Un «Día» en la vida de Michael Cunningham: amor y miedo en los tiempos de la pandemia
Isabel, una mujer atrapada en las grietas de su matrimonio, reflexiona en las escaleras de su casa en Brooklyn mientras la primavera asoma y su vida se tambalea. Su esposo, Dan, le reclama un agradecimiento eterno por haberse casado con él, aunque el amor se ha ido desvaneciendo. Es abril de 2019, y junto a sus hijos, Nathan y Violet, y su hermano Robbie, quien se recupera de una dolorosa ruptura, Isabel no imagina el caos que está por llegar. «Día» (Lumen, 2024), de Michael Cunningham, refleja la fragilidad de una familia enfrentada a la pandemia. Hablamos con él sobre esta asombrosa exploración del amor y la pérdida, las dificultades y las limitaciones de la vida conyugal.
Por Daniel Arjona
Lisboa, 30 de mayo de 2024. El escritor estadounidense Michael Cunningham en la presentación de su novela Día. Crédito: Getty Images.
Una mujer sentada en las escaleras interiores de una próspera finca de Brooklyn, Nueva York. Amanece una mañana de primavera incipiente mientras su matrimonio se desmorona. Isabel se ligó en su juventud a Dan, el chico más guapo de la clase, sin ser ella ni la más agraciada ni la más interesante, y él no puede dejar de reclamarle agradecimiento por ello; eso sí, sin resultado. La mujer reflexiona sobre su vida en las escaleras mientras sus dos hijos de cinco y diez años y su hermano gay instalado en su casa tras una aciaga ruptura están a punto de despertarse. Es el 5 de abril de 2019 y ni Isabel, ni Dan, ni sus hijos Nathan y Violet, de diez y cinco años; ni su hermano Robbie pueden imaginarse la que se les viene encima.
«Isabel se imagina a sí misma sentada en las escaleras muchos años. Podría ser la protagonista de una película europea: la mujer de las escaleras. Una mujer paralizada por su egoísmo y su trivialidad. Una mujer que sabe que su vida podría gustarle más de lo que le gusta pero que no consigue que le guste más allá de un par de incidentes raros e inconsecuentes».
Narrada en los mismos tres días de los tres años sucesivos de 2019, 2020 y 2021, Día (Lumen, 2024), de Michael Cunningham (1952) es una hermosa y delicada novela sobre cómo una catástrofe como la pandemia del coronavirus puede golpear a una familia blanca y privilegiada del país más rico de la Tierra. Una familia tan frágil como todas las demás que, sin embargo, hasta ese momento, nunca había tenido miedo del futuro.
Cunningham afila aquí todas sus eficaces armas narrativas que ya exhibió en su prodigiosa novela Las horas (1999), best seller internacional llevado al cine y protagonizado por su principal referencia literaria: la escritora británica, poderosa y suicida, Virginia Woolf. Aquí nuevamente brillan unos personajes pergeñados en estado de gracia: la perpetua insatisfecha Isabel, el tan bondadoso como exigente Dan, el fascinante Robbie, el hermano gay en crisis de desamor que inventa su propia realidad virtual en Instagram... Y esos dos niños increíbles: el caótico preadolescente Nathan y la extraña, inteligente e hipnótica Violet.
LENGUA: Llevaba diez años sin publicar y creo que precisamente el covid le desmontó la novela que estaba escribiendo, la tiró a la basura y empezó Día. ¿Qué ocurrió?
Michael Cunningham: Sí, así fueron las cosas. Yo no diría que tuviera que tirar el libro a la basura exactamente, pero no me quedó más remedio que dejarlo de lado cuando nos cayó encima la pandemia del coronavirus. De pronto, no me cabía en la cabeza de qué manera iba a escribir una novela contemporánea ambientada en una especie de mundo de fantasía en el que no existiera pandemia alguna. Sería algo así como escribir en Londres durante la Segunda Guerra Mundial y no mencionar el Blitz, el bombardeo alemán. No me quedó más remedio que comenzar otra vez de cero y así nació esta novela.
LENGUA: Es curioso, la pandemia fue un acontecimiento único y terrible, pero no ha dejado una gran huella en la literatura. ¿Por qué cree que interesa poco a los escritores?
Michael Cunningham: No sabría decir. Hay algunas buenas novelas en torno a la pandemia. Pero, en general, los libros ambientados en el transcurso de una catástrofe suelen llegan al menos una década después de los acontecimientos. Las novelas sobre la guerra de Vietnam no llegaron a las librerías justo al acabar la contienda. La mayoría de los escritores quieren disponer de una comprensión mayor sobre las consecuencias de unos hechos antes de lanzarse a escribir. Quién sabe qué novelas pandémicas leeremos dentro de una década. Pero debo reconocerle que, en mi caso, yo no me sentía capaz de escribir de otra cosa.
«De pronto, no me cabía en la cabeza de qué manera iba a escribir una novela contemporánea ambientada en una especie de mundo de fantasía en el que no existiera pandemia alguna».
LENGUA: He leído en alguna entrevista que, una vez que tuvo clara la estructura en tres días de tres años distintos, la novela voló sola. ¿Fue así?
Michael Cunningham: Esta es la primera de mis novelas en la que he partido de la estructura. Normalmente, la estructura es algo que voy encontrando mientras escribo, sobre la marcha. Pero, en Día, la idea surgió cuando reflexionaba acerca de cómo situar una historia en los días de la pandemia sin citar directamente la propia pandemia. Decidí que no hablaría del coronavirus sino de los efectos que ocasionó en los seres humanos, cómo afectó a las vidas de todos nosotros. Pensé: «Bueno, ¿y si dividiera la acción en tres partes, cada una de ellas ocupando el mismo día del año, antes, durante y prácticamente después?» Me di cuenta de aquella era la mejor manera de escribir acerca de todo lo ocurrido sin nombrarlo.
LENGUA: De hecho, al no mencionar la pandemia, esta se impone aún más estremecedora en la conciencia del lector.
Michael Cunningham: Exacto. Y precisamente por eso lo hice así. Cuando nombramos algo, se vuelve un poco menos terrorífico. En la Grecia antigua nunca decían en voz alta el nombre de los dioses por miedo a llamar a la catástrofe. La gente ya sabía de qué estaba hablando.
Michael Cunningham en una imagen de 1999. Crédito: Getty Images
LENGUA: Lo dicen algunos de los personajes. ¿No hay nada más aburrido que una pareja blanca, heterosexual y privilegiada de Nueva York como son Isabel y Dan?
Michael Cunningham: Jajaja. ¡Sí! Pero debo reconocer que esa afirmación se la cojo prestada a una película de John Waters. Sin duda, a mí también me preocupó resultar aburrido al poner el foco en una familia así. Pero me interesaba precisamente adivinar cómo afectaría la pandemia, que fue terrible para todo el mundo, a los privilegiados de la sociedad. Porque la gente así siempre cree encontrarse a salvo de cualquier horror que pueda golpearnos. Y no es así. De pronto, comprenden que incluso a ellos nada ni nadie puede protegerlos.
LENGUA: De pronto, quienes siempre han tenido el futuro asegurado se preguntan, como hacen los personajes de su novela, si es que habrá verdaderamente algún futuro.
Michael Cunningham: Claro, son las clases altas quienes sufren un batacazo mayor cuando se tambalean los cimientos de la sociedad que parecían antes tan firmes.
«Me preocupaba resultar aburrido al poner el foco en una familia así [blanca, heterosexual y privilegiada]. Pero me interesaba precisamente adivinar cómo afectaría la pandemia, que fue terrible para todo el mundo, a los privilegiados de la sociedad».
LENGUA: Dan o Garth quieren cuidar de sus hijos y, entonces, ya no parecen tan atractivos para sus parejas. ¿La masculinidad moderna está en crisis?
Michael Cunningham: No crea que tengo una teoría muy elaborada acerca de las relaciones entre hombres y mujeres. Sólo me ocupo de los hombres y mujeres concretos de los que escribo. Creo que el secreto feo del matrimonio de Dan e Isabel es que el primero era guapísimo en su juventud y esperaba que ella le estuviera agradecida por eso. Y no lo está. Muchos matrimonios que salen mal acarrean alguna especie de error central en su eje. El romance más importante del libro es en realidad el de Dan y Robbie. No es algo gay pero sí conforman una amistad masculina muy intensa. Algo, por cierto, que se ve poco. El amor es complicado y puede adoptar muchas formas distintas.
LENGUA: Por cierto, le confieso que siento debilidad por Violet, es mi personaje preferido. Su hermano también es fascinante. ¿Cómo se enfrentó literariamente a la voz de los dos niños?
Michael Cunningham: Por un lado, me esforcé por imaginar a dos niños en concreto de cinco y diez años. Porque no hay niños genéricos, cada uno es un mundo. Cada persona es única prácticamente desde el nacimiento. Por otro lado, tengo unos amigos, una pareja blanca heterosexual con dos niños de esa edad, más o menos, que se avinieron a grabar un par de cenas familiares para que yo pudiera hacerme a la idea del vocabulario infantil; descubrir y hacer mío su lenguaje. Me sirvió de mucha ayuda. Me alegra lo que me dice, sé que Violet es el personaje preferido de mucha gente.
LENGUA: Y pobre Robbie. ¿Estamos destinados, como él, a despedirnos con una última foto en Instagram?
Michael Cunningham: A ver, no creo que estemos destinados a nada en particular. Espero que muchos de nosotros entendamos que estas cosas pueden ocurrirle a cualquiera, también a la gente real. Hay que recordar que, al final, siempre escribimos sobre particulares que no tienen por qué encarnar tipos ideales ni reflejar tus creencias.
Michael Cunningham en Milán en junio de 2014. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Sus referencias literarias como Virginia Woolf o George Eliot. ¿Nunca ha dejado de ser aquel estudiante de Pasadena que leyó La señora Dalloway?
Michael Cunningham: Entonces me di cuenta de que me fascinaba el lenguaje y la narración, siempre tan misteriosos. Hay jóvenes que se dan cuenta muy pronto que quieren ser músicos o físicos. A mí me ocurrió igual. Podría decir, de alguna manera, que yo estaba construido así: para escribir. Siempre me han cautivado las palabras y lo que son capaces de hacer para evocar toda clase de imágenes y sensaciones.
LENGUA: Las horas ganó el Pulitzer, vendió millones de ejemplares, fue adaptada al cine… Y, sin embargo, la resaca no fue buena. ¿Para un escritor el éxito puede ser tan peligroso como el fracaso?
Michael Cunningham: Después de que Las horas recibiera tanta atención, estuve un tiempo deprimido. Pensaba: «¿Ya he tocado techo? ¿Ya está? ¿Tan pronto? ¿Y qué hago ahora? ¿Todo cuesta abajo desde aquí?» Más a largo plazo, mi visión de lo ocurrido ha cambiado completamente. Ahora diría que fue algo liberador. Ya no tengo que esperar a ganar un Pulitzer porque ya lo tengo, jajaja. Ahora en serio, he aprendido a sobrellevarlo y ahora escribo más ligero, sin presión. Pero es cierto que, para un escritor, un éxito demasiado precoz, puede ser la muerte. A mí estuvo a punto de matarme.
«Después de que Las horas recibiera tanta atención, estuve un tiempo deprimido. Pensaba: "¿Ya he tocado techo? ¿Ya está? ¿Tan pronto? ¿Y qué hago ahora?" (...) Para un escritor, un éxito demasiado precoz, puede ser la muerte. A mí estuvo a punto de matarme».
LENGUA: Los críticos le describen como un escritor «elegante». ¿Qué opina?
Michael Cunningham: Mire, es muy halagador, aunque no tengo claro que «elegante» fuera la palabra que yo utilizaría para contar lo que hago y cómo lo hago. Yo aspiro a muchas cosas con el lenguaje y una de ellas no es esa imagen aterciopelada que evoca la palabra «elegante».
LENGUA: Y entonces, ¿qué le queda por hacer en su carrera literaria?
Michael Cunningham: Seguiré escribiendo hasta que ya no pueda escribir más. Mi próxima novela espero que sea aún mejor que la actual. Y luego escribiré otra aún mejor. Y así, una y otra vez. Y, con todo, creo que siempre se apreciarán en toda mi literatura idénticas inquietudes, algo que podríamos llamar coherencia.