Adiós al maestro de los tebeos: Francisco Ibáñez
En España, prácticamente todo aquel nacido a partir de los sesenta está marcado por la lectura del que quizá haya sido el historietista más popular del cómic español: Francisco Ibáñez. Con su muerte a los ochenta y siete años el pasado 15 de julio en Barcelona no se va una parte de tantas (tantísimas) infancias y juventudes, sino que queda aún más patente la importancia de una obra que permanecerá viva para siempre. Desde su precoz entrada en Bruguera en los años cincuenta (pese a las restricciones de la dictadura de Franco) y hasta este mismo 2023, Ibáñez consiguió trascender los límites del papel impreso para dibujar personajes que se convierten en parte insustituible de la iconografía colectiva. Noelia Ibarra-Rius, doctora en Didáctica de la Lengua y la Literatura y miembro de la Cátedra de Estudios del Cómic Fundación SM-UV, llora su muerte con este repaso a la trayectoria del creador de iconos de la talla de Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino o el miope Rompetechos.
Francisco Ibáñez y sus personajes. Crédito: D. R.
«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla», aseveraba Machado en su poema «Retrato» publicado en Campos de Castilla, hecho música después por Serrat; los míos, y seguramente los de muchos hoy adultos o jóvenes nacidos a partir de los años sesenta, están marcados por la lectura del que quizá haya sido el historietista más popular del cómic español: Francisco Ibáñez. El recuerdo de la casa familiar, de los veranos inacabables hasta la llegada de septiembre con su nuevo curso escolar, de los libros de texto entre los que escondía una más de sus historias para poder seguir leyendo a hurtadillas de los deberes o las estanterías de mi habitación infantil están poblados de sus inolvidables creaciones: desde la inmortal pareja de funcionarios conformada por Mortadelo y Filemón; pasando por dos chapuceros obreros, Pepe Gotera y Otilio; la torpeza e ingenuidad de un botones denominado Sacarino; el miope Rompetechos, personaje favorito del propio Ibáñez, o la abigarrada composición de página que albergaba las vidas de los habitantes de 13, Rue del Percebe.
Lamentablemente, no soy original si confieso que parte de mi amor por el libro y la lectura creció al compás de sus viñetas, cuyas nuevas entregas esperaba con deleite: desde el sábado 15 de julio de 2023 en el que se anunció su fallecimiento, a los ochenta y siete años en su Barcelona natal, numerosas personalidades han unido sus voces para brindarle un sentido homenaje a través del recuerdo de sus títulos y, sobre todo, de la influencia que ha tenido en las trayectorias vitales de los hoy autores, divulgadores, traductores, editores, críticos, estudiosos y apasionados de toda índole por el fascinante mundo del noveno arte.
Diferentes perfiles de lectores reconocemos en estos días el indudable protagonismo de Ibáñez en nuestro personal descubrimiento del placer estético, lúdico e intelectual que la lectura constituye, nos descubrimos ante su papel fundacional en la alfabetización inicial y educación lectora sentimental de distintas generaciones que iniciamos la andadura gracias a algún fragmento de sus obras.
En un país cuyos índices de lectura no dejan de ser tema de debate cada vez que se publica un informe al respecto, la coincidencia de un mismo referente a lo largo de más de medio siglo no deja de ser sintomática: Ibáñez forma parte del imaginario lector de perfiles dispares, tanto en cuanto a edades como a preferencias o niveles de competencia. Su obra constituye un espacio de encuentro entre numerosos receptores que reconocen a sus personajes como parte intrínseca de la cultura popular española que recorre desde mediados del siglo XX al siglo XXI, ha extendido sus límites al cine y a la televisión a través de traslaciones o series propias claramente deudoras y ha conquistado, además, mercados internacionales, como Alemania o Reino Unido.
Francisco Ibáñez: Crédito: D. R.
Desde su precoz entrada en Bruguera en los años cincuenta y pese a las restricciones de la dictadura a las que debe plegarse para pergeñar sus guiones, Ibáñez consigue trascender los límites del papel impreso para dibujar personajes que se convierten en parte insustituible de la iconografía colectiva. Así, en enero de 1958 ve la luz en la revista Pulgarcito la primera historieta de la que quizá sea su creación más emblemática: Mortadelo y Filemón, la pareja de detectives inspirada en Sherlock Holmes, que luego seguiría el género de espías para convertirse en agentes de la T.I.A. y vivir extravagantes y divertidas aventuras a lo largo de más de 220 álbumes. Cifra que se dice pronto pero que supone una dedicación de más de sesenta años a este mítico dueto.
Estas primeras viñetas constituyen el embrión de la saga, que en 1969 evolucionará en forma de historieta larga con el título de El sulfato atómico, con la que además trascenderá los límites del mercado nacional. Durante la década de los sesenta, Ibáñez alumbrará diferentes series para revistas de la editorial Bruguera como La familia Trapisonda, El botones Sacarino, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio o 13, Rue del Percebe. Su éxito sin precedentes se constata en números increíbles de ventas, pues en los setenta la tirada de la revista Mortadelo se cifra en aproximadamente 250.000 ejemplares semanales, lo que supone un millón de ejemplares mensuales y las revistas de Bruguera abrirán con una historia suya como reclamo para el comprador: la misma Mortadelo, DDT con Pepe Gotera y Otilio o Tío Vivo con Sacarino.
Pese al indudable éxito que brilla tras cada una de sus obras, no todo eran luces: la obra de Ibáñez era también reflejo de las prácticas editoriales de la época, desde la obligación de seguir los estilos de éxito de otros autores (los primeros dibujos de Ibáñez seguían claramente a Vázquez, para luego clonar el trazo de Franquin a partir de las historias largas) a los problemas de autoría, que se traducirían en la multiplicación sin límite de la aparición de los personajes, con centenares de páginas apócrifas en las que se negaba la autoría en los créditos. No deja de ser paradójico que, pese a todo (o quizá debido a todo), Ibáñez se convirtiera en un ejemplo en la lucha por los derechos de autoría para recuperar el control de su obra, que le conduciría a crear Chicha, Tato y Clodoveo, de Profesión sin Empleo y 7 Rebolling Street para la revista Guai.
Primeras páginas de Jubilación... ¡a los noventa! (2011) y La gallina de los huevos de oro (1976). Crédito: D. R.
Más allá de estas luces y sombras vinculadas a su figura, la contribución de Ibáñez a la historieta española resulta insustituible por diferentes motivos, entre otros, su maestría en el uso del gag, el control del ritmo y la expresividad como recursos empleados para conseguir un sello personal más allá del estilo, con el resultado de una comicidad basada en el disparate más hilarante, y la experimentación con el lenguaje a través de la búsqueda de sus límites o la invención de términos hasta el paroxismo lingüístico. La carcajada brota rápida de los labios del lector al verse inmerso en una sucesión de chistes que desembocan en ese final tan reconocible en el que todos se persiguen, en la mejor tradición del slapstick. Sin embargo, pese a esta búsqueda perenne de la sonrisa, sus personajes configuran toda una galería de antihéroes cuyo poso de nostalgia trasciende nuestras pupilas y nos permite ver la evolución de la sociedad española a través del tiempo, retratada por medio de sus miserias, vicios y preocupaciones. Una mirada que trasciende el costumbrismo desde la crítica orquestada en el marco de un sainete y que se oculta, a manera de disfraz de Mortadelo, en la sátira que subyace tras las situaciones dibujadas, en ese amargo poso que resta tras el aparente absurdo y la violencia como arma de resolución de conflictos. La genialidad de Ibáñez no se detiene en un retrato realista a ritmo de caricaturas e hipérboles, sino que se adentra en los límites de la ficción para atraparnos en una lectura que refiere de forma constante al entorno circundante, y cuando el lector se interroga por su parecido y comienza a invadirle cierta nostalgia es golpeado con un gag que clausura la historia desde una singular forma de entender el absurdo a ritmo vertiginoso y le devuelve a la cruda realidad de la existencia.
Ibáñez se ha ido, trabajando hasta los últimos días de su existencia, tal y como le gustaba dibujarse e introducirse en sus tramas: seguramente, con un lápiz en la oreja y dibujando, rodeado por sus personajes pendientes de su inmenso talento para sumergirlos en algún argumento contemporáneo desde el que abordar las actuales preocupaciones de la sociedad española y generar un nuevo éxito de ventas, como el conseguido con la publicación de El tesorero, a raíz de los papeles de Bárcenas, ¡Elecciones!, El cambio climático o los esperados números centrados en las Olimpiadas o los Mundiales, como Mundial 2022. Nos deja un inmenso legado: el haber formado generaciones de lectores a través del disfrute y los referentes compartidos durante más de medio siglo que hoy lloramos su pérdida. Nos queda una herencia de dimensiones considerables, pues posiblemente se trate del autor con más obra viva en catálogo en Europa, con decenas de miles de páginas dibujadas. Con Ibáñez no se va una parte de nuestra infancia o nuestra juventud, permanecerán vivas siempre que nos sumerjamos en la magia de sus viñetas y nos dejemos atrapar por ese humor disparatado capaz de fundar un cosmos propio en el que distanciarse de la realidad y reconocerse como parte de un colectivo: sus lectores.
Nos queda la magia de tus viñetas. Gracias, maestro.
Noelia Ibarra-Rius es profesora titular en el Departament de Didàctica de la Llengua i la Literatura de la Universitat de València. Entre sus líneas de investigación destaca la educación literaria en contextos interculturales y plurilingües, el desarrollo de la competencia lecto-literaria y la formación de hábitos lectores, la literatura infantil y juvenil, el álbum ilustrado y el cómic. Además, es miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Didáctica de la Lengua y la Literatura (SEDLL) y de la Cátedra de Estudios del Cómic Fundación SM-UV. También codirige el máster propio de la Universidad de Valencia Cómic y educación lectora.