«Los chicos de la Nickel», un canto a la resistencia
En muy pocas ocasiones una novela y su adaptación cinematográfica dan como resultado dos obras sobresalientes, casi maestras. Es el caso de la ganadora del Premio Pulizter de ficción, «Los chicos de la Nickel» (Random House, 2019), escrita por Colson Whitehead, y la película homónima dirigida por el director RaMell Ross, nominada a mejor filme en la última edición (2025) de los Óscar. Una misma historia basada en hechos reales sobre el reformatorio conocido como Arthur G. Dozier, donde durante los años sesenta adolescentes afroamericanos fueron castigados brutalmente, torturados y asesinados. Escrita magistralmente por Whitehead, y considerada como una de las mejores novelas de la pasada década, el relato se centra en la vida de Elwood Curtis y su amigo Jack Turner, y su afán por sobrevivir entre la barbarie, la soledad y el racismo. Un canto a la dignidad humana, a la capacidad de resistencia, que habla de una parte de la historia norteamericana que todavía intenta salir a la luz tras llevar décadas enterrada.
Crédito: Canal de YouTube de Amazon MGM Studios.
Por mucho que una obra literaria esté basada en hechos reales, eso no significa siempre que haya en ella algo auténtico. Es finalmente cómo se cuenta esta historia, qué punto de vista se elige, qué estilo, y qué compromiso ético tiene su autor lo que le aporta este valor. Es el caso de Los chicos de la Nickel, una novela que parece hacer hablar literalmente a los muertos del pasado, que emociona, conmueve, y horroriza a partes iguales. Una historia que hasta hace muy pocos años apenas era conocida excepto por algunos periodistas locales de la zona de Marianna, Florida. Todo cambió cuando una empresa de limpieza ambiental descubrió unas extrañas anomalías en el terreno que rodeaba el reformatorio Arthur G. Encontraron multitud de restos humanos y, Erin Kimmerle, una antropóloga forense de la Universidad del Sur de Florida, lideró un equipo de antropólogos, biólogos y arqueólogos que excavaron en un área conocida como «Boot Hill», zona que la escuela usó como cementerio durante su funcionamiento, desde el año 1900 hasta el 2011, cuando finalmente cerró. Hallaron decenas de cadáveres sin identificar, historias anónimas de chicos que habían pasado por allí, jóvenes marginales y en su mayoría huérfanos; chicos sin nadie en definitiva que pudiera reclamar por ellos. Hallaron un siglo de tumbas.
Pero ¿quiénes eran esos adolescentes que nunca salieron del reformatorio? Durante la década de los años sesenta, cuando todavía existían una serie de leyes segregacionistas establecidas por Jim Crow en el siglo XIX, cerca de 500 niños fueron alojados en lo que ahora se conoció como la Escuela Dozier para Niños, la mayoría de ellos supuestamente por delitos menores como hurtos, absentismo escolar o fugas de casa. También se enviaban a niños huérfanos y abandonados a la escuela. En realidad, cualquiera podía acabar allí, y más todavía si eras un chico negro sin recursos.
La cifra total de las víctimas es incierta y hasta el momento se tiene constancia de que casi 100 chicos murieron en Dozier entre 1900 y 1973, algunos de ellos por heridas de bala o traumatismos por objeto contundente. Como contó públicamente en 2017 uno de los exalumnos, Bryant Middleton, podías ser golpeado por infracciones que incluían comer moras de una cerca o pronunciar mal el nombre de un maestro. Una justicia ciega, azarosa y brutal, que aterrorizó a estos niños todavía traumatizados décadas después. El propio Middleton dijo: «He visto muchas cosas a lo largo de mi vida. Mucha brutalidad, mucho horror, mucha muerte (…) Preferiría que me enviaran de vuelta a las selvas de Vietnam antes que pasar un solo día en la Florida School for Boys».
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Algunos de los supervivientes formaron en 2009 un grupo llamado los Chicos de la Casa Blanca, precisamente el lugar donde se producían las palizas, para denunciar los maltratos que vivieron en la escuela. Sin embargo, por aquel entonces, el fiscal estatal de Florida se negó a hacer nada al respecto argumentando que la mayor parte de los trabajadores del centro ya habían fallecido. Pero a fuerza de acumular testimonios, en el año 2011, el Departamento de Justicia de EE.UU investigó y reconoció los excesos cometidos en la escuela. Hicieron falta cien años para que esto sucediera.
El escritor Colson Whitehead se encontró con este asunto por casualidad mientras estaba consultando Twitter y comenzó a obsesionase con el tema. Después del éxito El Ferrocarril subterráneo (2017), por el que también recibió Premio Pulitzer de Ficción, el escritor afroamericano no pretendía hacer otro libro sobre esclavitud y racismo, pero cuando descubrió esta historia ya no pudo abandonarla, como si todos esos chicos le estuvieran pidiendo que les diera voz. Curiosamente, nunca quiso visitar el lugar. «Cuanto más me adentraba y más escribía sobre Elwood y Turner, mis dos personajes principales, más tenía una sensación de verdadero pavor físico y rabia al pensar en el lugar. Y entonces me di cuenta de que no iba a ir». Y no lo hizo. Sin embargo, creó un texto magistral, escrito con una voz tan clara y auténtica que cautiva desde las primeras páginas, cuando se describe la vida del joven y prometedor protagonista de la novela: Elwood Curtis, un estudiante aplicado y responsable que vivía solo con su abuela y que en su tiempo libre escuchaba una y otra vez los discursos de Martin Luther King; más exactamente, los interiorizó hasta hacerlos suyos, hasta sufrirlos en su propia carne.
Cuanto más me adentraba y más escribía sobre Elwood y Turner, mis dos personajes principales, más tenía una sensación de verdadero pavor físico y rabia al pensar en el lugar. Y entonces me di cuenta de que no iba a ir.
Tal y como se cuenta en la novela, Elwood residía a trescientos setenta kilómetros al sur de Atlanta, en Tallahassee. Todos le conocían por ser un estudiante aplicado, aunque quizá demasiado ingenuo, que trabajaba de vez en cuando como lavaplatos y luego en un pequeño establecimiento. De hecho, «muchos blancos le hacían ofertas de trabajo, sabedores de que era un muchacho diligente y con la cabeza sobre los hombros». Sus padres le habían abandonado cuando tenía seis años, en mitad de la noche, y no había vuelto a tener noticias de ellos. Quizá por este motivo tenía un sentido propio de la justica y del deber, que no compartía con otros chicos. De hecho, en realidad, esta actitud le metería en muchos problemas.
Pronto aprendió que había un mundo para los blancos y un mundo para los negros, y que estos no podían traspasar determinados límites. Las fronteras estaban ahí, a cada paso: restaurantes, parques de atracciones, hoteles, baños, etc. No ceder el paso a un blanco en una calle podía provocar que tus huesos acabaran en la cárcel.
Al ser un alumno brillante, se le ofreció matricularse en la Melvin Griggs Technical, la universidad para negros del sur de Tallahassee. Era la oportunidad de su vida, y fue precisamente mientras caminaba hacia su destino cuando, haciendo autostop, subió sin saberlo a un coche robado. Solo por estar en el lugar equivocado fue enviado al reformatorio de la Nickel, el nombre del centro en la novela.

Hollywood, California. 2 de marzo de 2025. Desde la izquierda: la actriz Aunjanue Ellis-Taylor, el cineasta RaMell Ross, director de la película; y los actores Ethan Herisse y Brandon Wilson en la 97ª edición de los premios Óscar. Crédito: Getty Images.
Una de las cosas más sorprendentes del libro de Whitehead es que muchas de las situaciones más dramáticas, como esta, quedan fuera de la narración. Son agujeros negros que marcan su vida, pero que no vemos, huyendo del patetismo y la descripción descarnada de la violencia, que en realidad lo ocupará todo en la vida de Elwood. Así, sin cambiar su estilo de escritura, preciso, sencillo, profundo, con frases en las que incluso aflora una cierta belleza, el escritor comienza a contar la nueva vida de Elwood en un lugar cuyas reglas desconoce, muchas de ellas sin sentido. Ya no le sirve ser un buen chico. En un primer momento pensó que quizá aquello no estaba tan mal, que podría seguir estudiando. Sería duro, pero podría aguantar el tipo, hasta que descubrió que sus compañeros eran analfabetos y que nadie le iba enseñar nada, más allá de cómo sobrevivir y resistir a la fuerza bruta o a los cambios de humor de sus jefes blancos. Será justamente su sentimiento de justicia lo que provocará su primera caída en desgracia. Tras intentar ayudar a un niño que estaba siendo golpeado en un baño, recibirá una paliza por parte de los agresores. Solo por eso fue considerado culpable y llevado en mitad de la noche a la siniestra Casa Blanca. Las cicatrices y el miedo ya nunca le abandonarían. Por suerte se había hecho amigo de Jack Turner, el otro protagonista de la novela, escéptico, forjado en la violencia, y alguien alejado de los ideales que Elwood había aprendido de Luther King. En cierto modo, ambos amigos, a pesar de sus diferencias, se convertirían en uno solo. Una forma de sobrellevar la soledad y el dolor.
Los chicos de la Nickel también trabajaban en el campo o hacían encargos en el pueblo, pintar, o llevar comida del centro que se revendía ilegalmente a otros locales. Sin embargo, nadie intentaba escapar, porque sabían que les perseguirían como a perros y luego les pegarían un tiro. Si te atrapaban, te llevaban a la llamada «Fábrica de Helados», llamada así porque de allí tu piel salía de todos los colores, y después te metían una celda oscura durante un par de semanas para que meditaras sobre su actitud.
Sin cambiar su estilo de escritura, preciso, sencillo, profundo, con frases en las que incluso aflora una cierta belleza, el escritor comienza a contar la nueva vida de Elwood en un lugar cuyas reglas desconoce, muchas de ellas sin sentido.
Otro de los aspectos más relevantes de la novela son sus saltos temporales, que nos permiten conocer al Elwood del futuro, dueño ahora de una empresa de mudanzas en Nueva York. De vez en cuando el Elwood adulto rastrea por Internet para ver qué nueva información hay sobre el viejo reformatorio, todavía traumatizado por lo vivido, sin saber cómo procesarlo. Se encontrará uno de sus excompañeros de la Nickel, pero huirá de él temiendo que atraiga más aun ese turbio pasado a su nueva vida.
Durante su estancia en la Nickel, Elwood nunca se dio por vencido. Una de sus formas de resistencia fue ir apuntando cada cosa que sucedía en el reformatorio, los trabajos gratuitos que hacían, las torturas, la desaparición de un chico boxeador que no cayó en el ring en el asalto acordado. Vio su oportunidad de hacer algo con todo aquello cuando supo que iba a haber una inspección estatal. Quería entregar una carta a uno de esos blancos explicando todo lo que sucedía allí. ¿Podría confiar en ellos? Intentó entregarla, pero no fue capaz, y Turner quien vino en su ayuda. Entregó a uno de los inspectores un periódico con la carta dentro.
Cuando se descubrió lo que Elwood había hecho, le golpearon y le metieron en una celda oscura sin luz, un lugar asfixiante. Turner, sabiendo que iban a matar a su amigo, al que admiraba profundamente por su capacidad de resistencia, por no dejarse doblegar, decidió ayudarle a escapar. Juntos robaron unas bicicletas y huyeron, hasta que unas pocas horas más tarde vieron aparecer una furgoneta que les perseguía. Era de la Nickel. Corrieron por el campo hasta que uno de los jefes blancos les disparó. Elwood cayó al suelo mientras que Turner conseguiría escapar hacia una nueva vida. Después, tomó el nombre de su amigo muerto, un homenaje, pero también una forma de crearse una nueva identidad, en la que Elwood y Turner serían uno solo.

Cubierta de la edición en inglés y póster de la adaptación al cine de Los chicos de la Nickel. Crédito: D. R.
El libro fue un gran éxito a nivel de crítica, premio Pulitzer incluido, y posteriormente se vendieron los derechos para su versión cinematográfica. Pero ¿cómo trasladar este potente relato a imágenes sin caer en convenciones y estar a la altura de la magistral novela? Sorprendentemente, el encargado de llevarlo a cabo fue el director y fotógrafo afroamericano RaMell Ross, quien hasta ese momento solo había dirigido algunos cortometrajes y el documental Hale County esta mañana, esta noche (2018). La decisión fue sin duda acertada, ya que la película ha sido nominada en los Oscar a mejor filme en la edición de 2024 y a mejor guión adaptado, escrito junto con Joslyn Barnes. A la hora de llevarlo a la pantalla, Ross logró apropiarse del texto y mantener la autenticidad de la novela. De esta forma, en vez de realizar un filme hollywoodiense al uso, Ross crea una absorbente experiencia audiovisual narrada en su mayor parte desde el punto de vista subjetivo de Elwood. Vemos desde sus ojos, metiéndonos en la piel de un joven afroamericano de los años sesenta. Este punto de vista, sin embargo, en ocasiones cambia por el de Turner, confundiendo los personajes hasta fusionarlos, en cierto modo, en una misma entidad (cosa que finalmente sucederá cuando Turner adopte la identidad de su amigo) y apuntalando así una condición colectiva de la negritud. Al no ofrecernos imágenes de conjunto del reformatorio, sino solo lo que ven ellos dos, se acentúa además la sensación de habitar en un mundo cerrado y asfixiante, limitado a una mirada constreñida a la fuerza.
A la hora de llevarlo a la pantalla, Ross logró apropiarse del texto y mantener la autenticidad de la novela. De esta forma, en vez de realizar un filme hollywoodiense al uso, Ross crea una absorbente experiencia audiovisual narrada en su mayor parte desde el punto de vista subjetivo de Elwood, metiéndonos en la piel de un joven afroamericano de los años sesenta.
Al igual que en la novela, la violencia atraviesa toda la película y, del mismo modo que hace Colson Whitehead en su libro, Ross se sirve de numerosas elipsis, además de planos en negro. De este modo, muchos de los momentos más brutales de tortura y violaciones quedan fuera de la imagen, pero no fuera de la narración. No es necesario verlo todo para experimentar el horror de la Nickel y el desgarro que vivieron sus habitantes. Otro de los elementos más llamativos del filme es la utilización de imágenes extradiegéticas -material de archivo y fotos-, que hablan tanto de lo que sufre Elwood como de una historia colectiva de persecución contra los afroamericanos. Debido a estos insertos y a los saltos temporales el relato está fragmentado como en la novela, y apela al trauma, a una memoria rota.
Aunque lo que más sorprende del filme es su gran sensibilidad y la inteligencia de sus imágenes, cómo logra fascinarnos evitando sentimentalismos. La película, acerca de un joven cuya voluntad y su lucha por mantener la dignidad dentro de su sistema racista le llevaron a la muerte, muestra una mirada justa, honesta y conmovedora. Una adaptación ejemplar que dialoga con la obra original, y que incluso la enriquece, dando como resultado dos obras de arte.