Zadie Smith y las mentiras que decidimos creer
Zadie Smith (Londres, 1975) publicó su primera novela, «Dientes blancos», al filo del siglo XX. El libro devino en una suerte de fenómeno editorial que puso de acuerdo a críticos y lectores y despertó el interés de los medios, quienes rápidamente la definieron como «the next big thing» de la literatura en inglés. Por fortuna, los plumillas y periodistas culturales no patinaron con su vaticinio: una vez surfeada aquella primera gran ola de fama, Smith volvió y volvió y volvió para darle forma a una obra sobresaliente en la que destacan las novelas «Sobre la belleza» o «Tiempos de Swing» o el ensayo «Contemplaciones», una colección de relatos profundamente conmovedores sobre la experiencia del confinamiento de 2020. Aprovechando su paso por el Ja! Festival (octubre de 2024), evento literario que se celebra cada año en Bilbao, la periodista, traductora y escritora Aloma Rodríguez entrevistó a Smith para LENGUA a propósito de su libro más reciente, «La impostura» (Salamandra, como el resto de su obra traducida al español), una primera novela histórica con más preguntas que respuestas y que narra con extraordinaria habilidad las controversias sociales del Londres victoriano a través de un puñado de personajes memorables.
Por Aloma Rodríguez
Zadie Smith (Londres, 1975) publicó su primera novela, Dientes blancos, en 1999, al filo del fin de siglo, y se convirtió en una especie de fenómeno. Lectores y críticos se pusieron de acuerdo, también despertó el interés de los medios, los periodistas corrieron a colgarle etiquetas y misiones de las que Smith se zafó con un gesto: se marchó a vivir a Roma, después de liquidar la hipoteca de su madre. Buen tiempo, belleza y buena comida, uno de los placeres de Smith, y una de sus condenas, porque no cocina, no le gusta, se le da mal. Ahí cumple con el estereotipo de inglesa.
Coincidimos en el Ja! Festival, en Bilbao, donde la entrevisto en público a propósito de su novela más reciente, La impostura (Salamandra, octubre de 2024), su primera novela histórica, en el sentido de que viaja al pasado y aparecen personajes reales; pero en todo lo demás es una novela de Zadie Smith: ágil, con más preguntas que respuestas, divertida y muy triste. Las tres veces que nos veamos fuera de la charla serán con comida de por medio: en el desayuno, en la comida y en la cena («Los españoles os vendéis muy mal», dice saboreando, precisamente, la cena de picoteo: «¿Por qué no habláis más de esto?»). Smith, teleadicta confesa, no tiene smartphone, usa un aparato de los viejos, de esos que tienen una tapa que se levanta, y pide perdón antes de consultarlo. Sale el tema de las redes sociales y lo peligrosas que resultan para las adolescentes, especialmente ellas: «Ahora hay un movimiento, se advierte de que son nocivas, pero es demasiado tarde para toda una generación».
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Comer enfrente de Zadie Smith es una cosa que podría paralizar, pero enseguida empieza a comentar los platos y te hace sentir cómoda: el tomate, grande y sabroso; un bacalao marinado delicioso; la lubina («siempre dicen que es fácil, pero a mí nunca me sale así», quizá sea una cuestión de dominar el horno, apunta la escritora Bárbara Mingo, que es otra de las invitadas al festival). Hablamos de otras cosas, Smith es curiosa y pregunta y pregunta (¿qué pone en tu tatuaje?, ¿cuántos años tienen tus hijos?, ¿qué te ha gustado últimamente, también escribes?) y también responde (me habría gustado tener más hijos, una familia grande, me encantan las familias numerosas, pero empecé demasiado tarde, no tenía energía; sí, más o menos las mismas preguntas todos, pero es mi trabajo, no pasa nada). Smith volvió a Londres, a la misma calle en la que se crio, hace cuatro, después de años en Nueva York. «Es terrorífico y criminal lo que los tories le han hecho a mi país en los últimos 14 años. Es muy triste. Yo vivo en esa comunidad, mis hijos van a esas escuelas, vamos a esos hospitales... Lo veo. La escuela de mis hijos se cae a pedazos, no hay dinero para profesores... Veo cómo se degradan estas instituciones porque me toca vivirlo. Veo a mis hijos en escuelas precarias, nunca me dan cita en el médico... Vivo en esa situación. Es muy deprimente porque uno no se imagina que las cosas estén peor que hace 30 años. Los colegios no eran tan buenos hace 30 años, pero eran mejores. Pero la gente del barrio está muy comprometida. Todos hacemos esas cosas. Estamos decididos a no abandonar el barco».
Cuando llega la carne roja –que termina de hacerse en la piedra en la que lo sirven–, la escritora comenta que siempre le ha rondado la idea de hacerse vegetariana pero que le gusta demasiado comer. Durante el trabajo de documentación para La impostura dio con muchas cenas: «La vida literaria de Londres siempre ha sido la misma. Se desarrolla sobre todo en cenas, cenas interminables. Hoy tenemos a Ottolenghi, pero entonces había mucho faisán, pato y oporto…».
«No me gustan los protagonistas. Mis novelas de ficción siempre son así. No me interesan los héroes ni los personajes atractivos que a la gente le gustaría ser o imitar. No empatizo con esa clase de gente».
Por entonces se refiere al siglo XIX, a la época victoriana, en la que transcurre su novela. Smith elige el caso Tichborne, que fue el juicio más largo de Inglaterra, en el que había que dirimir si el demandante que decía ser sir Roger Tichborne, el aristócrata dado por muerto unos años antes al naufragar el barco en el que zarpó, era un impostor o el verdadero Tichborne. Pero eso es el aglutinador, porque los caminos por los que anda la novela son otros y distintos. El caso Tichborne aparece, el juicio, las crónicas, etc., pero de esa trama al que le presta atención es a Andrew Bogle, principal testigo del demandante. Por otro lado, está el ambiente literario de Londres, a través de Charles Henry Ainsworth, escritor de éxito en algún momento, pero quien en la novela está en decadencia. En esta trama, el personaje que roba el foco es Eliza Touchet, prima política del novelista. «No me gustan los protagonistas. Mis novelas de ficción siempre son así. No me interesan los héroes ni los personajes atractivos que a la gente le gustaría ser o imitar. No empatizo con esa clase de gente», explica Smith. Touchet es el personaje al que más ha hecho crecer con respecto a la Touchet de los documentos (aparece mencionada en la abundante correspondencia entre los escritores, toda esa cantidad de cartas que se cruzaban para organizar cenas). «William Thackeray, Wilkie Collins, que no aparece en el libro, pero asistía a las cenas, Charles Dickens, que bromeaba bastante. "¿Quién se sienta al lado de miss Touchet?". "Yo no quiero estar al lado de miss Touchet" y esas cosas. Me interesaba saber por qué la temían. Decían que era muy mordaz y eso me llamaba la atención. Pensé: Esta mujer era lo bastante inteligente y divertida como para despertar el interés de estos famosos escritores británicos. Tenía pinta de poder haber escrito una novela si se le hubiera dado la oportunidad. Sin duda, muchísimas mujeres en Inglaterra podrían haber escrito una novela si se les hubiese dado la oportunidad. Un dato curioso sobre la literatura inglesa es que, a excepción de las lesbianas y las solteras, antes de los años setenta es imposible dar con una mujer inglesa que haya escrito una novela. Porque no puedes escribir cuando tienes un montón de hijos. No se puede. Es imposible sin ayuda, sin alguien que cuide de los niños. Me imagino a miss Touchet como una de esas mujeres que podrían haberse dedicado a escribir si hubieran tenido la oportunidad». Esa posibilidad no estaba prevista cuando Smith se sentó a escribir después de diez años leyendo sobre Ainsworth, como tampoco estaba previsto que ese personaje tuviera tanto protagonismo. «Suena el timbre, el ama de llaves abre la puerta y se encuentra a un chico que viene a arreglar el agujero del techo. Y no recuerdo haber pensado nada más allá de "bueno, deja que el ama de llaves le abra la puerta y lo lleve a ver el agujero". Ese era el final del primer capítulo. Empecé el segundo capítulo y vi que ella seguía hablando. Y pensé: "Qué raro". En el tercer capítulo, ahí seguía. Y pensé: "¿Cuándo llegará William, el hombre sobre el que he pasado 10 años leyendo?". La respuesta era que William nunca llegaría. La verdad es que no estaba tan interesada en él. William es un buen hombre, es amable, generoso. No diría que Eliza es una persona especialmente buena. Es muy lista, muy divertida, pero no es amable, tiene mucho que decir y era mucho más interesante escribir sobre ella. Así que ella se apoderó de la novela».
Zadie Smith en 2021. Crédito: Getty Images.
Antes de lanzarse a escribir esta historia, Zadie Smith trató de no escribir una novela histórica. Así que escribió un artículo para The New Yorker titulado On Killing Charles Dickens. Más allá de la broma, explica: «Siempre me ha parecido imposible escribir una novela histórica. Lo veía demasiado difícil. Por ejemplo, mira Hilary Mantel. Recuerdo haber almorzado con ella y mientras me explicaba con todo lujo de detalles los libros que estaba escribiendo, yo escuchaba y estaba pensando: "Dios, vaya trabajazo". Pero en el caso de Hilary, ella habla de 1600. Es un mundo diferente. Y 1837 no es un mundo diferente, fue ayer mismo. Es el mundo de nuestros bisabuelos, nos pilla muy cerca. Es todo muy parecido. Hablamos de los mismos restaurantes, los mismos edificios. Mi casa es del año 1899, en realidad no ha pasado nada de tiempo. No me hizo falta hacer el esfuerzo imaginativo de Hilary, que es considerable». Sin embargo, lo que la hizo mirar al pasado fue el presente: «Buena parte de lo que escribo es producto de la frustración, porque casi siempre estoy en casa con mis hijos y siento que no formo parte del discurso. Pero como todos sabemos, como ciudadanos que se ocupan de sus asuntos, escuchar lo que la gente piensa nos provoca ciertos sentimientos. Como cuando le gritas a la televisión o a la radio. Sobre todo a partir de 2016, escuchaba a la gente hablar del pasado en términos muy generales, sin demasiados detalles, como si todo hubiera sido horrible y ahora todo fuera mejor... Esa imagen me irritaba cada vez más. Creo que eso suele ser lo que me impulsa a escribir. Es como si una voz dentro de mí dijera "Eso no". Esa misma voz dice: "Eso tampoco…". Lo tercero. El libro nace de esa especie de tercer instinto, de que el pasado no es ni un lugar terrible donde reina la opresión constante, ni un hermoso lugar que añoramos donde todos éramos más felices, más puros y mejores de lo que somos ahora. Nada de eso. Así que el libro es fruto de ese instinto contrario, supongo».
«La impostura nace de esa especie de tercer instinto, de que el pasado no es ni un lugar terrible donde reina la opresión constante, ni un hermoso lugar que añoramos donde todos éramos más felices, más puros y mejores de lo que somos ahora. Nada de eso. Así que el libro es fruto de ese instinto contrario, supongo».
En esa búsqueda de alejarse de visiones fatalistas o idealizadas del pasado, de alejarse de tentadoras simplificaciones, Zadie Smith encontraba ecos de la época victoriana en la actualidad: «A finales de 2018, 2019, 2020 tenía la sensación de que todo el mundo parecía mentirse a sí mismo y a los demás. Es obvio que en la vida de los famosos suele existir una brecha entre lo que muestran y su vida real. Me parecía extraño que todo el mundo se hubiera vuelto así. Pensé en lo agotador que es eso desde el punto de vista existencial. En la época victoriana sucede algo similar pero por otra razón, que tiene que ver con el decoro. El secretismo ocupa un espacio muy amplio en la época victoriana. La vida sexual de la gente es secreta. La vida familiar es secreta. Son bígamos, se casan muchas veces. Hay tantas cosas que se ocultan. Y pensé: no se me ocurre una época en la que se oculten tantas cosas como ahora». En ese sentido, La impostura descorre unos cuantos velos para mostrar relaciones amorosas complicadas, que resultan un tanto inesperadas, de nuevo, por la imagen cristalizada de la época. «¿Por qué son inesperadas? Mucha gente joven, cree, como Philip Larkin, que el sexo se inventó en 1963. En su caso, creen que se inventó en 1997. Se me hace muy extraño pensar que alguien haya inventado algo nuevo en el sexo. Es imposible. Llevamos cientos de miles de años en el mundo. La gente ha practicado sexo en todas las combinaciones posibles y no hay nada nuevo. Los jóvenes a veces tienen una vanidad... Creen que están haciendo una nueva revolución sexual... La revolución es solo verbal, no física».
Zadie Smith en una imagen de 2007. Crédito: Getty Images.
El caso reciente al que más se parece el de Tichborne es, para Smith, el de O. J. Simpson: «Es otro ejemplo de un caso que a primera vista parece absurdo. Sobre todo si tienes una manera racional de ver las cosas, este caso te parecerá incomprensible. ¿Por qué había tantos afroamericanos que apoyaban a un hombre que era un asesino? Yo era adolescente cuando sucedió todo aquello. Recuerdo muy bien la imagen de una pantalla dividida en la CNN, cuando se dio a conocer el veredicto: en una mitad de la pantalla se veía a la gente blanca escandalizada en el supermercado, con las manos en la cabeza, y en la otra, a gente negra vitoreando en las calles. Era algo muy desconcertante para una niña de Inglaterra. No podía entenderlo. ¿Por qué aplauden a un hombre que ha asesinado a una mujer y que era un maltratador? Pero cuando me mudé a Estados Unidos comprendí lo que había sido el sistema judicial de los últimos cien años y todo cobró más sentido. El propio sistema judicial era y es corrupto e injusto. El caso giraba en torno a un policía que había colocado pruebas en el lugar de los hechos para incriminar a O. J. Quién sabe por qué, porque O. J. era culpable, por supuesto, no era necesario colocar pruebas. Pero él formaba parte de un sistema en el que se hacían esa clase de cosas. Un sistema en el que todos los miembros blancos del jurado siempre condenaban a los jóvenes negros. Toda esa historia estaba presente en ese juicio. Eso me interesaba, la idea de que una mentira tan flagrante pueda llegar a un tribunal corrupto y revelar su corrupción. Algo parecido ocurrió en el caso Tichborne. En Inglaterra, desde el siglo XVII, el sistema judicial castigaba especialmente a los pobres. Inglaterra tenía cárceles para deudores hasta finales del siglo XIX. Si no tenías ni un duro podías ir a la cárcel por eso. Te ahorcaban por robar comida. Te mandaban a Australia por infracciones muy leves. Y estas cosas no le pasaban a la gente de clase media, les pasaban a los pobres. Por eso creo que cuando aquel enorme y mendaz carnicero de clase obrera dijo "soy un Lord, denme mi dinero" tuvo mucha repercusión entre la clase trabajadora. Era como un movimiento de masas para obtener una compensación por todos los medios».
«Lo bueno de escribir novelas es que cada vez lo haces mejor, por lo menos en cuanto a la técnica. A los cuarenta llegas a un punto en el que sabes de lo que quieres escribir y puedes hacerlo. Creo que ese momento es muy breve porque al cabo de poco tiempo todavía podrás seguir escribiendo, pero ya no tendrás nada que decir».
Smith explica que el apoyo a Tichborne fue un claro ejemplo de populismo de izquierdas: «En la novela ni siquiera transmití la magnitud que tuvo, porque tenía otras cosas que hacer... Todo el país estuvo obsesionado y fue el origen de muchos movimientos políticos. En torno al caso Tichborne se crearon revistas, cinco periódicos, movimientos antivacunas, movimientos en defensa de los derechos de los trabajadores… Se convirtió en un símbolo de muchas otras cosas. Muy parecido al movimiento MAGA (Make America Great Again), en Estados Unidos, que abarca diferentes teorías conspirativas, algunas sobre el mundo laboral, otras sobre el género, otras sobre el dinero... Es muy amplio, y todo se articula en torno a un hombre [Donald Trump]. Esto era algo parecido, aunque de tendencia más bien de izquierdas. Este hombre inspiró muchos movimientos populistas, algunos nos resultarán muy familiares. Había una obsesión antivacunas. Muchos obreros ingleses creían que las vacunas eran parte de una conspiración para acabar con ellos, que los estaban esterilizando, que los aristócratas querían eliminar a los pobres… Cosas muy parecidas a las que se oyen hoy en día. Ese eco me parecía interesante».
Para acabar, a modo de postre, le pregunto en qué punto está ahora mismo su carrera y qué podemos esperar de ella a corto plazo. Responde entre risas, entre la evasión... y la victoria: «Lo bueno de escribir novelas es que cada vez lo haces mejor, por lo menos en cuanto a la técnica. A los cuarenta llegas a un punto en el que sabes de lo que quieres escribir y puedes hacerlo. Creo que ese momento es muy breve porque al cabo de poco tiempo todavía podrás seguir escribiendo, pero ya no tendrás nada que decir».
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