Jon Lee Anderson: «Debemos seguir peleando por un periodismo digno y honesto»
Hay vidas extraordinarias y otras que superan sencillamente los más exagerados ditirambos. Como la del periodista y maestro de corresponsales californiano Jon Lee Anderson, quien ha fatigado junglas y desiertos, conocido la intimidad de dictadores y asesinos y ha vuelto para contarlo. El heredero natural de Ryszard Kapuściński recopila ahora sus mejores piezas en «He decidido declararme marxista» (Debate), dos volúmenes antológicos de unas crónicas que ofrecen una panorámica esencial, no sólo trágica, de nuestra época.
Por Daniel Arjona
Jon Lee Anderson. Crédito: Canal de YouTube de Penguin Libros España.
Una antología de textos puede ser una manera como otra cualquiera de resumir una vida que nunca podrá, sin embargo, agotarla. ¿Cómo hacerlo cuando has trabajado durante 44 años en algunos de los lugares más peligrosos del planeta al encuentro de guerras, dictadores y asesinos? Podemos entender así que el periodista Jon Lee Anderson (California, EEUU, 1957) haya optado por tomarse un poco a broma el título de los dos volúmenes de la selección de sus crónicas, incorporando una anotación que escribió en su diario con solo trece años: He decidido declararme marxista (ambos publicados por Debate, el primero en noviembre de 2024 y el segundo en enero de 2025).
Prologadas por su amigo David Rieff, estas páginas de uno de los grandes testigos del pasado reciente, centradas en las guerras y el poder, son apabullantes: la caída de Bagdad, las experiencias guerrilleras por Oriente Próximo, África, Asia y América Latina, un brillante diccionario bélico esencial o los perfiles deslumbrante, fruto del conocimiento directo, de Fidel Castro, Hugo Chávez o Gadafi: «Igual que cuando decidí hacerme marxista a los trece años, llevé diarios de esos y otros viajes tempranos en los que buscaba lo emocionante y lo desconocido. Muestran cómo terminé siendo quién soy, un cronista de los tiempos que ha tenido la suerte de ver y vivir en este fascinante mundo nuestro».
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LENGUA: No estoy seguro de si las palabras del gran pesimista Rieff en el prólogo a tu libro, cuando asegura que siempre logras evitar «ser devorado por el corazón de las tinieblas» son un elogio o un tibio reproche. Cuando echas la vista atrás y observas tu larga carrera, ¿aún te tienta el optimismo?
Jon Lee Anderson: ¡Ni yo lo sé! Ja, ja, ja. David es como es, ya sabes. Pero no lo tomé como un reproche. Yo soy realista, intento ver las cosas como son, sin optimismo ni pesimismo, y encuentro así la manera de seguir viviendo. Más allá de todos los horrores del mundo, hay mucha gente que es capaz de pensar y vivir con cierta felicidad.
LENGUA: ¿Hace falta ser de una madera especial para ejercer un trabajo tan peculiar como el tuyo a lo largo de cuatro o cinco décadas?
Jon Lee Anderson: Ni soy introspectivo ni habitual de la terapia. Reconozco que he llevado una vida quizás inverosímil. Me crie en una familia muy nómada, y multicultural, pues tenía hermanos adoptivos de otras razas, con la que recorrí el mundo. Viví en ocho países distintos antes de cumplir 18 años: Taiwán, Corea del Sur, Colombia, Indonesia, Liberia, Honduras, España e Inglaterra. Padre aventurero, madre escritora de libros juveniles. Nuestros credos eran la lectura y la creatividad. Todo ello me dio la formación básica para convertirme en la persona que he sido después. Nunca podré ser ciudadano de un sólo país.
«Yo soy realista, intento ver las cosas como son, sin optimismo ni pesimismo, y encuentro así la manera de seguir viviendo. Más allá de todos los horrores del mundo, hay mucha gente que es capaz de pensar y vivir con cierta felicidad».
LENGUA: En referencia al título tan llamativo de esta antología, una nota del diario del Jon Lee Anderson adolescente, y siguiendo con Rieff, este asegura no tener clara después de tanto tiempo tu filiación política, aunque se aventura a decir que has pasado de una izquierda ortodoxa a una izquierda escarmentada. ¿Coincides?
Jon Lee Anderson: ¿Cómo entiendes tú lo de escarmentada? Olvidé lo que significa esa palabra.
LENGUA: Algo así como que ya no te la crees, que eres escéptico respecto a tu propia tradición.
Jon Lee Anderson: Le agradezco mucho a Rieff que haya escrito el prólogo. Incluso su esfuerzo en definirme políticamente. Llevo teniendo con mi amigo toda clase de disputas cariñosas desde hace mucho tiempo, como con su teoría de que el pasado hay que olvidarlo, algo con lo que no estoy de acuerdo. Seré claro: yo nunca he pertenecido a una izquierda ortodoxa, no he pertenecido a ningún partido ni he sido fiel creyente en ningún dogma como el marxismo. Tenía trece años cuando escribí en mi diario eso de «he decidido declararme marxista». ¡13 años! Tiempo después, cuando ya lo había olvidado, encontré esas notas olvidadas y me puse a pensar en el muchacho que fui. No hacía mucho del fin de la II Guerra Mundial y tenían lugar entonces las grandes luchas de descolonización en África. En aquellas gestas, los luchadores más valientes parecían ser los que se autodenominaban marxistas. ¿Cómo no admirar a esa gente? ¡Debía ser marxista! Y ahí se quedó, nunca llegó a mayores.

Jon Lee Anderson. Crédito: David Monteleone.
LENGUA: ¿Cómo se expurgan cinco décadas de crónicas de una carrera como la tuya? ¿Antologías como estas debe hacerlas el propio autor o es mejor que se la haga alguien ajeno?
Jon Lee Anderson: Todo comenzó en los días del covid por una sugerencia de Miguel Aguilar, mi editor. Cuando le respondí que me parecía bien, me dijo: «Perfecto, pues tú resuelves cómo organizarlo». Ja, ja, ja. Pero luego me asignó a los brillantes Roberta Gerhart y Aldo Perán para conversar y trabajar conmigo y el trabajo siguió adelante con vaivenes. Optamos por un orden temático y no tanto cronológico y al final la selección era tan extensa que no quedó más remedio que publicar dos tomos. El lector se encontrará piezas y perfiles que fueron célebres en su día, pero también otros que no lo fueron tanto y espero que le sorprendan. Y siempre sobre los dos rieles de interés en mi vida: la violencia política y el ejercicio del poder.
LENGUA: En el primer volumen reúnes la guerra y la política. Tristemente, como sueles señalar, ¿los tiranos siempre son más fascinantes que sus víctimas?
Jon Lee Anderson: Lo he dicho en alguna ocasión y la gente tiende a malinterpretarlo. No es que sienta desdén hacia las víctimas, por supuesto, pero son los primeros a los que uno suele tener acceso, a la mujer viuda y a su marido muerto en el suelo, los niños en el campamento de refugiados... Suena cruel, pero no aprendes mucho de ellos, la verdad. Muchos periodistas se quedan ahí, en las víctimas, pocos llegan, por diferentes razones, a los victimarios. No es fácil. Yo desde el principio me esforcé como periodista por llegar a los perpetradores. Quería entender, desde su propio punto de vista, por qué ejercían esa violencia.
«Suena cruel, pero no aprendes mucho de ellas [las víctimas]. Muchos periodistas se quedan ahí, pocos llegan a los victimarios. No es fácil. Yo desde el principio me esforcé por llegar a los perpetradores».
LENGUA: ¿Y cómo lograbas resistirte a la fascinación por esas figuras?
Jon Lee Anderson: No siempre fascina ese tipo de gente, ojo. A veces son simples temerarios. En mis pesquisas siempre he buscado entender su psicología y su concepción de la justicia. Saber cómo ven a aquellos que mueren por su ejercicio del poder. Y transmitirlo a un público que lo desconoce. Evitando siempre la propaganda. De hecho, he conocido a gente terrible y muy suspicaz que no me gustaba nada y me he puesto en muchas ocasiones en un grave peligro.
LENGUA: ¿Te sientes capaz de enumerar rasgos generales de este tipo de encarnaciones, de trazar una suerte de retrato robot?
Jon Lee Anderson: Los más peligrosos son aquellos que son capaces de objetivar a las otras personas en aras de sus propias convicciones, ya sean religiosas, ideológicas o simplemente vengativas. Hay gente que puede empezar a matar de esa manera sin necesidad de sufrir ningún tipo de patología mental. Como, se me ocurre, Velupillai Prabhakaran, de los tigres tamiles, un tipo muy sanguinario que obligaba a sus combatientes a ingerir cápsulas de cianuro si eran capturados. Pero también hay otros, de cariz humanista, como el Subcomandante Marcos que, sin dejar de ser un guerrillero armado, intentaba siempre ejercer la mínima violencia posible. Es verdad que eso es muy excepcional.

Jon Lee Anderson en Milán en abril de 1997. Crédito: Getty Images.
LENGUA: El corresponsal de guerra que informa desde alguno de los lugares más peligros del mundo jugándose la vida, ¿por qué lo hace exactamente?
Jon Lee Anderson: Por curiosidad. Ja, ja, ja. Parece banal, pero es así. Desde muy temprano quise entender los gatillos de los disparaderos de la historia, especialmente la universalidad de la violencia. Aunque no lo parezca, los que nos dedicamos a esto, hacemos un cálculo del riesgo. He conocido periodistas mucho más locos que yo y también otros más convencionales. Yo siempre quise estar muy cerca del frente para ver lo que ocurría allí. No buscaba qué pasó sino por qué ocurrió. Pero le aseguró que me gusta mucho más el mundo natural que la guerra. Donde yo soy feliz es en la selva, no en una trinchera. Mi musa es la naturaleza.
LENGUA: Es terrible comprobar en tu libro cómo hoy, muchos años después, seguimos enfangados en las mismas guerras que tú cubrías hace tantos años. Como en Gaza. «Aquellos que tiran piedras: los chicos de Breij».
Jon Lee Anderson: La guerra es una constante de la naturaleza humana. Justamente por eso me interesa tanto. Conozco bien Gaza. La guerra del Medio Oriente es tan existencial para ambos pueblos que, después de tanta muerte, no estamos más cerca de resolverla que antes.
«Yo siempre quise estar muy cerca del frente para ver lo que ocurría allí. No buscaba qué pasó sino por qué ocurrió. Pero le aseguró que me gusta mucho más el mundo natural que la guerra. Donde yo soy feliz es en la selva, no en una trinchera».
LENGUA: Eres el autor de la biografía canónica del Che Guevara, uno de los personajes más icónicos de la historia reciente. ¿Qué piensas hoy acerca de aquel trabajo?
Jon Lee Anderson: Es parte de mi vida y me complace la aceptación que tuvo. Creo que acerté en mi enfoque. Hay que entender que aquella biografía fue el resultado de años de trabajo sobre la guerrilla y de convivencia con guerrilleros de todo el mundo durante cuatro años. Luego otros cinco a años a escribir el libro sobre el Che. Toda una década de trabajo. El Che pregonaba que el guerrillero que está dispuesto a matar y morir por una idea es el hombre definitivo, su destilado más perfecto de lo humano. Aunque pueda ser interpretado de mil formas, para alabarlo o demonizarlo, yo intenté mostrarlo con todas sus verrugas y en la coyuntura de su tiempo. Es un tipo de ser humano que surge muy de vez en cuando, a veces para bien y otras para mal. Yo sé que existe.
LENGUA: ¿Tú también eres pesimista con el estado actual de la profesión periodística? Esos corresponsales que tienen que pedirles dineros a sus padres para irse a una zona de guerra y luego tienen que contarlo en X porque no les pagan las crónicas…
Jon Lee Anderson: Mira, sí, ahora mismo todo parece color de hormiga. Debemos compartir espacio con miles de diapositivas narcisistas como X o TikTok. Ha colapsado el modelo económico de los medios y gran parte del periodismo se vuelve hacia supuestas estrellas como Tucker Carlson o Joe Rogan. Es preocupante y problemático. Pero no desisto de decirle una y otra vez a quienes buscan practicar un periodismo digno y honesto, que deben pelear por ello. No sé qué exactamente, pero debemos hacer más. No tengamos miedo.
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