Abraham Verghese sobre la pizarra: el origen de un portento
En junio de 2023, Oprah Winfrey escogió la novela «El pacto del agua» para su celebérrimo Club de Lectura. Caer en esta gracia no es baladí: cada título elegido por la comunicadora más poderosa de los EE UU deviene éxito editorial. El autor de la obra, Abraham Verghese, no es ajeno a la gloria: su anterior novela, «Hijos del ancho mundo», alcanzó las primeras posiciones de las listas de libros más vendidos de 2010, lugar que ocupó durante meses. Sin embargo, la complicidad de Oprah, quien asegura que se trata de una de las tres mejores novelas que ha leído en toda su vida, catapulta hasta quién sabe dónde la historia de una saga familiar ambientada en la India del siglo XX. Aprovechando su publicación en español de la mano de Salamandra (como la anterior obra del autor), reproducimos un texto que el propio Verghese escribió para la página web de Oprah, un breve recorrido en primera persona por las ideas, los bocetos, los dibujos y los planos que terminaron dando forma a este monumental libro.
Por Abraham Verghese
Abraham Verghese (el segundo por la izquierda) durante su participación en el programa de Oprah Winfrey (en el centro), quien le dedicó uno de sus célebres clubes de lectura. Desde la izquierda: Nate Burleson, Abraham Verghese, Oprah Winfrey, Gayle King y Tony Dokoupil. Crédito: Getty Images.
Mi pizarra ocupa toda una pared del salón de mi casa. Ya sé que suena raro, pero el hecho es que me apropié del salón y lo convertí en mi área de trabajo cuando mi hijo menor y yo nos quedamos solos en la casa. Antes trabajaba en la planta baja, en un estudio que tiene dos de las cuatro paredes cubiertas de suelo a techo de estanterías llenas de libros. Era un lugar bastante acogedor, pero más bien pequeño, y no le daba mucho el sol hasta bien entrado el día. El salón, en cambio, es amplio y se llena de luz desde el amanecer. Además, nunca me han gustado los salones formales: los considero mausoleos para muebles caros en los que nadie se sienta; un desperdicio. Me he deshecho de los muebles que tenía y ha quedado mucho mejor.
Instalé la pizarra porque estaba decidido a planificar lo mejor que pudiera mi nueva novela, El pacto del agua. Antes de empezar a escribir ya tenía en mente ciertos detalles; los dos más importantes eran el lugar donde se desarrollaría la trama (Kerala), y que trataría de una familia ficticia afectada por un trastorno hereditario que predisponía a los varones a ahogarse (la familia Parambil). En Hijos del ancho mundo, mi novela anterior, había empezado con el lugar (Etiopía) y la imagen de una monja dando a luz a gemelos, además de la intuición de que la voz narrativa tendría un tono anticuado y teñido de nostalgia, pero aquel proceso me resultó poco eficaz: me daba la impresión de que iba descubriendo la novela sobre la marcha. Con El pacto del agua pretendía ser más eficiente.
Yo pienso visualmente, de modo que, una vez que coloqué la pizarra en su sitio, empecé a esbozar los personajes tal como los veía en mi mente. También delineé algunos acontecimientos clave, aunque mis dotes artísticas no bastaban para que mis dibujos reflejaran de inmediato lo que imaginaba. Por suerte, con el tiempo y gracias a los rotuladores borrables y a frecuentes repasos con un trapo, lo que aparecía en la pizarra terminó siendo una buena aproximación de las imágenes que tenía en la cabeza.
Una magistral saga familiar
2012: Pizarra versión uno
Esta primera hoja de ruta llevaba el título de La convención Maramon. Me aferré a ese título durante mucho tiempo hasta que me vi obligado a reconocer que era demasiado misterioso para el lector. Ni siquiera estaba claro cómo se pronunciaba el topónimo Maramon. «Pacto», en cambio, es una palabra mucho más expresiva y suena mejor. En esa pizarra, arriba a la izquierda, se veía a un personaje, «El boticario», y una escena de una mano cortada que no sobrevivieron a mis correcciones. Representaban muchas páginas y muchas semanas de trabajo, pero los eliminé en aras de la «profluencia», un término que el difunto John Gardner define en sus libros clásicos El arte de la ficción y Para ser novelista como «un fluir abundante o constante». Para mí, en realidad, representa esa cualidad magnética y atrapante que yo me esfuerzo por crear. Estoy dispuesto a sacrificar casi todo en mi texto para alcanzarla.
2014: Pizarra versión dos
El boticario había desaparecido, pero surgió la primera mención a la cirugía de la columna vertebral. Durante muchísimo tiempo, Mariamma iba a ser una cirujana de columna (para «enderezar a los torcidos»), lo que sería una línea fundamental que atravesaría todo el libro. El tema me interesa por el trabajo pionero de mi amigo el doctor Rick Hodes, quien llegó a Etiopía con una beca Fulbright hace varias décadas y jamás se marchó. A lo largo de los años, ha operado a cientos de niños con escoliosis grave, una cirugía muy difícil y peligrosa. Pero (¡ay!) después de mucho investigar eliminé este hilo narrativo, pese a que era un costoso desvío en términos de semanas perdidas y páginas que sólo vería yo. En la pizarra también había referencias a abortos y homicidios… más vías muertas (perdón por el juego de palabras). A la izquierda de la pizarra, en rojo, estaba la primera versión de la mujer de piedra de Elsie, que sí sobrevivió.
2015: «Spoilers» difuminados en la tercera versión de la pizarra
En la parte superior izquierda de la pizarra aparecía por fin el exuberante e imponente elefante Damo. Mi intención era, ya de buen principio, humanizarlo a través de su único ojo sano y sus significativas interacciones con los miembros de la familia. El personaje de una niña en la silla de ruedas daba testimonio de que todavía no había descartado la idea de la cirugía de columna vertebral. Otros dos hilos importantes del libro eran una mano cortada y reimplantada y la mordedura de una serpiente; para alivio de muchos lectores, me imagino, ambos elementos se esfumaron finalmente de la trama.
Una acuarela de 2015
Desde mi punto de vista, «investigar» para un libro es una buena excusa para no escribir y al mismo tiempo sentir que se está haciendo algo útil. En mi caso, garabatear (en la pizarra, en papel o con acuarelas) equivale a esa «investigación»: no sirve para poner palabras en la página, pero resulta relajante. Me justifico ante mí mismo pensando que mi inconsciente está generando ideas y estableciendo conexiones funcionales para el libro. Eso sí, mi talento artístico palidece en comparación con el de mi primo Thomas Varghese (en efecto, su apellido se escribe de manera diferente). Se lo pedí buscando que sus dibujos evocaran los rápidos bocetos de mi madre en el cuaderno donde le contaba su propia infancia a su nieta (mi sobina) Deia.
2015: Pizarra versión cuatro, con «spoilers» difuminados
Esa pizarra ya había evolucionado considerablemente. En el óvalo central estaba Mariamma tal como yo la veía, y abajo a la izquierda, más grande, estaba dibujado Philipose, quien terminó siendo un personaje importante. En el extremo izquierdo se veía a Elsie, así como el fatídico plavu que cambiaría la vida de todos ellos. La serpiente y la niña en la silla de ruedas seguían ahí: todavía no había abandonado esas tramas. Incluso había un edificio, arriba a la derecha, con el letrero HOSPITAL DE CIRUGÍA DE COLUMNA VERTEBRAL. Todos estos elementos se sacrificaron en el altar de la profluencia.
Una acuarela de 2017
La geografía es un personaje fundamental de esta novela, quizá de cualquier novela. En un momento dado, para visualizar Parambil, dibujé un plano detallado de la casa y su situación respecto de la iglesia, el arroyo, el río y la escuela de Philipose. Luego hice una versión simplificada de ese plano en acuarela simplemente para relajarme. He terminado regalando esa y otras acuarelas de ese tipo, pero antes les hice fotos.
Un retrato del autor con la pizarra en 2016
No tengo idea de quién hizo esa foto. Yo estoy dándole la espalda a mi escritorio (que no se alcanza a ver) bajo una ventana cuya luz ilumina el lado izquierdo de la pizarra. Hoy tengo la sensación de haber pasado toda una vida ante ese escritorio con la pizarra a mi lado. A veces, ésta permanecía sin cambios durante meses enteros porque la verdadera historia iba evolucionando en las páginas. Pese a mis buenas intenciones, no era tanto una hoja de ruta como un registro de mis desvíos o, si no, una puesta al día de lo que avanzaba en las páginas. Escribir es un oficio solitario y yo recibo pocas visitas, pero para los que vienen a mi casa por primera vez, la pizarra despierta más interés y curiosidad de los que realmente merece.
La mujer de piedra
Ojalá supiera cómo surgió la mujer de piedra. En Hijos del ancho mundo, tenía un papel fundamental una obra de Bernini: el Éxtasis de Santa Teresa, que yo sólo pude ver personalmente (se halla en la capilla Cornaro de la iglesia de Santa María de la Victoria, en Roma) hasta después de terminar el libro. No puedo reprocharles a los lectores que supongan que en El pacto del agua reutilicé conscientemente el recurso literario de la estatua. Lo cierto es que no me di cuenta hasta que conversé con Oprah en su pódcast. Apenas decidí que Elsie sería una artista supe que se dedicaría a la escultura y, cuando resultó que ese detalle sería importante y que seguiría siéndolo a lo largo de toda la historia, hice un modelo de arcilla con mis propias manos. Aún está sobre mi escritorio.
Crédito del texto: Copyright © 2023 by Abraham Verghese. All rights reserved. Originally published by Oprah Daily (www.oprahdaily.com). Reprinted by arrangement with Penguin Random House Grupo Editorial SAU.
Crédito de las imágenes: Whiteboard images Copyright © 2023 by Abraham Verghese. All Rights Reserved.