Colson Whitehead: «Nueva York toca fondo a menudo, pero siempre resucita»
A los genios hay que dejarlos hablar, por mucho que la discrepancia lata en el pecho. Con sus dos flamantes Pulitzer bajo el brazo (por «El ferrocarril subterráneo» en 2017 y por «Los chicos de la Nickel» en 2020), Colson Whitehead insiste en que no tuvo más remedio que dedicarse a la literatura porque se dio cuenta de que no valía para nada más. En las siguientes líneas reproducimos algunas reflexiones del escritor neoyorquino -citas textuales recogidas durante un acto promocional celebrado en Madrid-, quien toma el pulso a la mutante y convulsa coyuntura del país que lo vio nacer y destripa las vicisitudes que han envuelto su última novela, «El ritmo de Harlem», un vibrante fresco de la comunidad afroamericana del popular barrio del norte de Manhattan en la transformadora década de los 60. «It's up to you, New York, New York»
Colson Whitehead. Crédito: Chris Close.
«La idea para este libro era hacer una novela de atracos. Mi mujer y yo queríamos alquilar alguna película, y la primera que se me ocurre siempre es Ocean's eleven, que me encanta. Pensé que seguramente sería divertidísimo hacer una película así, y que yo quizá podía hacer lo mismo, pero en una novela. Y me dije que adelante. Para ubicarla, me decidí por el Nueva York de los años 60. Después de dos libros en los que la acción transcurría en el sur (El ferrocarril subterráneo y Los chicos de la Nickel) ya estaba un poco harto de hablar de esa región. Me centré en los años 60 por los movimientos de lucha racial que hubo en esta época, especialmente la Marcha de Washington de 1964, ya que en ese escenario los delincuentes podían pasar desapercibidos. Y necesitaba un protagonista. En las películas de atracos siempre hay un perista, un mandamás que recibe las joyas y las vende a joyeros de todo el mundo. Normalmente durante el atraco matan a la mitad de la banda, les persigue la policía, los que han sobrevivido van a entregarle el botín al perista y este les dice que les da diez céntimos por cada dólar. Así que, si han robado dos millones de dólares, les quedan solo 200.000 para repartir. A mí este jefecillo me cae fatal, pero pensé que estaría bien como protagonista. Investigué y resulta que muchos de estos peristas o intermediarios siempre tienen un negocio tapadera para blanquear el dinero que generan en el mercado negro. Para mí eso simbolizaba una dualidad: la cara que le muestras a la gente frente a tu verdadera cara, la que te guardas para ti solo. Y ese fue, digamos, el maquillaje psicológico de Ray Carney, el protagonista del libro. Quiere ser un miembro destacado del Harlem, pero siempre tiene una vocecilla detrás de la oreja que le susurra: "Vamos a montar un buen golpe"».
Dualidad y pertenencia
«Carney, el protagonista de El ritmo de Harlem, se da cuenta de que lleva dentro a un criminal. Se debate todo el rato entre aceptarlo o rechazarlo. Está muy lejos de las metas que se pone, y no deja de engañarse a sí mismo. Empieza siendo un atracador, pero va cambiando y alternando golpes y trabajos legales a lo largo de las tres historias: la de 1959, la de 1961 y la de 1964. En un momento dado Carney solicita la membresía de un club formado por hombres afroamericanos respetables: ejecutivos, abogados, banqueros… Pero no le aceptan, así que decide vengarse. Pero en su cabeza no se está vengando, sino haciendo justicia. Al principio del libro su premio Freddy intenta involucrarle en un golpe, y le dice: "Eres un perista", y él responde: "No, no lo soy. No trafico con objetos robados". Se lo niega a sí mismo. Y eso es lo divertido de escribir personajes así. El lector sabe todo lo que hace Carney y se da cuenta de que se está engañando a sí mismo, pero él se niega a aceptarlo. Tiene que hacer un gran esfuerzo para no quitarse la venda de los ojos. Los personajes secundarios también hacen borrón y cuenta nueva todo el rato, entran y salen del libro continuamente. Quería que fueran personajes vívidos, con matices».
El sueño segmentado
«En El ritmo de Harlem buscaba una metáfora para las diabluras de Carney, y la encontré en el sueño segmentado. A veces leo cosas en la prensa y me digo: "Ojalá pueda meter eso en algún libro". Y hace unos años escribí un artículo sobre ese tipo de sueño, que era muy común antes de que se inventara la luz eléctrica. Hasta entonces la gente se iba a la cama cuando se ponía el sol, se despertaba pasadas dos o tres horas y volvía a dormirse sobre las once de la noche. Es una costumbre que sale reflejada en algunas obras de Shakespeare, y que fue documentada por la prensa de la época. Y pensé que quizá en ese intervalo la gente ejerciera alguna actividad criminal. De hecho, la franja que va desde las 11 de la noche a la una de la madrugada es el momento de los asesinos, los alcohólicos, los insomnes y los escritores. Yo he coincidido con algunos de ellos a lo largo de los años. Siempre busco nuevas vías para explorar el mundo interior de los personajes, y lo del sueño segmentado me fue muy útil».
Cinefilia
«Para mí, la narrativa policiaca es fundamentalmente audiovisual, así que para escribir El ritmo de Harlem vi muchas películas de golpes maestros. Antes cité Ocean's Eleven, pero no hay mucho de ellos en mi libro, porque todos son ricos, guapos, llevan trajes caros y pueden permitirse comprar una máquina electromagnética de un millón de dólares para hacer saltar por los aires un casino de Las Vegas. Los personajes de El ritmo de Harlem son gente mucho más humilde, y para construirlos eché un ojo a títulos clásicos del cine negro, como Rififí y las películas de Jean-Pierre Melville: El silencio de un hombre, Círculo rojo… También Atraco perfecto, de Kubrick, La jungla de asfalto, de John Huston, y muchas de los años 70, como Pelham 1,2,3 o Tarde de perros, de Sidney Lumet. Todas estas películas muestran a soñadores desesperados que intentan dar el golpe de sus vidas. Y siempre les sale el tiro por la culata, porque cuando involucras a más gente las cosas no tardan en torcerse».
Todos a bailar
Hace cien años que se hacen películas de atracos, y también novelas. En la primera generación había escritores como Dashiel Hammett o Raymond Chandler. Ya en los 50 destacaron nombres como Chester Himes, Patricia Highsmith, Elmore Leonard… Luego llegaron James Elway, Quentin Tarantino… Es un género muy marcado por el sarcasmo. Hay matones, mafiosos, policías… Me gustó mucho dar con mi propia forma de contar las cosas, aceptando algunas convenciones y rechazando otras».
A vueltas con el género
«En mi opinión no existen géneros mayores o menores que otros, ni una literatura elevada frente a otra pulp o popular. Para mí solo hay libros buenos y libros malos, libros que te gustan y libros que no. Yo he escrito libros bastante serios, pero también novelas de zombis. ¿Está bien que alguien considerado como un escritor literario escriba libros de zombis? Bueno, no creo que me expulsen del sindicato de escritores por ello. Siempre que tenga tiempo escribiré los libros que quiera, con los que disfrute, sin preocuparme de cuál será su repercusión. Ya tengo bastante presión interna por escribir cosas que merezcan la pena, y no debería preocuparme lo que la gente piensa sobre unos géneros u otros. La cuestión es qué haces con ellos. Para mí, El ritmo de Harlem es el retrato de un personaje, de alguien que trata de encontrar su lugar en el mundo y que se ve impelido por distintas fuerzas: la clase social, la raza, la cara que muestra al mundo, educar a sus hijos… Todas ellas le llevan a plantearse quién es él realmente. ¿Es esto que acabo de describir una novela negra? No lo sé. En ella matan a gente, les roban… Todo eso está ahí, pero también el retrato del protagonista».
Su escuela de escritura: el periódico The Village Voice
«Hace treinta años era crítico de cine en The Village Voice, una publicación local. Por entonces escribir sobre programas de televisión era muy embarazoso, no estaba muy bien visto como género periodístico. Ahora está mucho más aceptado. De niño veía muchas series de comedia y ese periódico me dio la oportunidad de convertir mi conocimiento de ellas en un trabajo, así que estaba encantado. Escribir sobre ellas me llevó a hacerlo también sobre literatura y música. Lo mejor de The Village Voice es que daba trabajo a los jóvenes que querían escribir. Trabajé con mucha gente, con críticos a los que admiraba, aprendí a colaborar con editores… Fue así, y no en una escuela de escritura creativa, como forjé mi carrera como escritor: viviendo a base de cerveza y cigarrillos, escribiendo artículos para pagar el alquiler y aprendiendo de muchísimos escritores y editores distintos cómo dar forma a mis artículos. Cultivé hábitos que aún me son útiles a día de hoy. Cuando escribes una novela a nadie le importa si lo haces de día o de noche. Trabajando como periodista aprendí a escribir sin moverme de la silla durante cinco horas seguidas, sin que nadie me vigilara y sin responder a más exigencias que la de pagar el alquiler. Ahora, cuando escribo un libro, sé que nadie va a estar encima, que tengo que ser mi propio jefe y tener disciplina. Así que fue una forma excelente de aprender a ser escritor».
Washington DC, 21 de marzo de 2023. Joe Biden, presidente de los EE UU, otorga a Colson Whitehead la Medalla Nacional de Humanidades 2021 durante una ceremonia celebrada en la Casa Blanca. Crédito: Getty Images.
Harlem
«Odio los clichés que llevan a la gente a decir que la ciudad en la que transcurre tal o cual historia es un personaje más, pero a medida que escribía El ritmo de Harlem me fui dando cuenta de que quizá Nueva York sea, en cierto sentido, un personaje. No tengo más remedio que aceptarlo. Encapsular su increíble dinamismo era muy importante para mí. Me refiero al de Harlem, el barrio sobre el que escribo. Cuando este nació, a finales del siglo XIX, sus primeros vecinos eran inmigrantes procedentes de Alemania, Irlanda, Italia, judíos de toda Europa… Todos ellos fueron allí para empezar una vida nueva, y tras integrarse en la clase media lo abandonaron. Y la población negra del Sur de Estados Unidos, que huía de la enorme discriminación de estos estados, decidió trasladarse allí. También llegaron portorriqueños, dominicanos… Todos ellos vivieron en las casas que habían abandonado los inmigrantes europeos y rejuvenecieron la ciudad. A lo largo de la historia hemos visto estos cambios a menudo, y muchos de ellos son convulsivos. Si nos centramos en el Nueva York de hoy, Harlem está gentrificado. La calle 125 tiene los mismos negocios aburridos que el resto de la ciudad: McDonald's, Burger King, Gap, Starbucks… Los jóvenes que llegan en busca de alquileres baratos son los bisnietos de los primeros inmigrantes europeos del barrio, y el ciclo continúa. Me gustó mucho reflejarlo en el libro».
Trilogía
El ritmo de Harlem va a ser el primer libro de una trilogía, así que veremos cómo evoluciona Ray Carney en los 60, los 70 y los 80. El segundo lo escribí durante la pandemia. La mafia neoyorkina de los años 70 siempre ha dado mucho jugo. Y también la bancarrota. Todo muy lúgubre. Pero cuando una ciudad está en declive siempre surgen artistas que dan con nuevas vías para canalizarlo, ya se trate del hip-hop, la música disco o el punk. Y pensé que al escribir el segundo libro yo mismo pasaba a formar parte de esa tradición. Por entonces la gente estaba confinada por la pandemia, otros huían como pueden, Times Square estaba vacío… Los artistas estaban encerrados en casa, intentando imaginar qué vendría después. Me sentí muy identificado con ese momento de declive, pero también de renacimiento. Y nadie que pasee ahora por Nueva York diría que acabamos de pasar por una etapa tan devastadora. Nueva York toca fondo a menudo, pero siempre resucita».
Nueva York: lo que cambia y lo que no
Nueva York, y Estados Unidos en general, sigue sin reaccionar a la brutalidad policial. Eso no ha cambiado ni un ápice en el tiempo que llevo en este mundo. Hace tiempo que busco qué elementos definen a la ciudad de Nueva York. Uno de ellos es cómo nos relacionamos quienes vivimos en ella, ciudadanos de diferentes etnias. Y otro de ellos es la naturaleza dinámica de la ciudad. El ritmo de Harlem empieza en lo que en Estados Unidos llamamos Radio Rows, que son barrios con muchas tiendas de televisores y aparatos de radio a los que iban los aficionados a comprar nuevas piezas. Esos edificios fueron derruidos para construir el World Trade Center. La novela termina con el impulsor del WTC mirando el lugar donde se construirán las dos torres. Y ahora, en 2023, los lectores saben que años después esas torres también serán borradas del mapa y pondrán otra cosa. Con todo esto quiero decir que hay cosas que cambian y cosas que siguen igual. El escenario de Nueva York está en constante cambio. La gente viene y va, se derriban unos edificios y se construyen otros, y hay un espíritu de transformación que quería reflejar en el libro. Nueva York es una ciudad que me encanta, y la he abordado desde distintos ángulos en mis novelas. El día que la entienda del todo dejaré de escribir».
El supremacismo blanco y los vaivenes de la historia
«La especie humana actúa por rachas. Progresamos y avanzamos, mejoramos en diversos aspectos sociales, y luego retrocedemos. No hay más que mirar el caso de Donald Trump. Tuvimos a Barack Obama, el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos, y después el pueblo estadounidense eligió sustituirlo por un supremacista blanco. Obtuvo 60 millones de votos. Y quienes le votaron siguen ahí. El racismo no desaparece cuando sale investido un candidato demócrata. Además, esté quién esté en la Casa Blanca, tenemos un Tribunal Supremo extremadamente reaccionario y un conflicto demencial, que no existe en ningún otro lugar del mundo, con la violencia provocada con armas de fuego. Por no hablar del cambio climático… Yo todavía tengo estrés postraumático por la era Trump y por el coronavirus de 2020, pero luego cojo aire y me digo que las cosas están un poco mejor que entonces y que puedo tachar un par de cosas de la lista de los horrores, aunque sigan pasando un montón de cosas espantosas. Las cosas no están mucho mejor, pero ya no están tan mal como entonces».
Madera de escritor
De niño no me gustaba salir de casa ni hacer deporte. Siempre estaba leyendo cómics y viendo reposiciones de las series La dimensión desconocida y Más allá del límite, muy populares en los 60. Cada año mi madre compraba el libro que sacaba Stephen King y mi hermana y yo nos los intercambiábamos. Tendría unos once o doce años cuando me dije: "¡Oye! Pues molaría escribir algo como X-Men, o novelas de vampiros y hombres lobo que maten a la gente". Así que la idea de convertirme en escritor fue bastante temprana, pero lo que quería escribir eran novelas de terror y cómics. Luego, ya en el instituto, leí a Gabriel García Márquez y descubría la relación entre las historias de terror y eso que algunos llaman literatura: Cien años de soledad es una obra maestra y está sembrada de elementos fantásticos. Me di cuenta de que la fantasía podía dar lugar a novelas pulp, al cómic y a la diversión, pero también a obras muy intelectuales. Y fue trabajando como periodista como aprendí a ser escritor: hacía mis artículos y también escribía ficción por mi cuenta. Pero si hay un momento en el que sentí que lo era fue cuando acabé mi primera novela. La rechazaron veinticinco editoriales y estaba sin un duro, pero me di cuenta de que no podía hacerme ni abogado ni veterinario ni nada parecido, entre otras cosas porque odio a los abogados y a los animales. Lo único que podía hacer era mejorar como escritor, y quizá así algún día conseguiría que me publicaran. Así que me convertí en escritor cuando me di cuenta de que nada más podría llenarme. Tenía que seguir intentándolo y hacer todo lo posible por mejorar».
La recámara
«Hay ideas que tengo en recámara durante mucho tiempo, y si siguen ahí es porque quieren que les des salida. Con El ferrocarril subterráneo, la primera vez que se me ocurrió construir esta metáfora a través de la figura del tren fue en el año 2000, pero por entonces no escribía lo suficientemente bien ni tenía la madurez suficiente como para llevar esa idea a buen puerto. Cada vez que terminaba un libro sacaba mis notas y me preguntaba si ya estaba listo. Y la respuesta fue que no hasta 2014, cuando me dije que llevaba tanto tiempo posponiéndolo que ya era hora de ponerse manos a la obra. Si una idea se aferra a ti está luchando por ser viable. Con la novela de atracos creía que la idea original era de 2014, pero luego encontré una nota de dos años antes con una sola palabra: "perista". Solo eso, ese personaje, sin trama ni nada. Me dije: "¿Qué hago ahora con esto?" Y tuve que darle forma a esa idea. Por entonces estaba inmerso en la escritura de El ferrocarril subterráneo, así que no podía ponerme con otra novela. Cuando la terminé podía elegir entre Los chicos de la Nickel o El ritmo de Harlem. Me decidí por la primera porque Trump había ganado las elecciones y en ese momento me sentía más vinculado al optimismo y al pesimismo, a las distintas posibilidades. Y cuando lo terminé me apetecía mucho ponerme con la novela de atracos. No soy de los que pueden escribir dos novelas a la vez: cuando estoy con un proyecto me obsesiono con él y, cuando lo termino, espero tener un par de ideas para empezar el siguiente».
Colson Whitehead. Crédito: Chris Close.
Fantasía y realidad
«La idea en El ferrocarril subterráneo era convertir un elemento fantástico, como era un tren subterráneo en la época en la que se desarrolla la historia, en algo real. La fantasía es como un sintonizador: están la alegoría, la ciencia ficción, el realismo mágico… Y en cada libro elijo el dial que mejor encaja. Tenía la premisa y los personajes, pero no tenía claro cuáles eran la voz y la técnica más adecuadas para dar forma a este mundo fantástico. Volví a leer Cien años de soledad, que me impactó mucho cuando iba al instituto, y pensé que el realismo mágico era la herramienta clave. En esa novela pasan cosas loquísimas, pero el narrador nunca te da explicaciones. Gabriel García Márquez dijo en una entrevista que tomó ese estilo de su abuela, que contaba historias de su pueblo que contenían elementos fantásticos, y que él nunca sabía qué era real y qué no porque ella lo relataba todo sin pestañear. Cora, la protagonista de El ferrocarril subterráneo, se da de bruces con incidentes de lo más extraños, pero el narrador tampoco se pronuncia sobre ellos. Me pareció la forma perfecta de contar esa historia. Hay veces en que parece ciencia ficción, en que la fantasía es más general, pero siempre está ese control con el narrador. Me alegro mucho de haber vuelto a ese libro cuando trataba de encontrar esa voz».
El escritor (permanentemente) confinado
«Como escritor me di cuenta de que durante el confinamiento, en realidad, nada había cambiado. Te pasas el día en casa, trabajando, y no puedes salir a la calle, pero eso no es muy diferente a lo que hago en mi día a día. Normalmente trabajo de diez a tres, pero por entonces, como no podía salir, me puse un nuevo turno de cuatro a siete. Así que fue muy productivo: escribí el segundo libro rapidísimo porque no tenía otra cosa que hacer. Mis hijos tampoco podían salir de casa y todos vivíamos bajo el mismo techo. Ahora la mayor está en la universidad y pasa de mí, pero durante esos seis meses no tuvo más remedio que quedarse en casa conmigo. Así que traté de verlo como una burbuja de seguridad. En cierto sentido fue una suerte. Fue un buen momento para trabajar y para hacer cosas con mi hija, le apeteciera o no».
El escritor y su circunstancia
«Cuando me comunicaron que había ganado por segunda vez el Pulitzer estábamos en plena pandemia, así que no pudimos salir a celebrarlo. Esa noche día no cociné y pedimos sushi, esa fue nuestra gran celebración. Y al día siguiente me puse a trabajar, como siempre. No tengo más afición que la de construir personajes raros. Lo que opine el resto de la gente sobre mi trabajo no es cosa mía. Lo mío es escribir, hacer lo que siempre he hecho: tener una idea e intentar no pifiarla. Ese es mi lema: "No la pifies". Habrá gente que piense que debería hacer esto o lo otro, que no debería escribir una novela negra y cosas por el estilo, pero la vida es muy corta para preocuparse por esas cosas. Lo que cuenta es que me entregue al que yo considere mi mejor proyecto, que lo lleve a cabo tan bien como pueda y que me olvide de lo que los demás puedan pensar».
Es grande ser joven
No participé en la adaptación a la televisión de El ferrocarril subterráneo porque estaba escribiendo Los chicos de la Nickel, pero me encantó el resultado. Creo que los jóvenes se acercan a mi obra a través de las propias novelas, que forman parte del programa académico de muchos institutos y universidades. Sobre todo esta, porque aborda temas cruciales de la historia estadounidense. Está muy bien que sepan que lo que dio forma al país fue la esclavitud y la explotación de los nativos americanos. En cuanto a Los chicos de la Nickel, tanto a los jóvenes como a los más mayores les gusta que es una novela corta y cómo aborda el racismo institucional estadounidense. Es un buen punto de partida para los más jóvenes. No conozco a muchos que hayan leído ya El ritmo de Harlem. El tiempo dirá qué les parece».
Futuro
«Tengo una hija de dieciocho años que es muy pesimista respecto al futuro, y un niño de nueve que cree que nos vamos a ir a vivir a Marte porque nos estamos cargando el planeta. Nueve añitos y ya está convencido de que vamos a tener que largarnos porque este mundo no tiene remedio. Vamos adelante y atrás, adelante y atrás. Hemos derrotado de las instituciones derechistas ultraconservadoras en Estados Unidos y en Brasil, y en Gran Bretaña los laboristas están recobrando fuerza. Ha habido un giro muy a la derecha en el mundo entero, y quizá estemos empezando a revertirlo, pero volverá. Estamos en un terreno muy precario y cualquier progreso es frágil. Hay que preservarlos y protegerlos, ya se trate de los derechos de las mujeres o de la democracia en sí misma».
OTROS CONTENIDOS DE INTERÉS:
«L.A. Psycho»: Bret Easton Ellis ataca de nuevo
Franzen por Franzen: retrato de familia en detalle
«El ferrocarril subterráneo» o el holocausto norteamericano
California según Joan Didion: el lado oscuro del sueño americano
Deborah Levy por Nuria Labari: la escritora que rompió el tiempo
Margaret Atwood: ¿Soy una mala feminista?
Susan Sontag por David Rieff: desesperada por perdurar