Regreso al lado más «noir» de Los Ángeles: Jordan Harper, entre el mejor Ellroy y «Chinatown»
Con vínculos familiares y geográficos al mundo del crimen, y curtido en la escritura de series de televisión, Jordan Harper ha firmado un «thriller» apasionante sobre la corrupta fábrica de sueños de Hollywood. «Silencios que matan» (Salamandra) es una novela adictiva, oportuna y desgarradora que combina la brutalidad de James Ellroy con la sensibilidad poética de Raymond Chandler en un viaje a corazón abierto por una metrópoli, Los Ángeles, cuyos contrastes la convierten en poco menos que una jungla saturada de luces de neón.
Por Antonio Lozano

Jordan Harper. Crédito: Brian Hennigan.
El retrato de Hollywood como un repositorio de gloria y glamur que a su vez esconde un reverso oscuro en el que abundan las pesadillas ha sido un tema ampliamente explorado por la literatura y el cine, en especial por su vertiente noir, tan atraído por sus posibilidades que casi podríamos hablar de un subgénero en sí mismo. En épocas recientes, L.A. Confidential, la novela publicada por James Ellroy en 1990, y su posterior adaptación al celuloide por Curtis Hanson, supuso un hito con su fresco de violencia, sexo, corrupción policial, periodismo sensacionalista y trapos sucios de la industria cinematográfica en Los Ángeles, tan turbio como fascinante, de los años 50. A imagen de la obra maestra de Ellroy, Silencios que matan explora el lado sórdido y perturbador de la gran metrópolis californiana que cada año atrae a tantos soñadores con la promesa de labrarse una carrera de éxito bajo los focos, pero que bajo su fachada de oropel y mitología esconde numerosos peligros y monstruos, trampas y depredadores.
En sus páginas, encontramos a Mae Pruett, una mujer eficaz y solvente que trabaja como solucionadora de problemas para lo que ella llama «la Bestia», una discreta pero solvente red de abogados, agencias de relaciones públicas y compañías de seguridad privada que se encarga de proteger a personas ricas y poderosas, incluidas las grandes celebridades de Hollywood. Sin embargo, cuando su jefe y mentor Dan Hennigan es abatido a tiros en un ataque aparentemente aleatorio en pleno Sunset Boulevard, su vida da un vuelco. Obligada a enfrentarse al retorcido sistema de «la Bestia» y a la corrupción que lo sustenta, Mae se embarca en una aventura alucinante por una ciudad poblada de magnates, adictos, vagabundos, policías corruptos, almas perdidas, depredadores en busca de carne joven y misteriosos equipos de demolición que actúan en medio de la noche mientras lucha sin cuartel por su vida y su redención.
Jordan Harper -que en su aclamado debut, La educación de Polly McClusky (Reservoir Books, 2023), ya se granjeó conexiones con Cormac McCarthy, Donald Ray Pollock y Denis Johnson, así como con el universo de Quentin Tarantino y los hermanos Coen- ha cogido los grandes temas de la leyenda negra de Los Ángeles -la explotación sexual de las jóvenes que aspiran a hacer carrera en Hollywood, la brutalidad policial, la corrupción política, las malas praxis del periodismo más rastrero, la inmoralidad de ciertas empresas de relaciones públicas y bufetes de abogados...- y los ha puesto al día con una fuerza arrolladora, confiriéndoles un baño de rabiosa actualidad. Silencios que matan ganó el prestigioso premio Ian Fleming Steel Dagger y fue seleccionada como mejor novela negra del año por The New York Times, The Guardian y The Times.
Harper atiende a LENGUA por Zoom desde el despacho de su casa de Los Ángeles. En un momento de la entrevista, confesará que en el cuartito de al lado guarda su colección de libros pulp, true crimes y manuales raros (sobre las reglas de las peleas de perros, cómo cocinar metanfetaminas, cómo practicar autopsias...), de los que extrae inspiración e información de lo más provechosa. Son las 5:30 de la mañana, hora en que el autor suele empezar a escribir...
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LENGUA: ¿Podría resumirnos un poco su trayectoria profesional hasta la publicación de Silencios que matan? ¿Qué lo llevo a desempañar tantos trabajos distintos (publicista, periodista, crítico literario y cinematográfico...)? ¿Cómo acabó firmando guiones para televisión y qué lo impulsó a escribir relatos y novelas?
Jordan Harper: Nací en Misuri, en medio del país, en los Ozark, una región llena de colinas y con gran parte de su población formada por gente blanca, pobre y rústica, lo que aquí llamamos «white trash». Desde bien pequeño supe que quería dedicarme a escribir, pero al proceder de un lugar tan poco cultivado no tenía la menor idea de cómo podía uno hacer carrera de ello. Al acabar la universidad, poseer cierta competencia escrita me permitió encontrar un empleo en el mundo de la publicidad, que odiaba, si bien me garantizaba un sueldo. Empecé a escribir reseñas musicales sin cobrar en una web que monté junto a unos amigos y de aquí pasé a los relatos, en gran parte espoleado por la muerte de mi abuelo, que era celador de prisiones, un tipo que fabricaba cuchillos a mano en su tiempo libre. Me sentía muy unido a él y quise homenajearle haciendo que el protagonista de mi primer relato serio fuera un viejo celador inspirado en su figura, el cual buscaba vengarse del joven que había hecho daño a su nieta, y a través del cual lamentaba la desaparición de este modelo de hombres duros. Conseguí que me lo publicaran en la revista Thuglit, especializada en noir y en la que debutaron otros autores de mi generación como Megan Abbott o S. A. Cosby. Por entonces también hacía críticas de cine pero aún no sabía qué camino seguir para convertirme en escritor profesional. Acabé una primera novela, tan terrible que jamás verá la luz, y me vine a Los Ángeles, consciente de que era un lugar en el que podías vivir de contar historias, pero sin conocer a nadie que me pudiera echar un cable. Transcurridos dos meses ahí y en una situación ya algo desesperada, me enteré de la existencia de un programa de formación de escritores de la Warner Bros, destinado a reclutar a futuros guionistas para sus series de televisión. Tuve la gran fortuna de ser aceptado -en aquel momento entramos diez de los mil solicitantes, hoy, puesto que se ha hecho más popular, hay entre siete mil y ocho mil candidatos para el mismo número de plazas-, de que me enseñaran los rudimentos del oficio y de que me dieran mi primer trabajo en la televisión escribiendo guiones para El mentalista. Estuve seis años con ello mientras en paralelo escribía mis novelas porque la serie -de perfil algo conservador, en el sentido de seguir el principio de «la justicia siempre triunfa»- no reflejaba el tipo de historias que más me interesaban. Necesitaba retos más excitantes y temáticamente más oscuros, y de aquí surgió La educación de Polly McClusky (Reservoir Books).
«Desde bien pequeño supe que quería dedicarme a escribir, pero al proceder de un lugar tan poco cultivado no tenía la menor idea de cómo podía uno hacer carrera de ello».
LENGUA: Desde sus primeros relatos se ha sentido atraído por los forajidos, el crimen, la violencia... ¿A qué obedece esta fascinación?
Jordan Harper: Probablemente porque estos elementos que señalas están muy enraizados en mi propia historia familiar y en la mitología de mi lugar de origen. Hubo un tiroteo en mi pueblo de nacimiento, Springfield, en los años 30 del siglo pasado, en el transcurso del cual dos ladrones de coches mataron a seis agentes de policía, entre los que se contaba uno de mis tío abuelos. A esto se añade el hecho de que a la región de la que provengo se la conoce como la «madre de los bandidos» por sus conexiones con Jesse James, Bonnie y Clyde y otros forajidos muy famosos en la historia de Estados Unidos. En un sentido más amplio, me gustan las historias en que la vida pende de un hilo -esta misma idea la expresó mucho mejor Cormac McCarthy-, historias donde cualquier cosa puede pasar. Hay escritores que expresan este deseo de salir del confinamiento de sus vidas a través de la fantasía o la magia, pero para mí se trata de descorrer el velo de la bonhomía y apuntar a esa violencia que ha estado tan presente en la construcción de mi país. Esta parte de nuestro ADN resulta insoslayable.
LENGUA: Una conexión posible entre sus novelas The Last King of California, La educación de Polly McClusky y Silencios que matan es que nos llevan a atmósferas fieras y despiadadas en las que encontramos a personas vulnerables que tratan de sobrevivir, cambiar o hacer lo correcto. Estudia las emociones humanas bajo circunstancias al límite. ¿Estaría de acuerdo?
Jordan Harper: Hay autores de noir que componen personajes muy nihilistas, algo que no me interesa, a mí me gusta retratar a gente que va por el mal camino y que es consciente de ello. El filósofo Theodor Adorno dijo que uno de los mayores conflictos que surgen del hecho de vivir en el mundo en el que lo hacemos es que todos intentamos vivir correctamente nuestras vidas equivocadas. Estamos atrapados en vidas que son inmorales de base por el tipo de sociedad que hemos construido, y todos somos conscientes de que lo que hacemos está mal y de que es insostenible, pero al mismo tiempo todo el mundo lo hace y por ello seguimos la corriente generalista. Me interesa reflejar en mis tramas la lucha que nos plantea este problema de vivir malas vidas por una cuestión a un tiempo sistémica y fruto de decisiones personales, preguntándome por el camino si existe alguna salida.

Fotograma de Chinatown (Roman Polanski, 1974). En la imagen, Jack Nicholson y Faye Dunaway. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Junto con Nueva York, Los Ángeles es probablemente la ciudad más noir que existe. ¿Hacia qué retratos de ficción, tanto clásicos como contemporáneos, se siente más atraído?
Jordan Harper: Sin querer desmerecer a Nueva York, pienso que Los Ángeles es sin duda la capital mundial del noir. No es ningún secreto la admiración y la deuda que siento por la obra de James Ellroy. De hecho, releo libros de forma compulsiva y ahora le ha vuelto a tocar el turno a L.A. Confidential (Harper muestra su ejemplar de la novela, que reposa sobre una mesita que tiene a su lado). Chinatown, la película de Roman Polanski, también ha supuesto una enorme influencia en mi trabajo. Abriendo el foco, más allá de Los Ángeles, Jim Thompson fue el autor que me introdujo a las ficciones criminales, diría que su novela Los timadores fue el primer hardboiled que leí. Otras obras que admiro mucho son En un lugar solitario, de Dorothy B. Hughes; Huntington Beach, de Kem Nunn; y Los huesos del invierno de Daniel Woodrell, que procede de la misma región que yo, los Orzak, y todo lo que llevan publicado Megan Abbot y S.A. Cosby. Podría citar muchos otros nombres, por descontado.
LENGUA: ¿Qué cree que aporta Silencios que matan a la tradición del noir angelino?
Jordan Harper: El mayor giro o toque personal que quise introducir fue llevar al siglo XXI este modo épico o gran relato del Los Ángeles criminal, que ya vimos en la obra de Ellroy o en Chinatown, y donde el corte es transversal, es decir, pasamos de las mansiones de los muy ricos a las campamentos de los sintecho. Las referencias citadas constriñeron este mundo a los años 40 del siglo pasado y yo quería mostrar que su retrato y su espíritu continúan vivos en la actualidad. Los Ángeles es una ciudad eterna y el tipo de historias que se contaban en Chinatown son susceptibles de reproducirse tanto en los 80 como hoy en día. Con mis novelas ambientadas en Los Ángeles, saco las gabardinas, los sombreros de ala ancha y la música de saxofón de la ecuación para seguir indagando en el mismo tipo de asuntos, mostrando un interés particular en evaluar el modo en que la violencia ha mutado.
LENGUA: No ha citado a Raymond Chandler, pero en sus descripciones de individuos y lugares, y en sus observaciones o réplicas agudas e ingeniosas, creo detectar su ascendente.
Jordan Harper: Me encanta Chandler y es muy halagador recibir comparaciones con su trabajo, pero debo decir que releo más a Dashiell Hammett, el otro gran clásico americano. También he de confesar que llegué a Chandler por mediación de Ellroy y que otro monstruo que ha resultado mucho más determinante en mi trabajo ha sido Cormac McCarthy. Al final uno coge de aquí y de allá, toma prestado de los mejores, en su empeño por alcanzar una voz propia.
«Me interesa reflejar en mis tramas la lucha que nos plantea este problema de vivir malas vidas por una cuestión a un tiempo sistémica y fruto de decisiones personales, preguntándome por el camino si existe alguna salida».
LENGUA: Uno de los aspectos que me parecieron más sugerentes de Silencios que matan es que sus protagonistas, Mae y Chris, no responden al arquetipo habitual del policía o detective, sino que ambos son solucionadores de problemas. Esto altera radicalmente la perspectiva y la narrativa.
Jordan Harper: He pasado mucho tiempo pensando en historias de intriga sin policías porque cuando tienes a un agente de la ley autorizado al frente de una investigación la historia pude resultar muy lineal. Quería a unos protagonistas que se vieran arrastrados de forma involuntaria a una intriga, lo que implicaba un enfoque muy distinto. Por otro lado, alternar los capítulos entre Mae y Chris para luego entrecruzar sus historias permitía que los lectores fueran en varios momentos por delante de los protagonistas, lo que a su vez aumentaba la angustia y la sensación de fatalidad. Este mecanismo de anticipación me parece muy excitante porque con los giros narrativos y las sorpresas a veces te sale el tiro por la culata al dilatar en exceso la revelación de tus cartas.
LENGUA: ¿Cuán familiarizado estaba con el mundo de las relaciones públicas antes de escribir la novela? ¿Tuvo que documentarse al respecto?
Jordan Harper: Obviamente me ayudó mucho trabajar en Hollywood y saber cómo funciona el sistema por dentro desde varios ángulos. Nunca he estado cerca de un caso de depredación sexual, pero sí he conocido a celebridades malvadas y ejecutivos abusones, cuyas actuaciones deplorables luego me he encontrado silenciadas en los medios de comunicación. También he sido testigo de cómo algunos periodistas ejercen de voceros de las productoras. En definitiva, conozco bien dónde yacen los secretos y las mentiras de este mundillo. Cuando arrancó el movimiento Me Too y algunas historias empezaron a circular, me llamó poderosamente la atención la figura del mediador, alguien que está en el medio procurando tapar las vías de agua. Me entrevisté con un gestor de crisis que me dio información muy valiosa que luego vertí en la novela, por ejemplo sobre cómo «plantar» información en un diario de gran tirada que sabes que luego recogerán los pequeños. Su aportación consistió sobre todo en mostrarme cómo la adopción de determinadas actitudes resulta clave para capear algunos temporales. La siguiente frase del libro, «Olvídate de la verdad. No es que no sea importante; simplemente da igual», es una cita literal de lo que me dijo esta persona.
LENGUA: En Silencios que matan se va repitiendo este mantra: «En Hollywood nadie habla, pero todo el mundo susurra». Con él consigue colocar la mente del lector en un modo muy noir: paranoia, desconfianza, peligros acechando en las sombras... uno nunca acaba de saber el tamaño ni el número de tentáculos del monstruo.
Jordan Harper: Es una frase que define muy bien lo que es Hollywood. Durante las pausas de rodaje hay mucho tiempo muerto entre toma y toma y a lo que uno se dedica básicamente es a cotillear sobre los famosos más despreciables con los que ha trabajado. Traficamos a diario con el secreto, con lo que no se desvela públicamente, susurramos constantemente, y es asombroso lo bien que funciona el pacto de silencio -periodistas incluidos- con temas muy sensibles. Por ejemplo, el público se haría cruces si supieras el nombre de algunos héroes de acción que son homosexuales, algo de lo que todo Hollywood está al corriente.

Imagen promocional de L.A. Confidential (Curtis Hanson, 1997). Desde la izquierda: James Cromwell, Russell Crowe, Guy Pearce y Kevin Spacey. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Silencios que matan muestra cómo circula la información en estos tiempos de redes sociales, y lo crecientemente difícil que resulta conocer la verdad en un contexto de fake news, poderosas agencias de relaciones públicas, márquetin agresivo... ¿Le importaba especialmente reflejar cuán enredada y confusa está al situación respecto a la veracidad de los hechos?
Jordan Harper: Sin duda es un asunto que deseaba explorar, esa idea que me comentó el gestor de crisis acerca de que la verdad ya no es relevante. En montones de novelas, películas y series de televisión de intriga, la revelación de la verdad era el punto culminante de la historia. El detective reunía a los sospechosos en una habitación y señalaba con el dedo a uno de ellos, el cual acababa confesando y era detenido. Sin embargo, lo que aprendemos en el mundo en el que vivimos hoy es que la verdad puede estar ahí fuera y todo el mundo estar al corriente de ella y no importar, que revelar el secreto no soluciona el problema. La verdad por sí misma muchas veces ya no es suficiente para descabezar al malo. Me ha escrito gente mostrando su rechazo a que el final de la novela no sea pulido y traiga consuelo, pero personalmente no me gustan nada los finales felices que suenan falsos. Por esto ahora estoy con la continuación de Silencios que matan, aunque con otros protagonistas, y varios de sus villanos siguen cometiendo fechorías.
LENGUA: La novela es en esencia la suma de una historia de David contra Goliat con una historia de redención. ¿Así la planeó desde buen principio?
Jordan Harper: Lo cierto es que no. En el primer borrador Mae moría al final y su redención le llegaba de un modo mucho más sangriento, lo que no resultaba en absoluto complaciente, de modo que lo reescribí y pensé que, si ella no moría, debía hacerlo Cris. Sin embargo, esta alternativa tampoco acabó convenciéndome. Sospecho que detrás de esto se halla mi convencimiento de que el noir y el nihilismo no son lo mismo. Creo en el mérito de intentar abandonar las vidas equivocadas, liberarte del mal proceder, por eso ni Mae ni Cris salen felices o completos de esta historia, su redención es pues parcial, pero sí se han atrevido a afrontar quiénes son y al menos pueden vivir consigo mismos de un modo en que antes no podían.
LENGUA: Le he leído poner distancia entre su novela y el caso Harvey Weinstein, pero resulta imposible no encontrar paralelismos entre ella y su figura, así como con el movimiento Me Too. ¿Qué le incomoda acerca de las posibles conexiones?
Jordan Harper: Hubo un tiempo en que hubo una especie de subgénero literario bajo la etiqueta Me Too, del que salieron muy buenas novelas escritas desde la perspectiva de las víctimas y no quería que pareciera que yo estaba respondiendo a ellas de ningún modo. De nuevo mi interés yacía en la figura del mediador, no en la víctima ni en el monstruo, sino en los que quedan atrapados entre ambos. Por otro lado, el mensaje de algunas de las historias sobre el Me Too parecía ser que había algunos malos sueltos y que si conseguíamos cazarlos resolveríamos el problema, cuando mi mensaje es que no funciona así, sino que hemos construido un sistema que recompensa comportamientos muy execrables y que permite que después de neutralizar a un monstruo salgan muchos otros. Con Harvey Weinstein, Jeffrey Epstein y otros se sacrificaron a algunas piezas, y hurra por eso, por supuesto, al tiempo que el número de depredadores seguramente experimentó una disminución, pero con la ola hiper reaccionaria que atraviesa ahora mi país solo es cuestión de tiempo que afloren muchos más casos. Y quiero añadir que a muchos de los que han pillado lo han hecho al final de sus carreras, cuando ya no eran útiles por cualquier motivo, de modo que no es el tamaño de tus crímenes lo que acaba haciendo que caigas sino que ya no le sirves a otros poderosos.
«Me ha escrito gente mostrando su rechazo a que el final de la novela no sea pulido y traiga consuelo, pero personalmente no me gustan nada los finales felices que suenan falsos. Por esto ahora estoy con la continuación de Silencios que matan, aunque con otros protagonistas, y varios de sus villanos siguen cometiendo fechorías».
LENGUA: Silencios que matan despliega un ritmo frenético, pero en ningún momento comete el error de escorar hacia el guión de televisión o cine. Su experiencia como guionista lo hizo ser muy consciente de la importancia de respetar las leyes de la novela y, ¿cree que con la sobreabundancia de noirs y thrillers en plataformas es más relevante que nunca que el escritor aspire a tener una voz o estilo propios?
Jordan Harper: Sin duda, sobre todo ante el camino que está tomando la industria del entretenimiento en Estados Unidos hacia productos blandos y complacientes, los cuales serán perfectamente ejecutables por medio de la Inteligencia Artificial. La voz, el estilo, el punto de vista... son las únicas garantías de supervivencia. Mis novelas se benefician de mi trabajo como guionista en aspectos como el suministro rápido de información y la visualización de ciertas escenas, pero soy muy consciente de la necesidad de equilibrar esto con la vida interior de los personajes.
LENGUA: Una curiosidad, ¿Cuánto crédito le concede a las leyendas urbanas o los mitos oscuros sobre Hollywood más disparatados? ¿Cree que esconden más verdad de lo que tendemos a pensar?
Jordan Harper: Creo que todas las leyendas urbanas y las teorías de la conspiración señalan en alguna dirección, así como hay verdades tan salvajes que nos resistimos a creerlas. ¿Qué material más digno de un bulo que la historia de Charles Manson y su corte de hippies fanáticos dispuesto a iniciar una guerra racial arrancando el bebé del vientre de una actriz de cine? En mi nueva novela, titulada provisionalmente The Violent Masterpiece, me muestro mucho más oscuro y pulp que en Silencios que matan, metiéndose de cabeza en este tipo de relatos desquiciados.