Contacto en México: vida y muertes del «fixer», el enlace entre la prensa extranjera y los capos narco
Cuando fue arrestado en 2016, el «Chapo» Guzmán encabezaba la lista de más buscados por el FBI y la Interpol, era responsable confeso de más dos mil asesinatos y llevaba trece años siendo el principal narcotraficante de México desde Culiacán, el corazón del cártel de Sinaloa. Allí tiene su base de operaciones el periodista Miguel Ángel Vega, uno de los cinco «fixers» más reconocidos del mundo y con acceso al círculo íntimo de los jefes narco: hermanos y sicarios, cocineros de droga y choferes, secretarios personales y mujeres asesinas decididas a vengar la muerte de sus parejas en la guerra entre cárteles. Tan habituado a las balaceras como a los campos de droga, el «fixer» explica en este diálogo con LENGUA la diferencia entre la «vieja escuela del narcotráfico» y los capos «sin códigos», por qué la delincuencia organizada va a ser cada vez más violenta y poderosa, y el papel que juega la suerte en uno de los países más peligrosos para hacer periodismo.
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Crédito: Max Rompo.
Miguel Ángel Vega, periodista y director de cine, publicó este año un libro único, El Fixer, donde cuenta las vivencias del reportero que sirve de enlace entre periodistas de Francia, Rusia, España, Holanda y Estados Unidos y los líderes más duros de la delincuencia organizada en México. Vega es uno de los cinco «fixers» más reconocidos en el mundo y es en sí un personaje. Su aspecto puede ser el de un errabundo texano, un actor en papel de matón y hasta un narco furtivo, hosco y desconfiado. Solo cuando se siente en confianza resulta afectuoso, pero es también una serpiente alerta. En este diálogo abunda sobre su experiencia con los corresponsales extranjeros, sus contactos en el narco y las apuestas con la muerte.
Miguel Ángel Vega: Ser periodista en Culiacán (Sinaloa) es desafiar el peligro de manera constante, es jugar a la ruleta rusa. Soy un periodista de corte policial que se ha especializado en temas de seguridad, particularmente en temas de narcotráfico: me toca lidiar con casos y personas involucradas con el narcotráfico de manera activa en diferentes ciudades de México, y con personas que han sido extraditadas, pero cuya célula criminal aún se mantiene vigente. Investigar temas de narcotráfico en Culiacán es muy complicado, nunca sabes cuándo vas a incomodar a la persona equivocada, ya sea al narco que entrevistaste, a un lavador de dinero, un sicario, gente que al final está entrelazada con el narcotráfico.
He conocido a muchos narcos, pero el capo que más me ha impresionado es «El Guano», hermano de «El Chapo». Por mi trabajo como fixer, fui a su casa para pedirle un permiso para grabar en unos campos de amapola. En esa ocasión iba con un amigo, Pablo García, un poeta y periodista español. A mí ya me conocían, pero a él no, entonces, en medio de la plática, «El Guano» le dijo: «Oiga, amigo, ¿usted es agente de la DEA?». Obviamente la pregunta nos metió miedo y la plática se tornó densa, oscura. Cada cierto tiempo, «El Guano» le preguntaba a Pablo: «¿Seguro que no es agente de la DEA? Porque se parece mucho a uno que me anda persiguiendo para llevarme a Estados Unidos». Pobre Pablo, estaba temblando, solo negaba asustado las acusaciones del capo. Y es que «El Guano» no es como tú o yo, que anda solito por la vida; no, él trae como a treinta personas a su alrededor para cuidarlo, todos armados hasta los dientes, y tiene fama de implacable con los delatores y con sus enemigos.
El corazón de las tinieblas
Pongo otro ejemplo: el de mi colega, compañero y amigo, Javier Valdés Cárdenas. Todo comenzó con el arresto de Dámaso López Núñez en Ciudad de México en 2017. Ese año, «El Chapo» Guzmán fue extraditado a Estados Unidos y sus hijos, «Los Chapitos», empezaron a negociar con «El Licenciado», que era el brazo derecho del «Chapo», para decidir cómo quedarían las plazas y el negocio. Seguro no llegaron a ningún acuerdo y salieron enemistados, entonces las facciones empezaron a pelear entre sí. Ante este clima de tensión, Javier Valdés reaccionó con una nota donde decía que el hijo del «Licenciado» no tenía la inteligencia, los contactos, el dinero ni la gente para enfrentar a los «Chapitos». Al enterarse el «Mini Lic», como se le conoce, se molestó tanto que dio la orden a tres de sus pistoleros: «Quiero que lo maten», y la ejecución se dio en menos de una semana.
Ante este tipo de situaciones debes tener mucho cuidado con lo que dices. Y, a veces, llegar a la autocensura porque muerto ya no sirves, muerto se acabó todo. Tal vez pienses que con la muerte de una persona va a cambiar todo, pero la verdad, no. Cuántos compañeros periodistas han muerto aquí, en México, uno de los países más inseguros en materia periodística a nivel mundial, y las cosas siguen igual, no cambia nada, la violencia y la impunidad continúan. Y aunque no recurras a la censura, a veces ésta se da por parte del medio. Me han criticado muchas veces por eso, en una entrevista incluso me dijeron: «Eres un cobarde, ¿por qué te censuras?». Es muy fácil para otra persona decir que uno no tiene la valentía suficiente, pero cuando te van a matar, no te mata una persona sola, vienen cinco o seis con sus AK-47, llamados «cuernos de chivo», y tú como periodista solo traes una pluma y una libreta. No puedes defenderte. Los periodistas tratamos de hacer el trabajo de la manera más honesta, más digna posible, con honor, pero hay momentos en que estás con las manos atadas, por eso existe la autocensura. Es eso o la muerte.
«Muerto ya no sirves, muerto se acabó todo. Cuántos compañeros periodistas han muerto aquí, en México, uno de los países más inseguros en materia periodística a nivel mundial, y las cosas siguen igual, no cambia nada, la violencia y la impunidad continúan».
CÓMO ME CONVERTÍ EN FIXER
Vega reflexiona, se acomoda en el sillón y se quita sus lentes oscuros. Tiene el aspecto de un viajero recién llegado de una región oscura, hostil. Sus ojos han visto tanta violencia, tanta muerte y aún así se encienden con los recuerdos para hablar de frente, sin reparos, decidido:
Miguel Ángel Vega: Me volví fixer por necesidad. Nací en Culiacán, Sinaloa, y me atrevo a decir que aquí casi todos conocemos, por lo menos, a una persona involucrada en el narco: en el sicariato, como mula, traficante, lavador de dinero, puntero… todos conocemos a alguien y a veces hasta estamos relacionados sanguíneamente con esa persona. Yo quería ser director de cine y durante mucho tiempo trabajé y ahorré para proyectos de bajo presupuesto, el último de ellos lo estrené a finales de 2008 y le fue muy mal en taquillas, no vendió nada, y me quedé con las manos vacías. En esas circunstancias, el director del periódico Ríodoce, Ismael Bojórquez, me propuso guiar a unos periodistas extranjeros que querían grabar en Culiacán la guerra del narco, me conectó con ellos y decidí ayudarlos, no tanto por trabajo, sino por la atención de un colega a otro, sin esperar nada a cambio, pero me pagaron bien. Ellos me contactaron con otros periodistas interesados en Culiacán para cubrir el tema del narco, y a su vez a otros, y otros, y así me di a conocer como una especie de productor o periodista local capaz de abrir accesos especiales. Y un día de tantos abrí una hoja de llamado: «Fixer: Miguel Ángel Vega», ¡estaba hecho!
La primera compañía para la que trabajé fue Current TV, de Los Ángeles. Ellos fueron los primeros en contratar mis servicios como fixer. Después trabajé para la BBC, Discovery Channel, NBC, algunos periódicos y hasta para escritores que estaban investigando el fenómeno del narco en México, y como Sinaloa era emblemático, me contactaban.
Yo no pensaba ser fixer, lo fui por accidente, pero cuando vi que podía ganar lo suficiente para ahorrar y financiar mi película, pensé: «Bueno, tengo que abrir todas las puertas». Para ese momento ya sabía que un fixer es el puente entre un periodista extranjero y la ilegalidad, sea narcotráfico, secuestro, tráfico de personas, de armas, pero era algo que no hacía nadie en México hace algunos años. Para ser un fixer de tiempo completo era necesario tener una red con todos los contactos en Sinaloa primero para después expandirme a otros estados. Al principio busqué los contactos con otros periodistas, pero fue muy difícil porque ellos tampoco tenían datos. Pero yo estaba en Culiacán, la cuna del narco, y el Cártel de Sinaloa estaba en todo el país (y en otros países), así que empecé a preguntar dentro del mismo cártel: «Oye, ¿conoces alguien de Ciudad de México que mueva la droga? ¿Conoces alguien en Tijuana que la cruce? ¿Conoces alguien que la mueva desde Guatemala a México? ¿Conoces gente en Michoacán o Jalisco…?». A veces sabían, otras solo me conectaban con alguien más, y así abrí accesos en todas las fronteras: Tijuana, Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez, Piedras Negras. Donde no quise meterme fue en Tamaulipas. No fui a ese extremo. El narcotraficante sinaloense tiene un código de respeto, pero allí estaban «los Zetas» y ellos no tienen códigos. Habían matado a docenas de migrantes a quienes interceptaban en su travesía, los obligaban a que fueran sicarios para ellos. Sabía que si yo entraba ahí, no podría trabajar: meterme en Tamaulipas o en Veracruz era una muerte segura. No era jugar a la ruleta rusa, era jalar el gatillo con el arma cargada.
Decidí abrir puertas donde consideraba más seguro, pero también entré en lugares calientes como Michoacán, Guerrero o Ciudad Juárez, donde pagué una factura alta por entrar en territorios en conflicto. En una ocasión conseguí una entrevista con un narcotraficante en Ciudad Juárez y todavía no me explico cómo salimos con vida de aquel lugar. Todo iba normal, estábamos a punto de iniciar la entrevista cuando, de pronto, comenzó una balacera. Durante tres o cuatro segundos quedé en shock, para mucha gente esos segundos no son nada, pero en una balacera es mucho tiempo. Cuando reaccioné, me tiré al suelo pensando en la muerte: «Aquí se acabó todo». Recuerdo estar en el piso con las manos cubriéndome la cabeza, como si los brazos pudieran detener las balas. Mientras rezaba, miraba en todas direcciones porque pensaba que en cualquier momento entrarían al cuarto donde estábamos y nos matarían a sangre fría y buscaba un arma o algo para defenderme, porque si iba a morir quería, al menos, tener la oportunidad de defenderme. No pensaba en la familia ni las películas, pensaba en sobrevivir, en salvar el pellejo.
En un momento en que los disparos cesaron, me levanté y corrí a ver a mis compañeros en la otra sala. La escena era brutal: balazos en las paredes y las lámparas, todo lleno de sangre, el pistolero al que entrevistábamos herido. Vi a mis compañeros en el suelo, que no se movían y pensé: «Les dieron». Entonces uno de ellos volteó y en su rostro vi el pavor materializado como no lo he visto nunca en otra persona. En ese momento se escucharon más disparos y de repente el zumbido de una bala pasó rozando mi cabeza, volví a tirarme al suelo y me arrastré hacia un baño donde me quedé encerrado. Fue quizás el incidente más difícil que he vivido. Cuando dejé el cuarto de baño destrozado, vi las luces de la torreta de una patrulla bailando en la pared. Había sangre por todos lados. Entonces entró un policía y me encañonó: «¿A qué cártel perteneces?». Le contesté que era periodista, pero me esposó y me sacó del lugar. La casa de seguridad estaba rodeada de curiosos y de policías, acordonada con una cinta amarilla, y la gente cuchicheaba: «Mira, ahí llevan a un sicario», refiriéndose a mí.
«Abrí accesos en todas las fronteras: Tijuana, Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez, Piedras Negras. Donde no quise meterme fue en Tamaulipas. No fui a ese extremo. El narcotraficante sinaloense tiene un código de respeto, pero allí estaban "los Zetas", y ellos no tienen códigos».
LA CARA OCULTA DEL SICARIO
Miro de frente a Miguel Ángel Vega, al periodista, al fixer y me pregunto cómo vive esos días de infierno, de qué habla con sus colegas, a qué le teme, pues está claro que ser fixer es traer la pesadilla más intensa al mundo real:
Miguel Ángel Vega: Cada vez que un corresponsal extranjero viene a México a cubrir temas de narcotráfico piensa que no va a salir vivo. Su familia y sus amigos lo despiden y le advierten: «¿Por qué vas a México? ¡Te van a matar!». Cuando uno entra con pistoleros a cocinas de droga, a campos de amapola, o cuando ves cómo transportan la droga, lo haces porque ya tienes un permiso, porque ya busqué a las personas que nos brindan el acceso, y todo debe estar en orden. Pero los extranjeros al llegar no saben eso o si lo saben, no confían plenamente. Han estado en Siria, en Irán, en conflictos armados, pero para ellos México es más peligroso. Muchas veces llegan con chalecos antibalas, cascos, como si fueran a una zona de guerra, pero cuando ven la ciudad se relajan, se dan cuenta de que hay vida nocturna, restaurantes, tiendas, hasta han llegado a preguntarme: «Oye, donde vamos ¿hay cajeros automáticos?». ¡Claro que hay cajeros!
Llegan con muchas ideas equivocadas de México y aquí se desmitifican muchas cosas y ven que es posible hacer el trabajo de forma segura, pues como fixer tengo que ver mucho con la seguridad, que no le pase nada al corresponsal ni a mí. Parte de los acuerdos para garantizar la seguridad de todos es que no se revelará el nombre, el lugar, ni el rostro de la persona entrevistada, de esos pistoleros, esas mulas, esos narcotraficantes o cocineros de droga. Para eso compramos pasamontañas, les ponemos lentes y les cambiamos la voz, así ni sus mamás los reconocen. A final de cuentas, esto se trata de resultados, por esta razón un fixer puede ser un héroe o un villano: eres el héroe cuando se cumple lo prometido, eres el villano si algo sale mal.
El corresponsal extranjero descubre ahí que el narco no es el hombre que anda en las calles matando gente, que en el narco también hay muchas personas que trabajan muy duro, aunque sea en tráfico de drogas ilegales. Si entrevista, por ejemplo, a un sicario o a un puntero, en muchos casos termina sintiendo simpatía por él, porque el sicario es como cualquier persona que ves en la calle. En muchos casos, estas personas no querían ser pistoleros, pero crecieron en una sociedad donde no había trabajo y no tuvieron otra opción más que ingresar en las filas del narco. Y es cierto que a muchos de ellos no les gusta matar ni quieren hacerlo, pero se conforman, se involucran y se convierten en algo que no deseaban, por dinero, por necesidad, por la idea de poder que tienen. Hay jóvenes que se meten al narco creyendo que lo van a tener todo de inmediato, pero esto es absolutamente falso, están equivocados al creer que entras al narco y te conviertes en millonario, tienes veinte mujeres, joyas, carros, propiedades. ¡No hay nada más falso que esto! Y hay muchas personas producen su propia droga para venderla, tratan de llevarla a Estados Unidos porque creen que se las van a comprar, pero se las decomisan en el camino y pierden toda la inversión. De pronto no tienen dinero ni trabajo. Ahí es cuando la vida les da una voltereta y no les queda de otra que meterse al narco.
En más de diez años como fixer he conocido a personas que han marcado mi vida, y en una ocasión, cuando trabajaba para National Geographic, conocí a un sicario muy joven, de unos veintitrés años, delgado, lampiño, de cabello corto, parecía un muchacho de universidad, tenía muy buen discurso, era muy reflexivo en lo que decía, muy simpático, solía bromear y era lo más honesto posible. Andaba todo ajuareado, como decimos nosotros: con chaleco antibalas, cargadores por todas partes, radio, una pistola a la cintura y una más del otro lado, y de su hombro colgaba un cuerno de chivo. Nos contó que empezó como sicario, pero no le gustaba serlo. En una ocasión, reflexionando sobre la vida y la muerte, nos comentó: «Una madre tarda nueve meses en dar vida a un bebé, y nosotros, como sicarios, quitamos esa vida en menos de un segundo». Tenía, al menos, cincuenta muertes y la fidelidad hacia su patrón (nunca nos dijo quién era) me impresionó mucho: «Si mi patrón dice que tengo que matar a mi hermano, lo hago. Si me dice "Mata a tus padres", tengo que obedecer».
También he conocido mujeres que están llenas de dolor, de luto, de odio, y me ha impresionado su discurso de sufrimiento, sus ganas de morir y de matar. Ha sido muy difícil entablar conversación con ellas, pero una vez que las tienes de frente, se vuelve muy fácil conversar, porque esas mujeres asesinas son, ante todo, seres humanos. Hemos visto en televisión muchas historias de mujeres que hicieron algo atroz y solemos juzgar sus actos. He podido entrevistar a mujeres que hicieron de la manera más natural cosas terribles con la vida de otros, al grado que matar llegó a ser para ellas algo casi cotidiano, pero, al final del día, es triste saber que todas esas mujeres a las que he entrevistado son seres humanos que se metieron al sicariato por venganza, para defenderse, por dinero o por todo junto, y más triste es saber que todas, sicarias, asesinas, punteras, ya están muertas.
«Conocí a un sicario muy joven, de unos 23 años, que tenía, al menos, cincuenta muertes, y la fidelidad hacia su patrón me impresionó mucho: «Si mi patrón dice que tengo que matar a mi hermano, lo hago. Si me dice: "Mata a tus padres", tengo que obedecer».
FUTURO NARCO
El periodista se queda callado, reflexiona, su rostro se enciende y de inmediato su mirada es lumbre; ha visto caer tanta vida, ha visto elevarse tanta muerte, su rostro con las marcas de expresión de quien camina entre el fuego cruzado es rudo, enigmático; su voz es firme, filosa.
Miguel Ángel Vega: Los que están metidos en el narcotráfico, sobre todo el sicario, tienen dos miedos muy grandes. Uno es que lo maten sin tener la oportunidad de defenderse; el otro es terminar podrido en la cárcel, sin libertad y sin poder, por eso muchos se guardan un tiro en la pistola para volarse los sesos antes de que los atrapen, aunque al momento de tomar la decisión no todos lo hacen. Hace tiempo me contaron que «El Chapo» Guzmán dijo que no iba a regresar a la cárcel, que antes se pegaba un balazo en la cabeza, y las dos veces que lo agarraron, una en Mazatlán y la otra en Los Mochis, en 2014 y 2016, no se pegó el tiro. Lo entiendo, es fácil decirlo, pero vivirlo es otra cosa. Otro ejemplo es Rafael Caro Quintero, que estuvo en la cárcel de 1986 a 2013 y sigue prófugo hasta hoy, y dijo: «A mí no me van a agarrar, antes me pego un tiro en la cabeza».
La delincuencia organizada está llegando a un punto en que cada vez tiene más poder y menos principios. La escuela vieja del narcotráfico respetaba más a los periodistas, a la familia, a la sociedad, y hoy en día eso ya se perdió. El narco está en la postura de enfrentar al núcleo del gobierno, como ocurrió en Culiacán el 17 de octubre con el «culiacanazo». El narco mostró ese día su poderío. Siempre se habló de que el narcotráfico podía tener más poder que el Estado: antes era un rumor, un mito, ahora parece ser una realidad. Y creo que en cinco o seis años será más fuerte, pues cada vez aprovecha más la tecnología para defenderse, atacar a sus enemigos y al gobierno. Utilizan drones suicidas con explosivos, los direccionan por vía satelital adonde están sus enemigos y los dejan caer provocando una explosión terrible; si eso ocurre ahora, ¿qué sucederá en cinco años, o antes? En medio de todo eso vamos a quedar nosotros, como sociedad, porque ya no habrá ningún escrúpulo para evitar el daño colateral.
Por otra parte, el comercio de las drogas cambiará, serán más sintéticas. Ahora ya tenemos opio sintético, metanfetaminas más sintéticas, sin duda habrá cocaína sintética y al parecer ya hay marihuana crónica, alterada genéticamente. En fin, surgirán drogas no solo más dañinas, sino también más adictivas. En eso están ahora los cárteles de las drogas para generar más dinero y diversificarse. Antes eran drogas «naturales», como la marihuana; después se les dio un tratamiento químico, como a la cocaína; después se sintetizaron, como los opios sintéticos (fentanilo), que es la heroína o las metanfetaminas. El fentanilo, o los opios sintéticos, son muy drogas fuertes, con unos granitos como de sal puedes matar a una persona. Prince murió de eso, también Whitney Houston. A esto hay que sumarle que ahora los cárteles son más violentos y están diversificando sus actividades para financiar su negocio con el huachicol, el tráfico de indocumentados o el derecho de piso, y la piratería, que aunque bajó un poco gracias a plataformas como Netfllix o Amazon, sigue vigente.
Eel tema del narcotráfico va más allá de los narquillos que vemos por allí, que son la parte más baja. Los verdaderos narcotraficantes, ni te lo imaginas, son personas de cuello blanco, tipos súper inteligentes, empresarios que mueven un producto ilícito, rigurosamente informadas y muy bien relacionadas. Nosotros solo conocemos a personajes como «El Chapo» o «El Mayo», pero hay muchos otros. Gente a la que nunca ves. Gente sin nombre. Hay de todo: políticos, militares, jefes policiales, ingenieros, empresarios, deportistas, abogados, todos involucrados en temas de narcotráfico, y todo documentado. Es curioso que los medios ponen mucha atención en los personajes conocidos cuando en Culiacán, al menos, tenemos como cincuenta «Chapos», gente sin nombre, pero igual de poderosa.
«La suerte en este contexto es un elemento perecedero, tiene fecha de caducidad. Yo solía decir que la suerte la hace uno, pero me di cuenta de que no, hay momentos en que se te acaba y las cosas simplemente no salen. Al «Chapo» le caducó la suerte».
LA CAÍDA DEL CAPO
Cuando Miguel Ángel Vega habla de la captura más reciente del «Chapo», su mirada es un fogonazo, su rostro se tensa, mueve la cabeza, gesticula alterado. Sabe, como muy pocos, los detalles de la detención e incluso ofrece una hipótesis sobre por qué cayó el capo tan temido:
Miguel Ángel Vega: Qué demonios estaba haciendo en Los Mochis es la pregunta que me hago cuando recuerdo la captura deL «Chapo». Ese no era su territorio. Su zona de control era Culiacán y la sierra de Sinaloa, no entiendo qué hacía ahí.
Se fugó el 11 de julio de 2015 de la prisión del Altiplano, de ahí aterrizó en Bastantitas, Durango, y meses después regresó a La Tuna, donde empezó a rearmar a su equipo de seguridad. Tenía treinta o cuarenta personas cuidándolo; podía irse a dormir y dejar instrucciones a su gente de salir a las seis de la mañana del día siguiente a otro lugar, pero si se levantaba a las dos con la orden: «Vámonos», todo mundo tenía que activarse. Tenían equipo satelital, camionetas, un aparato de seguridad monitoreado por el mismo «Chapo», un personaje que mantenía control absoluto de todo lo que pasaba a su alrededor, no solo de los negocios y de la compra y venta de droga.
Cuando «El Chapo» se fue a Los Mochis, donde lo arrestaron el 8 de enero de 2016, primero llegó a una casa de seguridad. Ahí fueron interceptados por la Marina. Tenían un medio para escapar: el drenaje. Estamos hablando de un tubo de concreto de 80 centímetros, más o menos, por donde se fueron arrastrándose entre aguas negras. Cuando salieron por el desagüe, le quitaron el auto a una persona que pasaba por ahí, un auto blanco que no tenía suficiente gasolina y, además, iba fallando. La situación era apremiante, la ciudad estaba rodeada de marinos y tenían que escapar lo más rápido posible. Pararon en una gasolinería, agarraron otro carro, creo que un Focus rojo que le quitaron a una mujer mayor y a una muchacha. De allí se fueron rápido, con tan mala suerte, que la mujer más joven no llamó a la policía, que hubiera sido lo más lógico, sino al C4 [Centro de Comando, Control, Comunicación y Cómputo], y cuando llamas al C4 se activa toda la seguridad de la zona: policía estatal, municipal, federal, ejército. Entonces todos iniciaron la búsqueda del auto rojo que, para ese momento, era un robo cualquiera, ¡nadie tenía idea de que «El Chapo» estaba dentro!
Se armaron retenes en las salidas de toda la ciudad y cuando «El Chapo» vio que el camino estaba bloqueado por dos patrullas de la policía federal, le dijo a «El Cholo», su brazo derecho y quien conducía en ese momento: «Hay que bajarnos a negociar». Solo cuando los pararon, los policías se dieron cuenta de quién era la persona que tenían frente a sus ojos. «El Chapo» intentó corromperlos, quiso comprar a los policías: «¿Saben quién soy? ¿Cuánto quieren? Les puedo dar lo que me pidan, solo déjenme ir». Pero los policías tenían las manos atadas porque los federales iban en camino: ya no podían escapar. «Si hubiera sabido que era usted, no lo reporto», solo eso le dijeron.
Los federales lo llevaron escondido a un hotel. Ahí el capo se dio cuenta que todo estaba perdido: hay una foto muy famosa donde está sentado, desolado, esperando a que lleguen los refuerzos de la Marina para llevárselo. Así lo atraparon.
Recuerdo que por esos días yo estaba en una casa en la sierra donde se había ocultado «El Chapo» con un contacto que era su secretario y me contó que el capo tenía una libreta con todos los nombres de los pistoleros y cómo trabajaban. Estaban muy bien organizados y él sabía todos los movimientos dentro del cártel. Pero hay una parte muy extraña, no se sabe qué estaba haciendo en Los Mochis. Siempre hay un punto oscuro en el que las cosas se quiebran y no sabes realmente qué pasó, en este caso el punto oscuro es por qué fue «El Chapo» a Los Mochis.
«Creo que iba a ver a una mujer…», me dijo “El Betillo”. «Cuando agarraron al “Chapo” y lo llevaron de nuevo al Altiplano, entregué todas las armas que tenía, las camionetas, el armamento, todo se lo entregué a los hijos y “El Chapo” se enojó mucho porque él todavía tenía la idea de fugarse», me dijo “El Betillo”. Lo mataron hace como dos años.
La suerte en este contexto es un elemento perecedero, tiene fecha de caducidad. Yo solía decir que la suerte la hace uno, pero me di cuenta de que no, hay momentos en que se te acaba y las cosas simplemente no salen. Al «Chapo» le caducó la suerte. Ese día todo le salió mal, pero si hubiera agarrado otro carro, o si ese carro hubiera tenido gasolina, o si la mujer no hubiera llamado al C4….
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