«La impaciente Griselda», un cuento (inédito) de Margaret Atwood
Margaret Atwood, una de las escritoras más influyentes y visionarias de la literatura contemporánea, regresa al mundo de la ficción con «Perdidas en el bosque» (Salamandra, noviembre de 2024), una colección de quince relatos que profundiza en temas como las relaciones familiares, el matrimonio, la pérdida y el significado de vivir en pareja, explorados con la característica inteligencia, mordacidad y creatividad que han definido la obra de la autora de «El cuento de la criada». A través de su prosa evocadora, tan inteligente como conmovedora, Atwood nos presenta personajes inolvidables en historias profundamente íntimas que reflejan la complejidad de las emociones humanas. Con su talento para subvertir el orden establecido, la autora nos invita a reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo y el sentido de la vida en tiempos convulsos. Para celebrar este esperado regreso a la ficción, en LENGUA tenemos el privilegio de presentar uno de los relatos de la colección: «La impaciente Griselda», una historia que ofrece una muestra del brillante genio narrativo de Atwood.
Por Margaret Atwood
Margaret Atwood en un acto del festival Letterature, en Roma, el 5 de julio de 2023. Crédito: Getty Images.
¿Todos tienen ya su mantita protectora? Hemos intentado proporcionárselas en las tallas correspondientes. Siento que algunas sean manoplas de baño, pero es que ya no nos quedan mantitas.
¿Y sus tentempiés? Lamento que no hayamos podido ofrecérselos «cocinados», como ustedes dicen, pero tienen más valor nutritivo sin esas cocciones suyas. Si se meten el tentempié entero en su órgano de ingestión —eso que ustedes llaman «boca»—, la sangre no goteará en el suelo. Así lo hacemos nosotros.
Lamento que no dispongamos de ningún tentempié vegano. No hemos sabido interpretar esa palabra.
No tienen por qué comérselos si no quieren.
Por favor, los del fondo, dejen de cuchichear y gimotear. Y usted, caballero-señora, sáquese el pulgar de la boca. No dé mal ejemplo a los niños-niñas.
No, señora-caballero, usted no es un niño-niña. Tiene cuarenta y dos años. Entre nosotros sí lo sería, pero ustedes no proceden de nuestro planeta, ni siquiera de nuestra galaxia. Gracias, caballero o señora.
Uso ambos términos porque, francamente, no veo la diferencia. En nuestro planeta no tenemos tantas limitaciones.
Sí, joven ser, ya sé que parezco eso que ustedes llaman pulpo. He visto imágenes de esas simpáticas criaturas. Si mi aspecto les parece demasiado desagradable, tienen mi permiso para cerrar los ojos. De hecho, así podrán prestar más atención a lo que voy a contarles.
No, no pueden abandonar la sala de cuarentena. Ahí fuera hay una epidemia. Sería muy peligroso para ustedes. Aunque no para mí, porque ese tipo de microbio no existe en nuestro planeta.
Siento que no dispongamos de eso que ustedes llaman inodoro. Nosotros transformamos todo el alimento que ingerimos en combustible, de modo que no precisamos de receptáculos. Hemos solicitado uno de esos inodoros para su uso, pero nos comunican que hay escasez de existencias. Pueden probar a hacer sus cosas por la ventana. Por cierto, está a bastante distancia del suelo, así que les ruego que no intenten saltar.
Para mí tampoco tiene ninguna gracia, señora-caballero. He sido enviado a este lugar como colaborador en un programa de ayuda para crisis intergalácticas. No me quedó otra opción, puesto que me dedico al entretenimiento y soy, por consiguiente, de baja condición social. Además, este artilugio para la interpretación simultánea que me han proporcionado deja mucho que desear. Como bien hemos tenido ocasión de comprobar, mis bromas no se entienden. Aunque, como dicen ustedes: «A falta de masa de harina cocida, buenas son masas de harina frita.»
Bien. Y ahora, a por el cuento.
Me han pedido que les cuente una historia, y eso me dispongo a hacer. Es una antigua leyenda terrícola, por lo que tengo entendido. Se titula «La impaciente Griselda».
Había una vez dos hermanas gemelas de baja condición social. Se llamaban Paciente Griselda e Impaciente Griselda. Las dos eran bien parecidas, además de señoras, no caballeros. Todo el mundo las conocía por sus diminutivos: Pac e Imp. Griselda era eso que ustedes llaman su apellido.
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Dígame, caballero-señora. ¿Caballero, dice? Adelante, dígame, caballero.
No, no eran una sola persona. Eran dos. ¿Quién está contando la historia? Yo, ¿no? Pues eso, que eran dos.
Un día, una persona adinerada de alta condición social, que era caballero y algo así como duque, llegó montado en un... en un... cuando tienes patas de sobra no te hace falta montarte en nada, pero ese caballero sólo tenía dos, como todos ustedes. El caso es que, al ver a Pac regando el... haciendo algo delante de la casucha donde vivía, el duque le dijo: «Venid conmigo, Pac. La gente me dice que, para poder copular como corresponde y engendrar un pequeño duque, antes debo contraer matrimonio.» Porque, claro, el duque no podía expeler un pseudópodo y ya está.
Un pseudópodo, señora... o caballero. ¡Cómo no va a saber lo que es eso! ¡Es usted una persona adulta!
Ya se lo explicaré más adelante.
El duque añadió: «Sé que sois una persona de baja condición social, Pac, pero por esa misma razón quiero casarme con vos, porque una persona de alta condición social tendría sus ideas y vos, en cambio, no tenéis ninguna. Podré daros órdenes y humillaros como me plazca, y os sentiréis tan rebajada que no osaréis decir ni mu, ni ¡buaaa!, ni nada de nada. Y si me rechazáis, haré que os corten la cabeza.»
Alarmada por esas palabras, Paciente Griselda aceptó y el duque la montó en su... Disculpen, en nuestro planeta no tenemos palabra para eso, de manera que el artilugio traductor no nos sirve. En fin, la montó en su tentempié. ¿De qué se ríen? ¿Qué creen ustedes que hacen los tentempiés antes de convertirse en tentempiés?
En fin, proseguiré con la historia, pero no me hagan enfadar demasiado, se lo advierto. A veces, me entra enfadambre; es decir, que cuando tengo hambre me enfado, o que, si me enfado, me entra hambre, una cosa o la otra. Para eso sí que tenemos palabra en nuestro idioma.
Así que el duque agarró con fuerza a Paciente Griselda por su bonito abdomen para que no se cayera de su... en fin, para que no se cayera, y se alejaron cabalgando en dirección al palacio ducal. A todo esto, Impaciente Griselda había estado escuchando por detrás de la puerta. «Ese duque es una malísima persona y se propone comportarse malísimamente con mi querida hermana gemela Paciente», pensó. «Me disfrazaré de joven caballero y pediré trabajo en la enorme habitación donde se prepara la comida del duque para vigilar de cerca sus movimientos.»
Impaciente Griselda entró, pues, a trabajar de criado, como lo llaman ustedes, en la enorme habitación donde se preparaba la comida del duque, y allí fue testigo, o testiga, de mucho despilfarro: pellejos y patas que se desechaban sin más, ¿se imaginan?, y huesos que, una vez hervidos, se tiraban; pero también logró enterarse de todo tipo de chismorreos, que en su mayor parte giraban en torno a lo mal que el duque trataba a la nueva duquesa: era grosero con ella en público, la obligaba a lucir atuendos que no le sentaban bien, la maltrataba y le decía que si la trataba tan mal era por su culpa. Paciente, sin embargo, nunca decía ni mu.
Esas noticias llenaban a Impaciente Griselda de tanta consternación como enojo. Así que, un día que Pac estaba triste y meditabunda en el jardín, Imp se las ingenió para hacerse la encontradiza y le reveló su verdadera identidad. Las dos realizaron un gesto corporal afectuoso.
«¿Cómo permites que te trate de esa manera?», preguntó Imp.
«Mejor un receptáculo para beber líquidos medio lleno que medio vacío», respondió Pac. «Tengo dos hermosos pseudópodos. Además, lo que pretende es poner a prueba mi paciencia.»
«O sea, que quiere ver hasta dónde puede llegar», dijo Imp.
Pac suspiró.
«¿Qué quieres que haga? No dudaría en matarme si le diera motivo. Si digo mu, me cortará la cabeza. Tiene un cuchillo.»
«Eso está por ver», replicó Imp. «Hay muchos cuchillos en la habitación donde se prepara la comida y ya me sé manejar muy bien con ellos. Pregúntale al duque si te concedería el honor de dar un paseo nocturno contigo por este jardín esta misma noche.»
«Me da miedo», repuso Pac. «Podría interpretarlo como un mu.»
«Pues entonces intercambiémonos la ropa y yo misma se lo pediré», sugirió Imp.
Así pues, Imp se vistió con los ducales ropajes y Pac con el uniforme de criado, y ambas se encaminaron hacia sus respectivos lugares en palacio.
Durante la cena, el duque le anunció a la supuesta Pac que había matado a sus dos hermosos pseudópodos y ella recibió la noticia sin rechistar. De todos modos, sabía que el duque se estaba marcando un farol, pues otro criado le había contado que el duque había hecho trasladar a los pseudópodos a un lugar seguro lejos de palacio. Los que trabajaban en la habitación donde se preparaba la comida siempre estaban enterados de todo.
El duque añadió a continuación que, a la mañana siguiente, echaría de palacio a Paciente desnuda. En nuestro planeta no usamos esa palabra, pero tengo entendido que aquí es una vergüenza dejarse ver en público sin vestiduras. Luego, dijo el duque, cuando todos hubieran abucheado a Paciente y la hubieran acribillado lanzándole sobras putrefactas de tentempiés con gran despilfarro, él se casaría con otra mujer más joven y más guapa que ella.
«Como gustéis, mi señor», contestó la supuesta Paciente, pero antes tengo una sorpresa para vos.
El duque se sorprendió por el mero hecho de oírla hablar.
«¿De veras?», preguntó retrayendo sus antenas faciales.
«Sí, mi admirado y siempre perspicaz señor», contestó Pac en un tono de voz que sonaba a preludio de una excreción seudópoda. «Es un obsequio especial para vos en agradecimiento por las bondades que me habéis dispensado durante nuestro, ay, demasiado breve periodo de convivencia. Os ruego que me concedáis el honor de acompañarme esta noche al jardín para que hallemos solaz en el sexo una vez más antes de que me vea privada de vuestra luminosa presencia para siempre.»
Al duque esa proposición le pareció tan atrevida como piquant.
«Piquant.» Es una palabra de su planeta; significa algo así como clavar un pincho en algo. Lamento no poder explicarlo mejor. Al fin y al cabo, es un término terrícola, no forma parte de mi idioma. Tendrán que recabar información por su cuenta.
«Muy atrevido y piquant por vuestra parte», afirmó el duque. «Siempre os había tenido por una borrega más blanda que una breva pero, por lo que parece, resulta que tras ese lechoso rostro vuestro se oculta un pendón, una furcia, una golfa, una buscona, una pelandusca, una mujerzuela y una puta.»
En efecto, señora-caballero, en su idioma abundan las palabras de ese tipo.
«Estoy de acuerdo, mi señor», respondió Imp. «Nunca osaría llevaros la contraria.»
«Os veré en el jardín a la caída del sol», dijo el duque prometiéndoselas muy felices. Quizá su sedicente esposa le daría un poquito de juego por una vez, en lugar de quedarse allí tumbada, rígida como una tabla.
Imp se fue en busca del criado, es decir, de Pac, y juntas escogieron un cuchillo largo y bien afilado. Imp lo escondió bajo la manga brocada de su vestido y Pac se ocultó tras un arbusto.
«Bienhallado seáis al claro de luna, mi señor», saludó Imp al duque al verlo salir de entre las sombras desabrochándose ya aquella parte de su vestimenta tras la que, habitualmente, se ocultaba su órgano del placer. Esta parte del cuento la verdad es que no la he entendido muy bien porque en nuestro planeta el órgano del placer se encuentra en lo alto de la cabeza y perfectamente visible en todo momento. Eso facilita mucho las cosas porque nos permite apreciar a simple vista si se ha producido atracción y si ha sido correspondida.
«Quitaos ese vestido si no queréis que os lo haga jirones, puta», amenazó el duque.
«Será un placer, mi señor», contestó Imp. Y mientras se aproximaba a él con una sonrisa en los labios, sacó el cuchillo que llevaba escondido bajo la suntuosa manga y le rebanó el pescuezo al duque como tantas veces había hecho con los tentempiés mientras desempeñaba sus labores de criado. El duque apenas dejó escapar un gemido. Después, las dos hermanas ejecutaron un acto celebratorio fundiéndose en un gesto corporal afectuoso y devoraron al duque entero, huesos y brocados incluidos.
¿Disculpe? ¿Cómo que «menuda chorrada»? ¿Qué quiere decir eso? Perdone, pero no lo entiendo.
Sí, señora-caballero, reconozco que esto ha sido un momento transcultural. Yo simplemente he dicho lo que habría hecho de haberme visto en la situación de las gemelas. Pero es cierto que contar historias nos ayuda a comprendernos mutuamente pese a los abismos sociales, históricos y evolutivos que nos separan, ¿no creen?
Después, las hermanas localizaron a los dos hermosos pseudópodos, se reunieron todos con gran júbilo y vivieron felices y comieron perdices en palacio. Hubo algunos parientes del duque que, escamados por su muerte, pasaron por allí a husmear, pero las hermanas se los zamparon también.
Fin de la historia.
Levante un poco la voz, caballero-señora. ¿Que no le ha gustado ese final? ¿Que no acaba así normalmente? Entonces ¿cómo quiere que acabe?
Ah, no. Creo que ese final sería más propio para otro tipo de historia; una que no me interesa y que contaría fatal. Pero ésta la he contado bien, creo yo; lo bastante bien como para mantener su atención, eso tendrán que reconocerlo. Incluso han dejado de lloriquear. Menos mal, porque esos lloriqueos ya me estaban exasperando, y no digamos tentando. En mi planeta, sólo los tentempiés lloriquean. Los que no son tentempiés no lloriquean.
Y ahora les ruego que me disculpen. Tengo varios grupos más en mi lista que están en cuarentena y mi trabajo consiste en ayudarlos a pasar el tiempo, tal como he hecho con ustedes. Cierto, señora-caballero, el tiempo habría pasado de todos modos, pero no tan rápido.
Ahora me deslizaré por debajo de la puerta. Es tan práctico no tener esqueleto... En efecto, caballero-señora, yo también espero que esta epidemia termine cuanto antes. Así podré volver a mi vida normal.