Mario de la Piedra Walter, el neurólogo que lee a Borges para entender el cerebro: «El arte no cura, pero ilumina»
¿Puede un médico amar la poesía más que los linfoblastos? ¿Y qué ocurre cuando ese médico se obsesiona con Borges o Frida Kahlo y decide tender un puente entre la neurociencia y el arte? El joven y talentoso doctor mexicano Mario de la Piedra Walter firma «Mentes geniales. Cómo funciona el cerebro de los artistas» (Debate, abril de 2025), un libro fascinante acerca de la relación entre nuestras neuronas y la creatividad o entre la enfermedad mental y la filosofía, la literatura o la historia del arte. Un libro a mitad de camino entre la clínica y la imaginación que invita a repensar el arte, el cerebro y nuestra propia condición humana.
Por Daniel Arjona
Encuentro con Mario de la Piedra Walter en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid en abril de 2025. Crédito: @CulturaSiglo21.
En sus años de estudiante de medicina, Mario de la Piedra Walter (Ciudad de México, 1991) tenía una obsesión: Jorge Luis Borges. Mientras sus compañeros se sumergían en manuales de anatomía y fisiología, él leía con devoción la poesía del escritor argentino y, sobre todo, se preguntaba algo que a nadie más en la facultad parecía importarle: ¿cómo es que el escritor argentino pudo quedarse ciego sin diagnóstico? Fue ese enigma el que lo llevó a redactar —casi como una boutade— una historia clínica literaria a partir de versos, entrevistas y biografías. La envió a una revista académica en la que, para su sorpresa, fue publicada.
Varios años más tarde, ya especializado en neurociencia, recibió un correo electrónico de un profesor argentino que había tratado a Borges en sus últimos días en Ginebra. En el mensaje, el médico le confirmaba que el diagnóstico final había sido una miopía degenerativa, exactamente el que Mario había deducido en aquel primer intento de unir literatura y ciencia. «Ahí supe que los dos senderos que bifurcaban mi vida —el arte y la neurología— no solo podían cruzarse, sino que se necesitaban mutuamente», recuerda hoy. Aquel joven que buscaba diagnósticos en los poemas ahora trabaja en uno de los hospitales universitarios más prestigiosos de Alemania, pero sigue preguntándose, como Borges, qué hay detrás del lenguaje, de la memoria y de los sueños.
Nacido en Ciudad de México en 1991, Mario de la Piedra Walter estudió Medicina en la Universidad La Salle, y más tarde un máster en Neurociencias en Bremen. Su formación se amplió con prácticas clínicas e investigación en centros punteros de Alemania, como el Centro de Neurorrehabilitación de Burgau, especializado en trastornos de la consciencia, y el hospital Klinikum-Bremen-Ost, donde trabajó con pacientes con heminegligencia, una patología fascinante en la que el cerebro simplemente «olvida» la mitad del mundo. Desde 2022 forma parte del equipo de Neurología del hospital UKB de Berlín. Además de su trabajo clínico, colabora con medios como Nexos y Mercurio Volante, y ha impartido conferencias en hospitales y universidades tanto en México como en Alemania.
Pero más allá de su currículum académico y científico, lo que distingue a Mario es su voluntad de integrar conocimientos: es un médico humanista que encuentra en las vanguardias artísticas, la poesía o la filosofía herramientas para pensar mejor el cerebro, el cuerpo y la experiencia humana. En tiempos en que la medicina parece cada vez más tecnológica, más protocolar, él reivindica un saber que también escuche, imagine y narre.
Ver mas
LENGUA: Cuentan que cierto sabio doctor en una ocasión: «Entre dos médicos de similar capacitación, deberíamos confiar más en el que lea a Chéjov». ¿Usted también?
Mario de la Piedra Walter: ¡No lo conocía! ¡Es maravillosa! Cuando estudiaba medicina los profesores solían decir que la medicina es la más humana de las ciencias y la más científica de las humanidades. Justamente lo que intento recuperar en este libro es esa idea del médico humanista y holístico que ve el conocimiento humano a gran escala, desde la interdisciplinaridad.
LENGUA: ¿La medicina actual ha perdido ese afán de interdisciplinaridad?
Mario de la Piedra Walter: Sí, un poco. Los avances tecnológicos que tanto han ayudado a la medicina nos han alejado un tanto también, en mi experiencia clínica, del paciente. Mi padre es cirujano y un ejemplo para mí, de médico humanista. Suele decir que el paciente siempre sabe lo que tiene, en el sentido de que hay que conversar mucho con él y así su mal acabará mostrándose.
LENGUA: Confiesa en el epílogo de tu libro que durante tus años universitarios te interesabas más en las biografías de los médicos humanistas que en los linfoblastos. ¿Qué halló en ellas?
Mario de la Piedra Walter: Digamos que mi vida siempre fue una tensión de dualidades. Yo quería conocer el cuerpo humano, pero también me atraían las humanidades y las artes. Y justamente lo encontré en esas biografías de cuando el médico era un revulsivo social. Hay miles de ejemplos: Chejov, Bishop, Flaubert… ¡o Ernesto Guevara!, Lo que me interesaba abordar era esa la figura del médico que está comprometido con las causas sociales y con la humanidad.
«Lo que intento recuperar en este libro es esa idea del médico humanista y holístico que ve el conocimiento humano a gran escala, desde la interdisciplinaridad».
LENGUA: Ocurre algo extraño. Nuestra especie tiene unos 200.000 años, pero el arte figurativo no apareció hasta hace unos 40.000. ¿Qué ocurrió? ¿Qué llevó a los hombres, o mujeres, de Altamira, o de Chauvet, a pintar aquellos bisontes?
Mario de la Piedra Walter: Es un maravilloso misterio. El Homo sapiens, el hombre anatómicamente moderno que, si hoy lo vistieras de traje y lo pusieras en la calle de una gran ciudad, no desentonaría, no parece que hizo nadie interesante durante todo ese tiempo. Y de repente, hace 40.000 años tenemos pinturas rupestres, religión, etc. ¿Qué ocurrió? No lo sabemos con seguridad porque el cerebro es un tejido blando que no fosiliza. Tal vez hubo un cambio en la microarquitectura del cerebro, en la forma de procesar la información. Hay un gene, el «Foxp», el del lenguaje, que también tienen los primates, pero que en el ser humano presenta una mutación de dos aminoácidos que pudo ser determinante. Sólo dos aminoacidos pudieron cambiarlo todo.
LENGUA: ¿Los neandertales tenían arte?
Mario de la Piedra Walter: Los neandertales tenían arte no figurativo, como el sapiens hasta hace 40.000 años. Compartimos muchas con ellos y presentaban, por ejemplo un cerebro más grande que el nuestro. El tamaño importa pero no tanto, la complejidad, la capacidad de abstracción, la plasmación del movimiento o la tridimensionalidad, son cosas que no se habían hecho antes, parecen patrimonio nuestro.
LENGUA: No sé cuántas veces he leído lo que que nos convertimos en humanos contando historias alrededor del fuego. ¿Fue así? ¿Para qué sirve la ficción?
Mario de la Piedra Walter: Jorge Volpi defiende en Leer la mente que la ficción es un mecanismo evolutivo de supervivencia, como tallar un hacha o fabricar un anzuelo, porque nos ayuda a entendernos a nosotros mismos y a entender al otro. ¿Demasiado poético? Pues es que hay algo que conocemos como las neuronas espejo, descubiertas en 1992, que se activan cuando nos enfrentamos a la ficción. Cuando leemos un libro o vemos una película estamos «espejando» no solo el comportamiento sino también las emociones. Todo arte es inútil como dijo Wilde y repite Nuccio Ordine, por ejemplo. Pero eso no es negativo. Más allá de nuestra moderna obsesión por la productividad, es en la inutilidad donde podemos guarecernos.

Mario de la Piedra Walter. Crédito: cortesía del autor.
LENGUA: Enfermedad y psique. ¿Dostoievski no sería Dostoievski de no padecer epilepsia?
Mario de la Piedra Walter: La epilepsia no sólo afecta a seis personajes de las obras de Dostoievski y resuelve en ocasiones la trama. Dostoievski sufría una forma muy específica de epilepsia que llamamos temporal mesial que está muy relacionada con la percepción del yo, lo que podría explicar las sublimaciones místicas del escritor y también su cada vez mayor religiosidad ortodoxa. Él sufrió mucho, le daban varios ataques epilépticos al día pero aseguraba después que sólo por el momento de elevación espiritual que sentía antes de cada ataque, el sufrimiento valía la pena.
LENGUA: ¿Y hay alguna explicación neuronal a que los jóvenes sean de izquierdas y los mayores, de derechas?
Mario de la Piedra Walter: Lo que es cierto es que ahora sabemos que el cerebro tiene más neuroplasticidad de la que pensábamos. Pero también es verdad que con la edad resulta más complicado generar nuevas conexiones y eso nos va haciendo menos flexibles y tal vez, más conservadores.
LENGUA: Drogas y creatividad. ¿Hacen volar el genio o lo ahogan? En alcohol, por ejemplo.
Mario de la Piedra Walter: Una droga es cualquier sustancia que altera el funcionamiento del cerebro. En ese sentido, incluso un café lo es. Yo, por ejemplo, escribo mejor después de tomarme uno. Sin café, no soy capaz de hacer nada. Hay personas que necesitan fumar, que dependen de la nicotina para funcionar. Y por supuesto, el alcohol también entra en esa categoría: lo que hace es inhibir el lóbulo frontal, lo que a su vez afecta el juicio. Algunas personas aseguran que, al desinhibirse, se sueltan más y comienzan a generar ideas con mayor fluidez. No digo que sea recomendable usar estas sustancias como único método creativo, pero lo cierto es que el ser humano lleva utilizando drogas para alterar su actividad cerebral desde tiempos inmemoriales. En el caso de los psicodélicos, por ejemplo, podrían llegar a ser una herramienta para explorar nuevas formas de pensamiento. Pero, como todo, tienen sus consecuencias. Como decía Aldous Huxley, abrir las puertas de la percepción puede cobrarse un precio.
LENGUA: Sinestesia y música. Franz List podía visualizar la música. ¿La sinestesia es una afección o un talento artístico? ¿Y el autismo?
Mario de la Piedra Walter: Yo las llamaría «condiciones», digamos. La sinestesia es algo bastante común: se estima que una de cada cien personas la tiene, pero es un espectro amplio, con muchas variaciones. Hay casos extremos, como el de Liszt o Kandinski. Kandinski, por ejemplo, no podía escuchar música sin ver colores. Pero también hay casos más sutiles. Tengo amigos que, al ver un número dos, dicen: «El dos es amarillo», y piensan que eso es normal hasta que alguien les hace notar que no todo el mundo ve los números con colores. Esto nos habla de una capacidad innata del cerebro para generar sinestesias, que no son otra cosa que la activación cruzada entre sentidos. No es casualidad que llamemos «amargada» a una persona con determinado temperamento; el amargor no es un adjetivo elegido al azar. Estamos mezclando sentidos de forma intuitiva, y eso también es sinestesia. En cuanto al espectro autista, yo lo describiría como una forma de neurodivergencia. Y aquí hay que ser muy claros. Hay una activista dentro del propio espectro, se llama E. Singer, que ha escrito mucho sobre esto. Ella cuestiona la idea de dividir entre cerebros «sanos» y «no sanos». Todos caemos dentro de un espectro de variaciones neurológicas. Y propone algo muy interesante: así como en la naturaleza es esencial la biodiversidad, en la sociedad lo es la neurodivergencia.
«No digo que sea recomendable usar estas sustancias como único método creativo, pero lo cierto es que el ser humano lleva utilizando drogas para alterar su actividad cerebral desde tiempos inmemoriales».
LENGUA: Sueños, psicoanálisis y surrealismo. ¿Para qué sirven exactamente los sueños? ¿Un arte que los tuviera en cuenta liberaría de verdad el deseo y la creatividad?
Mario de la Piedra Walter: Creo que para abordar esto, voy a ir de atrás hacia adelante, comenzando por el surrealismo. Los sueños fueron explorados profundamente por Freud, especialmente en su libro La interpretación de los sueños. Para él, los sueños eran una forma de manifestación del inconsciente, una idea que en su momento fue completamente revolucionaria. Se le pueden criticar muchas cosas a Freud, pero sin duda esto marcó un antes y un después en la manera en que entendemos la mente. A partir de ahí, muchos artistas comenzaron a utilizar los sueños en sus obras como una forma de explorar lo que entonces se llamaba el subconsciente. Más adelante, surgieron teorías que proponían que los sueños funcionaban como simulaciones: pequeños ensayos mentales que nos permiten practicar situaciones potencialmente peligrosas sin exponernos realmente a ellas. Sin embargo, desde el punto de vista neurocientífico, no hay forma concluyente de comprobar esta hipótesis. David Eagleman, un neurocientífico al que sigo mucho, sostiene que los sueños no tienen un propósito funcional como tal. Él los considera un epifenómeno, es decir, un subproducto de la actividad cerebral. Durante el día, recibimos una enorme cantidad de impresiones sensoriales. Al dormir, el cerebro entra en un proceso de consolidación de la memoria y procesamiento emocional, lo cual activa diversas regiones como la occipital y la parietal. Es esa actividad la que podría generar lo que conocemos como sueños. En este sentido, el sueño sería algo así como un residuo: una especie de eco de las imágenes y emociones que hemos vivido. Lo que Freud llamaba inconsciente, hoy podríamos interpretarlo como procesamiento emocional. Hay algo especialmente interesante: durante el sueño, el lóbulo frontal —responsable del juicio y la lógica— está prácticamente desactivado. Por eso en los sueños aceptamos cosas absurdas como normales. Puedes estar hablando con alguien, su rostro cambia por completo, de pronto estás montado en un unicornio, y nada de eso te parece raro. Esto ocurre precisamente por las zonas del cerebro que están activas y las que no lo están en ese momento.
LENGUA: Virginia Woolf tiene una frase muy citada, a propósito de una exposición que visitó sobre Manet, organizada por Roger Fry en Londres: «Más o menos en diciembre de 1910, el carácter humano cambió». ¿Cómo explica esto la neurociencia?
Mario de la Piedra Walter: No sé si desde el punto de vista neurobiológico, pero en el contexto social, está claro que entonces se empiezan a mover muchas cosas. Como menciono también en el libro, la aparición de la fotografía marca un punto de inflexión: de pronto, ya podemos retratar la realidad de manera objetiva. Eso libera al arte de esa función mimética y permite que los artistas empiecen a hacer lo que quieran, a explorar otros caminos más subjetivos o abstractos. Pero además hay que considerar el contexto histórico: la Primera Guerra Mundial, luego la Segunda, las revoluciones, los cambios radicales... Es un período de convulsión absoluta. Y todo esto ocurre después de una etapa en la que se había instalado una narrativa optimista: se creía que la ciencia y la razón nos conducirían a una sociedad perfecta. Pero de repente, esa promesa se quiebra con tragedias humanas de una magnitud inconcebible. Ahí es donde surgen movimientos como el surrealismo y el dadaísmo, que reaccionan justamente contra esa fe ciega en la razón. En cierto modo, dicen: «Miren a dónde nos llevó la lógica, la racionalidad. ¿Por qué no explorar otras formas de entender el mundo?». Y esa búsqueda de lo irracional, de lo onírico, se vuelve una forma de resistencia, casi un acto de supervivencia creativa.

Jorge Luis Borges, genio e inspiración. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Dolor, suicidio y arte. Menciona los casos de Frida Kahlo, Virgina Woolf, Sylvia Plath y Anne Sexton.... ¿Se suicidan más los artistas?
Mario de la Piedra Walter: Mire, el tema de Frida Kahlo... bueno, yo soy de México, y debo decir que al principio me acerqué a él con cierto escepticismo. El nombre «Frida Kahlo» se ha convertido, desgraciadamente, en una especie de marca comercial. No creo que ella estuviera muy feliz con todo eso. Al explorar su biografía, uno encuentra que, por supuesto, está profundamente atravesada por el dolor. Pero también me parece que hay una simplificación muy peligrosa, sobre todo desde los mecanismos del mercado. Se ha instalado esta ecuación automática: Frida Kahlo igual a dolor. Y no era solo eso. Es una lectura demasiado reduccionista. Ella era una persona profundamente vital, compleja, y representaba también una identidad poderosa: la de una mujer latinoamericana independiente, fuerte, que utilizó el arte como una forma de sobrellevar el sufrimiento. Por ejemplo, su última obra —después de varios intentos de suicidio, de una profunda depresión, del alcoholismo— fue ese famoso cuadro con las sandías en el que se lee: «Viva la vida». Y cuando uno ve eso en contexto, comprende que hay mucho más en su legado que el dolor que nos venden.
LENGUA: ¿El arte funciona como paliativo, pero no como cura?
Mario de la Piedra Walter: Exactamente. No creo que el arte tenga el propósito de curar, al menos no de forma directa. Lo que sí hace es ayudarnos a sobrellevar, a transitar el dolor. Pero tampoco hay que idealizarlo: no es una solución mágica. Yo diría —y esto ya es una opinión más personal— que el arte no intenta curar, sino explorar. Explora nuestras emociones, nuestro sufrimiento, nuestras contradicciones. Y en esa exploración podemos encontrar cierto consuelo, sí, pero no necesariamente una cura. Para eso, también hay que atender las causas materiales del sufrimiento. Y en ese sentido, creo que necesitamos una mirada más materialista, más integral.
«El arte no intenta curar, sino explorar. Explora nuestras emociones, nuestro sufrimiento, nuestras contradicciones. Y en esa exploración podemos encontrar cierto consuelo, sí, pero no necesariamente una cura».
LENGUA: No quiero terminar sin citar a Borges y su maravilloso cuento Funes el memorioso. No sabía que había existido un «Funes» real que además parece demostrar la intuición de Borges: una memoria demasiado perfecta puede ser, en realidad, un obstáculo para pensar.
Mario de la Piedra Walter: Sí, absolutamente. Y eso enlaza muy bien con aquella famosa frase de Oscar Wilde: la vida imita al arte mucho más que el arte a la vida. Borges escribe Funes el memorioso en los años 40, y unas cuatro décadas después, el neuropsicólogo Alexander Luria estudia a un paciente real, un ruso al que apodó «S.», cuyo nombre era Solomon Shereshevski. Y exhibís una memoria prodigiosa: no podía olvidar nada. Pero lo fascinante —y también lo trágico— es cómo lo describe él mismo. Dice: «Mi cerebro es como un vertedero de basura». Esa frase es tremenda. Vivir con una memoria así, sin la capacidad de olvidar, es como estar atrapado en un presente absoluto. No hay abstracción posible, no hay síntesis. Y en ese sentido, Borges lo intuyó con una precisión asombrosa: la memoria total no nos vuelve más sabios, sino más incapaces.
LENGUA: Y ya para cerrar, la pregunta obligada: ¿qué va a pasar cuando la inteligencia artificial escriba mejor que nosotros, pinte mejor que nosotros, haga música mejor que nosotros?
Mario de la Piedra Walter: Yo creo —o al menos espero— que la inteligencia artificial terminará siendo una herramienta. Tenemos un teléfono móvil que hace fotos increíbles, pero eso no nos convierte en fotógrafos. Hace falta el ojo, el criterio, el conocimiento. Con la IA ocurre algo similar. Es una tecnología generativa, no creativa ni expresiva por sí misma. Tú introduces un input, y la máquina genera un resultado. Pero la chispa del arte sigue estando en el ser humano: en lo que siente, en lo que quiere decir, en cómo decide usar esa herramienta.
LENGUA: Aunque es verdad que, como el móvil ha afectado nuestra atención, la IA también va a tener algún tipo de impacto, ¿no? En cómo entendemos el arte, en cómo lo consumimos…
Mario de la Piedra Walter: Sin duda. Va a generar nuevas formas de creación, eso es inevitable. No quiero decir que será mejor o peor, simplemente será distinto. Pero sí, algo va a cambiar. Porque cada nueva herramienta transforma también la manera en que pensamos, sentimos y nos expresamos.
Los dictadores que quieren gobernar el mundo
Por qué no deseamos alternativas al presente