El Boom antes del gran «boom»
El libro «Las cartas del Boom» (Alfaguara, 2023) reúne la correspondencia entre Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, los cuatro principales novelistas de uno de los más grandes fenómenos literarios del siglo XX. Sobran los motivos para afirmar algo así: de los cuatro, dos obtuvieron el Nobel (García Márquez y Vargas Llosa) y los otros dos lo merecieron (a nadie hubiera sorprendido que lo obtuvieran). Durante años dialogaron a través de las misivas que se enviaban entre ellos, textos en los que reflexionaban sobre novelas, historia latinoamericana, sus propias vidas y la dinámica de sus ideas dentro de ese contexto creativo que alcanzó su cima en 1967 con el éxito apabullante de «Cien años de soledad». Las cinco cartas que siguen bajo estas líneas fueron escritas y enviadas cuando este prodigio estaba terminando de cobrar forma: en ellas ya se aprecia inequívocamente que algo sin precedentes estaba a punto de suceder. A través de estas conversaciones privadas podemos darle hoy un nuevo significado tanto a la propia obra de estos autores imprescindibles como al momento político, social y cultural en el que se dieron, un periodo que cambió el rumbo tanto de América Latina como del mundo.
Por VV. AA.
Crédito: Getty Images / LENGUA
De Carlos Fuentes a Mario Vargas Llosa / México, 29 de febrero de 1964
Querido Mario:
Acabo de terminar La ciudad y los perros, y me cuesta trabajo escribirte y saber por dónde empezar. Siento envidia, de la buena, ante una obra maestra que, de un golpe, lleva la novela latinoamericana a un nuevo nivel, y resuelve más de un problema tradicional de nuestra narrativa. Hablaba con Cohen en Londres y coincidíamos en que el futuro de la novela está en América Latina, donde todo está por decirse, por nombrarse, y donde, por fortuna, la literatura surge de una necesidad y no de un arreglo comercial o de una imposición política, como tan a menudo sucede en otras partes. Ahora, al leer una detrás de la otra El siglo de las luces, Rayuela, El coronel no tiene quien le escriba y La ciudad y los perros, me siento confirmado en este optimismo: creo que no hubo el año pasado otra comunidad cultural que produjera cuatro novelas de ese rango. (ver notas a pie de cada carta: 1) El penoso ascenso narrativo a través de las novelas impersonales o documentales, de la selva y el río, la revolución y la moraleja ilustrada nos permitió llegar a un Carpentier, que convierte esa materia documental en mito, y a través del mito lo americano es lo universal. Pero la plena personalización de la novela latinoamericana (en un doble sentido: personajes vivos vistos desde el punto de vista personal de un escritor) solo se alcanza, creo, en La ciudad y los perros. ¿Para qué te voy a decir todo lo que me ha impresionado en tu maravillosa obra? El misterio auténtico, secreto, de la obra; la increíble encarnación de todos los problemas planteados en la actualidad de los personajes, de manera que el relieve moral de la obra corre paralelo a y es inseparable de la trama novelesca: has matado, para siempre, la terrible disposición nuestra a la acotación, la moraleja, el sermón: no hay nada en tu obra que no se desprenda tácitamente de la propia acción, y lo que se desprende ¡es tanto!
Primera persona del plural
¿Qué no podría encontrarse en la tragedia que personifican Alberto y el Jaguar, Teresa y el Boa, el flaco Higueras y Gamboa?: la primera gran creación literaria de una ciudad, Lima, y sus gentes; la mejor novela latinoamericana sobre la adolescencia, pero también una gran novela universal sobre el mito doloroso de la promesa, la juventud, la edad de oro mentirosa y espléndida en la que tantas cosas son anuncio nunca cumplido, plenitud de actos que la convivencia no admite después, pesadilla que por milagro se sobrevive: la adolescencia que no se puede conservar, la madurez que no vale la pena conservar: ese contraste soberbio que ofrece Gamboa; la pulverización de los resortes internos de todas nuestras castas militares, sí, pero la revelación de todos los hilos de los códigos de autoridad que el hombre ha creado para enmascarar su vida, para no ser; las edades de la imaginación, la re-invención de la realidad en los sueños y los actos de tus seres... Son tantas cosas. Y dije: tragedia. Lo he sospechado, he encontrado el otro polo, la novela cómica, en la espléndida Rayuela de Julio. Ahora tú demuestras algo que yo intuía solo en teoría: se puede rescatar el tema trágico en nuestro tiempo. Algunos críticos, como Steiner, piensan que la línea del pensamiento judaico-progresivo, de Jehová a Freud pasando por Marx, ha secado la fuente de la tragedia en aras de las necesidades de la justicia (2). El encuentro con el destino, en Tebas o en Gaza, ciega y destruye. El encuentro con la injusticia, en Jerusalén o Petrogrado, exige la compensación. Nuestro destino ha dejado de fluir en la vida para petrificarse en la historia. Pero precisamente el fracaso de las ideologías, las contradicciones de la praxis, la paradoja toda que niega la tragedia y sale a combatir la injusticia y a implantar la razón, para amanecer con las manos teñidas de injusticia en nombre de la justicia y los ojos cegados, otra vez, por la locura invocada en nombre de la razón, ¿no nos conduce de nuevo, fatalmente, a una visión trágica del hombre y de la historia? ¿Y no es esta visión trágica la única capaz de abrazar la realidad, sí, de la vida externa, política, económica, histórica, junto con la realidad, también, que el dualismo degenerado, materialismo vs. idealismo, ha querido negar en detrimento de la verdadera dialéctica: la realidad de las preguntas metafísicas? Rayuela en el extremo de la gran novela cómica, en la línea de Pantagruel y Ulises, y La ciudad y los perros en el extremo de la gran novela trágica rompen esa supuesta imposibilidad y sus productos (las novelas de costumbres, de edificación, de discusión civilizada o de denuncia plana), y vuelven a abrir la gran avenida de la creación. Lo extraordinario es que tu libro y el de Julio no solo significan una superación definitiva en América Latina, sino en el mundo. Y no puedo olvidar —perdona la confusión de estas líneas— otro hecho magnífico de La ciudad y los perros: esa asimilación perfecta de la renovación técnica a la materia novelada, esa ausencia de forma gratuita, de experimentación consumida en sí misma (y hay mucho de autocrítica en esto). Por todo ello, querido Mario, gracias.
Hablé de tu libro durante media hora en un programa de TV, y se agotó en el curso de una semana.
Ya hice que el Fondo enviara a Castellet y Barral los ejemplares de Artemio Cruz.
¿No vienes a México con el General? (3) Cuando quieran tú y Julia, en mi nueva guarida, que parece ideada por un Heathcliff-Drácula, tienen un apartamiento esperándolos. So don't hesitate.
¿Cómo va la nueva obra? ¡Qué paquetazo tienes encima!
¿Cuándo es la discusión de Salzburgo?
Te abraza con enorme admiración tu amigo,
Carlos Fuentes
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Notas:
1) El coronel no tiene quien le escriba, de GGM, había sido publicada en septiembre de 1963 por Era, en México, pero antes había aparecido, con escasa difusión, en el número 19 de la revista Mito (Bogotá, mayo-junio de 1958) y con Aguirre Editor (Medellín, 1961). La traducción francesa (París, Julliard) apareció en 1963. En esa traducción leyó Mario Vargas Llosa por primera vez a Gabriel García Márquez.
2) George Steiner, The Death of Tragedy (Nueva York, Knopf, 1961).
3) Hubo la posibilidad —no concretada— de que Mario Vargas Llosa viajara a México a cubrir la visita del general De Gaulle del 16 al 19 de marzo.
Carlos Fuentes en una foto de 1973. Crédito: Getty Images.
De Mario Vargas Llosa a Carlos Fuentes (es respuesta a la carta anterior) / París, 17 de agosto de 1964
Querido Carlos:
Estoy muy conmovido con tu conferencia y no sé cómo agradecerte todas esas consideraciones tan generosas que haces sobre mi novela. Te confieso que me ha abrumado que hablaras de ella al mismo tiempo que de Rayuela y El siglo de las luces. Julio Cortázar decía hace unos días con razón que entre los «vivos» había que mencionar a Carlos Fuentes y que este olvido era lo único que reprochaba a tu brillante ensayo. Desde luego que comparto todas tus afirmaciones radicales sobre el fraude o el fracaso de la vieja narrativa latinoamericana. Qué exacto es eso de que a nuestras novelas tradicionales las devoró la selva, la sierra, la montaña, y que en ninguna de ellas aparece el hombre ambiguo, es decir el hombre real. Me imagino que tu conferencia ha desencadenado una tormenta y que muchos reclamarán tu cabeza a voz en cuello.
Ya habrás visto en la prensa cómo fue lo de Salzburgo. La muerte de Artemio Cruz, Rayuela y El siglo de las luces fueron los candidatos de lengua española, pero Carpentier quedó eliminado durante los debates debido a «vicio de forma» (ya había sido presentado dos veces seguidas). Los italianos lanzaron un ataque injustificado que restó posibilidades a Cortázar, a quien, por desgracia, apenas si conocían las otras delegaciones. Tú, en cambio, tuviste mejor suerte. Yo presenté tu libro y después hablaron de él varios jurados. El danés Uffe Harder conoce admirablemente tu obra y su intervención fue excelente. También (tal vez la mejor) la de Dick Seaver, de Grove Press. Fuiste el único candidato de lengua española que llegó a la votación final, con dos votos, el de nosotros y el de la delegación norteamericana (4).
Me entusiasma que a Buñuel le haya gustado La ciudad, pues soy un viejo y casi fanático admirador suyo. Los derechos cinematográficos de la novela los tiene Seix Barral. Pero claro que sería difícil llevarla al cine, la censura es cavernaria en todas partes. La traducción inglesa debe aparecer a fin de año (a propósito, tal vez conozcas al traductor, que vive en México: Lysander Kemp).
Estuve en «Lima la horrible» solo diez días, pues el viaje a la selva que debía durar una semana duró tres debido al mal tiempo. En el Perú todo anda mal, Lima ha sido invadida por indios sin trabajo, los mendigos atestan las calles. Todo está corrompido: la política, la gente, el aire. La solución, chez nous, pasa por el apocalipsis. Hoy apareció una noticia en Le Monde. Para combatir la delincuencia, el gobierno peruano ha apresado 1.600 prostitutas y homosexuales (la mayoría menores de edad) y los ha enviado al Sepa, una cárcel dantesca situada en medio de la selva. El Perú es el horror, un día va a llover fuego, pero de la tierra al cielo.
Un gran abrazo para los dos, Carlos,
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4) Obtuvo el premio, como ya se dijo, Les Fruits d'Or, de Nathalie Sarraute.
Mario Vargas Llosa circa 1975. Crédito: Getty Images.
De Gabriel García Márquez a Mario Vargas Llosa / México, 20 de marzo de 1967
Mi querido Mario:
No sé en virtud de qué extraviada asociación de ideas se me ha ocurrido escribirte a ti después de recibir una carta de José Miguel Oviedo. Debe ser porque este me cuenta que te vio en Londres, y hablándome un poco de tu vida hace una referencia incidental a Alvarito, a sus llantos exigentes y a tus desvelos maternales, y todo esto ha conmovido profundamente a mi mujer, que es una egipcia de lágrima fácil.
En las semanas anteriores se insistió en que vendrías a un congreso medio fantasma que se está celebrando aquí. Ha sido algo bastante accidentado. Oportunamente, yo declaré en los periódicos que no asistiría «porque en mi opinión la situación de los escritores no se resuelve con congresos sino con un fusil en la sierra». A última hora, Fernández Retamar trató de hacerme asistir con la ilusión de que pudiéramos formar mayoría, pero era una ilusión vana: es un venerable congreso de fósiles reaccionarios, cuyo objetivo —no sé si por inspiración de su ancianidad o por influencia de la CIA— es crear la Asociación Latinoamericana de Escritores, una entidad con pretensiones estratosféricas destinada a garantizar la apolitización de la literatura continental. El gran negocio para ellos, por supuesto, en países donde los escritores de izquierda son los más y los mejores. Algunos amigos —Ángel Rama, Mario Benedetti, Salvador Garmendia y muy pocos más— cayeron por falta de información. Los cubanos vinieron, supongo, por no lastimar las relaciones diplomáticas con México. Las noticias hasta hoy son que aquello se ha vuelto una pelea de perros, de la cual, por fortuna, no ha de salir nada.
No faltará ocasión de vernos por esos mundos. Mis proyectos se van definiendo con gran rapidez. La primera semana de julio meteremos nuestras cosas de aquí en una bodega, iremos a Buenos Aires —donde soy jurado del concurso de Primera Plana— y al regreso me detendré unos días en Colombia, desde donde daré un salto a Caracas, en agosto, si te dan el Premio Rómulo Gallegos. En septiembre volaremos a Barcelona —¡con dos hijos!—, donde pienso escribir un año gracias al dinero que en estos meses he logrado sacarles a los trabajos forzados. De allí, escaparse de vez en cuando a París o a Londres no será nada difícil. Aparte de que procuraremos tener un cuarto donde encerrar a Alvarito con mis don Rodrigo y don Gonzalo, por si a ustedes se les ocurre aparecer por allá. La definición por Barcelona no se debe, como todo el mundo lo cree, a que allí será más fácil sacarle el dinero a Carmen Balcells, sino porque parece ser la última ciudad de Europa donde mi mujer podrá tener una Bonifacia —que es el nombre que ella les da a todas las criadas desde que leyó La casa verde. Ahora comprenderás mejor por qué se conmovió tanto cuando supo que ustedes tienen que cargar solos con la cruz de un hijo en Londres.
Espero que un año me alcance para sacar adelante el disparate del dictador. Creo que será mi novela más difícil. No sé si te dije que es el largo monólogo de un dictador de 120 años, sordo y completamente gagá, que trata de justificarse ante el consejo revolucionario que lo ha derrocado y que ha de fusilarlo al amanecer. El problema es que este hombre debe hacer una recapitulación de sus 80 años en el poder, y hacerla en un tono decididamente lírico. Quiero ver hasta dónde es posible convertir en un relato poético la infinita crueldad, la arbitrariedad delirante y la tremenda soledad de este ejemplar bárbaro de la mitología latinoamericana.
Acabo de corregir las pruebas de imprenta de Cien años de soledad. Ya no me sabe a nada, así que en vez de cambiarlo todo, como era mi deseo en las noches de insomnio, decidí dejarlo todo como estaba. Lo único que modifiqué por completo fue la situación y el ambiente de un burdel de Macondo, que según mis recuerdos era una casa de madera en medio de un arenal, y que a última hora resultó ser sospechosamente parecido a cierto burdel de Piura (5). Creo que el libro sale en mayo, y Paco Porrúa me ha prometido que tu ejemplar caliente irá volando a Londres.
La coincidencia del burdel me ha inspirado una idea que tarde o temprano tendremos que llevar a cabo tú y yo: tenemos que escribir la historia de la guerra entre Colombia y el Perú. En la escuela nos enseñaron a romper filas con un grito: «¡Viva Colombia, abajo el Perú!». La mayoría de las tropas colombianas que mandaron a la frontera se perdieron en la selva. Los ejércitos enemigos no se encontraron nunca. Unos refugiados alemanes de la Primera Guerra Mundial, que fundaron Avianca, se pusieron al servicio del gobierno y se fueron a la guerra con sus aviones de papel de aluminio. Uno de ellos cayó en plena selva y las tambochas le comieron las piernas: yo lo conocí más tarde, llevando sus condecoraciones en silla de ruedas. Los aviadores alemanes al servicio de Colombia bombardearon con cocos una procesión de Corpus Christi en una aldea fronteriza del Perú. Un militar colombiano cayó herido en una escaramuza, y aquello fue como una lotería para el gobierno: llevaron al herido por todo el país, como una prueba de la crueldad de Sánchez Cerro, y tanto lo llevaron y lo trajeron que al pobre hombre, herido en un tobillo, se le gangrenó la pierna y murió. Tengo dos mil anécdotas como estas. Si tú investigas la historia del lado del Perú y yo la investigo del lado de Colombia, te aseguro que escribimos el libro más delirante, increíble y aparatoso que se pueda concebir (6).
Me dice Roger Klein que se quiere llevar nuestros libros para Coward-McCann. Le dije a Carmen Balcells que por mí no había inconveniente, y ella me comunica ahora que el asunto se decidirá en Londres por estos días. A ver qué pasa. Éditions du Seuil parece que tomaron Cien años de soledad. Esto me hace pensar que a lo mejor las cosas cambian, después de veinte años de estar escribiendo para los amigos.
Amaru me ha parecido una buena revista, pero no me sorprendería que ya estuviera agonizando por falta de colaboración para el segundo número. No hay mucha gente para sostener una empresa como esta. Su principal defecto —y no me he atrevido a señalárselo a Westphalen— es que no se le ve claramente su ideología, y no solo la política sino tampoco la estética. En cambio, contra la vanidad de la Atenas Sudamericana, he tenido la sorpresa de encontrar una serie de notas estupendamente escritas por peruanos: Oviedo, Loayza, Cisneros, Pacheco, Oquendo (7). Creo que difícilmente se encuentra en un solo país de América Latina un equipo más lúcido y maestro de su prosa, y es de esa gente de quien depende el porvenir de la revista. Al fin y al cabo son ellos quienes están al pie del cañón.
Paco Porrúa me habló de la carta que le escribiste a Klein sobre Cien años (8). Estas cosas me conmueven, en un mundo donde la gente del mismo oficio anda tirándose zancadillas.
Un gran abrazo, y la solidaridad de mi mujer para la tuya,
Gabriel
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5) Humorada referida al burdel-zoológico de Cien años de soledad, sin parecido con el burdel de La casa verde. Sin embargo, Gabriel García Márquez insistiría en establecer una relación entre ambas novelas meses después, en su diálogo público con Mario Vargas Llosa en Lima: «Estoy absolutamente convencido de que la monja que lleva al último Aureliano en una canastilla es la madre Patrocinio de La casa verde».
6) Aunque a Mario Vargas Llosa la idea le resultó atractiva, el libro que imaginó Gabriel García Márquez nunca se escribió.
7) «Atenas Sudamericana» es un conocido sobrenombre de Bogotá. Los autores peruanos referidos son José Miguel Oviedo, Luis Loayza y Abelardo Oquendo, ya mencionados; Antonio Cisneros, poeta y amigo de Mario Vargas Llosa; y Luis Santiago Pacheco, sociólogo.
8) El 14 de diciembre de 1966 Porrúa le había escrito a Mario Vargas Llosa: «Harper recibirá en estos días una copia mecanografiada de Cien años de soledad. Hoy mismo le escribo a Roger Klein recomendándole que no deje escapar esta obra de inventiva descomunal [...] Estoy tratando ahora de que Gabriel tenga tiempo para escribir. Los libros posibles se le aparecen en sueños y rumores. Pienso que si tú le mandas también unas líneas a Klein esto podría ayudar —más que mi carta— a que Gabriel consiga un buen anticipo».
Gabriel García Márquez en la Piazza del Pópolo, en Roma, en septiembre de 1969. Crédito: Getty Images.
De Carlos Fuentes a Julio Cortázar / Venecia, 26 de mayo de 1967
Muy querido Julio:
Te escribo de acuerdo con Mario Vargas. Hace poco, en París, Mario y yo hablamos con entusiasmo del Patriotic Gore de Edmund Wilson y pensamos que nuestros países se prestaban enormemente a una visión de ese tipo. Elaborando la idea, hemos pensado en un volumen colectivo que, con el título de «Los Benefactores», «Los Padres de las Patrias» o alguno similar, reuniese la crónica negra de nuestros inverosímiles patriarcas: como dice Mario, una especie de «vidas paralelas» grotescas. La idea es que Mario haga un Sánchez Cerro o un Benavides, yo un Santa Anna, Alejo un tirano del Caribe, Edwards (que ya está de acuerdo) un Balmaceda, Roa Bastos un Francia o un López, García Márquez un Juan Vicente Gómez... y tú: Rosas, Perón, Evita, material platense no falta. Por supuesto, no se trata de escribir ensayo o historia, sino de trasponer cada asunto literariamente, hacer obra de creación: el personaje en cuestión puede, incluso, ser solo un estímulo, una presencia en bambalinas, etc. Yo creo que la historia solo se hace verdaderamente histórica cuando es literatura, y este proyecto nos ofrece, imaginativamente, la posibilidad de cancelar, recordándolos, a los monstruos de nuestra teratología hispanoamericana. Y, como dice Mario en su última carta, «este trabajo de equipo sería una bofetada formidable a todos los pequeños maquiavelos sudamericanos que andan empeñados en dividirnos y enemistarnos» (9).
Dame tu opinión en cuanto puedas. Sobra decir que tu presencia en el proyecto sería capital, desde todos los puntos de vista: el literario, el amistoso, el político. Hay que discutir muchos detalles y poner en pie una operación editorial que le asegure al libro el éxito latinoamericano e internacional que sin duda tendrá. (Hablé con Alfredo Guevara en París de este asunto y se fue de espaldas; Cuba haría una edición particular de gran tiraje).
Trabajo estupendamente en este lugar de encuentro, como decía el viejo Goethe, de las tierras del alba y las tierras del crepúsculo. Rita llegó de México, la niña va a una escuela junto a la Chiesa dei Frari, y en las sombrías estancias de mi palazzo escucho las pisadas de Henry James, Thomas Mann y el barón Corvo (10).
¿Viste la estupenda comparación que hace Octavio de los lenguajes de Lezama, del tuyo y del mío? (11)
Todo mi cariño a Aurora y para ti, peligroso ideólogo, la vieja admiración y firme amistad de
Carlos
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9) La carta aludida no se conserva en el archivo de Carlos Fuentes en Princeton.
10) Cecilia Fuentes Macedo, hija de Carlos Fuentes y Rita Macedo, había nacido en 1962. Su padre le dedicaría La nueva novela hispanoamericana y otros libros.
11) «El vértigo que nos producen las construcciones del gran poeta cubano [Lezama] es el de la fijeza: su mundo verbal es el de la estalactita; en cambio, la realidad de Fuentes está en movimiento y es un continuo estallido [...] Por su cosmopolitismo, Fuentes podría parecerse a Cortázar, el más lúcido y radical, valga la contradicción, de nuestros desarraigados: inclusive cuando escribe en argentino porteño, la ironía conserva la distancia entre el escritor y el habla». Octavio Paz, «La máscara y la transparencia: Carlos Fuentes», en La Cultura en México, suplemento de Siempre!, México, n.º 726, 24 de mayo de 1967; incluido en Corriente alterna (México, Siglo XXI, 1967).
Julio Cortázar en París en mayo de 1973. Crédito: Getty Images.
De Julio Cortázar a Carlos Fuentes (es respuesta a la carta anterior) / Saignon, 2 de junio de 1967
Mi querido Carlos:
La idea es excelente, no tanto porque nos reúna en un volumen, sino por el tema de este. Precisamente la idea de la reunión en un volumen me entusiasma poco, primero porque soy un solitario como sabes, y segundo porque no hay que desafiar demasiado el destino, y la historia de la literatura muestra que la manera más segura de desunirse consiste en agruparse. Los «maquiavelos sudamericanos» a que alude Mario me importan a mí cuatro carajos; darles la menor beligerancia es hacerles un favor que ni ellos mismos se atreverían a soñar.
Pero en cambio el tema del libro es bueno, y me hubiera gustado echar mi cuarto a espadas. Solamente que... Imposible pensar en la más remota probabilidad de que yo escriba nada nuevo en este momento. Mi work in progress es una especie de pulpo de papel y tinta que extiende tentáculos en todas direcciones mientras yo, perdido en alguna parte, trato de ordenar ese triste caos. No tengo la increíble capacidad de trabajo de Mario y de ti (ahí se nota, inter alia, que soy mucho más viejo; como el gran Tommy Loughran, a partir del octavo round tengo que cuidarme), y además no ando nada bien de salud en esta temporada. No es grave, espero, pero vivo fatigado, sin las ganas de trabajar de antes, un poco a la deriva. La andropausia, sin duda, o demasiado «añejo en la roca» more La Habana. Algo así.
Entonces se me ocurrió una cosa que quizá me permitiría estar con ustedes en el libro. En 1951 escribí una novela de la que algunos hablan ahora como una especie de mito. Se llamaba El examen, era desde luego muy floja, pero no quieras saber la cantidad de cosas formidables que había en ella, y que de alguna manera no he superado nunca (12). Había un aire, una atmósfera, no sé qué. Los pocos que la leyeron en manuscrito (luego me vine a Europa y se quedó en una gaveta para siempre) la recuerdan con una claridad que me hace pensar que el librito tenía lo suyo (13). Además demostró mi doble vista, porque en 1950 yo escribí allí algo que, dos años después y casi literalmente, fueron los funerales de Eva Perón en la Plaza de Mayo. En mi libro se trataba de una ceremonia mágica a la que se entrega el pueblo porteño empavorecido por una misteriosa e incontenible destrucción de la ciudad, que se va pudriendo como un cadáver. Como exorcismo, van a la Plaza de Mayo a adorar, en una tienda de campaña instalada a toda prisa, un objeto mágico. Cuando el protagonista consigue llegar hasta la caja donde está el objeto, ve que es un hueso; nunca se entera demasiado de la razón y la procedencia del hueso. Pero retrospectivamente ese capítulo se llenó de verdad, y es sobre todo eso lo que recuerdan hoy los raros lectores de la novela.
Si a ti te parece, podemos hacer una cosa: cuando pase por París a fin de este mes, me traeré a Saignon el manuscrito de El examen y veré si, con un prologuito adecuado, valdría la pena incorporar ese capítulo al proyectado libro. Pero antes me dices tú francamente qué te parece la cosa. Bien puede ser que la relectura de ese trozo me desencante y renuncie a publicarlo; pero no puedo adelantarte nada.
Desde el punto de vista editorial, huelga decirte que Sudamericana estaría seguramente entusiasmada y se haría cargo de la edición. Si Mario y tú no tienen otros planes, dime también algo sobre esto, pues en caso de llevar adelante la idea, yo le escribiría a Paco Porrúa para arreglar el asunto. (Paco viene a Europa en septiembre, y quizá también tú puedas verlo, pero en todo caso va a pasar dos o tres semanas conmigo; sería el momento de dejar todo a punto).
Acabo de leer Tres tristes tigres (14). Curioso libro, lleno de cosas magníficas, pero totalmente fracasado como estructura novelesca, como libro. El ingenio es el peor enemigo del talento a veces, y en este caso Cabrera Infante no ha podido resistir al casi infernal ingenio que lo habita. Ahora que lo pienso, caigo en la misma opinión que yo mismo les reprocho a muchos críticos de Rayuela, empecinados en preferir los capítulos esencialmente dramáticos y novelescos, dejando de lado el resto; en Tres tristes tigres los capítulos novelescos (todos los que se titulan «Ella cantaba boleros») me parecen lo mejor del libro. ¿Y si me equivocara? ¿Por qué hacer con el libro de Cabrera lo que no me gusta que hagan con el mío? En todo caso la novela tiene materiales estupendos y gentes como tú y yo («cosmopolitas de la cultura», como sabes, tránsfugas de lo telúrico) gozan enormemente con el complicado sistema de alusiones, juegos de palabras, citas y boomerangs en diversos idiomas y planos mentales. Ya me dirás lo que te parece.
No, no he leído ese texto de Octavio donde se ocupa de nuestros lenguajes. ¿Puedes decirme dónde se ha publicado para buscarlo?
Nuestros afectos a Rita y a la niña (qué extraño imaginarla estudiando en una escuela junto a la Chiesa dei Frari), y un abrazo muy fuerte para ti de
Julio
Si ves a Luigi Nono, dale mis saludos, así como a su mujer (15).
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12) En la carta original, Julio Cortázar escribió por error Los premios.
13) Julio Cortázar no recuerda que Carlos Fuentes había sido uno de esos lectores once años atrás (carta de Carlos Fuentes a Julio Cortázar del 1 de febrero de 1956).
14) La novela había recibido el Premio Biblioteca Breve en 1964, con Mario Vargas Llosa en el jurado, y su publicación se retrasó por intromisiones de la censura franquista.
15) Compositor italiano.
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