Lecturas breves: «El gato», un cuento inédito de Elena Garro
Dramaturga y novelista; poetisa y periodista. Artista. Honramos la figura de Elena Garro —nunca nos cansaremos de hacerlo— publicando este maravilloso cuento hasta ahora inédito: «El gato». Pasen, acomódense y degusten con calma. La ocasión lo merece.
Por Elena Garro
D. R.
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Por ELENA GARRO
Hacía ya quién sabe cuántos días que estaba yo enferma. Mi papá se me quedó mirando y dijo: «Pobre de mi hija, le compraré un gato antes de que se muera».
«Pero, Hermenildo, ¿de dónde vas a agarrar el dinero para ir hasta Almoloya a traerlo?», le contestó mi mamá. Y él nada más se quedó pensando, pensando. Y así se pasaron unos días y yo ya me andaba muriendo. Hasta que llegó la tarde en que dijo mi papá: «¡Mira los guajes!» y se subió a cortarlos. Hizo dos montones grandes en el patio. «Ándale, mi hija, ayúdame a escoger los más bonitos para ir a venderlos». Y entre mi mamá y yo escogimos los grandes y apartamos los chiquitos. «Llévate esto al corral», me dijo mi papá, y agarré los chiquitos y me fui con ellos al corral. De lo que allí vi, vine a darle cuenta.
—Papá, ahí está una lumbrera en el corral.
—No seas ingrata. ¿Quién va a querer meter la lumbre adentro de mi casa?
— Es don Sabino…
Y de seguro que era él, porque siempre andaba haciendo fogatas para hacer su cena.
—Anda, hija, ve a decirle que la apague.
Y me fui a llevarle su recado. Pero quién sabe por qué diría yo que era don Sabino, porque no lo había yo visto. Y llegué hasta el corral y tampoco lo vi. Pero allí estaba la lumbrera: redonda con las llamas tan doradas y las chispas volando como monedas.
—Don Sabino ya se fue, papá.
—Qué ingrato vecino tengo. ¿Y allí sigue su fogata?
—Sí, papá, y cada vez echa más chispas.
—¿Está chispeando? ¡Ora sí a ver si no nos arde la casa!
Y mi papá se fue para apagarla, pero al rato volvió.
—Sabes, Antonia, que no vi la lumbre.
—Pues allí está, ¿cómo que no la vio, papacito?
Y Hermelinda, mi mamá, se fue con él a buscar la lumbre. Y al rato volvieron juntos.
—Oye, hijita, ¿dónde está la lumbre?
Entonces a mí se me aflojaron las piernas.
—¿Cómo que dónde? En el corral, mamacita.
Y entre los dos me agarraron de los brazos y casi me llevaron a rastras. Iba yo pensando: «Ora se van a enojar y no me compran mi gato antes de que yo me muera». Pero cuando llegamos al corral allí seguían las llamas, más fuertes que antes.
—¡Como les dije! ¿No la ven?
—¿En dónde? —Y los dos miraron para todas partes.
—¡Pues allí, en el mero centro!
—Ay, hijita, yo no veo nada.
—Ni yo tampoco —dijo Hermelinda.
—Mañana empieza Semana Santa.
—Como ya se va a morir ya puede ver el dinero —dijo mi papá muy triste—. Ojalá sea un muerto bueno el que se la lleve.
—Primero que pague el oro —dijo mi mamá.
Elena en la memoria
Yo nada más oía. Era cierto que el dinero solo se ve el día de la Santa Cruz y los días de Semana Santa.
—Oiga, papá, yo no quiero que me lleve el muerto, aunque sea muy bueno.
—A ti te escogió —dijo mi papá agachando la vista.
Apenas dijo eso cuando llegó el carro y cruzó las cercas sin tirarlas. Era un carro de otros tiempos, pues en todo Amatitlán nunca habría visto uno igual. Se metió al corral, y entonces vi que lo traía manejando un charro todo vestido de blanco. Se bajó y caminó con tanto gusto que sus espuelas venían repicando. Se acercó a la lumbre y me llamó con señas, pero yo no me moví, nada más me lo quedé mirando. «¡Ven! ¡Ven!» Y me hacía las señas cada vez más enojado.
—Dice que vaya, pero yo no quiero ir.
—¿Quién, hija? —me preguntó mi papá.
—Pues el charro, papá.
Y conforme me hacía señas cada vez más enojado pateaba las piedras enojado y sus espuelas repicaban más y más fuerte.
Se metió al corral, y entonces vi que lo traía manejando un charro todo vestido de blanco. Se bajó y caminó con tanto gusto que sus espuelas venían repicando.
—No quiero ir, papacito.
Y me fui al aire porque me agarraron de los pelos y me levantaron. Dicen que apenas me alcanzó mi papá por los pies y a puro jalón me ganó. Yo sí recuerdo que en la mitad de mi cuerpo había uno como mecatito que a cada jalón parecía que se iba a tronar. Pero tanto y tanto jaló mi papá que por fin me llevó a mi cuarto.
—Aquí te quedas, Hermelinda, no nos la vaya a ganar. Para mañana a eso de las seis de la tarde llego de Almoloya con el gato, y tú ya tendrás al padrino.
—¿Y quién quieres que sea el padrino?
—A tu escoger lo dejo.
Y agarró todos los guajes y se fue.
Me quedé en la pieza y mi mamá, sentada en el petate junto a mí.
—¿Oíste cómo repicaban sus espuelas?
—No, hijita.
Luego me dormí y me salí gateando dormida. A pesar de que ya sabía yo caminar, pues andaba yo en los once años.
Mi mamá me agarró de los pies y arrastrando me llevó al petate. Parecía que nunca iba a volver mi papá.
A las seis de la tarde del otro día, llegó con el gato, los dulces y el escapulario.
Fue a traer a don Sabino y a los niños y a los grandes para que estuvieran presentes. Don Sabino me sentó en el petate, me puso mi gato que era de lana bien tejida.