Un poderoso testimonio de la lucha por la vida ...
Ana Marcos: así se silencia (y se integra) la violencia contra las mujeres
Tras años investigando abusos a mujeres en la industria del cine, la periodista Ana Marcos reflexiona en «A mí no me ha pasado nada» (ENDEBATE) sobre las dinámicas que explican cómo (y por qué) se normaliza la violencia contra las mujeres hasta el punto de que, cuando hablan, las víctimas empiezan a ser ridiculizadas y la veracidad (u objetivos) de su testimonio se pone en entredicho.
Por Paloma Abad

Ana Marcos. Crédito: Samuel Sánchez.
Fue un reportaje de seguimiento a una denuncia de acoso tras los premios Feroz de 2023 (titulado «Acoso sexual en el cine español: "Una industria pequeña donde triunfa el miedo"») el que propició que El País creara el primer equipo de investigación sobre abusos en el cine. No porque Ana Marcos, Elena Reina y Gregorio Belinchón se empeñasen en ello, sino porque tras la publicación de aquel texto (que, de cierta forma, señalaba determinadas dinámicas en la industria) una mujer les envió un mensaje: «Yo también tuve una historia rara. Ojo con los nominados en estos Goya».
Dos años después de aquel primer contacto, y tras haber recabado los testimonios de muchas otras mujeres que tuvieron el valor de dar un paso al frente (declaración jurada mediante), la periodista Ana Marcos ha publicado A mí no me ha pasado nada (ENDEBATE), un libro en el que nos sumerge en las entrañas de un riguroso proyecto de investigación periodística para, desde ahí, diseccionar las violencias estructurales que sufren cada día las mujeres. Las que denuncian, las que callan y las que ni siquiera las perciben hasta mucho tiempo después.
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LENGUA: A lo largo de estos años, ¿has sentido que vuestra investigación se trataba (y validaba) de manera diferente a otras investigaciones periodísticas?
Ana Marcos: La violencia contra las mujeres no deja rastro documental. Esta es una de las frases que aparece en el libro y creo que es, también, una de las claves que explica por qué este tipo de investigaciones se infravaloran y menosprecian. Parece que si no hay un papel que acredite un testimonio, esa información no es válida. Lo mismo sucede con el anonimato de las fuentes. Las mujeres que deciden hablar y no dan su nombre, parece que no existen. Algo que nunca sucede con los diputados, concejales, secretarios de organización que se niegan a que sus nombres aparezcan en informaciones políticas. Nadie nunca duda de su palabra. En los últimos años, Elena, Gregorio y yo nos hemos buscado las mañas, las maneras, a fin de cuentas, para apuntalar cada uno de los testimonios que hemos publicado con el mismo rigor que los periodistas de investigación de otras áreas. Teníamos su palabra -que tiene el mismo valor que cualquier otro tipo de testimonio-, nos permitieron hablar con aquellos a quienes se lo habían contado, hemos podido hasta revisar sus teléfonos para tratar de encontrar mensajes que reconfirmaran sus historias. Hemos entrado en su intimidad de la manera más respetuosa posible en busca de todas las respuestas.
LENGUA: ¿Qué es lo más difícil de gestionar en un proyecto de este calibre?
Ana Marcos: El respeto a las mujeres para no revictimizarlas. Marta Durántez, la fiscal del caso Rubiales, dijo una frase en su alegato final que ejemplifica la dificultad que entrañan estos casos. Tuvo que hacer preguntas que no quería y que sabía que estaban revictimizando a Jenni Hermoso ante la actitud de «chulos», en sus propias palabras, de los hombres que pasaron por esa sala. Yo no soy fiscal, ni policía, ni médico. Mi trabajo no consiste en acreditar delitos, sino en contar historias que tienen interés general para que, con suerte y periodismo, cambien las cosas. Aun así, viví muchos momentos en los que dudé de mí misma, de mi capacidad de empatía y respeto ante estas mujeres, incluso de mi profesionalidad. A la vez, estoy convencida de que los periodistas tenemos que preguntar a estas mujeres porque cada uno de los detalles refuerza y protege su testimonio y el trabajo periodístico.

Ana Marcos. Crédito: Samuel Sánchez.
LENGUA: ¿Qué peso crees que tiene la opinión pública (el qué dirán) a la hora de decidir denunciar (o no) a tu maltratador o agresor? ¿Es la sociedad un entorno amable para las víctimas?
Ana Marcos: Poco a poco las mujeres empiezan a encontrar más lugares seguros: en sus grupos de amigas, en su familia y en las redes sociales. El camino no ha terminado. Es difícil reconocerse como víctima de una agresión, tener esa conversación con una misma, escucharte decirlo en alto, no temer al juicio del que te conoce y, por supuesto, aterrorizarte ante el juicio público. Sobre todo, en este momento, en el que la ola reaccionaria alcanza ya lugares que creíamos conquistados. No solo es difícil hablar, es que encima determinados actores e instituciones nos limitan el derecho a la autodefensa invalidando la vivencia de una mujer al encerrarla en la categoría de «histérica» o «exagerada».
LENGUA: ¿Consideras que la ley del «sólo sí es sí» es un paso acertado hacia la protección del cuerpo femenino?
Ana Marcos: La ley abrió un debate sobre el consentimiento muy necesario. El problema es que esa conversación quedó sepultada bajo la polarización que marca la conversación desde hace más de un lustro. Protege el derecho de una mujer a decir primero que quiere tener una relación con un hombre y a querer parar esa relación, la que sea, a los cinco minutos de haberla empezado. En ningún caso es una ley contra ese hombre que ve cómo su pareja o ligue le marca un límite.
LENGUA: ¿Falta comprensión/consenso sobre lo que es el consentimiento y la violencia sexual?
Ana Marcos: Hay un momento, al inicio del libro, que una amiga le dice a la pareja de otra: «Cuando una mujer no quiere, lo sabes»; ante un momento de reflexión que este hombre estaba viviendo. La falta de comprensión tiene que ver con la pérdida de privilegios del género o categoría social Hombre. Es decir, si hacer un ejercicio de cuestionamiento y no de confrontación, de aceptación de determinadas cuestiones, implica que esa persona, ese hombre cis hetero, debe cambiar su comportamiento, debería asumirse como un avance social hacia la igualdad. No como un retroceso. Por eso siempre es más sencillo quedarse en esa idea de la falta de comprensión, de no entender, de defender que «siempre se ha hecho así». El inmovilismo les garantiza su lugar social, con lo que esto conlleva.
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