada de crímenes, violencia y heridas internas. De Clint Eastwood, Sean Penn y Ben Affleck a los Oscar, Bill Clinton y «The Wire»: así es cómo Lehane llevó a Boston a la Costa Oeste para convertirse en el hombre que le devolvió oscuridad moral al «noir».
Por Antonio Lozano

Éramos tan jóvenes: Dennis Lehane posa en su despacho/garaje en 2001, año de publicación de Mystic River. Crédito: Getty Images.
En una entrevista concedida en 2010 a este periodista en su estudio de St. Petersburg (Florida), por donde pululaba y resoplaba su anciano bulldog Marlon, bautizado así porque llevaba grabada en el rostro la expresión de don Vito Corleone antes de estallar, Dennis Lehane (Dorchester, 1965) demostró no poseer cualidades proféticas. Preguntado por los motivos por los que creía que lo adoraba Hollywood, respondió: «No pierdo de vista que soy algo así como "el sabor del mes" y que mi racha terminará más pronto que tarde». Más de una década después, las historias de este hijo de inmigrantes irlandeses anclados en Boston y con fuertísima conciencia social (su padre fue un sindicalista muy combativo) continúan atrayendo a Hollywood, al tiempo que su firma no ha dejado de asomar por proyectos televisivos de prestigio.
El debut de su universo de ficción en la pantalla grande no pudo ser más sonado con el estreno en 2003 —previo paseo triunfal por el Festival de Cannes— de la adaptación que Clint Eastwood realizó de Mystic River y para el que contó con un reparto espectacular en el que descollaron nombres como los de Sean Penn (Oscar al mejor actor principal), Tim Robbins (Oscar al mejor actor secundario), Kevin Bacon, Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden o Laura Linney. Un sobrecogedor relato de abusos sexuales, venganza y redención imposible que bebía en parte de las experiencias de infancia y juventud de su creador, quien creció en el humildísimo y feroz barrio de Worchester —escenario de brutales enfrentamientos raciales, una de las caras menos fotogénicas de ese Boston que preferimos asociar con los colonos puritanos, la Universidad de Harvard y el equipo de béisbol de los Red Sox—, y de tener que repeler los tocamientos de los curas de su colegio. Para entonces Lehane ya se había afianzado como una de las voces fundamentales del género negro americano de perfil más hardboiled con el ciclo novelístico dedicado a los detectives bostonianos Kenzie y Gennaro —al que Bill Clinton, por cierto, dio un espaldarazo comercial al ser fotografiado saliendo del Air Force One con un ejemplar de uno de sus títulos, Plegarias en la noche—. Sin embargo, sería otra novela de la serie, Gone Baby Gone (en España: Adiós, pequeña, adiós; en Latinoamérica: Desapareció una noche), la que protagonizaría en 2007 el siguiente salto del imaginario del autor al celuloide, esta vez de la mano de Ben Affleck tras la cámara y del hermano de este, Casey, delante.
Cruda historia en torno a la desaparición de una niña, no sería la última asociación del binomio Lehane-Affleck, pues el actor y guionista dirigiría en 2016 Live by Night (Vivir de noche), historia de mafiosos asentados en Florida durante los años de la Prohibición y segunda entrega de una trilogía en torno a una poderosa familia de Boston, los Coughlin, que abriría Cualquier otro día y cerraría Ese mundo desaparecido. Con este proyecto literario, Lehane, que de niño había establecido con su tío un ritual consistente en acompañarlo a ver sesiones dobles de películas protagonizadas por James Cagney, cumplía el viejo sueño de escribir sobre «el mito del gánster, que a todos nos atrae porque representa el capitalismo al desnudo. Vemos a estos tipos incurriendo en todo tipo de actos terribles que sabemos que muchas corporaciones americanas también cometen, pero los primeros al menos no los esconden».
Probablemente la mayor rareza de su bibliografía, Shutter Island (en Latinoamérica: La isla siniestra), thriller paranoico con el que se alejaba de sus temas y escenarios habituales, al tiempo que poseedor del giro final que bien podría haberse postulado entre los más chocantes de la narrativa del primer lustro del siglo XXI, llegaba a los cines en 2010 de la mano de Martin Scorsese y con Leonardo DiCaprio en la piel de un marshall que arrastra un trauma profundo y que es llamado a investigar la desaparición de un preso sumamente peligroso de una isla-prisión en apariencia inexpugnable. Este mismo año el novelista empezó a no limitarse a vender los derechos audiovisuales de su obra, sino a colaborar en la redacción de guiones televisivos para producciones de prestigio no ligadas a su trabajo.
Su bautismo no habría podido ser más de campanillas, al unirse a colegas como Richard Price o George Pelecanos en el staff de redactores de la mítica serie televisiva The Wire, una mirada calidoscópica a todos los agentes vinculados al tráfico de drogas y la lucha contra la misma en la ciudad de Baltimore. Novato en estas lides, Lehane, que acabó colaborando en tres capítulos y haciendo un cameo en la cuarta temporada (como custodio de pruebas policiales en un lúgubre sótano; imagen superior), ha declarado en más de una ocasión que la experiencia no solo le supuso un curso acelerado de aprendizaje de métodos de escritura diametralmente opuestos a los acostumbrados, sino también una cura de humildad tirando a implacable. «Para empezar, si trabajas en una novela eres el capataz de la obra, pero si lo haces en televisión te limitas a pintar una habitación. Llegué con algo de miedo porque carecía de formación y mis primeros borradores efectivamente andaban sobrados de largos parlamentos y autoconciencia, por lo que en las reuniones de guion mi ego fue pateado sin piedad.»
«Si trabajas en una novela eres el capataz de la obra, pero si lo haces en televisión te limitas a pintar una habitación. En las reuniones de guion mi ego fue pateado sin piedad.»
Desde ese complejo rito de paso, el autor de Mystic River no ha dejado de participar como asesor o guionista en producciones televisivas —ligadas por lo general a la plataforma HBO— tan relevantes como Boardwalk Empire, Mr. Mercedes y El visitante, las dos últimas aproximaciones al universo de un autor por el que siente una profunda admiración: Stephen King. Entretanto ha celebrado la adaptación cinematográfica de su novela corta La entrega (The Drop) a cargo de Michaël R. Roskam sobre un tóxico botín de un atraco a un banco, con Tom Hardy, Noomi Rapace y James Gandolfini (en el penúltimo trabajo de su carrera) en los papeles principales. A la espera de ver si los contados títulos que quedan de su corpus de ficción por trasladarse a imágenes acaban haciéndolo —en su día se habló del interés de Sam Raimi por Cualquier otro día—, el nombre de Dennis Lehane aparece unido a A Dry Run, la serie de David Simon sobre la Brigada Abraham Lincoln, que luchó en la guerra civil española, y al western Colt, del realizador Stefano Somilla (Suburra, Gomorra).
Ocurra lo que ocurra, todo apunta a que la vanidad del escritor permanecerá bajo control gracias a su sangre irlandesa. Y es que en aquel encuentro con él y Marlon en Florida, Lehane me aseguró lo siguiente: «Tengo la inmensa fortuna de que a mi círculo íntimo, y esto es algo muy propio de la gente de Boston, no les importa un pimiento lo que hago. Mi padre no sabe quién es Clint Eastwood, su disco duro cinéfilo se paró en John Wayne, y un íntimo amigo, tras leer en la prensa que había ido a cenar con él, no me preguntó cómo era, solo si me había gustado el pez espada que nos habían servido».
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