Joseph Heller por Rodrigo Fresán: American Mad Man Psycho
Durante la II Guerra Mundial, Joseph Heller (1923-1999) sirvió como piloto de un bombardero B-52. Su experiencia al mando de la aeronave inspiró años después su primera novela, «Trampa 22» (1961), la cual se convirtió con el tiempo en un clásico moderno (el libro ha sido recientemente adaptado como miniserie de televisión con George Clooney como protagonista, por cierto). Heller, sobrepasado por el éxito de su ópera prima, tardó 13 años en darle forma a su siguiente obra: «Algo ha pasado». Sin embargo, confiaba tanto en la historia que tenía entre manos que decidió esconder borradores por todo Nueva York para tener copias a mano si se daba la circunstancia (glups) de que el fuego devoraba su casa. Paranoias y/o manías al margen, el novelista tenía motivos de peso para apostar por su trabajo: décadas después de su publicación, «Algo ha pasado» es «la Gran Novela Americana de la Familia y la Oficina» a ojos de Rodrigo Fresán, quien firma el prólogo de esta nueva edición (Random House), el cual reproducimos íntegramente a continuación (imperdibles notas a pie de página incluidas).
Por Rodrigo Fresán
20 de julio de 1984. Joseph Heller posa frente a la casa de los Hamptons (Long Island, Nueva York) en la que pasaba los veranos. Crédito: Getty Images.
AMERICAN MAD MAN PSYCHO
UNO
Alguna vez, demasiadas veces, le preguntaron a Joseph Heller (Nueva York, 1923-1999) qué se sentía al no haber escrito nunca nada que superase a su primer libro. Y varias veces también –con soberbia modestia– Heller respondía: «¿Acaso alguien lo ha superado?». Para entonces –luego de un debut inicialmente «de culto» y un lento pero ininterrumpido boca a boca– Trampa 22, la novela en cuestión, ya era un clásico moderno además de best seller multimillonario. Y su título había ingresado al diccionario (al igual que «quijote» y «bovarismo» y «lolita») como expresión sinónimo de inescapable trampa burocrática-castrense pero, también, loop aplicable a toda situación donde absurdo y desespero comulgan en un mismo irresoluble y enloquecido y enloquecedor dilema como aquel de ese huevo y esa gallina. Pero Heller también podría haber respondido al impertinente de turno con algo quizá menos ingenioso pero más verdadero e irrebatible: «No sé de qué me habla; porque con Algo ha pasado yo superé con creces a Trampa 22». Y punto.
DOS
Y seguido. Y los fastos en el 2011 conmemorando el medio siglo de expansión del estallido de 10.000.000 de ejemplares vendidos y unos 100.000 sumándose anualmente de Trampa 22 (incluyendo edición especial, buena biografía del sujeto firmada por Tracy Daugherty y una tan afectuosa como despiadada memoir de la hija Erica Heller) no hicieron más que fortalecer, en perspectiva, la posibilidad (para mí indiscutible) de que la segunda en llegar haya sido y siga siendo mucho mejor que la primera en haber llegado. Porque si bien Trampa 22 arribó algo tarde como Gran Novela Americana de la Segunda Guerra Mundial (muchos años después de los despachos de los también soldados veteranos Norman Mailer & Irwin Shaw & James Jones & Herman Wouk entre tantos otros), sí se permitió anticipar modales y taras y delirios de lo que sería Vietnam. En cambio, Algo ha pasado (opus 2, recién trece años después, en 1974, Heller era un escritor lento) se adelantó en lo que hace al hacer volar por los aires y reconstruir entre las ruinas a la Gran Novela Americana de la Familia y la Oficina. Digámoslo así: en Trampa 22, el antihéroe John Yossarian, en el centro de una Guerra Mundial, está seguro de que todos ahí afuera quieren matarlo; en cambio, en Algo ha pasado, en los bordes de la supuesta paz de lo que en verdad es su guerrilla particular, el anti-antihéroe Bob Slocum está matándose a sí mismo en cámara lenta y en asfixiantes interiores. Yossarian esquiva, movedizo sin cesar, las balas de su presente; mientras que Slocum es atravesado por las muy envenenadas flechas de su pasado haciendo blanco perfecto en el más petrificado aquí y ahora. Trampa 22 es coral en tercera persona y a su manera eufórico; mientras que Algo ha pasado es un desgarrado solo de voz y acto de inmolación stand-up de primerísima persona en las últimas. Y, sí, Yossarian y Slocum (y muchos de los personajes de las siguientes novelas de Joseph Heller, incluyendo al mismísimo Rey David) están, a su manera, locos por culpa del enloquecedor paisaje que habitan. Y es esta mirada demente (y de mente) a todo lo irracional que les rodea lo que, paradoja, los vuelve clínica e hipersensiblemente cuerdos. Pero la permanente y sólida locura de Slocum hace parecer a la de Yossarian, comparativamente, como casi un berrinche pasajero que ya pronto pasará. Digámoslo aún mejor: John Yossarian es un guerrero en libertad peleando no sólo contra los alemanes sino también contra la estupidez de sus compatriotas, mientras que Bob Slocum es un prisionero de guerra de sí mismo luchando contra la idea del The End. Interrogado alguna vez por su amigo, el escritor políticosatírico Christopher Buckley, sobre a quién de sus dos personajes y a cuál de sus dos novelas prefería, Joseph Heller sonrió, se encogió de hombros, y le respondió: «¿Quién podría elegir a uno entre estos dos?».
TRES
Así, Slocum nos llama desde el Guantánamo de su descontento que es una casa perfecta en Connecticut. Una casa con jardín. Y en ese jardín, Algo ha pasado como novela del género Cuidado-Con-El-Perro. Un mastín que ladra y muerde cuya portada original norteamericana estaba diseñada con ominosas letras color rojo mala sangre y negro humor sobre un fondo amarillo bilis. Dentro, al otro lado de la verja y aullando a la luna y al sol y tensando su cadena, la regocijada amargura de un tal Bob Slocum a quien, inevitablemente, yo no puedo sino superponerle el rostro de Bill Murray. Alguien quien se nos presenta como una primera versión del american psycho Patrick Bateman de Bret Easton Ellis (1). De acuerdo: Slocum –recordador absoluto y olvidador selectivo– es menos violento que Bateman pero violenta aún más al lector. Slocum no decapita pero sí va por ahí cortando cabezas (la suya incluida) más pre/ ocupado por el crack y grietas en las paredes de su estudio que por el Crack en Wall Street. Y Slocum es un tipo cuya biografía y currículum profesional en empresa sin marca y vínculos familiares sin nombres propios (2) a excepción del pequeño disfuncional de la casa tiene más de un punto en común con la de Heller (3) y señora y descendencia. Y, sí, la novela es la voz de esta novela. Una voz –en primerísima persona– que combina los colmillos del lobo feroz y el desamparo del cordero listo para ser sacrificado una y otra vez, de 9 a 5, para después regresar al infernal purgatorio del hogar, agrio hogar. Comparado con Bob Slocum, el Don Draper y sus colegas en Mad Men son un ejemplo de conducta profesional y un modelo de estabilidad emocional. Don Draper también fue a la guerra y se hizo con el botín de una nueva personalidad y dispara propaganda desde Madison Avenue tan satisfecho de sí mismo y de la fachada que montó para sus seres más o menos queridos y clientes adorados. Slocum es el mal soldado y peor producto que alguna vez bombardeó Europa y que ahora –tan pero tan satisfactoriamente insatisfecho– acribilla a todo lo que se le pone a tiro y mirada en ese frente de batalla doméstico donde el paradisíaco Sueño Americano suele despertarse como infernal Pesadilla Americana. Para Bob Slocum –a diferencia de Don Draper– la guerra no ha terminado, apenas ha cambiado el dramático y tragicómico teatro de operaciones.
Se sabe que Heller depositaba y renovaba –a medida que sumaba páginas– varias copias del libro en apartamentos de conocidos por toda Manhattan así como en el locker de su gimnasio temeroso de que el suyo se incendiase y se perdiera para siempre su magna obra in progress. Se sabe también que el día en que finalmente llevó la novela terminada primero a fotocopiar y enseguida a su agente obligó a su hija adolescente a que lo acompañase por temor a, de camino, sufrir un ataque cardíaco o ser atropellado por un autobús, y que así ella pudiese entregar el original.
En confrontación con Algo ha pasado, antecedentes belicosos-miserabilistas como El hombre del traje gris de Sloan Wilson, Revolutionary Road de Richard Yates, el Herzog de Saul Bellow o la saga ya iniciada del Harry «Conejo» Angstrom de John Updike (también testigo de algo que pasa en su primer libro) son, en comparación, casi fábulas para niños inocentes (4). Y, sí, Bob Slocum va aún (mucho) más lejos que los atribulados neuróticos de los cómics de Jules Feiffer o que el Stern y el Harry Towns de Bruce Jay Friedman o que el Nathan Zuckerman o el David Kepesh o el Mickey Sabbath de Philip Roth o que el John Self y el Samson Young y el Richard Tull de Martin Amis. Imposible pensar en la ya mencionada American Psycho de Bret Easton Ellis, en El club de Leonard Michaels, en Jernigan de David Gates, en La tormenta de hielo y América ocaso de Rick Moody, en Las correcciones de Jonathan Franzen, en Entonces llegamos al final de Joshua Ferris, en Un trastorno propio de este país de Ken Kalfus, en Entre los muertos de Michael Tolkin, en El rey pálido de David Foster Wallace o en The Land of Steady Habits de Ted Thompson o en el ciclo novelesco y relatos protagonizados por el Frank Bascombe (en especial El Día de la Independencia) de Richard Ford sin que antes haya pasado esta novela de Joseph Heller (5). Lo mismo es aplicable a películas como Magnolia de Paul Thomas Anderson o American Beauty de Sam Mendes o The Weather Man de Gore Verbinski o la trilogía Hannah and Her Sisters-Husbands and Wives-Crimes and Misdemeanors de Woody Allen o a buena parte del cine de Noah Baumbach. O a series de televisión como Seinfeld o Curb Your Enthusiam de Jerry Seinfeld y Larry David o The Office de Ricky Gervais o Chappelle's Show de Dave Chappelle o Louie de Louis CK o The Sopranos de David Chase o Mad Men de Matthew Weiner o Breaking Bad de Vince Gilligan (pero sin anestesia ni redención alguna). Todos y todas no habrían pasado –o serían diferentes de lo que hoy son– de no haberse acercado antes a este muy influyente (6) monstruo Made in USA. Y –desobedientes e irresponsables desobedeciendo a la advertencia del cartel en la verja– acariciar a través de los barrotes la cabeza de esta sonriente bestia peluda y con dientes afilados.
Joseph Heller en una imagen tomada en 1998, meses antes de su muerte. Crédito: Getty Images.
CUATRO
Y la textura y el genio de Joseph Heller –confeso discípulo de Louis-Ferdinand Céline y admirador de J. P. Donleavy, maestros del canallismo literario– pasa y se queda para siempre por lo que dice Slocum y como lo dice en Algo ha pasado. Lo dice (nos lo dice) en el monólogo obsesivo –microscópico a la vez que telescópico– de quien ha caído en el trance de la sinceridad absoluta. Desde ese perfecto inicio con «Siento escalofríos cuando veo puertas cerradas» y, enseguida, un «Hoy existen muchas cosas que no quiero descubrir»; pasando por el muy citado «En la oficina donde trabajo hay cinco personas a quienes temo. Cada una de ellas teme a cuatro (excluyendo las superposiciones), lo cual hace un total de veinte, y cada una de esas veinte teme a seis, lo cual alcanza un total de ciento veinte personas temidas por una persona por lo menos. Cada una de estas ciento veinte personas teme a las otras ciento diecinueve, y todas estas ciento cuarenta y cinco personas temen a los doce ejecutivos superiores que contribuyeron a fundar y desarrollar la compañía, y actualmente la poseen y la dirigen»; siguiendo con «Mi mujer no es feliz» y «Ninguno de nuestros dos hijos es feliz, cada uno de ellos a su manera, y supongo que la culpa también es mía (aunque no estoy seguro de saber cómo o por qué)», arrastrándose hasta ese tremendo «No se lo digan a mi mujer» luego de que haya pasado lo que pasó, hasta cerrar con el lapidario «Todos parecen estar satisfechos por la forma en que he tomado el mando». Pero no. Porque Algo ha pasado es un canto agudo a la deserción total. Y su «recluta» civil, avanzando en constante retirada, acaba constituyéndose en el ser más cobardemente osado de una de las más profundas a la vez que divertidas (y ya se sabe que «divertido», al igual que «interesante», es un término muy ambiguo y polimorfo y perverso [7]) obras maestras de la literatura norteamericana. Una de esas criaturas a las que, de tanto en tanto, se las etiqueta como Great American Novel para luego ser olvidadas y poder, como aquí y ahora –con la perspectiva que dan los años y tantas Great American Novels que en verdad no lo eran–, ser recordadas como corresponde. Digámoslo así: Bob Slocum es un Ahab sin la coartada de una ballena blanca que justifique su delirio porque, ay, Bob Slocum es su propia ballena blanca.
CINCO
Y –suele ocurrir con las obras maestras indiscutibles que parecen haberse anticipado a su tiempo– su génesis no fue sencilla. Muchas cosas pasaron con Algo ha pasado, y hay copioso testimonio de ello y del constante recordar en que siempre se la ha tenido (un poco/mucho injustamente olvidada) para, con el tiempo, acabar siendo considerada como la mejor obra de Joseph Heller (8).
Heller –como con Trampa 22 lo primero que supo sin dudas fue su título y «más o menos lo que quería decir»– trabajó en ella durante trece años, calibrando palabra por palabra, en sesiones que empezaron siendo de dos horas para llegar a alcanzar las diez, anotando frases sueltas en fichas con potencia de slogans existenciales a insertar después en páginas escritas a mano y luego enviadas a tipear, retrasando la entrega de la novela cuatro años más allá de lo que estipulaba el contrato, consciente de que era algo importante y de que en la mutación de piloto de combate a oficinista en pie de guerra se jugaba la batalla de su oficio y arte. Abundan los testimonios de familia y amigos y editor de cabecera (9) acerca de las crecientes y cada vez más bobslocumianas preocupaciones de Heller durante la escritura del libro (10). Se sabe que Heller depositaba y renovaba –a medida que sumaba páginas– varias copias del libro en apartamentos de conocidos por toda Manhattan así como en el locker de su gimnasio temeroso de que el suyo se incendiase y se perdiera para siempre su magna obra in progress. Se sabe también que el día en que finalmente llevó la novela terminada primero a fotocopiar y enseguida a su agente obligó a su hija adolescente a que lo acompañase por temor a, de camino, sufrir un ataque cardíaco o ser atropellado por un autobús, y que así ella pudiese entregar el original (11).
Mayo del 79. Heller come un perrito caliente del Nathan's Famous, un local ubicado en un barrio de viviendas protegidas de Coney Island, el lugar donde Heller creció. Crédito: Getty Images.
SEIS
Y a continuación algo de lo que pasó por la mente de Joseph Heller y salió de su boca en las diversas entrevistas que le hicieron durante y después de la publicación de Algo ha pasado ensamblado aquí con modales de monólogo à la Bob Slocum (12): «La primera línea del libro me llegó estando yo sentado en una silla, en Fire Island. Estaba preocupado: Trampa 22 seguía vendiendo bien, sí; pero a mí no se me ocurría nada. Y estaba cansado de enseñar en el City College de Nueva York. De golpe, me vino de la nada lo del miedo a las puertas cerradas y eso de la oficina y de las personas a las que se les tiene miedo. Y, después, lo que pensé que sería la última frase del libro y finalmente no lo fue: "Soy una vaca" […]. Así, después, escribí este libro porque pensé que sería un buen libro. Y porque se me ocurrió la idea. Y yo no soy del tipo de escritor que tiene muchas. De ahí que cuando una aparece, allá voy y estoy seguro que pasaré mucho tiempo pensando esa idea… El libro es, se supone, realista; pero no es un realismo literal sino un realismo psicológico con mucho de surrealista en cuanto al modo en que Slocum recuerda cosas distantes o relata cosas recientes que, sabemos, no pueden haber sucedido tal como él las narra… Ninguno de mis libros tiene intención alguna de ser autobiográfico, pero sí están basados en mis experiencias y en lo que pienso acerca de las experiencias de otros. Lo más importante cuando se escribe ficción es que hay muchas opciones a disposición. Les dije a mi esposa e hijos que Algo ha pasado no es acerca de ellos. No me parecen tan interesantes. No hace mucho alguien me comentó que mi sobrino tiene ojos azules. Nunca me había fijado en ello. Y eso que él tiene veintiocho años… Tampoco tengo la experiencia de ser el padre de un niño "con problemas". Pero sí conozco las inseguridades y temores de un padre. Y sé lo que es abrazar aterrorizado y muy fuerte a tu hijo cuando acaba de pasarle algo malo o pudo pasarle algo aún peor… Mientras escribía el libro les dije a varias personas, un tanto preocupado por ser acusado de haber escrito un libro inmoral, que mi Bob Slocum probablemente fuese el personaje más despreciable en toda la historia de la literatura. Pero ya antes de terminarla empecé a sentir pena por él. Y muchos de los que la leyeron no sólo se han compadecido de él sino que, además, se han sentido muy identificados. Jamás lo hubiese esperado, pero los lectores tuvieron más simpatía por Bob que los críticos literarios cuando, pienso, debería haber sido a la inversa. Lo que me sorprendió pero supongo que no debe sorprenderme: Bob es alguien muy humano y, también, es alguien muy cercano a la locura y que ya ha perdido la habilidad para poder controlar en qué piensa; aunque la novela no está especialmente preocupada por seguir los parámetros de ninguna estructura psicológica preestablecida y catalogada. Me gustó mucho lo que ponía la reseña en The New Republic. Dijeron: "El libro de Heller es sobre un hijo de puta llamado Bob Slocum". Y lo llamaron tres veces más "hijo de puta" y una vez "bastardo"; pero concluyeron con un "Slocum es todos nosotros". Pero lo cierto es que Bob es infeliz y yo no. Al menos no soy tan infeliz, o soy más feliz que Bob».
«Mientras escribía el libro les dije a varias personas, un tanto preocupado por ser acusado de haber escrito un libro inmoral, que mi Bob Slocum probablemente fuese el personaje más despreciable en toda la historia de la literatura. Pero ya antes de terminarla empecé a sentir pena por él. Y muchos de los que la leyeron no sólo se han compadecido de él sino que, además, se han sentido muy identificados».
SIETE
Y se sabe que los primeros lectores calificados del libro y reseñas adelantadas de Algo ha pasado no dudaron en invocar los nombres de Melville, Tolstói, Dickens, Faulkner, Joyce y Nabokov (13). Pero se sabe también que, cuando el libro llegó a las librerías, fueron muchos los que reconsideraron su entusiasmo o la malentendieron como una suerte de relato de Donald Barthelme con demasiadas páginas, como un juguete roto posmodernista. The New Yorker la despreció aún más de lo que ya había despreciado a Trampa 22. Y se la acusó de ser –como la anterior– demasiado larga (ignorando el hecho obvio de que su longitud, su cadencia casi de trance hipnótico y digresiones tonales y circunvalaciones monocordes, son partes inseparables del carácter de su protagonista y, por lo tanto, de la trama del libro). Alguna aproximación feminista acusó de que todo no era más que la venganza de un misógino contra tanto libro reciente y contemporáneo con heroínas súbitamente liberadas y sin miedo a volar firmados y afirmados por mujeres. «Nada pasa en Algo ha pasado», tonteó alguien y –a pesar de entrar en la lista de best sellers y permanecer allí por medio año– la novela tampoco conectó con el público joven que había redescubierto a Trampa 22 como irreverente y antisistema artefacto contracultural pacifista. Y buena parte de los lectores adultos, claro, prefirieron no leer algo que lucía como una suerte de radiografía propia desbordante de tumores malignos. Algo ha pasado era, sí, una novela vigorosamente extenuante para un país extenuado a secas y con un presidente, Richard Nixon, casi tan deshonesto consigo mismo y con todos como Bob Slocum.
Se sabe que los primeros lectores calificados del libro y reseñas adelantadas de Algo ha pasado no dudaron en invocar los nombres de Melville, Tolstói, Dickens, Faulkner, Joyce y Nabokov. Pero se sabe también que, cuando el libro llegó a las librerías, fueron muchos los que reconsideraron su entusiasmo o la malentendieron como una suerte de relato de Donald Barthelme con demasiadas páginas, como un juguete roto posmodernista.
Se sabe también que al comenzar a leerla, un John Cheever en horas bajas y oscuras la arrojó por la ventana porque, aclara su biógrafo Blake Bailey, «le gustaba demasiado» (14). Se sabe que el igual de ácido que Joseph Heller pero tanto más piadoso Kurt Vonnegut la definió como «novela de suspenso» (15). Y Vonnegut no se equivocaba. Pero lo era con una estranguladora vuelta de tuerca sobre el género. Porque para cuando en las últimas páginas –después de una tan genial como asfixiante administración del tempo dramático, luego de dar muchos giros y tomar tantos desvíos que conducen a donde nunca se quiere llegar para acabar llegando y descubrirse como uno de esos accidentes automovilísticos que no se quieren ver pero no se pueden dejar de mirar por los que allí pasan aminorando la marcha casi sin darse cuenta o siendo plenamente conscientes de ello– Heller y Slocum nos revelan qué fue lo que en realidad pasó pasa, después, lo más tremendo. Entonces el espanto más grande de todos: el lector, aunque horrorizado, comprende que ese algo que pasó, si bien dramático y terrible, de algún modo no era ni es ni acabará siendo tan importante. Porque –a pesar y más allá de todo y de todos– Slocum seguirá siendo el mismo: él mismo, aunque durmiendo, como dice, ya no en posición fetal sino en posición de cadáver. Porque, antes de que ese algo pasara, al cretino de Slocum ya le habían pasado demasiadas cosas. Entre ellas y por encima de todas –sin que lo sepa, pero tal vez lo sospeche– el que, antes que nada, su pequeña y miserable existencia se ha convertido en una inmensa y magnífica vida de novela con final abierto como herida que no cicatriza. Así que después, enseguida –abandonen toda esperanza los audaces quienes crucen su umbral– sepan que lo que aquí pasó y pasa y va a pasarles es una de las novelas de sus vidas (les gusten o no sus propias vidas y no la novela que, seguro, va a gustarles tanto como a John Cheever y, sí, mejor, por las dudas, mantengan las ventanas cerradas). Algo pasó con Algo ha pasado. Algo vuelve a pasar y seguirá pasando con Algo ha pasado. Algo pasa con Algo ha pasado que no se puede ni se debe dejar pasar. Pasemos.
Notas al pie:
1. También pero mucho antes, como en la obra maestra de Ellis, hacia el final de la novela Heller deja entreabierta para el lector la posibilidad de que todo lo que nos cuenta Slocum (narrador poco confiable si alguna vez lo hubo, al que se le añaden progresivamente maniobras de desdoblamiento típicas de la esquizofrenia o la psicosis, llegando a alucinar a su psiquiatra y a las supuestas conversaciones que tiene con su entorno) sea producto de su imaginación, de la frustración por sus deseos nunca concedidos, o de una lenta pero sin pausa entrada en el delirio.
2. Para espanto de los Heller, a los que «La Cosa» –como se refería el autor a su novela in progress– no les causaba mucha gracia por cómo influyó en el comportamiento de su creador durante su larga escritura y mucha menos gracia les causó al ser terminada y editada.
3. Pasado como piloto de combate en la Segunda Guerra Mundial, presente en un lugar que se parece un poco demasiado a las oficinas de Time Incorporated donde trabajó Heller.
4. En verdad, lo de Bob Slocum en Algo ha pasado es como una versión mega-ultra-maxi-expandida del «espíritu» del inmóvil pero tan movilizador Bartleby de Herman Melville.
5. ¿Se me permitirá aquí, tan lejos de los demás mencionados, añadir que Algo ha pasado –algo de su «mecanismo» entre confesional y al mismo tiempo pecador– marcó/influyó también a mis tres Partes (Inventada, Soñada y Recordada) en las que, también, todo orbita alrededor de algo que pasó pero que mejor no mencionar? Gracias por sí o por no.
6. Y, me temo, seguramente hoy tan «cancelable» vía tuit por el típico comment-lector siempre listo para indignarse por no sentirse «identificado».
7. Aun así, Heller desconfiaba del humor como recurso novelesco: «Intento ser serio pero no dejan de ocurrírseme bromas. Lo que me perturba. Porque a mí lo gracioso se me aparece con mucha facilidad, y yo desconfío mucho de lo que me resulta fácil. En cualquier caso, jamás pensé que Trampa 22 era un libro gracioso hasta que vi a alguien riéndose mientras lo leía», dijo.
8. Luego de Algo ha pasado, Joseph Heller publicó muy buenos libros. A saber y sin contar obras de teatro y ocasionales trabajos para el cine: la farsa política en Washington D.C. y su Casa Blanca –cruza de Trampa 22 con Algo ha pasado– Tan bueno como el oro (1972), la sátira bíblica Dios sabe (1984), la crónica de una enfermedad terrible y paralizante padecida y reída No Laughing Matter (1986, en coautoría con Speed Vogel), el muy original y anticipatorio de algo que hoy es común y polimorfo perverso meta-ensayo-novelesco pictórico/filosófico Figúrate (1988), la oportunista pero aun así con tramos deslumbrantes secuela de Trampa 22 que es Closing Time/La hora del recuerdo (1994), la memoir de juventud Now and Then: From Coney Island to Here (1998) y, póstumos, la experimental Retrato del adolescente, viejo (2000) y la recopilación de textos breves Catch As Catch Can: The Collected Stories and Other Writings (2003). Pero nada de lo que vino después (ni antes) tiene la compacta y expansiva potencia de Algo ha pasado. Y es así que hoy abundan sobre ella las reconsideraciones críticas casi pidiendo perdón con títulos como «Lo que se nos pasó: una mirada a la novela olvidada de Joseph Heller» o «Algo ha pasado: el mejor libro que nunca has leído».
9. Otra vez, como con Trampa 22, Robert «Bob» Gottlieb –Heller dejaría Simon & Schuster para irse con él a Knopf, más adelante abandonaría a Gottlieb para regresar a Simon & Schuster con adelanto millonario por Tan bueno como el oro y, otro contrato, volver a Knopf y a Gottlieb con Dios sabe– fue el encargado de acompañar de cerca el proceso de escritura y participar activa y creativamente en el ensamblado de un manuscrito que, en su primera versión, llegó a tener 940 páginas. En su memoir como profesional titulada Avid Reader: A Life (Farrar, Straus and Giroux, 2016), Gottlieb cuenta una anécdota que merece ser reproducida aquí. Recuerda Gottlieb que, editando Algo ha pasado («A la que consideré y sigo considerando como el mejor libro de Joe y, además, una de las mejores novelas de su tiempo»), sólo le puso un pero: «"Un último detalle, Joe: el nombre de tu personaje es Bill Slocum, pero no me suena bien. No me parece que sea un Bill", le dije. Joe me preguntó cuál pensaba yo que era su nombre. "Bob. Es un Bob", le respondí. Y entonces fue uno de los pocos momentos en que vi a Joe desconcertado: "Él era un Bob. Pero lo cambié a Bill porque pensé que podría llegar a enojarte el que llevase tu mismo nombre". Le dije que no tenía que preocuparse por eso, que su Bob nada tenía que ver conmigo. Y así Bill volvió a ser Bob… ¿Cómo pudo haber sucedido algo así? No lo sé. Supongo que nuestras convulsionadas y neuróticas y judías mentes neoyorquinas funcionan del mismo modo… Mi relación con Joe fue lo más cerca que jamás estuve de sentir como editor una absoluta identificación con un escritor». Y detalle pertinente: antes de ser un Bob y un Bill y de nuevo un Bob, Bob fue, antes que nada y nadie, un Joe.
10. Hipocondría, temor a envejecer, excesos de todo tipo e infidelidades surtidas –durante la escritura de Algo ha pasado– son enumeradas en la excelente Just One Catch: A Biography of Joseph Heller de Tracy Daugherty (St. Martin’s Press, 2011).
11. Leer también acerca de todo esto en la tan divertida como impiadosa (hija de su padre, después de todo) memoir familiar de Erica Heller titulada Yossarian Slept Here: When Joseph Heller Was Dad, The Apthorp Was Home, and Life Was a Catch-22 (Simon & Schuster, 2011). Allí, Erica Heller recuerda también su espanto cuando su padre le dio a leer el manuscrito terminado para saber qué pensaba ella. Erica cuenta que su padre le entregó las pruebas de la novela y que ella demoró unos cuantos días en comenzar la lectura. Erica ya había sido testigo del efecto demoledor que le había producido a su madre leerla y quien, enseguida, se negó a seguir leyendo más allá de las primeras páginas consciente de que, con Algo ha pasado, también comenzaba a dejar de pasar su matrimonio ardiendo a fuego lento a lo largo de los últimos trece años en los que Heller se encerraba a escribir. Para sorpresa de Erica, Algo ha pasado contenía conversaciones, palabra por palabra, que ella había tenido con su padre. Y la dinámica entre los dos personajes le resultaba más que familiar. «¿Es jugar limpio, en el nombre de la literatura, escribir sobre alguien sin decírselo? No estoy segura de ello y sigo sin estarlo. Leyendo las pruebas de imprenta del libro de papá no podía creer el que semejante registro íntimo de nuestra vida fuese a ser publicado, y me sentí como si hubiese sido literalmente demolida. ¿Cuánto había de verdad en lo que había escrito? ¿Cómo podría llegar a saber cuánto de lo que no había pasado en verdad sí había pasado por el hecho de que mi padre pensara así, aunque no lo hiciese en voz alta?». Erica, entonces de trece años, adolescente e indignada, increpó a su padre con un «¿Cómo pudiste escribir acerca de mí de este modo?». La respuesta de Papá Joseph fue tan calma como feroz: «¿Qué te hace pensar que eres lo suficientemente interesante como para que yo me ponga a escribir sobre ti?». En cualquier caso y en perspectiva, Erica concluye diagnosticando: «El libro era 569 páginas hilarantes, pero mordaz y cáusticamente envueltas en la más latente y lista para estallar de las furias. También era formidable, deprimente y, muchos lo dicen (incluyendo al propio autor), es el mejor libro de Papá». Años más tarde de la publicación de la novela, en una entrevista de 1998 en The Observer, preguntado acerca del desprecio que siente Slocum por su joven hija, Heller comentaría: «No me llevo bien con los niños, tampoco con los jóvenes: con ellos nunca hay motivos para tener una buena conversación». Ah…
12. Todas las citas a continuación salen de Conversations with Joseph Heller, Adam J. Sorkin, ed. (University of Mississippi Press, 1993).
13. El propio Heller señaló a Los embajadores de Henry James como influencia lateral pero influencia al fin. También, en Algo ha pasado, Heller reconoció las presencias de Fiodor Dostoievski, Samuel Beckett y John Hawkes.
14. La desconsolada irritación de John Cheever estaba más que justificada. Por esos días Cheever –luego de publicar en 1967 Bullet Park, esa suerte de hermana mayor y, aun en su desconsuelo, más bien lírica y más Dr. Jekyll que la Mr. Hyde Algo ha pasado, también adelantada a su tiempo pero incomprendida por sus contemporáneos– luchaba a muerte y adicciones con Falconer: novela con otro tipo de prisionero que acabaría significando su renacer como autor de éxito y de prestigio. Posteriormente, la publicación póstuma de los Diarios de Cheever reveló a un hombre hasta entonces desconocido y desesperado y cruel que, en más de un tramo, sonaba demasiado parecido a Bob Slocum en lo que hacía a su familia y alrededores y sí mismo. Y tiene su gracia y su acierto el que el diseño/ilustración de portada de esta edición de Algo ha pasado (adaptación del de la edición inglesa) evoque más a un personaje de Cheever en los años 50s que a uno de Heller a finales de los 60s y principios de los 70s reconociendo un mismo linaje, una genética similar que no puede sino ser cada vez más «degenerada» con el paso del tiempo y la permanencia del desencanto a medida que pasan más y más y más cosas.
15. Kurt Vonnegut (también excombatiente, desarticulador de novelas, explorador de la jungla de los escritorios con La pianola y autor de Matadero Cinco, esa suerte de hermana siamesa pero separada de Trampa 22 a la hora de bombardear todo criterio establecido en cuanto al modo en que se podía escribir sobre la Segunda Guerra Mundial como «última guerra buena» y cuyo despegado/desapegado espacio-temporal Billy Pilgrim tiene más de un punto en común con Bob Slocum) firmó la reseña de Algo ha pasado en el suplemento de libros de The New York Times el 6 de octubre de 1974. La pieza en cuestión merece ser leída al completo o –revisada por el autor a la alza– en la recopilación de ensayos y reflexiones Palm Sunday (1981) para incluso, con la perspectiva de los años, reconocerle una nueva virtud: la de suerte de náufrago mensaje en botella para que los jóvenes apreciasen la novela como «una especie de escalofriante sumario de lo que mi generación de nebulosos e inteligentes hombres blancos experimentaron en un determinado momento, y lo que nosotros, dentro de la jaula de esa experiencia, hicimos con y de nuestras vidas». Extracto a continuación algunos de sus conceptos: «Mr. Heller es un humorista de primera clase que, intencionalmente, arruina sus propios chistes con la infelicidad de los personajes que los padecen… ¿Es bueno este libro? Sí. Y está espléndidamente ensamblado e hipnótico en su lectura. Es tan claro y de bordes tan duros como los de un diamante. La concentración y la paciencia de Mr. Heller son tan evidentes en cada una de las páginas que sólo puedo decir que Algo ha pasado es precisamente eso que en principio se propuso hacer. Y el libro está siendo promocionado bajo conceptos falsos, lo que me parece bien. He visto recientemente los avisos para su difusión en Inglaterra donde se afirma que hemos vivido muy ansiosos por la llegada de un nuevo libro de Heller porque queríamos seguir riendo con él. No me parece un mal argumento de ventas para conseguir que la gente acabe leyendo uno de los libros más infelices jamás escritos… No dejamos de leer este libro muy largo, aunque no contenga ascensos y caídas en su pasión y lenguaje, porque aun así está estructurado como un thriller. Y el misterio que nos seduce es este: ¿cuál de todas las posibles tragedias acabará sucediendo como consecuencia de semejante infelicidad? La que escoge el autor es una de las buenas. Diré entonces que he aquí la más memorable y por lo tanto más permanente variación sobre un tema muy familiar, y que dice de muy mala manera aquello que todas las anteriores variaciones, con el más desesperado de los sentimentalismos, jamás se atrevieron a afirmar: que muchas vidas, juzgadas bajo los estándares de las personas que las viven, simplemente no son dignas de ser vividas… Algo ha pasado es un libro de humor negro al que se le ha extirpado el humor».