Anatomía de un Premio Alfaguara
«Sergio del Molino es Premio Alfaguara de novela 2024 con un libro que llevará por título "Los alemanes"». Cuando Sergio Ramírez pronunció estas palabras el 25 de enero de 2024, una energía recorrió de suelo a techo la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid. No en vano, durante las dos horas previas al anuncio una única pregunta se colaba en todas las conversaciones: ¿Quién ganará este año? En las líneas que aquí siguen, narramos en primera persona cómo se vive desde dentro el antes y el durante del premio más prestigioso de la literatura en español. Desde la sala vacía que espera a sus primeros invitados hasta la rueda de prensa global, recorremos las bambalinas del lugar donde las grandes historias florecen.

Desde la izquierda: Manuel Vilas, Rosa Montero, Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara; Juan José Millás y Sergio del Molino, Premio Alfaguara de novela 2024. Crédito: Jeosm.
Círculo de Bellas Artes de Madrid. Entramos por el número 2 de la calle del Marqués de Casa Riera, no por el 42 de la calle de Alcalá. En el acceso nos informan de que tenemos tomar el ascensor hasta la cuarta planta. En el vestíbulo, famoso por su fuentecilla (que ahora está oculta por un panel de madera grabada con el nombre de varios escritores), hay un letrero enorme -a modo de fotocol- en el que se lee lo siguiente: XXVII Premio Alfaguara de novela. Quedan 20 minutos para que empiecen a entrar los invitados (los más puntuales, los que llegarán a las 13:30 horas), pero no importa: llegar pronto te permite tomar aire y posición antes de que se forme el barullo. Como un vigía, te dispones y miras hacia la entrada para fijarte en quién viene y con quién viene. Tiene un punto indiscreto, de cuché, pero qué más da. Ahí está el primero, un escritor cuya última novela has leído con avidez. Piensas en decírselo -a modo de arrebato entusiasta-, pero alguien de la organización le saluda primero. Se conocen, se ríen y se quedan hablando. Desisto, y mejor así: seguramente agradezcan el halago, pero quizá no sea el momento. Tal vez en la Feria del Libro de Madrid, cuando esté firmando.
Van llegando más escritores y escritoras a medida que avanza el reloj y arranca el cóctel. Juan Cruz y Lara Moreno y Sabina Urraca y Manu Guedán y Luisa Castro y Susana Martín Gijón y Karina Sainz Borgo y Manuel Vilas y Aroa Moreno Durán y Daniel Gascón y más y más y más. También llegan periodistas, editores, agentes literarios, libreros y personalidades públicas. El ambiente tiene un punto sofisticado, pero esta gala de premios (de Premio, en singular y con la pe en mayúscula) no resulta impostada ni frívola. Es glamorosa, sí; pero es más que eso, mucho más que eso: el anfitrión que nos ha citado este jueves 25 de enero de 2024 responde al nombre de Alfaguara, hogar editorial de algunos de los nombres más relevantes de la literatura contemporánea de hoy y de ayer. Hablamos de Julio Cortázar y de Javier Marías, de Juan José Millás y de Marguerite Yourcenar. Hablamos también de Arturo Pérez-Reverte (que acaba de llegar al evento) y de Günter Grass y de Rosa Montero (que también está por aquí y forma parte del jurado) y de Mario Vargas Llosa y de tantos otros y de tantas otras.
Una historia sobre la familia, la traición y la culpa
Es curioso estar en un lugar así, un pilar de la España intelectual desde hace ya más de un siglo, en un momento como este, cuando un sello de indiscutible referencia celebra su 60 cumpleaños y la vigesimoséptima edición de su prestigioso Premio de novela, un reconocimiento que ha catapultado a firmas como Pilar Quintana (en 2021), Ray Loriga (en 2017), Eduardo Sacheri (en 2016), Elena Poniatowska (en 2001) o Manuel Vicent (en 1999). Tiene un punto mágico, de irrealidad, de saberse en un espacio donde la alta literatura fluye en las conversaciones, en los corrillos, en las pausas para ir al baño, en la cola para dejar el abrigo. Tiene un punto de epifanía: algo flota en el aire, una palabra o una idea, que quizá devenga en la próxima gran novela en español. Quizá un chascarrillo dé pie a ese primer gran párrafo al que le sigue otro gran párrafo; y detrás de ellos vendrá un capítulo y otro y diez más. Y, al final de todo ese camino, un proceso de edición, de comunicación, de colocación en librerías. De poner en las manos de los lectores, que serán los que dictarán sentencia: «Guau, ¡qué librazo!».
Por vanidoso que pueda sonar, es electrizante pensar que este evento en este lugar es la semilla de algo maravilloso que aún no existe. Porque la literatura se escribe cada día, amigos. Y bajo el techo del Círculo de Bellas Artes de Madrid se respira pura literatura.

Desde la izquierda: Juan Cruz, director de Alfaguara de 1992 a 1998; Ana Merino y José María Merino (abajo); María Fasce, directora literaria de Alfaguara; Karina Sainz Borgo; Alba Muñoz y Sabina Urraca y Ray Loriga. Crédito: Jeosm.
Nos avisan de que tenemos que pasar al salón principal, la Sala de Columnas, que en su día fue un espacio de juegos y hoy alberga exposiciones, pequeños montajes teatrales y eventos como este. Las responsables de la organización nos ayudan a situar nuestras mesas. En este momento hay cientos de personas, unas 250. En cada rincón hay celebridades, personajes públicos y escritores superventas: Elísabet Benavent, Ildefonso Falcones, Lucía Chacón, Reyes Monforte, Ray Loriga, Antonio Orejudo, Pablo Rivero, Rayden, Edu Galán, Inocencio Arias (con una inconfundible pajarita, claro), el director de cine Manuel Gutiérrez Aragón, Jazón Beirak, diputada de la Asamblea de Madrid; Manuel Vicent, María José Gálvez, directora general del Libro y el Fomento de la Lectura del Ministerio de Cultura y Deporte, Miguel Gane, Silvia Nanclares, Anna María Rodríguez Arias, directora de Casa de América; Daniel Gascón, Eva Orúe, directora de la Feria del Libro de Madrid... Entre ellos se mueven las personas que trabajan en el sello, que tienen que viajar a dos velocidades: por un lado, han de ejercer como relaciones públicas con sus autores y autoras; por otro, deben seguir pendientes de que todo fluya como tiene que fluir. Hay un tipo en una esquina -alto, con pelo rizado y gafas- que no levanta la cabeza de su teléfono. Es el encargado de las redes de la editorial, así que tiene que alimentar constantemente los perfiles sociales (sin cometer erratas, claro) para narrar minuto a minuto lo que está sucediendo (me fijo en él durante la comida y veo en que apenas prueba bocado).
Sube entonces al estrado Valerio Rocco Lozano, director del Círculo de Bellas Artes. Nos da la bienvenida y agradece poder acoger en su casa un acto de entrega tan insigne. Después, los camareros comienzan a danzar entre las mesas y los invitados comemos. Los platos (alcachofa y merluza), muy sabrosos; el postre, (helado de piña, piña natural y frutos rojos), delicioso. Entre bocado y trago, una pregunta recorre todas las conversaciones: ¿Quién se lo llevará este año? En ese momento, la respuesta la conocen muy pocas personas, que se han enterado apenas unas horas antes. Lo saben casi en exclusiva los miembros del jurado (a saber: Sergio Ramírez, ganador en 1998 con Margarita, está linda la mar y presidente del jurado en 2008; Juan José Millás, presidente del jurado en 2019; Rosa Montero, presidenta del jurado en 2012; Manuel Rivas, presidente del jurado en 2013; Laura Restrepo, ganadora en 2004 con Delirio y presidenta del jurado en 2014; y Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara, quien tuvo voz pero no voto en el proceso de lectura y selección); al margen de ellos, muy pocas personas más conocen a estas alturas quién firma el manuscrito (de los 800 que se han enviado este año) que se llevará el Premio, un reconocimiento dotado con 175.000 dólares (unos 160.000 euros), una escultura de Martín Chirino y la publicación simultánea en todo el territorio de habla hispana. Quienes saben el secreto (el jurado y esas contadísimas voces autorizadas del sello), guardan silencio: el mutis es total.
Tras el café, suben al estrado Pepa Fernández, periodista de RNE y maestra de ceremonias; Nuria Cabutí, CEO de Penguin Random House Grupo Editorial; Marta Rivera de la Cruz, consejera de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid; Jordi Martí Grau, Secretario de Estado de Cultura; y Francina Armengol, presidenta del Congreso de los Diputados. Ofrecen sus parlamentos y ceden la tribuna al jurado. Y llega el momento. Sí, eso es: EL MOMENTO. Es Sergio Ramírez quien se encarga de anunciar el nombre del ganador o de la ganadora de esta vigesimoséptima edición del Premio Alfaguara de novela. Se acerca al micrófono a la boca. Abre el sobre. Y lee despacio y con voz clara: «El escritor español Sergio del Molino ha sido galardonado con el Premio Alfaguara de novela 2024 por la obra Los alemanes, presentada con el título El espíritu de la escalera y bajo el seudónimo de Patricia Bieger. El jurado ha declarado ganadora la novela por unanimidad».
Como cabe esperar, se oyen vítores y aplausos. Las otras personas de la mesa en la que está quien esto firma, periodistas de radio y televisión, teclean en sus móviles a toda prisa. Las de la mesa de al lado, también periodistas, pero de agencias y diarios, sacan sus portátiles para mandar su pieza en primer lugar. ¡Sergio del Molino, Premio Alfaguara de novela 2024! Aparecen las primeras notas en los digitales y en los perfiles en redes de los medios. A esta primera información le tendrá que seguir otra en la que amplíen datos sobre el texto ganador, Los alemanes, que -según revelan en ese preciso momento- narra uno de los episodios más vergonzosos y menos divulgados de la historia de España: cómo los nazis refugiados aquí en un retiro dorado activaron el neonazismo en Alemania.

Desde la izquierda: Pablo Rivero (arriba), Rayden, Marta Fernández, Lara Moreno y Aroa Moreno Durán, Susana Martín Gijón, Santiago Roncagliolo y Edu Galán y Ana Jarén y María Hesse. Crédito: Jeosm.
Por suerte para la prensa -y para todos los demás-, Sergio del Molino está en el salón. Es una bonita coincidencia, pero no sorprende: firma de prestigio incontestable, autor de ensayos y novelas de referencia sobre esta España nuestra y no tan nuestra y columnista de El País, la presencia de Sergio como invitado en actos culturales de envergadura -como lo es este que nos atañe- es habitual. Anuncian que está en la sala y le animan a subir a la tarima. Se sienta con los miembros del jurado y departen durante unos minutos sobre la trama de un manuscrito que ahora cobrará vida como libro y que estará en las estanterías de toda la comunidad hispanohablante a partir del 21 de marzo: Los alemanes, cuenta Sergio, nos sitúa en 1916, en plena Primera Guerra Mundial, cuando llegan a Cádiz dos barcos con más de seiscientos alemanes provenientes de Camerún. Se han entregado en la frontera guineana a las autoridades coloniales por ser España país neutral. Se instalarán, entre otros sitios, en Zaragoza y formarán allí una pequeña comunidad que ya no volverá a Alemania. Entre ellos estaba el bisabuelo de Eva y Fede, quienes, casi un siglo después, se encuentran en el cementerio alemán de Zaragoza en el entierro de Gabi, su hermano mayor. Junto con su padre, son los últimos supervivientes de los Schuster, una familia que llegó a formar un importante negocio de alimentación. Pero en los tiempos que corren el pasado siempre puede regresar para levantar ampollas.
Al acabar, las responsables de comunicación de Alfaguara citan a los periodistas en la quinta planta. Allí, en la sala Ramón Gómez de la Serna, tiene lugar la comparecencia en la que se anuncia al mundo lo que nos acaban de contar en el piso de abajo. Pilar Reyes informa de que Sergio del Molino es Premio Alfaguara de novela 2024 con un libro que llevará por título Los alemanes. Y cede la palabra al autor, quien contesta a las preguntas que le van lanzando. El tipo de las redes -aquel alto, con pelo rizado y gafas- y su compañera no descansan ni cuando el secreto ya ha sido descubierto. Tic, tic, tic, tic. Hay mucha story por compartir y mucho hilo por desarrollar. Otros les van a la zaga: en un pequeño estudio de televisión (preparado para la ocasión), dos personas se afanan en que la conexión por videoconferencia con los medios de Latinoamérica sea fluida y estable. Y lo consiguen: la cobertura es un éxito.
Abajo, en el espacio donde hace apenas tres horas empezaban a llegar esos novelistas a quienes no convenía importunar, comienza la fiesta. Decenas de escritores y escritoras, amigos y amigas, periodistas y editores, agentes literarios y libreros hablan, bailan, beben y ríen. Un fotógrafo toma cientos de Polaroid (algunas de ellas ilustran estas líneas). Suena la música, que se funde con el ruido de las conversaciones. Hay un runrún constante. Y uno piensa que, tal vez y por qué no, entre todos esos chascarrillos pueda pronunciarse una frase que encienda una bombilla. Que esa idea dé pie a un primer párrafo (hay quien escribe novelas gloriosas a partir de un primer párrafo). Y que a ese párrafo le siga otro y otro y otros diez más. Y de ahí al primer capítulo de un manuscrito que -oh, sí, soñemos- puede convertirse en el próximo Premio Alfaguara. La literatura brota en momentos como este. Dejemos que florezca.
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