Ferdinand von Schirach: «Como abogado he visto miseria que nunca había experimentado en persona... y eso me ha cambiado»
Tras los celebrados volúmenes «Crímenes» y «Culpa», el jurista y escritor Ferdinand von Schirach vuelve al ruedo literario con «Café y cigarrillos» (Salamandra, 2025), una «dostoievskiana» colección de relatos en los que vuelven a enredarse el pasado y el presente, la zozobra y la determinación, la crueldad y la redención.
Por Carmen Cocina

Ferdinand von Schirach. Crédito: Stephan Rabold.
Literalmente hablando, Schirach y yo empezamos con mal pie: en lugar de su cabeza privilegiada dispuesta a contestar a mis preguntas (ese cerebro que atesora vivencias macabras y genuinamente humanas que ponen la piel de gallina cuando las plasma en su prosa), lo que aparece en la pantalla de mi ordenador el día que estamos citados para nuestra entrevista es el contratiempo en forma de correo electrónico: literalmente hablando, Schirach ha tropezado y caído y está ingresado en el hospital, así que nuestra cita se aplaza sine die. Tratándose de un hombre de sesenta años, no parece que haya razón para preocuparse, y en cualquier caso no parece que él lo haya hecho: tal como revelará cuando finalmente llega el momento de la verdad, tiene temores, como todo el mundo (el mayor de los suyos es la guerra), pero es un optimista nato. Y lo es pese a la extrema crueldad de que ha sido testigo en esa faceta como abogado criminalista que ha informado hasta la médula su escritura: tal como relata en Café y cigarrillos, la obra que motiva nuestra entrevista, ha visto «habitaciones llenas de sangre, cabezas cortadas, genitales arrancados y cuerpos descuartizados, y ha hablado con personas al borde del abismo, desnudas, destruidas, confusas y horrorizadas de sí mismas». A pesar de todo ello, para él el mundo es un lugar maravilloso, y de ahí no hay quien le baje. Es lo que tiene coquetear con el diablo: que el contraste de la sencillez, en una caricia o una flor, siempre resulta conmovedor.
En Café y cigarrillos, su nueva colección de relatos (su hábitat natural, según contará en esta entrevista), Schirach habilita una puerta corredera por la que entra y sale a voluntad, alternando, en un alarde de instintiva ambigüedad, la primera y la tercera persona, la tipografía romana y la cursiva, la realidad y lo estrictamente literario, lo íntimo y lo confiable, lo digerible y lo insoportable, lo relatable y lo inenarrable. «Hay cosas que no se pueden contar en una entrevista», dirá en cierto punto de nuestra charla. Por lo demás, su nueva obra tiene todo lo que celebramos en las anteriores Crímenes y Culpa: apegos de infancia que marcan, momentos plácidos que se hacen imborrables, cruentos episodios de crueldad extrema, encuentros carcelarios de caerse de espaldas, ironía, (exquisitas) referencias históricas y culturales, relativismo existencial, muerte, vida, redención. Porque para Schirach, no tan lejos de los crímenes y la culpa, desde el rincón más inesperado asoma la expiación. Como cabe esperar de alguien que lo ha visto prácticamente todo, el jurista y escritor es lacónico las más veces y expansivo por momentos, y sus declaraciones son tan gráficas y concluyentes como deben de serlo sus discursos como abogado defensor: diga lo que diga, Schirach dicta sentencia.
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LENGUA: Después de Crímenes y Culpa, ¿qué le impulsó a escribir una nueva colección de relatos?
Ferdinand von Schirach: Solo tengo dos novelas y, por lo demás, todo son cuentos. Mis dos primeros libros ya eran relatos cortos. Y prefiero con creces escribirlos a escribir novelas.
LENGUA: En los relatos de Café y cigarrillos la frontera entre realidad y ficción es ambigua. Esta decisión, ¿es en beneficio de la literatura o más bien una forma de evitar exponer tanto su intimidad?
Ferdinand von Schirach: La literatura siempre es más verdadera que una biografía. O al menos lo es de otra manera. Condensa una vida. Y sí, en Café y cigarrillos escribo sobre mi infancia, sobre mi vida. Escribir ciertas cosas en tercera persona me permite mantener las distancias conmigo mismo.
LENGUA: El libro está lleno de referencias a la muerte: desde el intento de suicidio de un adolescente que un par de años después se dice que aún le quedan otros sesenta así hasta un desafortunado que piensa que vivir es una obligación. Cuando lo único que uno tiene a su favor es la ausencia de dolor físico, ¿qué puede empujar a una persona a seguir viviendo?
Ferdinand von Schirach: He escrito una obra sobre esta cuestión: Dios. La gente es libre de poner fin a su vida si quiere. Eso forma parte de su libertad; de hecho, es la única libertad real que tienen. Sin embargo, en la mayoría de los casos no debemos rendirnos. ¿Por qué? Si ya tienes sesenta años, como yo, en algún momento sabes que incluso los peores momentos acabarán mejorando. Suena a tópico, pero no deja de ser cierto.
«Crecí muy protegido. Siempre viví en casas grandes. Mi familia vivía en un parque que mi bisabuelo había creado antes de la Primera Guerra Mundial: árboles altos y viejos, una casa con columnas y escalones, estanques, un vivero, una pista de tenis con arena roja. Mi padre me llevaba a pescar y a cazar. Era un mundo aparte».
LENGUA: Más adelante escribe que no podemos estar seguros de que no exista una entidad superior y que no podemos obtener respuestas, sino solo hacer preguntas. ¿Cómo se aborda aquello para lo que no tenemos respuesta y la posibilidad de que, en contra de lo que sostiene el pensamiento científico, exista algo parecido a lo que las diferentes religiones llaman Dios?
Ferdinand von Schirach: No sabemos nada con certeza. Y esa es la única verdad que se mantiene desde hace miles de años. No hay nada más que podamos decir. Por supuesto, existe una realidad, pero no podemos reconocerla. Todo lo que conocemos es una verdad momentánea, una verdad que dejará de serlo dentro de unos años o siglos.
LENGUA: Habla también del destino y el azar, tradicionalmente opuestos. En su libro, sin embargo, el destino no es una fatalidad, sino todo lo contrario: está la historia de un hombre inocente condenado a muerte por asesinato que grita a los miembros del jurado que sobrevivirá a todos ellos, y eso es exactamente lo que ocurre cuando muere cuarenta y cinco años después. ¿Cree que estas coincidencias revelan algo más allá?
Ferdinand von Schirach: No.
LENGUA: Escribe sobre su abuelo, un agente del Tercer Reich, y dice que quizás usted se ha convertido en lo que es debido a su rechazo frontal hacia él. Sin embargo, los niños suelen absorber lo que ven e imitarlo. ¿Por qué en su caso fue al revés?
Ferdinand von Schirach: Sólo puedo referirme a un artículo en SPIEGEL, que también apareció en mi libro Die Würde ist antastbar (La dignidad puede ser violada). Es la única vez que he escrito sobre mi abuelo.
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Ferdinand von Schirach. Crédito: Isabel Álvarez.
LENGUA: En el libro usted alude al estrés de la vida moderna; por ejemplo, en ese capítulo en el que dice que los libros para colorear están de moda entre los adultos porque «les ayudan a relajarse». ¿De qué cree que intenta escapar toda esa gente?
Ferdinand von Schirach: Intentan descansar de sí mismos. Pero eso es imposible.
LENGUA: Hace usted un paralelismo un tanto amargo entre esos libros para colorear y La broma infinita de David Foster Wallace, que como señala es un 30% más barato que los primeros. Hoy en día mucha gente lee en diagonal y algunas librerías tienen secciones dedicadas a títulos recomendados por tiktokers cuyos audio comentarios sobre cada título no superan el minuto de duración. ¿Cree que la lectura sigue siendo lo que era?
Ferdinand von Schirach: Es de suponer que siempre ha habido el mismo número de personas leyendo. No era diferente en la época de Cervantes y Goethe de lo que es hoy. Yo, por mi parte, no temo por los libros.
LENGUA: En su vida ha habido épocas y épocas: tal como relata en este libro, de joven vivía en una habitación compartida y tenía como vecina a una prostituta, mientras que muchos años después se aloja en hoteles de lujo, asiste anecdóticamente a un desfile de alta costura y pasa las vacaciones en una casa de 120 habitaciones con un rico heredero. ¿Cómo se produjo esta evolución y cómo se sintió por el camino?
Ferdinand von Schirach: Crecí muy protegido. Siempre viví en casas grandes. Mi familia vivía en un parque que mi bisabuelo había creado antes de la Primera Guerra Mundial: árboles altos y viejos, una casa con columnas y escalones, estanques, un vivero, una pista de tenis con arena roja. Mi padre me llevaba a pescar y a cazar. Era un mundo aparte. En Múnich vivíamos en un pequeño castillo en el centro de la ciudad. De estudiante, viví al lado de la prostituta de la avenida Foche de París. Era un piso de servicio en una casa que pertenecía a un amigo de la familia. Así que nunca experimenté la miseria personal, al contrario, siempre tuve suerte en este sentido. Pero vi la miseria y la debacle como abogado defensor. Y eso me cambió. Una de mis primeras clientas fue una joven acusada de matar a su bebé. La visité en la cárcel. Por aquel entonces, mi cabeza estaba llena de Aristóteles, Rawls, Kelsen, Popper y Hayek. Pero de repente todo era diferente. Uno puede describir una naranja hasta el último detalle, su olor, su consistencia, el color de los hilos blancos entre las cámaras de la fruta, el sabor. Pero aunque se entienda todo esto en teoría, comer realmente una naranja es algo completamente distinto. En la cárcel, las paredes de la consulta del abogado estaban pintadas de un amarillo verdoso, pues se suponía que ese color tranquilizaba. La joven se sentó a la mesa. Estaba llorando: su hijo había muerto, ella, encerrada, y su novio ya no estaba. En ese momento me di cuenta de que lo único que importa son las personas, el individuo, sus deseos y esperanzas, sus errores, su búsqueda de la felicidad y sus fracasos.
«Una de mis primeras clientas fue una joven acusada de matar a su bebé. La visité en la cárcel (...). Uno puede describir una naranja hasta el último detalle, su olor, su consistencia, el color de los hilos blancos entre las cámaras de la fruta, el sabor. Pero aunque se entienda todo esto en teoría, comer realmente una naranja es algo completamente distinto».
LENGUA: Muchas personas cuyo poder adquisitivo evoluciona acaban olvidando de dónde vienen y se alinean con los intereses de su nueva clase social, aunque perjudiquen a los que son como ellos. ¿Por qué unos lo hacen y otros no?
Ferdinand von Schirach: Tú misma lo has respondido: porque esas personas olvidan quiénes son.
LENGUA: El tiempo es un elemento importante en el libro. Escribe usted que en la memoria el tiempo no existe. ¿Por qué algunos momentos quedan grabados en nuestra mente y permanecen con nosotros tanto tiempo, día tras día? ¿Cómo podemos evitar vivir con recuerdos en lugar de vivir el presente?
Ferdinand von Schirach: Somos nuestros recuerdos. Y vivimos con ellos. De lo contrario, el presente no sería posible.
LENGUA: Le gusta mucho el cine: nombra a Jacques Deray, Godard, Guadagnino y, sobre todo, Haneke. ¿De dónde viene ese interés?
Ferdinand von Schirach: Cuando era joven iba al cine cuatro o cinco veces por semana. El cine me abrió mundos que no sabía que existían. Y es la mejor forma de arte. Une todas las artes, como lo hacía la ópera. Hoy, Richard Wagner sería director en Hollywood.
LENGUA: Cuando habla de Haneke, dice que ya no es tan joven como para tener ídolos. Sin embargo, algunos de los personajes históricos de los que habla en su libro tienen hechos bastante heroicos. ¿Es inevitable que la edad lleve a la incredulidad?
Ferdinand von Schirach: Sí, en algún momento te das cuenta de que en la vida real no hay héroes.
LENGUA: El título del libro, Café y cigarrillos, se ajusta a su estilo: reflexiones dispersas que podrían haberse escrito en una cafetería, con un humeante cortado sobre la mesa y un cigarrillo en la mano. ¿Sucedió así?
Ferdinand von Schirach: Sí, a veces. Me encantan las cafeterías. Son buenos lugares para trabajar.
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Ferdinand von Schirach. Crédito: Isabel Álvarez.
LENGUA: Como escribe en el libro, a diferencia de antaño, en que estaba permitido en el tren, en los hoteles e incluso en los cines ahora está prohibido en casi todas partes. Apostilla usted que no deberíamos fumar, pero que por las mismas tampoco deberíamos comer carne. ¿Cree que la libertad de disfrutar de estos placeres nocivos es más importante que el daño que nos causan?
Ferdinand von Schirach: Es algo que no se puede decir en términos generales, pero me temo que nos estamos pasando un poco con las prohibiciones.
LENGUA: En los últimos años, el significado de la palabra libertad ha cambiado mucho. Hace años, el término se utilizaba para referirse a derechos civiles como el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual... ahora es utilizado por los conservadores para referirse al mercado, y cuanto más libre es el mercado, más cautivos se vuelven quienes sufren sus consecuencias. Usted mismo habla de cómo el lenguaje crea realidades, de cómo da la vuelta a las cosas. ¿Cómo cree que lo utilizan los políticos para manejar la opinión pública?
Ferdinand von Schirach: Es obvio que el lenguaje cambia la realidad. Y los políticos lo utilizan. Pero el problema de la libertad es mucho más profundo. Imagina que quieres volar a Nueva York y puedes elegir entre dos aviones distintos. Para subir al primer avión tiene que pasar los controles de seguridad habituales, lo que te llevará horas. En el segundo avión, ni usted ni ningún otro pasajero pasan control alguno, así que sólo tardas unos minutos. ¿Qué avión cogerías? El primero, por supuesto. La gente valora más la seguridad que la libertad. En la vida cotidiana es inconcebible tener seguridad sin que afecte a la libertad.
«Cuando era joven iba al cine cuatro o cinco veces por semana. El cine me abrió mundos que no sabía que existían. Y es la mejor forma de arte. Une todas las artes, como lo hacía la ópera. Hoy, Richard Wagner sería director en Hollywood».
LENGUA: En uno de sus relatos señala que en 1945 un tribunal estableció una jurisprudencia basada en el concepto de «dignidad humana». ¿Cómo la entiende la jurisprudencia y cómo la entiende usted?
Ferdinand von Schirach: La Ley Fundamental alemana empieza con la frase: «La dignidad humana es inviolable». Pero en la práctica no es así: la dignidad se viola constantemente. Lo que esta frase quiere decir es que no se debe hacer. No es casualidad que esta frase esté al principio de nuestra Constitución. Es su declaración más importante. Este primer artículo tiene «garantía de eternidad», lo que significa que no puede cambiarse mientras esté en vigor la Ley Fundamental. Pero, ¿qué es esa dignidad de la que tanto les gusta hablar a los políticos? El Tribunal Constitucional Federal dice que la dignidad significa que una persona nunca debe convertirse en mero objeto de la acción del Estado. Pero, ¿qué significa eso exactamente? La idea se remonta a Kant, que decía que lo que distingue al ser humano de todos los demás seres vivos es que las personas tenemos la capacidad de darnos nuestras propias leyes morales y actuar de acuerdo con ellas. El ser humano reconoce el mundo y puede pensar sobre sí mismo. Es, por tanto, un sujeto y no un mero objeto como un animal o una piedra. Kant define al ser humano racional como una «persona», que es la única que tiene dignidad. En su día, Schopenhauer acusó a Kant de no haber definido suficientemente el concepto. Probablemente no esté del todo equivocado: Kant no explica por qué un ser que tiene conciencia de sí mismo debe ser una «persona» y todos los demás seres vivos no. No creo que necesitara más justificación. Porque, nos guste o no, toda nuestra forma de pensar está profundamente influida por el cristianismo en todos los ámbitos. Da igual que creamos en un dios o no. La novedad de esta religión no fue la creación de un nuevo Dios, sino el respeto sin concesiones a nuestros semejantes. Nuestra filosofía, nuestro arte, nuestra cultura son inconcebibles sin este respeto. Respetar al prójimo no significa otra cosa que convertirlo en sujeto. Por tanto, la Constitución va más lejos que Kant: para Kant, sólo las personas racionales pueden ser personas; un niño o un discapacitado mental no están incluidos. Para la Constitución, en cambio, basta con que una persona sea persona. Sólo eso la convierte en sujeto y le confiere dignidad. Si se toman decisiones sobre una persona sin que ésta pueda influir en ellas, es decir, si las decisiones se toman por encima de ella, se convierte en un objeto.
LENGUA: ¿Cuál es su mayor temor?
Ferdinand von Schirach: La guerra.
LENGUA: ¿Cómo resumiría cómo es el mundo hoy?
Ferdinand von Schirach: Es un mundo maravilloso. Y el único que tenemos.