Deborah Levy por Nuria Labari: la escritora que rompió el tiempo
Que Deborah Levy esté en Madrid es un acontecimiento literario. Que acabe de publicar su primera novela después de su aclamada trilogía «Autobiografía en construcción» es una celebración. Que podamos hablar con ella de cómo y para qué se escribe es un regalo. La escritora que ha vivido con tanta obsesión como eficacia el reto de encontrar y escribir desde una voz propia, se embarca ahora en un reto aún mayor, el de encontrar la voz de la Historia, reescrita esta vez sin letras mayúsculas y sin someterse a ningún poder o discurso lineal. «¿Qué quiere decir ser libre como mujer, como artista, como madre o como hija?» se pregunta la protagonista de «El coste de vivir». Su último libro, «El hombre que lo vio todo» (Random House), viene a preguntarse sobre qué quiere decir ser libre en una sociedad, dentro de un relato más grande que nosotros, dentro de una historia de la que formamos parte pero no podemos reescribir. ¿O sí? Porque Deborah Levy nos regala una literatura capaz de conquistar un espacio y un tiempo nuevos para la construcción del relato personal (como en su «autobiografía») y ahora también de nuestra identidad histórica y social. Ella nos da las herramientas para contarnos y para para entender los relatos que se cuentan de nosotros desde fronteras nuevos, allí donde nunca antes se había escrito. ¿Qué será lo próximo? Ella misma nos lo adelante en esta entrevista. Fiel a la ambición literaria que gobierna su obra, Deborah Levy ha empezado ya a reescribir el futuro, que falta nos hace. Así que alégrense, por una vez, estaremos en buenas manos.
Por Nuria Labari
Deborah Levy. Crédito: Sheila Burnett.
Deborah Levy es una mujer de aspecto rotundo. Es difícil que esté en una habitación sin que se convierta en el centro de la misma, no por su necesidad de atención sino por su capacidad de desplegar energía. En un salón, ella siempre sería la chimenea. De hecho, parece capaz de dar calor a todo cuanto le rodea, como si en su casa siempre fuera a haber comida para todos o un sofá o una esquina en la que descansar. Pero si te acercas demasiado, quema. No es una mujer antipática, pero no se esfuerza en ser agradable; al contrario, subraya las distancias con desconocidos. No malgasta energía en resultar ocurrente; de hecho, no malgasta energía en absoluto. Porque, aunque está hecha de fuego, Deborah Levy sabe que el mundo puede ser un lugar muy frío. Una colega periodista la ha entrevistado por la mañana, antes que yo, y me ha advertido. «Es muy bestia». En el taxi hacia la entrevista me pregunto si refiere a su talento, a su conducta o a esa voz arcana que parece salir de las raíces mismas de la tierra.
La tarde en que nos conocemos, ella ha hecho ya unas cuantas entrevistas y mientras espero mi turno escucho su pregunta a Eva Cuenta, la responsable de prensa de Random House: «¿Cuántas me faltan?». Tiene ganas de acabar. A continuación, le informan de que ya solo dos más, pero antes de la siguiente tiene que hacerse unas fotos. «Aquí mismo, en el mismo sitio de antes», le explican. Y ella mira al ventanal del hotel de las Letras de Madrid con resignación. Como si intentara convencerse de que tiene algún sentido repetir la misma escena una y otra vez, decir las mismas frases sobre el nuevo libro una y otra vez, conceder una entrevista tras o otra sobre su último libro, El hombre que lo vio todo, una y otra vez. Pero no dice nada: no malgasta energía. En vez de eso, se coloca erguida y de brazos cruzados sobre la Gran Vía, quietísima. Puede que vayan a disparar muchas fotos sobre su cuerpo solemne, pero ella intenta protegerlo: sus brazos casi parecen un escudo. Creo que el fotógrafo no ha debido leer la frase de Susan Sontag que cita en la primera página de este libro. Dice así: «Fotografiar a la gente es profanarla, al verlos como jamás pueden verse a sí mismos, al tener de ellos un conocimiento que ellos mismos nunca podrán tener; convierte a la gente en objetos que pueden ser simbólicamente poseídos».
En este momento aún no nos han presentado y ella no se ha percatado de que hay alguien más en una esquina del gran salón, contemplándola como en una imagen, como ella jamás se verá a sí misma. Y en efecto, la observo detenidamente, como quien estudia a un animal salvaje en el zoo. O como si pudiera entenderse la naturaleza de la libertad cuando está dentro de una jaula.
Recuerdos del mañana
Viste de una forma singular, prestando atención a cada uno de los objetos y prendas que lleva puestos pero sin conceder ninguna importancia al conjunto. Cada pieza es hermosa, pero no tiene nada que ver con las demás, salvo por el cuerpo que ofrece un nuevo sentido para todas: un par de esmeraldas engarzadas en oro amarillo en los pendientes, dos gargantillas antiguas de dama inglesa, una camisa de algodón del mismo azul que los monos de fábrica, pantalones negros. Para posar, abre las piernas a la altura de los hombros y así, grande y lejana, su presencia podría resultar arrolladora. Sin embargo, hay algo en ella que está como a punto de romperse o, mejor, que se ha roto muchas veces ya.
Con todo, a mí me parece una mujer imponente, la fachada de una casa majestuosa cuyo interior he transitado tantas veces en sus libros. Pero ahora está aquí, ante mí. Y no sé si querrá dejarme pasar. Eso me recuerda una escena de El coste de vivir (el segundo volumen de su trilogía autobiográfica) una de las pocas de la literatura donde he visto a un escritor rasgar el tiempo ante mis ojos. En la escena en cuestión hay una mujer dentro de una casa victoriana londinense. Entonces alguien llama a la puerta. En el interior, un acento inglés y grave pregunta. «¿Quién es?». Y una niña de nueve años con fuerte acento sudafricano responde al otro lado: «Soy tú». Empecemos entonces por ahí, por la capacidad inédita de su prosa de rasgar el manto del tiempo.
«Recuerdo bien esa escena», comienza Levy. «Porque cuando la estaba escribiendo pensé: voy a hundir este libro. Fue algo así como: ¿Realmente vas a escribir esto?, pero decidí intentarlo. En realidad, cada vez que haces una innovación, algo que es nuevo para ti —no estoy hablando ahora de la literatura universal— piensas: ¿De verdad voy a hacer esto? Pero estaba interesada en descubrir lo que pasaría, así que me dije, si yo estoy interesada, los demás también lo estarán. Al final, todas las cosas que escribo en mis libros tienen sentido para mí. La llamada a la puerta, el recuerdo de tu yo de nueve años pidiendo que le dejes pasar. Y esa persona que está dentro de la casa, como diciendo: no».
«Cada innovación exige de una escritora que sea intrépida. Tienes que tener fe y pasión por eso que vas a decir, tienes que estar fascinada por ello y estar preparada además para que no funcione».
Leer a Deborah Levy es, de alguna manera, entrar en un tiempo nuevo. Su literatura es capaz de llevarnos allí donde rigen las leyes de otro espacio y otro tiempo, a ese espacio donde el tiempo deja de contarse y al que llamamos literatura. O eternidad.
Intento averiguar cómo lo hace y pregunto al respecto. «Cada innovación exige de una escritora que sea intrépida», asegura. «Tienes que tener fe y pasión por eso que vas a decir, tienes que estar fascinada por ello y estar preparada además para que no funcione. Escribir puede parecerse, de alguna manera, a construir una casa. Pero una de las mejores cosas de la escritura es que, un mal día, una habitación puede colapsar. Y tienes que empezar a construirla de nuevo de una manera que no conoces y que sin embargo está ahí, en el acto mismo de escribir. Un día terrible, el miércoles, una habitación colapsa, después el jueves puede ser brillante, incluso el viernes. Y, si tienes suerte, el domingo también».
Deborah Levy. Crédito: Sheila Burnett.
Debo decir que cuando estás delante de Deborah Levy, cuando su voz profunda habla de lo que de verdad le importa, se hace evidente que esta escritora tiene aura. Casi parece que el alma se le vaya a salir por los ojos. Es como si cuerpo y mente estuvieran perfectamente conectados. Y entonces parece que existiera una relación entre la verdad del pensamiento y la del cuerpo. Su presencia en las distancias cortas no quema, consuela.
Puede que me esté poniendo un poco mística, pero recuerdo que San Agustín decía que el tiempo no se puede definir. Sin embargo, tengo la impresión de que en la literatura de Levy el tiempo podría ser definido como un sentimiento. Un sentimiento que da lugar a una forma nueva de habitar el mundo. Una tiempo subjetivo y femenino que está siendo descubierto y defendido en la literatura contemporánea por voces de mujer. Y no me refiero aquí al intento de contar a las mujeres sino al intento de entender la condición humana gracias a ampliar la perspectiva, a derribar los muros que nos encerraban dentro de viejos relatos. «Entiendo lo que me dices y es algo muy difícil de lo que hablar. Porque, ¿qué es la subjetividad? Parece simple pero en realidad es algo muy complejo. ¿Cómo experimento algo en mi mente y en mi cuerpo? La historia del cuerpo y la mente no ha sido del todo contada desde el punto de vista de las mujeres. Y en ese sentido está incompleta».
Quizás por eso, porque ella ha completado la voz total con la parte femenina que le faltaba, Deborah Levy es un icono feminista. Aunque la idea de crear «la voz total» requiere de una ambición literaria que, desde mi punto de vista, excede de su condición de mujer o defensa de las mismas. «Hay una idea equivocada con el feminismo», argumenta. «Un malentendido sobre la idea de que las mujeres queremos ser poderosas a toda costa, conquistar el mundo. Cuando a lo mejor no queremos ser tan poderosas. A lo mejor resulta que somos poderosas los lunes y los miércoles y frágiles los martes. Por eso construir la voz de una sola mujer es tan complejo. Al final debemos incluirlo todo, ser las dos cosas para poder crear la voz completa. Nadie tiene que ser esto ni lo otro, quizás el reto sea simplemente ser. Y esto es una materia realmente importante en mi literatura y es una materia existencialista que también tiene que ver con el feminismo. Por eso es tan difícil encontrar esta voz total».
«Hay una idea equivocada con el feminismo. Un malentendido sobre la idea de que las mujeres queremos ser poderosas a toda costa, conquistar el mundo. Cuando a lo mejor no queremos ser tan poderosas. A lo mejor resulta que somos poderosas los lunes y los miércoles y frágiles los martes».
Sin embargo ella encontró esa voz. Aceptó su propio reto y lo superó cum laude. Cosas que no quiero saber, El coste de vivir y Una casa propia son el edificio narrativo que construye y sostiene esa voz. Y podría parecer que su objetivo era justamente éste, dejar testimonio de la voz de una mujer. Pero su ambición literaria viaja más lejos. Así, su literatura, partiendo de lo individual y lo femenino, busca abrir espacios y tiempos nuevos. Y la voz de su biografía, esa capaz de rasgar el tiempo y demostrar que pasado-presente y futuro viajan siempre juntos, viene a proponer otra forma de estar en el mundo. Pero, ¿qué se hace después de conseguir algo así? ¿Qué querría escribir quien ha sido capaz de crear «la voz total». La respuesta es El hombre que lo vio todo, la última novela que Levy ha publicado en España.
De pronto, ha decidido hacer el mismo ejercicio narrativo que en su trilogía pero con la Historia. Es como si a la condición humana le hubiera introducido su parte femenina para completar la voz y ahora a la Historia con mayúsculas le introdujera la intrahistoria en sus entrañas para tener por fin un relato que contenga destellos de verdad. Es el más difícil todavía literario en estado puro. Ya no es una niña la que llama a la puerta de su casa victoriana, ni siquiera una mujer. Ahora es Europa. Y Deborah Levy le abre la puerta. «Es que todo eso a lo que llamamos Historia, que tantas veces ha sido contada y vuelta a contar y a reescribir, esa forma en que nos venimos contando la historia es también un poco anticuada y masculina», asegura.
Deborah Levy. Crédito: Sheila Burnett.
Con todo, su objetivo es crear una nueva composición capaz de hacer frente, incluso disolver, el relato dominante. De la historia lineal a la conciencia expansiva, de las voces parciales a la ambición de la verdad. Quiero saber si la literatura puede hacer una nueva composición, hacer frente al poder después de todo. Y ella responde sin arrugarse. «Sí. Creo que sí. La literatura es el lugar donde podemos permitirnos bajar hasta lo más profundo, donde navegar por otro mundo, donde encontrarse a una misma. Los libros pueden dar poder a gente que no lo tiene y, por encima de todo, pueden de verdad crear lenguaje. Por eso la literatura es un lugar donde pensar, donde abrir la mente».
En su caso así es. De hecho, cuando ella escribe el mundo se abre también. Pero ¿cómo ve nuestro mundo Deborah Levy? ¿Qué clase de tiempo es el presente que nos ha tocado? «Hemos pasado una pandemia, tenemos la emergencia climática encima, hay una guerra en Ucrania, el coste de la vida está disparado: la electricidad, el gas, la comida, la inflación…», explica. Es evidente que después de mirar la historia personal y de mirar el pasado desde una perspectiva no histórica sino también intrahistórica, habría llegado el momento narrativo del presente. Incluso, tal vez, por qué no, del futuro.
«En un contexto como el actual me he preguntado ¿cómo puedo empezar a escribir desde aquí?», continúa Levy. «Y lo que decidí es que un personaje femenino sintiera todo esto en su cuerpo. Personalmente creo que cada cuerpo tiene ahora mismo un nivel más bajo de ansiedad de lo habitual. No digo que estemos en pánico, pero sí creo que todos sentimos que nuestro nivel de ansiedad es más bajo que antes. Así que elegí a una pianista profesional muy prestigiosa que en el momento en que va a tocar una conocida pieza de su repertorio no es capaz de seguir… Elegí una música para mi próximo libro porque creo que el mundo necesita una nueva composición, una nueva melodía. Seguimos escuchando una melodía demasiado vieja».
«La literatura es el lugar donde podemos permitirnos bajar hasta lo más profundo, donde navegar por otro mundo, donde encontrarse a una misma. Los libros pueden dar poder a gente que no lo tiene y, por encima de todo, pueden de verdad crear lenguaje».
Y yo me pregunto. ¿Había un plan trazado para los cinco últimos libros de Deborah Levy? Porque, aunque parezcan muy distintos, resulta que hay una coherencia impresionante entre todos ellos. Un trabajo narrativo de exploración del sentido del tiempo, de la música de los días y de la condición humana. Un melodía nueva y por primera vez, quizás, completa. O al menos más consciente de todo cuanto le falta, del peligro de condenar el mundo a una sola voz, del deseo de reunir lo que es distinto a través del lenguaje. «La coherencia es inevitable» explica. «Es la misma mente después de todo. Pero no ha sido premeditado con antelación, simplemente ha pasado. Si escribes sobre la conciencia humana, realmente no puedes trazar una línea que vaya de un lado a otro porque la conciencia humana no se puede limitar. Nadie es completamente idiota y nadie es completamente inteligente. Las fronteras de lo humano son difusas, por eso hay que bucear más y más abajo. Creo que el poder del pensamiento profundo es algo mágico y creo que el lenguaje lo es también».
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