Le Clézio y nuestra necesidad de consuelo
En la autobiografía «Identidad nómada» (Lumen, noviembre de 2024), Jean-Marie Gustave Le Clézio revela qué le impulsó a escribir: primero, la imagen de los muros sobre el Mediterráneo que los alemanes levantaron en Niza para impedir a la población el acceso al mar; después, la guerra, el hambre y las enfermedades, que le propiciaron una singular sensibilidad para captar todo lo que ocurría. Entonces llegó su primera novela, escrita cuando tenía solo diez años: contaba la historia de un niño africano que dejaba Europa. Por entonces, Le Clézio vivía en Nigeria. Allí, en una naturaleza diferente, rica y frágil, comenzó a perfilar una mirada dirigida a los desfavorecidos y un deseo de que la escritura se transformase en acción. En este extracto de estas memorias que LENGUA reproduce a continuación, el Nobel de Literatura 2008 reflexiona sobre la obra del sueco Stig Dagerman, quien se pasó toda la vida buscando una suerte de inocencia milagrosa que le permitiese sobrevivir a la destrucción y a las maldiciones de los tiempos modernos; y sobre Goethe, quien escribió sobre cómo la literatura hace gala de su poder y de su capacidad de resistirse a los acontecimientos.
El escritor francés Jean-Marie Le Clézio en la Ruta 66 a su paso por Albuquerque, Nuevo México, Estados Unidos, en 2006. Crédito: Getty Images.
Puede que en alguna ocasión la literatura haya dado voz a las grandes aspiraciones de consuelo encarnando los sueños de infancia, el amor, la esperanza en un mundo mejor o el gusto por la belleza. Pero vamos a procurar no caer en el angelismo. La literatura (que abarca la novela, la poesía, el teatro y ahora también la canción) no puede ser una colección de buenos sentimientos ni una antología de reglas morales. Sí que es, en cambio, un testimonio, la medida de una época, a veces una crítica de esa misma época. El escritor es un testigo, no en un juicio (¿quién sería el fiscal en un juicio así?) sino en una investigación, trata de entender mejor los desafíos de nuestra modernidad.
El más pesimista de los escritores modernos, el sueco Stig Dagerman, se pasó toda la vida buscando esa especie de inocencia milagrosa que le permitiese sobrevivir a la destrucción y a las maldiciones de los tiempos modernos; y lo puso por escrito en su novela La serpiente, o en ese breve ensayo tan hermoso titulado Nuestra necesidad de consuelo es insaciable… Este texto justifica el arte literario incluso en su imperfección.
Pero fue un ensayo periodístico, de hecho un diario de actualidad, lo que le sirvió a Stig Dagerman para demostrar el papel testimonial de la literatura. Después de la guerra, los periódicos estadounidenses le encargan que escriba un reportaje sobre la situación de Berlín tras los bombardeos aliados. Este hombre, un pacifista convencido, recorre la capital alemana destruida. La destrucción que está sufriendo ahora mismo Ucrania, la que ha arrasado Siria, extendiéndose a veces hasta África, guardan un paralelismo perfecto con lo que vivió el pueblo de Berlín nada más acabar la guerra. Dagerman va por la ciudad devastada, conoce a gente, habla con ella y les pregunta a esas personas qué sentido le encuentran a la vida: ¿en qué pueden creer? Pero resulta que ellas solo se preguntan una cosa: cómo encontrar agua y comida, cómo encontrar refugio y, sobre todo, cómo escapar de la vindicta del Ejército Rojo que está a las puertas de la ciudad y de los posibles juicios que intentará celebrar el Ejército estadounidense. Están en la situación desesperada de los verdugos convertidos en víctimas, no todas han participado en los crímenes de guerra, pero sí participaron en la elección del tirano que causó la guerra. Así pues, se sienten responsables, pero, simultáneamente, sus propios problemas están muy por encima o muy por debajo de cualquier otra cosa: ¿cómo sobrevivir? Con mucha crueldad, Stig Dagerman cuenta la historia de esos berlineses en busca de familias judías que hayan sobrevivido a la guerra para conseguir un certificado de buena conducta, porque es la única forma que tienen de escapar a la justicia que puede abatirse sobre ellos. La cobardía de las víctimas es de lo más comprensible, pero, en el fondo, lo que aflora es la verdad humana.
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Este testimonio de Stig Dagerman es una gran obra literaria. Creo que de todas las obras que condenan la guerra y la violencia que engendra, esta es una de las más grandes. La literatura puede hacer algo cuando empuña las armas del periodismo para transmitir los problemas que se conocen, los problemas de actualidad. El libro se titula Otoño alemán. Quedó aparcado después de la guerra y se publicó cinco o seis años después del armisticio, porque la situación se había despejado un poco y la gente había aceptado ver la realidad, a saber, que los alemanes padecieron la guerra en la misma medida que el resto. Este era un hecho que no se quería admitir. A veces la literatura desempeña ese papel, el de buscar la verdad.
Otro gran escritor que habló sobre la guerra fue el poeta Goethe, que llevó un diario de la Campaña de Francia. Goethe sabía hablar francés; cuando estaba en el bando prusiano, le llevaron a un prisionero, un muchacho de catorce años, un francés al que habían apresado los alemanes. Como sabe francés, le piden ayuda para interrogar al joven prisionero. Cuando Goethe se dirige a él, le pregunta:
—Pero ¿por qué estáis en guerra?
El muchacho lo mira y le contesta:
—Porque la sopa que comemos nosotros, señor, está bien buena.
Lo que da a entender: vosotros, los alemanes, no coméis más que porquerías. A Goethe le conmovió tantísimo el coraje de aquel muchacho que escribió: «Entonces comprendí que la alianza entre prusianos, alemanes e ingleses sucumbiría al Ejército revolucionario. Fue entonces cuando comprendí que esa guerra estaba perdida, que los revolucionarios ya la habían ganado y los aliados ya la habían perdido». Porque el muchacho tenía el coraje de dar esa respuesta, se arriesgaba a que lo fusilaran, pues al fin y al cabo era un prisionero. Así pues, en este texto la literatura hace gala de su poder, de su capacidad de resistirse a los acontecimientos y de transcribir lo que tienen de cierto.