Gatsby para principiantes
Considerada la obra maestra de F. Scott Fitzgerald y un pilar fundamental de la literatura estadounidense, así como un símbolo de la era del jazz, «El gran Gatsby» narra la historia de Jay Gatsby, un misterioso millonario que se obsesiona con recuperar el amor perdido de Daisy Buchanan, a quien había amado en su juventud. A través de la mirada del narrador, Nick Carraway, Fitzgerald ofrece una crítica mordaz de la sociedad estadounidense de los locos años veinte, explorando temas como el sueño americano, la decadencia moral y la búsqueda de identidad. Así, Fitzgerald utiliza una prosa lírica y rica en simbolismo para construir un mundo donde el glamur y la opulencia ocultan un vacío existencial. Cuando se cumplen cien años de su publicación original, el 10 de abril de 1925, el escritor argentino Rodrigo Fresán invita a su celebración con «El pequeño Gatsby. Apuntes para la teoría de una gran novela» (Debate, marzo de 2025), un breve manual de instrucciones para descubrirlo o redescubrirlo. En el ensayo de Fresán se dan cita los secretos de su escritura, las fiestas desenfrenadas, los negocios turbios, el amor turbulento, la amistad hasta la muerte, las películas, la posibilidad o la imposibilidad de repetir el pasado, los blues de su autor y «all that jazz» que lo consagró como clásico indiscutible y cada vez más grande Gran Novela Americana. Aprovechando la publicación de esta suerte de homenaje, en LENGUA compartimos un extracto del libro de Fresán, un viaje al universo Gatsby para lectores no iniciados.
Por Rodrigo Fresán

Recordar aquel inolvidable sketch de los Monty Python con concurso televisivo en el que se desafiaba a los participantes a resumir/destilar el argumento de la colosal y maximalista En busca del tiempo perdido de Marcel Proust en quince segundos (la primera vez en chaqueta y pantalón y corbata, la segunda en traje de baño). De aplicarse el mismo principio a El Gran Gatsby –novela que aun los que no la leyeron más o menos saben qué cuenta, como ocurre con La Odisea o Romeo y Julieta o La metamorfosis o 1984– está claro que la tarea sería más sencilla. Y podría ser «Ah, trata de un hombre obsesionado por una mujer a la que alguna vez amó cuando no era nadie y ama cada vez más ahora que quiere serlo todo; pero ella está casada y…». O abrir un poco el foco y decir que «El Gran Gatsby, a través de los ojos de su narrador, Nick Carraway, retrata aquella alocada década de los años 20, marcada por la ley seca, el jazz y las grandes fiestas que afloraban sobre un mundo de negocios poco lícitos, corrupciones y sueños inalcanzables». O, si se trata de ponerse un tanto más lírico-conceptual, cabría afirmar que El Gran Gatsby «se ocupa de la imposibilidad de hacer real el Gran Sueño Americano pero valiéndose de un idioma tan hermoso y perfecto –tan soñador y de ensueño– que, sin embargo, vuelve verdadera y triunfal y realizada a esa ambición reformulándola como al más triunfal de los fracasos o la más perdedora de las victorias (y de que, a nivel individual, es tan importante lo que se es como lo que se quiere ser)». O si se prefiere no complicarse: Wikipedia. Y anotarse lo que allí se resume –copiándolo para copiarse– con letra minúscula en puño de maravillosa camisa de seda de esas que conmueven hasta a la más (in)sensible. O, mejor, trazar una especie de cuadro sinóptico y maravillarse frente a su precisa y bien calculada arquitectura de episodios ensamblándose dramáticamente hasta configurar el rumbo de una tragedia inevitable. O dejar de lado los grandes acontecimientos y concentrarse en los no por pequeños menos decisivos detalles, en esas formidables escenas, en esas frases a citar a ciegas: las descripciones clínicas y líricas al mismo tiempo de lugares y de época que la convierten en novela histórica ya desde su presente absoluto; la balzaciana cartografía clasista de East Egg (la old-respected money de Tom y Daisy Buchanan) & West Egg (la new-dirty money de Jay Gatsby y la no much-money de Nick Carraway, aunque su sueldo le alcance para permitirse una casi invisible sirvienta finlandesa); la teatralidad de película en inflamables e inflamados diálogos primero chispeantes y enseguida incendiarios; la luz verde y el Rolls-Royce amarillo que muchos ven de color diferente (y cabe apuntar que El Gran Gatsby es una novela muy colorida, aludiendo constantemente a lo cromático como tonal-emocional y, sí, esas camisas multicolores arrojadas desde lo alto, ese traje rosado); las constantes y emotivas y no emoticonas llamadas telefónicas y el mayordomo de Gatsby anunciándolas casi como oráculo; la perturbadora obsesión con lo ocular; las cortinas agitadas por el viento «como banderas pálidas» y las dos jóvenes (Daisy y Jordan) flotando «como en un globo sujeto a tierra» en sus vestidos blancos; la enumeración de bebidas alcohólicas; la casi adicción de Gatsby a pronunciar ese afectado pero afectivo «old sport» más para autoconvencerse que convencer de su paso ligero por Oxford; la súbita y casi profética modulación de la por entonces no muy frecuente palabra holocausto al consumarse la tragedia; las constantes invocaciones a lo acuático y a lo lunar influyendo en las mareas de ahogados existenciales y lunáticos sentimentales; ese muy simbólico reloj roto contra el que Gatsby apoya su cabeza y la preocupación por la fugacidad del tiempo y la llegada de una nueva edad y era más allá de los veinte años y de los años 20 mientras una banda toca y canta con voz de HAL 9000 «Three O'Clock in the Morning» que, para Fitzgerald, era la hora precisa y eterna «en la noche oscura del alma»… Todos estos y muchos más elementos e ingredientes exactos que, al combinarse, acaban convirtiéndola en una novela fantástica en el sentido más estricto del término: porque es así como su perfecto balance al mantener el equilibrio de una trama que (en apretado resumen) resulta perfectamente inverosímil hace de El Gran Gatsby un clásico irrefutable. Clásico no sólo porque, de nuevo, casi todos sepan de qué va aunque nunca hayan ido a él, sino porque –con profunda delicadeza describiendo la superficie de lo supuestamente realista– persigue y alcanza aquello que sólo capturan los más indiscutibles clásicos: no el apenas imitar la vida sino el reemplazarla por completo por algo mucho mejor, mejor escrito.
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Entonces –tan telescópica como microscópicamente– resumen de lo redactado y contado y publicado en 1925 a toda velocidad, a cien años por hora, ahora, con wiki-estilo indigno de Fitzgerald pero útil para todo aquel quien, como Gatsby, necesita aparentar tantas cosas y, entre ellas, que leyó El Gran Gatsby para redactar ensayo o rendir examen escolar.
A modo de aperitivo, la entrada de la Encyclopædia Britannica:
«El Gran Gatsby, novela del estadounidense F. Scott Fitzgerald, publicada en 1925. Cuenta la historia de Jay Gatsby, un millonario hecho a sí mismo, y su búsqueda de Daisy Buchanan, una joven adinerada a quien amó en su juventud. 1922: el libro está narrado por Nick Carraway. Después de mudarse al ficticio West Egg en Long Island, Nick conoce a Gatsby, quien le pide ayuda para volver a conectarse con Daisy, ahora casada con Tom Buchanan. Gatsby y Daisy reavivan su relación. Tom descubre la aventura y se enfrenta a Gatsby, revelando cómo Gatsby hizo su fortuna vendiendo alcohol ilegal. Mientras conduce el coche de Gatsby, Daisy atropella y mata a Myrtle Wilson, la amante de Tom. Más tarde, el marido de Myrtle mata a Gatsby y luego se suicida. Inicialmente recibió críticas regulares, pero El Gran Gatsby ganó popularidad en los años 50 y ahora es considerada obra maestra de la literatura estadounidense. Ha inspirado varias adaptaciones cinematográficas».
Y para más –pero nunca del todo suficientes– detalles en una novela hecha de detalles pero presentados aquí, casi con culpa y vergüenza, con la prosa menos fitzgeraldiana posible:
Nick Carraway, un joven de Minnesota, llega a New York en el verano de 1922 para trabajar en Wall Street. Alquila bungalow en el distrito de West Egg de Long Island: zona de nuevos-ricos. El vecino de Nick en West Egg es un misterioso hombre llamado Jay Gatsby quien, en su gigantesca mansión gótica, celebra extravagantes fiestas todos los sábados por la noche. Nick no es como los demás habitantes de West Egg: estudió en Yale y tiene contactos en East Egg, donde vive la clase alta tradicional. Una noche, Nick va a East Egg a cenar con su prima segunda Daisy y el marido de ésta, Tom Buchanan, antiguo compañero de Nick en Yale. Daisy y Tom le presentan a Jordan Baker: hermosa y cínica joven con la que Nick entabla breve y nunca del todo consumada relación romántica. Jordan le cuenta que Tom tiene una amante, Myrtle Wilson, quien vive en el Valle de las Cenizas, vertedero industrial entre West Egg y Manhattan. Poco después de esta revelación, Nick viaja a New York con Tom y Myrtle. Durante una juerga en el apartamento que Tom alquila para sus aventuras, Myrtle empieza a burlarse de Tom y a invocar el nombre de Daisy, y Tom le rompe la nariz.

Francis Scott Fitzgerald circa 1920. Crédito: Getty Images.
Avanza el verano y Nick es invitado a una de las legendarias fiestas de Gatsby. Allí, se encuentra con Jordan y conoce a Gatsby. Gatsby pide hablar con Jordan a solas y luego, a través de Jordan, Nick conoce más acerca de su misterioso vecino. Gatsby le contó a Jordan que conoció a Daisy en Louisville en 1917 y que está profundamente enamorado de ella. Y que pasa muchas noches mirando la luz verde al final del muelle de Daisy, al otro lado de la bahía. Y que su extravagante way of life y sus enloquecidas fiestas enloquecedoras son, simplemente, un intento de impresionar a Daisy. Gatsby quiere ahora que Nick organice reencuentro entre él y Daisy; pero teme que Daisy se niegue a verle si sabe que él aún la ama. Así, Nick invita a Daisy a tomar el té en su casa, sin decirle que Gatsby también estará allí. Tras el reencuentro, Gatsby y Daisy reanudan su relación. Su amor se reaviva. Tom sospecha cada vez más de la relación de Daisy con Gatsby. En un almuerzo en casa de los Buchanan, Gatsby mira a Daisy con tal pasión que Tom comprende que está enamorado de ella y, aunque él tiene affairs, le enfurece la idea de que su mujer pueda serle infiel. Tom casi obliga al grupo a conducir hasta New York, donde se enfrenta a Gatsby en una suite del Hotel Plaza. Tom afirma que él y Daisy tienen una historia que Gatsby nunca podría entender, y revela a su mujer que la fortuna de Gatsby proviene de actividades ilegales. Daisy duda y solloza y Tom la envía de vuelta a East Egg con Gatsby para así demostrarle que ha perdido el duelo, que no le preocupa dejarlos a solas. Nick recién entonces recuerda que es su «amenazador» cumpleaños número treinta. Sin embargo, cuando Nick, Jordan y Tom atraviesan el Valle de las Cenizas, descubren que el coche de Gatsby ha atropellado y matado a Myrtle, la amante de Tom. De regreso en Long Island, Nick se entera por Gatsby de que Daisy conducía el coche que arrolló a Myrtle, pero Gatsby asume la culpa mientras espera, en vano, la llegada de Daisy. Al día siguiente, Tom le dice al marido de Myrtle, George Wilson, que Gatsby era el conductor del coche. George concluye que el conductor del coche que mató a Myrtle debía ser su amante, encuentra a Gatsby en la piscina de su mansión y lo mata de un disparo. Nick organiza el funeral de Gatsby al que sólo asisten el padre de Gatsby y Ojos de Búho. Nick pone fin a su relación con Jordan y regresa al Medio Oeste, al corazón del corazón del país, para escapar del asco que siente por la decadencia moral de quienes le rodean: esa «diferencia» de los ricos de la Costa Este. Nick reflexiona acerca de que –al igual que el sueño romántico de Gatsby se vio corrompido por la ambición deshonesta– la felicidad del Sueño Americano no es más que ansias de riqueza. Y de que –aunque el poder de Gatsby para transformar sus sueños en realidad es lo que le hizo «Gran»– Nick comprende que la era de los sueños, tanto del sueño de Gatsby como del Sueño Americano, ha terminado.
Y que aquel reloj roto era ahora un despertador que funciona y cuya campanilla suena a bang-bang.