Todo empieza con Aixa de la Cruz
Todo fluye, nada permanece, dicen Heráclito y Aixa de la Cruz. Bien entrado el siglo XXI, cuando lo que nos une ya no son las convenciones sino lisa y llanamente las voluntades, el «para siempre», como las utopías, ya no es un destino inescapable, sino la meta que indica el camino, que a menudo es lo único que nos queda. La escritora bilbaína revalida su madurez narrativa con «Todo empieza con la sangre» (Alfaguara), título visceral para una novela que hurga, ofuscada, en unas heridas tan viejas como el nacer desde el hambre cansada, el afán de completitud y el círculo vicioso que conforman la frustración sentimental y el vacío existencial. Un viaje impenetrable empezó a dibujarse, quizá deberíamos atrevernos a cruzar la calle. En diagonal.
Por Carmen Cocina
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Retrato de Aixa de la Cruz. Crédito: Guillem Sartorio.
¿Expectativas amorosas insatisfechas o angustia existencial crónica? ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? La duda de Violeta (la duda de todas), la protagonista de Todo empieza con la sangre (Alfaguara, marzo de 2025), la lleva a perseguir obsesivamente desde su infancia un arquetipo romántico de carne y hueso, un ideal amoroso que, sostenido por la contingencia de la distancia y la idealización de la fantasía y del recuerdo, jamás pierde fuelle en su cabeza. Pero ¿y si no fuera eso? ¿Y si la respuesta a su vacío estuviera en el hermano gemelo muerto antes de nacer, en la astrología, en la fe católica, en cultivar el huertito rodeada de monjas, en recitar salmos bíblicos junto a la amante en un lecho para tres, en las relaciones abiertas, en la ausencia de prohibiciones cercenantes, en el poliamor? A medida que el cuello de botella de las restricciones se hace más y más amplio y los moldes de la felicidad (sentimental) más y más flexibles, la conclusión (tácita) podría ser que, quizá, la solución es no esperar tanto. Que es el ansia la que objetiva la realidad, y no al revés. Desde las antípodas de lo categórico y lo taxativo, y con la complejidad y la agudeza que la caracterizan a la hora de tomar (y relatar) el pulso de la psique y de los tiempos, Aixa de la Cruz construye la novela psicosexual definitiva con un título que es, también, el zeitgeist de una generación atravesada por la futilidad, la fabulación y la precariedad. Una generación que ha llevado forzosamente al paroxismo la sociedad líquida de la que hablaba Zygmunt Bauman y que, aunque sea por llevarle la contraria, quizá debería decirse que no es más rico quién más tiene, sino quien menos necesita. Por mucho que a veces nos zumben los oídos.
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LENGUA: En Todo empieza por la sangre hay dos ejes fundamentales: la adhesión amorosa a un ideal platónico y la insatisfacción crónica. ¿Cuál de ellos vino primero? ¿Qué era lo primordial que querías contar?
Aixa de la Cruz: Cuando empiezas a escribir una novela tienes una idea de lo que será, pero pocas veces se acaba cumpliendo. Yo tenía una sinopsis muy esquemática: una mujer que tiene un vacío existencial muy fuerte y a quien se ha enseñado a pensar que ese vacío se va a saciar con la búsqueda de lo romántico. Y digo «búsqueda» porque muchas veces es la búsqueda, más que la consecución, lo que nos mueve: esa idealización de encontrar a un alma gemela, del «cuándo será», de la espera... En este sentido, creo que sí precede el vacío a la búsqueda, pero el caso de la protagonista, Violeta, está ahí para todas. Ahí entra el otro tema de la novela: la espiritualidad o la búsqueda de la trascendencia. En sociedades tan secularizadas como la nuestra, en las que la búsqueda de lo espiritual no forma parte del currículum vital de las personas en formación, parece que la hemos suplantado con la de lo romántico. No sé si eso se da particularmente en mujeres, si los hombres están tan subjetivados como nosotras por ella, pero quería explorar si, de ser cierto que tenemos un ansia de trascendencia, con qué la estamos llenando y a dónde nos aboga que hayamos elegido como única forma de saciar ese vacío la persecución de lo romántico.
LENGUA: En ese debate de qué vino antes hay un anécdota muy representativa, que es el pacto de sangre fallido de Violeta con su amiga durante su infancia. ¿Crees que una experiencia temprana así puede ser realmente determinante en la vida de alguien o su inclusión en el libro es más bien una licencia poética y simbólica?
Aixa de la Cruz: Muy buena pregunta, porque creo que alude a más escenas, casi a una cuestión estructural de la novela, y a por qué contrapongo continuamente la infancia de la protagonista con la trama central, que arranca en su juventud. Por un lado, sí que creo que hay ciertas inercias que nos determinan, que si echamos la vista atrás podemos encontrar mucho de lo que nos constituye como adultas en gestos muy pequeñitos de cuando éramos niñas. Esto me obsesiona un poco porque con tres años yo ya decía que quería ser escritora. Hay ciertas cosas que tenía muy claras cuando era muy pequeña que luego se fueron diluyendo en la adolescencia y cuyos indicios, si busco una continuidad biográfica, encuentro en esa infancia más temprana. Intuitivamente, diría que tenemos que remontarnos muy atrás para encontrar las raíces de determinados patrones. Por otro lado, esos patrones se constituyen en la propia infancia: no sé cuánto de lo que acarreamos es una inercia con la que ya venimos a este mundo y cuánto se va imprimiendo en esos años tan críticos, en la que los discursos que se nos imprimen vienen de una subjetivación cultural: el aprendizaje del género, los valores... por eso son tan importantes en esta novela esas primeras impresiones de la protagonista, y también sus primeras lecturas. Me interesaba mucho cómo nos enamoramos de enamorarnos, cómo se nos vende la idea de que la sublimación absoluta de nuestro recorrido vital está en encontrar un compañero de vida. Yo me baso en mi experiencia, y recuerdo el factor fundacional que tuvieron en mí ciertas lecturas de mi niñez. Violeta y yo no nos parecemos demasiado, pero sí que ha habido un trasvase experiencial fuerte de mí a ella, porque ambas hemos leído lo mismo y ella está obsesionada con los libros que me obsesionaban a mí: esta novela nace en parte de mi fascinación por Cumbres borrascosas. Quería establecer un diálogo con pasajes de libros que leí por primera vez con once años y que, cuando volví a releer tiempo después, cada vez me devolvían cosas distintas: ya de adulta pensé cómo con quince años había romantizado por completo una historia de amor que en realidad es una historia de violencia. Quizá yo aprendí a enamorarme mal, de este tipo de amor tóxico, a raíz de este libro. Esa idea de las lecturas y las experiencias que nos llevan a idealizar ciertas búsquedas por encima de otras está muy presente en la novela, y de ahí esa insistencia en la infancia y que el libro arranque con una experiencia de la niñez que, de alguna forma, delimita cómo va a ser el personaje protagonista.
«Me interesaba cómo nos enamoramos de enamorarnos, cómo se nos vende la idea de que la sublimación absoluta de nuestro recorrido vital está en encontrar un compañero de vida».
LENGUA: En este sentido, el personaje de Violeta está marcado por una autosugestión a menudo consciente que llega a su culmen con la teoría del hermano gemelo no nacido y que se manifiesta en su amor cotidiano y en el platónico, en su pasado y en la infancia y la herencia que podrían explicar su insatisfacción vital… ¿Crees que al final somos lo que nos contamos? ¿Cuánto influye el relato del yo en el yo?
Aixa de la Cruz: Totalmente. El relato biográfico es eso, un relato: ficciones que nos contamos sobre quiénes somos. Y por eso es tan importante elegir correctamente los discursos o constructos identitarios con los que nos sentimos representados, y tan peligroso no hacerlo. Muchas veces estos arquetipos son inmovilizantes y acarrean sesgos culturales: si yo me veo a mí misma fundamentalmente como la mujer amante, la que va a ser satisfecha a través del encuentro con un otro romantizado, si me quedo ahí aislada, es muy probable que todo lo que estoy intentando saciar con esta búsqueda no vaya a materializarse, y por tanto mi lugar identitario va a ser muy frágil. Esta pregunta me ha hecho pensar que Violeta está desesperada por explicarse a sí misma en el sentido de que tiene un malestar enorme y le hace falta entender de dónde viene. Creo que muchas estamos metidas en ese camino de búsqueda: una temporada te da por leer sobre el horóscopo porque de repente has descubierto que eres una sagitario pura y una astróloga con la que hablas por Instagram te está dando todas las claves para entenderte, y te dices: «¡Por fin me entiendo perfectamente, era eso!» (ríe). Y al cabo de un tiempo el marco se gasta y deja de ser explicativo. A mí últimamente en Instagram me venden continuamente diagnósticos psiquiátricos: el algoritmo me quiere convencer de que tengo TDAH y me enseña una lista de rasgos en los que a bote pronto me veo totalmente reflejada, así que una podría irse por ahí durante mucho tiempo, explorar su diagnóstico y quedarse calmada, pero solo durante una temporada. Siempre acabamos buscando explicaciones descriptivas, pero no vamos a la raíz de los hechos. A Violeta le pasa eso, y de ahí también la importancia de la infancia: tal como dice al final de la novela, tiene que volver atrás y narrarse no en un orden cronológico, sino en un orden de causa-efecto. Quizá aquí esté hablando de mi propio proceso de psicoanálisis: me ha llevado un tiempo llegar al punto en el que estoy, pero estoy muy contenta. Frente a otro tipo de intentos para entenderme a mí misma, este me ha sido útil porque me obliga a ir a los orígenes, no se queda en la mera descripción de los síntomas. Y probablemente haya trasvasado esa experiencia a la propia estructura de la novela.
LENGUA: El título de la novela es muy visceral y denota una implicación recíproca de la mente y el cuerpo. ¿A qué querías aludir con él?
Aixa de la Cruz: En la novela la sangre y la cantidad de significados que adopta es un leitmotiv importante. Antes de escribirla muchos libros sobre historia de la sangre, donaciones, vampiros... Quería que fuera un eje temático importante para amalgamar diferentes momentos. Me interesaba mucho la idea del pacto de sangre, este rito ancestral que se llevaba a cabo en la Antigüedad y que servía para conseguir vínculos de consanguinidad donde no la había. Muchos hombres lo hacían para incorporar a un amigo importante a su familia. Y había restricciones: los hijos de dos hermanos de sangre no podían casarse entre sí, a imagen y semejanza del tabú del incesto en las familias de toda la vida. En la novela se explora la posibilidad de construir relaciones no jerárquicas, una anarquía relacional que intenta romper el esquema de que primero va la pareja, luego la familia directa y luego ya, si eso, las amigas. A partir del pacto de sangre, la consanguinidad deja de importar y se trasciende la figura de la familia, que es el marco en el que se ha ubicado todos los discursos de amor romántico, sexualidad y reproducción.
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Aixa de la Cruz. Crédito: Guillem Sartorio.
LENGUA: El libro está regado de una jerga psicológica muy atinada en cada pasaje: hablas de oxitocina, serotonina, adrenalina, entre otros neurotransmisores, de glándulas pineales, de hipófisis, de epigenética… ¿De dónde nace este conocimiento tan exhaustivo del lenguaje clínico?
Aixa de la Cruz: ¡No me digas eso, qué horror! (Ríe). No sabría decirte, me has dejado en shock. En algún momento tuve la sensación de que mis descripciones eran muy corporales, pero me parece que es una forma de evitar clichés lingüísticos asociados a las emociones, como el consabido «se le aceleró el corazón». Toda la prosa que nos rodea está muy rodeada de esas expresiones, porque lo cierto es que no es tan sencillo hablar del miedo y otras sensaciones, así que esos tecnicismos eran una forma de salir de ahí. Supongo que los procesos psicoanalíticos de cada quién acaban materializándose en estas cosas.
LENGUA: Otro campo del que también hallamos alusiones prolijas es el esotérico en todas sus variantes culturales y conductuales: que si los chakras, el karma, las regresiones a vidas pasadas, el control mental, el renacimiento… ¿De dónde parte tu interés o, al menos, tu conocimiento de todo esto?
Aixa de la Cruz: Creo que tengo una mirada un poco autoirónica sobre este tema. Por un lado me hace mucha gracia que, como las grandes religiones se nos cayeron hace ya un ratito, nuestra generación se está acercando a la trascendencia espiritual por cauces nuevos, lo cual a priori me parece muy interesante. Pero eso también da pie a la proliferación de todo tipo de terapias energéticas a las que puedes acceder a través de las redes sociales, que están ligadísimas al consumo. En la novela intentaba plasmar la sonrisa que me asoma con todo esto. Por un lado, sí que me interesan ciertas prácticas: hace mucho tiempo que medito a diario, que hago yoga y que me interesan algunas de esas terapias, pero al mismo tiempo me hace gracia el exceso al que puede llevar este interés legítimo. En la novela aparece también como una forma de ilustrar el acceso de Violeta hacia el mundo de la espiritualidad/religiosidad. Me pareció que para un personaje que va a acabar identificándose con el cristianismo, pero que viene de un entorno ateo, era mucho más sencillo aproximarla a las cuestiones espirituales a través de este batiburrillo new-age, que esa fuera la puerta de acceso a una identificación con el catolicismo como expresión cultural nuestra del cristianismo. Yo no había leído la Biblia en mi vida, y lo digo con cierto rubor. Mi contacto con la gran tradición religiosa que nos explica culturalmente era absolutamente nulo. Y es un debate que me apetece sacar con la gente de mi generación: preguntarles cuántas son como yo, que no estoy bautizada y que vengo de una familia que rechazaba frontalmente lo religioso, y cuántas se han plantado ante la Biblia, un texto clave para entender nuestra civilización, con 36 años, que es lo que he hecho yo para intentar entender cuáles podían ser para Violeta los ganchos de una religión establecida. Si iba a acabar haciéndose monja de alguna religión, la cabeza se me iba al oriente, a la India, pero me parecía lo de siempre: hacer turismo cultural exotizando al otro. Así que decidí que si la protagonista iba a meterse en una religión, tenía que ser la de aquí, la nuestra. Y resultó que el catolicismo era la religión de la que menos información y bagaje tenía yo. No sé si se nota, pero de todas las lecturas que cito en la novela me he obsesionado con los salmos bíblicos: qué gusto citarlos, recitarlos y leerlos en voz alta.
«Quería establecer un diálogo con pasajes de libros que leí por primera vez con once años y que, cuando volví a releer tiempo después, cada vez me devolvían cosas distintas: ya de adulta pensé cómo con quince años había romantizado por completo una historia de amor que en realidad es una historia de violencia».
LENGUA: En ese sentido, en la novela aparece una asociación bastante curiosa, que es la del catolicismo y la práctica lésbica. Y la verdad es que hay escenas que te dejan a cuadros y al borde de la carcajada, como cuando Violeta y su amante están en la cama y se ponen a hacer disquisiciones sobre Dios y la Biblia. ¿Cómo llegaste a eso?
Aixa de la Cruz: De la poca gente que leyó la novela antes de que se publicara, la mayoría me dijeron que es una lectura intensa, pero que también tiene momentos muy humorísticos. Y yo entiendo que se refieren precisamente a esto: que nos hace gracia poner a dos lesbianas a leer la Biblia en la cama (ríe). El catolicismo asocia el sexo con algo muy oscuro, muy sucio, y me parecía gracioso jugar con la idea de que el sexo entre mujeres podía ser algo limpio en comparación con el heterosexual, buscar cierta pureza en ese encuentro con la otra, como si estuviera desprovisto de esa oscuridad. Todo esto estaba también muy influido por esa idea romántica de los conventos, que muchas jugamos a imaginarnos como lugares de utopía lésbica donde nos encantaría existir con nuestras amigas y amantes, cultivando un huertito y esas cosas. Esa romantización es algo que ha estado muy presente en mi grupo de amigas en los últimos años, y también en la novela.
LENGUA: En la novela reflejas con mucho tino algo muy representativo de nuestra época: la multiplicidad y variedad de relaciones sentimentales y sexuales. Hace tiempo el actor Louis Garrel me contaba que el amor era un fenómeno generacional, que amamos como lo hacen nuestros amigos y siguiendo las mismas reglas. ¿Hasta qué punto crees que los usos de los demás determinan o condicionan nuestra propia forma de amar y nuestras posibilidades?
Aixa de la Cruz: Los usos de los demás nos condicionan y a su vez están condicionados por la materialidad histórica, no hay más que comparar. Por ejemplo, mi abuela a los veinte años ya estaba casada y embarazada de mi madre. Se pasó toda la vida con el mismo señor y se acabaron aborreciendo, pero en su cabeza nunca cupo la posibilidad del divorcio. Luego, en la generación de mis padres, se conocen en un contexto en el que el divorcio empieza a ser una posibilidad pero quizá no se ejercía a no ser que fuera algo muy grave, porque todavía estaban condicionados por la mentalidad prohibicionista de sus padres. Yo, o nosotras, aterrizamos en un mundo en el que el divorcio está absolutamente normalizado y por tanto el encuentro con el otro, de por sí, lleva asociada la marca de lo efímero. El marco más habitual es la monogamia serial: comprometerse con una única persona y, cuando termina el deseo o la relación se complica, la sustituimos por la siguiente. Siendo esto lo que le pasa a nuestras amigas y lo que se contrasta una y otra vez, lo que me parece muy curioso es la romantización de la posibilidad del «para siempre»: sabemos que no va a ser pero, cuando conocemos a alguien, seguimos queriendo creer que esta vez va a ser para siempre, y la gente se sigue casando y se sigue haciendo todo el ritual en torno a esta posibilidad que cada vez es menos factible. La tendencia común es la no permanencia, pero no sé si eso es un sentir generacional o si siempre se ha dado así pero las parejas seguían juntas porque, con por la prohibición del divorcio, era imposible terminar con la convivencia. En mi experiencia y la de amigas que también son no monógamas, entendido esto como un pacto de no exclusividad sexual que está empezando a ser más habitual, dicho pacto parte de un compromiso o de un deseo de permanencia. Es un acto de toma de conciencia y de pragmatismo: te elijo a ti para que seas mi compañera de por vida, pero como sé que el deseo es voluble, cambiante, que no se puede predecir ni coartar, vamos a hacer este pacto en el que quepan otro tipo de configuraciones a lo largo del tiempo como forma de blindarnos la una a la otra. Y no sé si ese es un motivo para elegir la no monogamia, pero tengo la sensación de que detrás de este tipo de pactos late ese deseo de permanencia. Yo creo que ambas tendencias e idealizaciones coexisten en nuestra generación.
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Aixa de la Cruz. Crédito: Guillem Sartorio.
LENGUA: En la novela, Violeta y Salma también tienen un pacto. Salma le dice: «Puedes acostarte con quien quieras, pero este, el importante, está vetado».
Aixa de la Cruz: Claro, por eso para mí la relación entre ellas dos estaba lastrada desde el principio: es un pacto no sentido, de boquilla y con restricciones. Y si nos metemos en una relación en la que para encontrar el refugio y la seguridad que este nos aporta tenemos que cercenar una parte de nosotras mismas, eso nunca va a funcionar.
LENGUA: Cuando haces referencia a que Violeta no sabía nada de Paul desde hacía más de cinco años señalas que la tenía bloqueada en todas sus redes sociales y que en ciertos momentos ambos habían enviado lo que tú llamas «mensajes de náufrago». Las redes son un terreno pantanoso en el que reinan la especulación y la ambigüedad, el reducto residual en el que perseguimos paliativamente lo que no tenemos. ¿Cómo crees que influyen en nuestra manera de vivir el amor?
Aixa de la Cruz: Las redes fomentan los instintos tóxicos de control que todas llevamos dentro: controlar a personas que ya no están presencialmente en tu vida y no dejarlas ir del todo porque puedes seguir mirando a través de una pequeña ventanita. Y eso a veces es peligroso. Suena a frivolidad generacional, pero a veces hace falta: bloquear a esa persona en redes y simbolizar un rito de paso consistente, porque es la única forma de dejar ir del todo. E influye mucho en la idealización de las vidas de las demás: qué felices parecen las vidas de todas las parejas que no conocemos pero que vemos en redes a través de sus fotos. Hay una idea de camuflar o enmascarar el conflicto. Se me ocurre que si nos duran tan poco y a veces tan mal las relaciones quizá sea porque no estamos acostumbradas a tener integrada en nuestra idea del amor que el conflicto forma parte fundamental de la relación con la alteridad. Toda relación va a estar plagada de momentos conflictivos: va a haber sombras y se van a representar en el otro tus miedos e inseguridades. Y esas idealizaciones que mencionaba antes nos llevan a escapar, a romper una relación cada vez que aparecer el conflicto porque no estamos acostumbradas a hablar de ello, a enseñarlo, a mostrarlo.
LENGUA: Las heroínas de Violeta son personajes femeninos de la época victoriana y sus propias creadoras: escritoras rebeldes que renunciaban a los matrimonios de conveniencia que marcaban su época y se quedaban solas o con amores platónicos. Ella misma vive un amor que es platónico casi siempre, pero en el que hay fugaces retazos de realidad compartida. ¿Cómo crees que ha cambiado el concepto y la experiencia de lo platónico a lo largo de los siglos?
Aixa de la Cruz: Lo que le pasa a Violeta ha pasado siempre: es mucho más sencillo idealizar o asirse en el tiempo a un amor que no se gasta porque no se llega a materializar que quedarse a trabajar en lo que está aquí, en lo presente, en lo conflictivo, en lo real. Quería articular una reflexión en torno a eso. Y sin ánimo de hacer spoiler, para mí el final es conflictivo porque no sé si realmente Violeta está lista para desidealizar y quedarse con lo concreto, con lo material: ha estado viviendo en torno a esa convicción de que lo único que le dura es lo remoto, lo que echa en falta cuando no está. Y esto tiene mucho que ver con la idea del deseo, que es aquello que crece y existe en virtud de que no es aprehensible.
LENGUA: El libro también hace referencia a las etiquetas relativas a la orientación sexual, sobre la que escribes: «No se elige, ¿no? Es algo que viene dado», y de cómo Violeta quiere pensar en sí misma como lesbiana aunque a veces crea que podría ser bisexual. ¿Por qué esta manía de etiquetar a la gente, incluso a uno mismo?
Aixa de la Cruz: Este tema lo he tratado desde el divertimento de esas dinámicas que se dan en mí y en mi entorno. Por un lado, la idea de que es importante visibilizarse como bisexual en términos de activismo. Muchas no nos hemos visibilizado así en ciertos momentos porque teníamos bifobia interiorizada, pero la propia etiqueta y la conciencia de esta lucha te puede llevar a lugares muy violentos. Sí, hay que visibilizar la «b» de bisexual, pero al mismo tiempo, si alguien se identifica de una forma distinta de lo que a ti te dicen sus prácticas, ¿qué derecho tienes a imponerle esa etiqueta? Me parecía un lugar fructífero para sacar conversaciones y discusiones entre las mujeres de la novela porque saca a relucir la complejidad en torno a lo identitario. Las etiquetas son muy interesantes como forma de adquirir subjetividad política, pero al mismo tiempo nos estamos metiendo en terrenos privados donde solo el propio sujeto tiene derecho a enarbolar ciertas cosas. Criminalizar a alguien por no hacer un buen uso político de su identidad me parece muy conflictivo y me hacía gracia, y también da para cierto humor en la novela.
«Conecto con muchos discursos críticos con lo romántico, sobre todo con la mercantilización y su asociación al consumo. Salir de la monogamia, la abolición de la familia, abrirla más allá de la consanguinidad... Pero me he dado cuenta de que durante una época hasta daba vergüenza reconocer que una quiere enamorarse y seguir enamorada del enamoramiento, y de que yo ya no estoy ahí».
LENGUA: Salma, la novia de Violeta, es una artista ególatra que se apropia del dolor de Violeta y lo exhibe, sacándole un beneficio estatuario y económico al sufrimiento íntimo de otra persona. Al mismo tiempo, la disquisición que urde a partir de esa experiencia ajena quiere aglutinar un sinfín de reivindicaciones sociales que, desde su ambigüedad, a esta lectora, al menos, se le antojan artificiosas y espurias. ¿Era eso lo que querías transmitir?
Aixa de la Cruz: Sí, ese personaje es horrible. Hay gente que no lo ve así y yo les digo: «No, no, no. Es la mala, ¿vale?» (ríe). A mí me genera mucho rechazo, tiene unos rasgos narcisistas que escaman mucho. Quería situar a Violeta en una relación que el lector prevea fácilmente que no va a funcionar por dos ejes: uno, el que comentamos antes de la restricción y fiscalización del deseo de la otra desde una inflexibilidad que pone en riesgo una relación aunque sea no monógama, y dos, por la desigualdad, porque en el momento en que Violeta acepta situarse en ese rol estancado de la musa de la artista ya hay una diferencia jerárquica enorme que se presta al abuso. Por otro lado, en el personaje de Salma quise reflejar otras cosas que me preocupan de la práctica artística, como es el apropiarse del dolor de los demás. Es algo de lo que hablo mucho en mis talleres de escritura autobiográfica: cómo hacer que esta sea ética, que no nos sitúe en un lugar de abuso. Quien escribe tiene un altavoz y está en una situación de privilegio, por lo que hay que medir muy bien lo que se dice. En el caso de Salma, me parece muy poco ético hacer una obra aparentemente descarnada en la que quien acaba exponiéndose no es la autora sino otra persona.
LENGUA: La disquisición que escribes para Salma en esa exposición, que gira en torno a la sangre, es algo ambigua, incluso graciosa: hilas el patriarcado, el feminismo y la sangre de un modo tal que se diría que el discurso de Salma es totalmente impostado y que su objetivo último no es otra cosa que darse importancia. ¿Era eso lo que pretendías?
Aixa de la Cruz: Totalmente, me estaba burlando del personaje (ríe). Esta tía parte de un postulado tan poco ético como el de apropiarse de la experiencia ajena de su novia y luego encima te la quiere vender como activismo político enmarcado en el feminismo, dándole mil vueltas. Es como: «Tía, no se sostiene». Te das cuenta de que la máscara es una máscara.
LENGUA: Acabas de impartir un curso titulado «De qué escribimos cuando escribimos sobre el amor: una escritura (anti)romántica». ¿En qué sentido es romántica tu escritura y en qué sentido es la antítesis de lo romántico?
Aixa de la Cruz: No creo que esta novela tenga postulados fuertes en contra del amor romántico. Puede que yo los tenga, pero más que ir en contra de él quería plantearme si no estamos llenando con lo romántico algo que no se llena con eso. Me interesaba más pensar en la posibilidad de vías diferentes para la trascendencia, en que en efecto estamos buscando donde no es, en que en este gran vacío existencial que sentimos muchas el materialismo radical del capitalismo nos ha alejado de otros cauces para sentirnos completas. Conecto con muchos discursos críticos con lo romántico, sobre todo con la mercantilización y su asociación al consumo, con discursos que hablan de salir de la monogamia, con discursos abolicionistas de la familia, con abrirla más allá de la consanguinidad… Pero me he dado cuenta de que durante una época hasta daba vergüenza reconocer que una quiere enamorarse y seguir enamorada del enamoramiento, y de que yo ya no estoy ahí. Jugaba con eso: hay una fuerza intrínseca en el enamoramiento que ha hecho que la mística romántica exista, que esté ahí desde la Biblia, donde nos enseñan qué es Dios a través de la metáfora de que la búsqueda de Dios es como la búsqueda de la amante. Esta asociación ha estado siempre ahí porque la del amor de este tipo es una energía muy potente. No creo que la novela se ubique en la deconstrucción radical de estos discursos, para los que tampoco estoy teóricamente preparada; lo que tengo son intuiciones.
LENGUA: Hay un momento en el que escribes que «el amor es un espejo en el que nos miramos». En la novela aparecen muchos tipos de amor sentimental distintos: el que Violeta siente por Paul, el que siente por Salma, el que siente por Bea… Todas ellas son experiencias distintas, pero agrupadas bajo el paraguas nominativo del «amor», lo que nos lleva a la pregunta del millón: ¿qué es el amor?
Aixa de la Cruz: Es una gran pregunta. Y teniendo tantas respuestas posibles, creo que la que cada persona da cuando le preguntan qué es el amor explica mucho el tipo de relaciones en las que se acaba metiendo. Esto me enternece y me conmueve y es duro, pero la respuesta a qué es el amor es algo que aprendimos en casa: tus padres son las primeras personas que, sin decir nada, te enseñan qué es el amor a través de sus actos. Tantísimos comportamientos violentos en el seno de la pareja entre adultos salen de ahí: si de niña, en tu casa, quien te dice que te ama te ha dicho que el amor puede coexistir con la violencia tú te vas a quedar con eso. Lo interesante sería definir qué es el buen amor. Y aquí me gusta mucho lo que comenta Bell Hooks en Todo sobre el amor: que no deberíamos asumir ninguna definición del amor que no implique un camino de crecimiento espiritual. Al principio esto me rechinaba mucho porque suena a autoayuda, pero si lo vemos en términos de responsabilidad afectiva hacia una persona, como comprometerse con ella durante algún tiempo a crecer espiritualmente juntas, lo que yo sacaré afuera de esa otra, las cosas de mí que la van a poner histérica y viceversa, son una forma para el crecimiento psicológico y espiritual para ambas. Aquí, la idea de considerar el conflicto como un motivo para disolver la pareja se convierte en todo lo contrario: el conflicto pasa a ser el centro del amor, que sería el compromiso de hacerse cargo de él para crecer juntas.
La gran novela de la aclamada autora de «Cambia...