Isabel Allende: «Me interesan las voces silenciadas que no aparecen en los libros de Historia»
A lo largo de cuatro décadas, Isabel Allende ha desafiado el tiempo con una prosa tan ferozmente íntima como políticamente punzante. «Mi nombre es Emilia del Valle» (Plaza & Janés, mayo de 2025) es una novela que parece mirar al pasado con los ojos del presente, en la que una mujer marcada por los silencios familiares se atreve a narrar su propia historia. En esta conversación, Allende habla sin rodeos de la memoria, el exilio y lo que significa escribir cuando ya no se tiene nada que demostrar. Su voz, lúcida y provocadora, sigue siendo la de alguien que no teme mirar el mundo a los ojos.
Por Marta Suárez
Cuando te sientas a esperar a Isabel Allende, una de las escritoras más relevantes en lengua española, no te imaginas que la mujer menuda de 82 años que está a punto de entrar por la puerta con una puntualidad que roza lo inconsciente va a derrochar semejante energía. Desde el minuto uno, esta chilena -que por circunstancias de la vida tuvo que nacer en Lima (Perú)- empieza a organizar todo a su alrededor y a soltar lo que pasa por su mente con franqueza y sin demasiados filtros: «Acércate al micrófono, que no te oigo»; «por favor, no me hagas la foto desde tan cerca que se me ven los poros»; «mejor no voy a dar consejos porque nadie los sigue».
Luce pelo cano y cejas oscuras, uñas cuidadas sin esmalte y maquillaje natural con carmín rosa. Viste una blazer lila con pantalón y camisa negros, manoletinas color burdeos aterciopeladas y un collar de sencillas piedras y se hace la sorprendida cuando le comunican que asisten a la presentación de su novela Mi nombre es Emilia del Valle (Plaza & Janés, 2025) más de 165 medios entre los presentes y los que se han conectado por videoconferencia desde decenas de países como EE UU, Argentina o México. Con las manos sobre el regazo en lo que podría parecer una muestra de calma total, dirige su mirada a los numerosos asistentes a la rueda de prensa que se celebra en un antiguo salón del Palacio de Linares, sede de la Casa de América de Madrid, y suelta sonriente: «Uy, qué miedo».
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Desde que comenzó su carrera literaria en 1982 con la publicación de La Casa de los Espíritus ha vendido más de 80 millones de ejemplares, sus títulos han sido traducidos a más de 42 idiomas y ha recibido más de 60 galardones internacionales, entre ellos el Premio Nacional de Literatura de Chile (2010) y, de manos del ex presidente Barack Obama, la Medalla Presidencial de la Libertad de EEUU (país en el que ahora reside y en el que sigue de cerca el trato que la nueva administración está dispensando a los inmigrantes). Allende se ha convertido en la escritora de habla hispana que vende más libros en el mundo y, como ella misma recuerda con ironía, «también le gano a algunos hombres» en ese ranking.
Para esta autora, todo lo que implique salir del espacio en el que se aísla al escribir, «toda esa cosa extrovertida» de las promociones y las giras, le cuesta, porque, desde su punto de vista, lo mejor de su trabajo es estar encerrada en silencio. «No quiero salir de mi casa, alejarme de mis perros ni de mi tercer marido, que espero que me dure muchos años», reconoce. Unas manías que se han ido acentuando con el paso de los años, sobre todo a raíz de la pandemia: «Mi último viaje fue a Chile porque mi padrastro se estaba muriendo y falleció en mis brazos de una manera muy linda. Pero ahora decidí que iba a hacer un último intento de venir a España porque tengo muchos recuerdos aquí. Es un país que me ha dado mucha alegría y mucha pena». Cuando viene se le remueve algo por dentro al recordar a su hija Paula, que murió en 1992 después de pasar unos meses ingresada en el hospital Clínico San Carlos de Madrid. Pero de eso hablaremos más adelante.
A lo largo de los años, Isabel Allende ha hablado a sus lectores de temas universales como la justicia, el exilio, la violencia, el amor, la pérdida o la lealtad. Su nueva novela la protagoniza Emilia del Valle, que busca su identidad en una sociedad que aún no está preparada para ofrecer a las mujeres el espacio que merecen. La escritora retrata con un crudo realismo el horror de la guerra civil chilena de 1891 en la que el presidente José Manuel Balmaceda fue derrocado. «La guerra me horroriza, mucho más cuando es una contienda civil, pues es aún más cruel que se maten entre hermanos, pero es un elemento fascinante en la literatura. ¿Por qué pelean? Por razones ideológicas y políticas que el soldado raso ni siquiera conoce. Y ese soldado es carne de cañón», denuncia.
«La guerra me horroriza, mucho más cuando es una contienda civil, pues es aún más cruel que se maten entre hermanos, pero es un elemento fascinante en la literatura. ¿Por qué pelean? Por razones ideológicas y políticas que el soldado raso ni siquiera conoce. Y ese soldado es carne de cañón».
En el conflicto que aborda y que se desarrolló en el siglo XIX, la escritora encuentra paralelismos con lo sucedido en el Chile de 1973, pues en ambas situaciones un líder progresista quería promover en su país cambios que sirvieran para incorporar al pueblo a la vida pública. «Ambos se enfrentaron a una oposición brutal» que en el caso del primero desembocó en una guerra civil y en del segundo en 17 años de dictadura de Augusto Pinochet. «En las dos ocasiones el presidente de turno prefirió el suicidio, fueron dos figuras muy heroicas», reflexiona refiriéndose a Balmaceda y a su tío Salvador Allende, cuya muerte marcó su exilio -a Venezuela primero y a Estados Unidos después- junto a su familia.
Una historia personal que explica en parte ese empeño suyo por reflejar las luchas de poder y los desmanes de los gobiernos de América Latina y de dar voz a los silenciados y a los exiliados que, a lo largo de su obra, aparecen de forma recurrente, muchas veces encarnados en mujeres valientes y adelantadas a su tiempo.
«Cuando empecé a documentarme para este libro me preguntaba cómo en aquellas batallas tan largas les llegaba el agua a los soldados, quería saber si había anestesia en las amputaciones… Y en respuesta a aquellas preguntas aparecieron las cantineras [mujeres que asistían a los soldados en la guerra civil de Chile] que son como las adelitas de México. Y sin embargo, a pesar de estar allí -prosigue-, en los documentos oficiales sólo figuran nombres de capitales, regimientos… pero nunca de ellas, y eso que también peleaban y las mataban al igual que a los soldados».

Madrid, 21 de mayo de 2025. La escritora chilena Isabel Allende durante la rueda de prensa de la publicación de su nueva novela, Mi nombre es Emilia del Valle. La acompaña su editor: David Trías. Crédito: Getty Images.
Ni uno solo de los nombres de aquellas mujeres fue recordado. Así que Allende les pone cara e identidad para dar a conocer el arrojo de aquellas luchadoras, vitales en el desarrollo de la contienda. «Me interesan las voces silenciadas que no aparecen en los libros de Historia», como la de la protagonista Emilia del Valle o la de la española originaria de Plasencia Inés Suárez (retratada en su novela Inés del Alma Mía) valiente conquistadora de Chile cuya historia pasó sin pena ni gloria hasta que la autora decidió publicar una novela centrada en su figura (a Allende le da rabia que ni siquiera en la ciudad natal de Suárez hubiera un recuerdo en homenaje a tan ilustre extremeña).
«Una mujer sola es muy vulnerable, pero juntas somos invencibles», enfatiza la autora, que asume que no hay una ruta definida que indique cómo debe de ser el movimiento por la igualdad, pero sí tiene claro que el objetivo es el final del patriarcado, algo para lo que, cree, habrá que esperar aún varias generaciones.
Mi nombre es Emilia del Valle habla de una joven que con 17 años vende con éxito novelas de 10 centavos que se ve obligada a firmar con un pseudónimo masculino. Para ampliar sus horizontes se empeña en ser columnista del Daily Examiner, de nuevo bajo una falsa identidad, trabajo que le dará la oportunidad de viajar a Chile para cubrir las informaciones de la guerra civil y descubrir sus orígenes familiares.
«Cuando empiezo a escribir de pronto aparecen algunos personajes, a veces no los estoy llamando ni nada».
Para idear personajes como Emilia, escritora y periodista avanzada a su época, Allende no necesitó recurrir demasiado a la imaginación, pues está «rodeada de mujeres como ella». La escritora ayuda a mujeres y niñas vulnerables a través de su fundación promoviendo sus derechos reproductivos, su independencia económica y su protección frente a la violencia de género.
Al preguntarle si, en cierta manera, Emilia del Valle es su alter ego, la autora asegura que si así fuera no habría sido de manera intencional. «Nos parecemos en que ambas comenzamos en el periodismo y somos algo avanzadas para el tiempo que nos toca vivir, pero ahí terminan las similitudes. Emilia es mucho más interesante y valiente que yo», asegura.
La protagonista de su última novela pertenece a la famosa saga de los Del Valle, familia retratada en su primer libro La Casa de los Espíritus, novela que le marcó en aquel momento en el que con 40 años todo parecía irle mal. Sentía que su vida no iba a ninguna parte, su matrimonio zozobraba, sus hijos crecían y creía que no había tenido más que pérdidas. Hasta que esta novela le señaló el camino a seguir, le sacó de una vida banal en su exilio de Venezuela y todo cambió.

Madrid, 22 de mayo de 2025. La escritora Isabel Allende pronuncia un discurso durante la ceremonia de investidura de doctora honoris causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Antes de ser investida, la Caja de las Letras del Instituto Cervantes recibió el legado de la autora chilena, una de las escritoras más influyentes de la literatura en español. Crédito: Getty Images.
El otro gran punto de inflexión de su vida fue la muerte de su hija Paula, de 29 años. Estaba enferma de porfiria y su convalecencia la sumió en una larga noche en la que Allende no era capaz de entender qué le estaba sucediendo. Ingresada su hija en España, un error en la medicación le hizo caer en coma severo en circunstancias muy negativas. «Había huelga, era fin de semana largo y el médico no estaba. Paula cayó en coma, no fue monitorizada bien y se produjo daño cerebral severo. No me dijeron lo que había pasado durante cinco meses y esperé en los pasillos del Clínico hasta que me la entregaron en estado vegetativo. Y me la llevé a California, no sé cómo, en un vuelo comercial con enfermera y equipo. La bajaron en una camilla en Washington. Ted Kennedy había enviado dos personas de su oficina y nos esperaron en el aeropuerto y Paula entró sin visa ni nada» en EEUU, recuerda con la voz quebrada.
«En esa época estuve en contacto con el dolor, la bondad y la generosidad. Había un señor de un pueblo perdido medio bruto que tenía a su mujer en coma y traía bocadillos de jamón y los compartía conmigo. Fue mi compañero, mi cómplice. Y también había una gitana loca que nos alegraba la vida» en los pasillos de aquellos días en el Clínico. Fue entonces cuando, después de estos largos meses, la madre de Isabel le entregó las cartas que esta le había mandado desde Madrid, cuando empezó el proceso de sanar la muerte de su hija para quedarse con lo bueno. Así surgió su obra más íntima, Paula (1994).
Aquella experiencia no le impide contemplar España y el sur de Chile como dos de sus posibles destinos en el caso de que en EEUU la situación se tuerza. Al preguntarle por los dejes autoritarios que el Gobierno de Donald Trump está teniendo en sus primeros meses de mandato explica que mientras pueda vivirá en California: «Ahí están mi hijo, mi nuera, mis perros y mi marido, por ese orden, pero si la cosa se pone color de hormiga, como creo, tendré que irme. No me siento tan vieja como para no empezar de nuevo», dice sonriente.
«En EEUU están mi hijo, mi nuera, mis perros y mi marido, por ese orden, pero si la cosa se pone color de hormiga, como creo, tendré que irme. No me siento tan vieja como para no empezar de nuevo».
La escritora cree que en esta segunda legislatura hay una fuerte oposición social del país a su presidente, y que la solidez de la democracia en EEUU permitirá resistir los vaivenes de estos años. En todo caso tiene una sensación que le hace recordar su exilio de Chile y no se ve capaz de vivir así, «con miedo, callada, escondiéndome» como le ocurre a numerosos inmigrantes que se ven amenazados por la administración republicana, que ha puesto su atención en las personas en situación irregular.
«Es una generalización absurda que se nos trate de criminales y violadores, pues contribuimos con nuestros impuestos y todos los servicios están en manos de estas personas» a las que en algunos casos se empeñan en deportar a prisiones de El Salvador mientras una especie de nuevo nacionalismo ofrece a los blancos «refugiados» de Sudáfrica asilo.
Cuando se le pregunta a la autora de Eva Luna cuál es su técnica a la hora de escribir y de crear personajes ella admite no tener «ni idea». «Cuando empiezo a escribir de pronto aparecen, a veces no los estoy llamando ni nada, todo ello forma parte de ese realismo mágico, pero yo no planifico ni siquiera la vida. Yo el 8 de enero suelo iniciar un nuevo libro y a veces el día 7 no tengo ni idea todavía. Si por ejemplo voy a escribir una novela histórica puedo tener mucha investigación de los hechos, pero no tengo la ficción. Y así se va desarrollando el cuento», relata. Lo más complicado que se le hace es cerrar el final de una novela, «es lo más difícil».
Tras dedicar media vida a dar voz a esos personajes que quedaron silenciados en un segundo plano, muchos de ellos mujeres, Allende está tratando de escribir sobre su propia biografía desde el año 2015 en adelante. Un relato que pretende versar sobre el amor, la soledad y la vejez. «Me está constando un triunfo porque en una memoria hay que encontrar la verdad y entre que he olvidado un 90% y que el otro 10% no fue así… Además estoy viendo las cartas con mi madre y no me gusta mucho lo que leo, me tengo idealizada», concluye.
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