«El castellano no es lo mismo después de la poesía de Pizarnik»
Aunque las dos habían estudiado y escrito sobre Alejandra Pizarnik hasta creer que no volverían a hablar más de ella, la aparición de unos documentos inéditos en el archivo de Princeton llevó a las argentinas Cristina Piña y Patricia Venti a regresar sobre la figura de la poeta que las acompaña y obsesiona desde siempre. Publicada a cincuenta años de la muerte de Pizarnik, hablan con Luna Miguel —otra confesa devota— de «Alejandra Pizarnik: Biografía de un mito», la biografía en la que se sumergen en su adolescencia mítica, sus amores, sus años en París, su suicidio y la huella que dejó en su búsqueda inquebrantable de «solo llegar hasta el fondo». Y de paso, ya barajan distintas escenas de la película que están pensando escribir.
Por Luna Miguel

Ilustración de Max Rompo.
Por LUNA MIGUEL
Dijo una vez Alejandra Pizarnik que odiaba la poesía porque le recordaba que no podía «hincar sus dientes en las cosas concretas». Las escritoras Cristina Piña y Patricia Venti, sin embargo, acaban de publicar una biografía de la poeta y diarista argentina que nos hace hincar el diente de lleno en la vida del personaje alejandrino. Que nos hace degustar sus días de adolescente, sus amores, sus anécdotas más oscuras o su ambición literaria. En Alejandra Pizarnik: Biografía de un mito (editado por Lumen, el título ya está disponible en Latinoamérica; en España se publicará el 27 de enero de 2022), encontramos los secretos de Pizarnik bordados por dos de sus lectoras más entusiastas, con quienes tuve el placer de hablar por Zoom durante poco más de una hora, en una charla cruzada entre Buenos Aires, París y Barcelona. El resultado de esa conversación nos permitirá seguir descubriendo los entresijos de una escritora que luchó hasta el fondo, que se construyó a sí misma, y que se convirtió en aquello que ella soñaba: una voz inimitable, una niña terrible y una destructora —aunque siempre con belleza— de nuestro lenguaje.
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Luna Miguel: Me da la sensación de que Alejandra Pizarnik es una de esas escritoras a las que todos conocemos muy al comienzo de nuestra experiencia lectora, casi de adolescentes. Sé que a vosotras su voz os ha seguido acompañando toda la vida, pero ¿cómo fue el primer contacto con su poesía?
Cristina Piña: Cuando Alejandra aún vivía yo tenía un par de amigas que también eran amigas suyas. Sin embargo, le tenía tanta admiración que no quise conocerla. Yo no la conocí porque no quise. Me daba como demasiado apuro. Era como conocer a Shakespeare o algo por el estilo. La venía leyendo desde adolescente y siempre la admiré, incluso si en la época en la que ella murió sus obras no se encontraban tan fácilmente como ahora. En los setenta solo se conseguían algunos libros y poemas sueltos. Tanto era así que cuando quise hacer mi primer trabajo sobre ella en la facultad, tuve que rebuscar por todas partes para hacerme con su obra completa.
Patricia Venti: Evidentemente yo tampoco la conocí en persona. Pero como lectora, la empecé a leer en la universidad. Yo estaba en Maracaibo estudiando la carrera de Letras y allí había una librería de libros usados que se llamaba El emporio del libro. Un día, buscando entre los libros, di con un cuadernito que se llamaba Los pequeños cantos. Un libro que estaba roto, mojado. Un cuadernillo destrozado. Tanto que cuando se lo mostré al librero, me dijo que me lo regalaba, porque estaba casi más para tirarlo a la basura que para leerlo. Cuando llegué a mi casa, leí al fin los poemas y me impactó. Me impactó por lo preciso de los versos, por lo… no sé… eran todos como pequeñas joyas. Yo tenía diecisiete años y estaba obnubilada, así que empecé a buscar en la biblioteca de mi madre, que era una gran lectora, y tuve la suerte de encontrar entre sus libros una revista venezolana en la que habían homenajeado a Alejandra Pizarnik justo después de morir. Allí vi por primera vez sus fotos, que me sorprendieron, porque parecía como si estuviera ida, además de unas cartas que cruzó con Juan Liscano, a las que luego seguí la pista, entre los documentos de Princeton, para mi investigación.
Viajera de la noche
Cristina Piña: ¿Entonces vos la conociste así y luego seguiste buscando?
Patricia Venti: Sí, luego más adelante encontré algunos manuscritos de ella en la universidad, y la leí, pero me produjo mucha ansiedad. Me perturbó. Me dije: «Mira, no, no me quiero meter con esta señora porque leerla me hace daño». Claro que en aquel tiempo yo tenía diecisiete años. Luego me fui a estudiar a Alemania, con veinticinco, y quería hacer un máster en Literatura, y fue entonces cuando retomé el tema de Alejandra Pizarnik. En Berlín, en la biblioteca del Instituto Latinoamericano, encontré muchos libros, además de sus artículos periodísticos que no se habían recopilado aún, que se convertirían en la base de mi tesina sobre su obra. Pero es que luego, además, cuando yo creía que mi trabajo sobre Pizarnik se había vuelto a terminar, me fui a España y mi directora de tesis doctoral me dijo que por qué no seguía investigando a la poeta argentina. Ahí fue cuando me dije: «No se va a terminar la pesadilla de Pizarnik». Casi todo lo que encontraba sobre ella lo había investigado ya Cristina, por cierto. Pero cuando yo creía que no había nada más por descubrir, se publicaron sus obras completas, con la noticia de que Princeton albergaba muchos documentos inéditos. Llegar allí fue casi como descubrir la cueva de Alí Babá. Lo que encontré allí cambió el rumbo de mi investigación, que se centró en su escritura autobiográfica. Estuve obsesionada con eso por siete años. Tuve tiempo de ir a Argentina, donde conocí a Cristina. Y se supone que ahí íbamos a terminar con todo esto, pero yo tenía tanto material… y esta amistad con Cristina… nos reunimos tantas veces…
Cristina Piña: En Sevilla fue.
Patricia Venti: Sí, nos reunimos en España, en Sevilla, y fue allí donde decidimos que definitivamente teníamos que escribir un libro juntas sobre Alejandra Pizarnik.
«Cuando yo creía que no había nada más por descubrir, se publicaron sus obras completas, con la noticia de que Princeton albergaba muchos documentos inéditos. Llegar allí fue casi como descubrir la cueva de Alí Babá». Patricia Venti
Luna Miguel: Me hace gracia, Patricia, que en todo ese camino que has contado de idas y venidas con Pizarnik, da la sensación de que, por mucho que quisieras, no eras capaz de desprenderte de su sombra. ¿Tenéis la sensación de que os ha perseguido incluso cuando no queríais saber nada de ella?
Patricia Venti: Sí, sin duda.
Cristina Piña: En mi caso fue distinto, porque al contrario que con Patricia lo mío fue mucho más seguido. Es decir, que me ha acompañado siempre, por supuesto. Recuerdo que cuando publiqué la primera biografía me dije eso de: «Ya, hasta aquí Pizarnik, no quiero saber más de ella». Eso fue por el 91 o 92. Y sin embargo después de la biografía vino un artículo, una conferencia, y otro artículo… y entonces continué trabajando, y seguí con la crítica, y después apareció Patricia con los inéditos… y con eso, cuando finalmente ella me propuso hacer una biografía juntas, ya había pasado mucho tiempo, me había pasado la vida, casi sin darme cuenta, escribiendo sobre ella… y fui consciente de que en realidad Alejandra nunca se había ido y había vuelto, sino que, en todo caso, yo nunca he podido desprenderme de ella.
Patricia Venti: Es verdad, parece que Alejandra no termina de irse. De hecho, te adelanto que nuestro siguiente proyecto, en el que está Cristina, es un guion para una película sobre su vida.
Cristina Piña: Y yo que estaba otra vez en ese punto en el que no quería saber nada más de ella…, pero todo se andará. ¿No?
«De la misma manera que en la prosa el castellano no es lo mismo después de Borges, en poesía el castellano no es lo mismo después de Pizarnik. Ha cambiado el idioma. Ha hecho un castellano oscuro que da matices que no encontramos en ningún otro poeta». Cristina Piña
Luna Miguel: Os puedo llegar a entender. Sin haber dedicado tanto tiempo de mi vida a una autora o autor concreto, sí que siento que a alguien como Alejandra Pizarnik debo regresar siempre. Ahora que me he obsesionado con Simone Weil, por ejemplo, y después de descubrir la influencia que la filósofa francesa tuvo en la poeta, no he podido evitar releer sus diarios. Más allá de vuestro trabajo como investigadoras, ¿cuál creéis que es el motivo, literariamente hablando, de que nosotras, las miles de lectoras rasas que la admiramos, tampoco podamos dejar de leerla?
Cristina Piña: Mira, yo tengo una idea al respecto. Por un lado, creo que es la intensidad de Pizarnik y su búsqueda del absoluto. A todos nos engancha el absoluto. Y en Alejandra está siempre presente esa búsqueda. Y, por otro lado, además, no hay que olvidarse de esa fusión que a todos nos fascina en su caso, que es su vida convertida en poesía y su poesía convertida en vida. Esos dos factores, el absoluto y la fusión entre vida y poesía, nos enganchan. Por no hablar del factor lingüístico. El lenguaje cambia con Alejandra. De la misma manera que en la prosa el castellano no es lo mismo después de Borges, en poesía el castellano no es lo mismo después de Pizarnik. Ha cambiado el idioma. Ha hecho un castellano oscuro que da matices que no encontramos en ningún otro poeta. Yo tengo la teoría de que esta búsqueda del absoluto es además el motivo de que nos enganche desde adolescentes, algo que nos sigue afectando de adultos, y algo que les pasa a todos sus lectores, seamos hombres o mujeres. O al menos todo eso es lo que pienso después de leerla desde hace ya… ¿cincuenta años?
Patricia Venti: Efectivamente, el absoluto, y también la muerte. Siento que nos fascina la propia fascinación de Alejandra Pizarnik por el final. Esa figura de enfant terrible que es esta mujer, ese personaje alejandrino que ella construyó hace que todos nos identifiquemos con ella. Es como si no quisiéramos dejar de ser como ella. No queremos dejar de identificarnos con su figura, y hasta a veces queremos escribir como ella. Esa fascinación por la muerte era en parte peligrosa e inspiradora. Nos toca las entrañas, nos hace compañía en la miseria. Nos hace, como ella dice, «llegar hasta el fondo».
Luna Miguel: ¿Y qué me decís del humor de sus diarios? Fue una gran poeta, de acuerdo, pero a mi juicio también fue una gran diarista, a la altura de André Gide, Anaïs Nin, Virginia Woolf o la propia Sylvia Plath. Pregunto esto porque en vuestro Alejandra Pizarnik: Biografía de un mito, los diarios también son importantísimos para desgranar al personaje…
Cristina Piña: Sin lugar a dudas, el diario de Alejandra Pizarnik es una de las obras capitales de la literatura diarística. Pero, en lo personal, leerlo me decepcionó.
Luna Miguel: ¿Y eso por qué?
Cristina Piña: Porque en ellos parecía una persona distinta a la de sus poemas y a la de sus cartas. Allí solo encontramos la parte oscura. Es muy fuerte el choque entre correspondencia y diarios. Cuando lo leí por primera vez me deprimí. Me hizo mal. Ni siquiera aparecían sus buenas experiencias. No había ninguna alegría en todo el diario. Solo búsqueda y hundimiento. El diario de Pizarnik no tiene más que «llegar hasta el fondo»; de hecho, su diario solo es fondo, y por eso, aunque la considere gran diarista o crítica literaria, yo me quiero quedar siempre con su poesía.
«Ella decía "urge suicidarse, urge que yo muera antes de los cuarenta". Lo vemos en las últimas entradas de su diario, cuando intenta ahogarse, cuando pide a un amigo que le ayude a morir, cuando mira revólveres, cuando busca maneras de ahorcarse...». Patricia Venti
Patricia Venti: Yo, en cambio, al principio no los leí como una obra literaria. Descubrirlos fue como destapar una caja de Pandora. Leerlos era como leer una película entera. Te das cuenta de que allí había un personaje. Era un personaje que escribía, había una impostura, aunque siempre impregnado de la persona real. Allí había cosas que nos daban escenas impensables, como que había estado embarazada, o como que se acostaba también con hombres, o como que tenía una relación con su familia…
Cristina Piña: … una relación enferma…
Patricia Venti: Así es. En los diarios ella cuenta el infierno. Y yo vi ese infierno y me siguió atrayendo. Fue como un imán y me dio más impulso para seguir trabajando sobre ella. Hasta el punto de que mi tesis está centrada en gran parte en sus diarios, su relación con el cuerpo, su anorexia, su bulimia, su relación con la religión o la identidad, su relación con la vejez, la noción de no querer envejecer… Ella decía «urge suicidarse, urge que yo muera antes de los cuarenta». Lo vemos en las últimas entradas de su diario, cuando intenta ahogarse, cuando pide a un amigo que le ayude a morir, cuando mira revólveres, cuando busca maneras de ahorcarse… Tú lo lees y dices: «Qué fuerte». Así que sí, a mí me abrió muchos caminos como investigadora, pero también para poder construir el personaje de nuestra biografía, con el que intentamos apegarnos del todo a lo real, a lo que ella dejó.
Cristina Piña: Quisimos ser lo más fieles al personaje que ella construye. Porque con Alejandra Pizarnik hay dos niveles. Está el nivel del personaje que ella crea y luego el de la realidad, que poco a poco vamos desgranando. Entonces esos dos niveles son los que nos dan juego para construir nuestro libro.
Luna Miguel: Precisamente uno de los capítulos de vuestra biografía se llama así: «París y la construcción del mito alejandrino». Me da la sensación de que cada uno de los capítulos que conforman el libro son titulillos perfectos para cada episodio de la que podría ser una gran miniserie sobre su vida. Justo antes me habéis dicho que estabais metidas en un proyecto para convertir la biografía en una película… ¿cuál sería la escena de su vida que más os impresiona, la que más claramente veis en vuestra cabeza cuando pensáis en ella? Dicho de otro modo, ¿cuál sería vuestra escena preferida de una hipotética película titulada Alejandra Pizarnik?
Patricia Venti: Si hago una película sobre su vida, que la haré, mi escena preferida será en París, en los años sesenta. Siento una especial atracción por esa década, por todo lo que significan los movimientos literarios latinoamericanos en París, por los existencialistas, por Sartre, Duras, Beauvoir... Yo me imagino muy bien París lloviendo, pleno invierno, su buhardilla sucia, con los olores viniendo. Me imagino a aquella chica en ese piso mugriento, escribiendo a máquina, envuelta entre mantas, con un frío atroz y sin nada que comer… La primera imagen serían unas teclas sonando en la pantalla en negro y, cuando se abre la imagen, ella, con su voz del diario, contándonos, no sé, cualquier cosa.
Cristina Piña: Pues yo tengo una imagen parecida pero diferente. Me la imagino más tarde, ya en Buenos Aires, en el departamento de Montevideo. Haría una escena de ella escribiendo, pero a la noche, o a la madrugada, con un pizarrón verde detrás que diga: «No quiero ir más que hasta el fondo». Y ella escribiendo constantemente con el cenicero lleno de puchos, todo desarreglado y sucio, y con un sándwich de mortadela… no sé por qué.
Patricia Venti: Oye, Cris, ¿y una escena con aquellos vecinos?
Cristina Piña: Una escena rompiéndole la puerta a los vecinos sería alucinante. O ella golpeando el techo con una escoba. Serían todas escenas muy buenas… pero, por alguna razón, a mí me obsesiona esa escena de ella escribiendo en la madrugada, con su pizarrón y su biblioteca.
«Es que ella quería ser la Rimbaud femenina, y lo fue». Patricia Venti
Patricia Venti: Que en realidad nos lleva también un poco a escenas de su adolescencia, siempre escribiendo.
Cristina Piña: Yo así es como querría verla, con esa mesa llena de papeles y de libros, porque está buscando citas. Eso es lo que quiero ver. Eso es lo que para mí es Alejandra.
Patricia Venti: Es que si te das cuenta Alejandra nunca deja de ser el personaje que se obsesionó en construir cuando era adolescente. La vemos en ese cuarto que pintó de negro, la vemos en su buhardilla, la vemos en esa habitación sucia… Ese cuarto bohemio.
Cristina Piña: Ese cuarto propio.
Patricia Venti: Es que ella quería ser la Rimbaud femenina, y lo fue.
Cristina Piña: Lo logró absolutamente.
Luna Miguel: Me gustaría mucho hablar más de París, o de su suicidio, o de sus relaciones con otros autores… Pero se nos acaba el tiempo y habéis dicho algo que me sigue dando vueltas y en lo que quisiera profundizar. Cristina imaginaba una escena de una biblioteca detrás de ella. Ahora que tengo el privilegio de estar hablando con las autoras de la biografía de Alejandra Pizarnik, me pregunto cuál sería su bibliografía. Es decir, si tenemos en cuenta que para la autora vida y poesía eran lo mismo, ¿cuáles serían, no sé, los diez libros de otros autores y autoras que conformaron el ADN de Pizarnik?
Cristina Piña: Yo creo que vamos a coincidir todas en esta lista: Arthur Rimbaud, Djuna Barnes, Charles Baudelaire…
Patricia Venti: Artaud.
Cristina Piña: Y Quevedo.
Patricia Venti: Artaud es fundamental, y ella lo traduce. También traduce a Marguerite Duras.
Cristina Piña: Pero a Duras no la pondría entre sus diez libros o autores de cabecera. Estoy pensando más en la intertextualidad, en a quién robaba.
Patricia Venti: Cortázar.
Cristina Piña: Y Octavio Paz. Él es alguien a quien le roba mucho. También a Breton. ¿Cuántos tenemos ya?
Luna Miguel: Uy, un montón. ¿Quizá nos hemos pasado?
Cristina Piña: Con esos haríamos una biblioteca de Alejandra perfecta, que llegaría al mínimo. Tal vez agregaría a Simone Weil. Y los diarios de Kafka.
Patricia Venti: ¿Tú sabes que Cristina ha estudiado la biblioteca entera, incluso las notas de los márgenes que iba dejando Alejandra Pizarnik? Ese sería un buen título para tu próximo libro, Cristina, Escritura en los márgenes, imagina.
Cristina Piña: Pero yo ya no quiero escribir otro libro, ya hemos escrito suficiente.
Luna Miguel: Y el que habéis escrito es fascinante, y creo que volverá a poner a Alejandra Pizarnik en el centro de la conversación, coincidiendo además con el cincuenta aniversario de su muerte. Otra cosa antes de terminar. Ahora que estabais hablando de los «robos» de su literatura, o de las resonancias de sus autores preferidos en su literatura… me pregunto si creéis que hoy hay autores que también roban a Alejandra. O si creéis que hay autores que deberían robarle algo.
Cristina Piña: Es muy difícil robar a Alejandra sin que resulte demasiado evidente. Los argentinos le han robado a no dar más. Es todo tan evidente que no sirve. Ella armaba la intertextualidad de tal forma que, valiéndose de las palabras de otro, hacía su propia poesía. El problema con su obra es que a ella no se le puede hacer, a quien le robe le irá mal. Otra cosa es que podamos nutrirnos de ella, eso sí.
Patricia Venti: Efectivamente, yo solo quiero añadir que Alejandra es tan genial que ocurre como en el cine, que cuando intentas copiar a un gran director, se te nota. Ahí está el genio. Ahí está la creatividad.
Cristina Piña: No se le pueden tomar préstamos, hay que leerla, incorporarla en nuestra vida. Como ya hemos dicho antes, ella es tan única porque auténticamente hizo de vida y poesía una sola cosa, por eso es tan imposible de emular. Hay una fusión ahí que es muy difícil de romper. Alejandra es única.
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