Lucia Berlin por Sara Mesa: todos esos nombres, todas esas vidas
No muchas autoras han sido capaces de narrar lo cotidiano -¡y lo excepcional!- con tanta precisión y ternura como Lucia Berlin. Escritora de cuentos y vivencias personales («Manual para mujeres de la limpieza», «Una noche en el paraíso», «Bienvenida a casa»), profesora, enfermera, telefonista, limpiadora, hija de familia pudiente, madre de cuatro criaturas, soñadora, desesperanzada, valiente... Faltan palabras para describir a Lucia (o Luchia, Lusha, Lu-siii-a, Lucía, Luchíí-a). Porque ella era todos esos nombres y vivió todas esas vidas. Nombres y vidas que Alfaguara recopila ahora (octubre de 2023) en un libro preparado en exclusiva por el hijo de Lucia, Jeff Berlin; un volumen conformado por relatos, artículos, ensayos y fragmentos de diario que nunca habían visto la luz. Sara Mesa, autora «Un amor», «Mala letra» o «La familia» (Anagrama) y lectora entusiasta de la estadounidense, prologa esta compilación -titulada, qué curioso, «Una nueva vida»- con la fascinación de quien ya la conoce para crear la expectación necesaria en aquellos que aún están por descubrirla.
Por Sara Mesa

Lucia Berlin. Crédito: cortesía de Alfaguara.
Luchia, Lusha, Lu-siii-a, Lucía, Luchíí-a. «Soy todos esos nombres», escribió Lucia Berlin en una carta, lo que, sin duda alguna, también quería decir «soy todas esas vidas». Una suma de experiencias singulares, en muchos casos extremas, de diferentes paisajes, ambientes, gentes y lenguas, narradas con hondura, vitalismo y exuberancia: así es la escritura de Lucia Berlin, siempre sorprendente, siempre inagotable. Si su biografía nos fascina no es solo por los hechos que la forman, de los que ya se ha hablado sobradamente, sino por el modo en que se sirve de esa materia prima para la construcción de un universo literario único. Leer estos textos inéditos es descubrir cómo se gesta este proceso, asistir a la transustanciación de la vida en ficción. Pegar los ojos al entramado del relato y encontrar rasgos nuevos. La cara B de algunas de sus más famosas historias, la prenda del revés o el ángulo contrario. Un privilegio.
«Vida de Elsa» (1995), uno de los cuentos incluido en este volumen, nos ofrece un ejemplo inmejorable de cómo, a partir de cualquier anécdota, la escritura de Berlin se expande y se llena de resonancias. Elsa, protagonista involuntaria del relato, es una mujer cuya historia, por desgracia, no da mucho de sí. Su vida, dura y marcada por la pobreza, ha sido rutinaria, sin aventuras. Limpiar, cuidar, trabajar, ver la televisión, enfermar, guardar cama. Nació en El Salvador, emigró de niña a Estados Unidos, no aprendió inglés porque se pasaba los días escurriendo sábanas en una lavandería, jamás viajó, ni siquiera ha salido nunca de su barrio. Ahora forma parte de un proyecto artístico estatal para ancianos, donde la han derivado al taller literario de Clarissa —trasunto de la propia Lucia Berlin—. Pero Clarissa no sabe cómo ayudarla. Entre lo que Elsa le va revelando, hay asuntos secretos y dolorosos que de ninguna manera quiere que queden por escrito. La única nota que Clarissa es capaz de tomar es «siempre me gustaron las naranjas», con lo demás ¿qué puede hacer? Quizá sea preferible que Elsa se apunte a otra cosa. Que escuche boleros, por ejemplo. Pero Elsa, a punto de morir, espera que le hagan el relato de su vida. Y Clarissa finalmente lo hace. Lo teje, con los hilos que va entresacando aquí y allá. Con lo que añade, sugiere, inventa. Hablando de pájaros, comidas, flores, música. Rodeando de carne, de sentido, el seco hueso de la historia. Quizá Elsa no se reconozca en esas páginas, pero así es como escribe Clarissa, no puede escribir de otra forma. «Vida de Elsa» no es solo un brillante ejercicio metaliterario, sino una poética en toda regla. ¿Qué se hace con el material de la vida, cuando el material de la vida supura soledad y dolor?
Prácticamente todo lo que escribió Lucia Berlin surge de sus propias vivencias, muchísimo más vertiginosas que las de Elsa, al menos en lo referido a la movilidad y el cambio. Luchia, Lusha, Lu-siii-a, Lucía, Luchíí-a: esta variedad de las vidas vividas, tanto para arriba (viajó, amó, fue amada, conoció la riqueza) como para abajo (su infancia fue solitaria y difícil, padeció la violencia, fue alcohólica, vivió rachas de pobreza), amplía su comprensión y compasión: rara vez hay juicios morales en sus historias, la cercanía con que narra es la de una amiga que hace confidencias. Su capacidad perceptiva es asombrosa: sus palabras se ven, se tocan, se huelen, se escuchan. En sus primeros recuerdos infantiles, recogidos en Bienvenida a casa, nos habla del olor de las flores de manzano y los jacintos en Idaho, cuando era poco más que un bebé. Sus sentidos están abiertos a todo: crujidos, risas, humo, «la cascada de las fichas de póquer y las maracas de cubitos de hielo». Una atención curiosa y sofisticada hacia todo lo que la rodea. Nada escapa a sus ojos: ropas, arquitectura, comportamientos, plantas, animales. A menudo hace retratos de la gente con la que se cruza. Gente anónima como el chófer Severino, pero también conocida como Richard Brautigan o Allen Ginsberg.
Berlin toma el pulso a la vida, a la suya pero también a la nuestra, que más que leer sus historias las experimentamos como propias. La magia está en la sinapsis del lenguaje, en las inesperadas conexiones y reverberaciones: es así como verdad y ficción se fusionan. En «Diseñar la literatura: El autor como tipógrafo», otro de los textos publicados en este libro, nos dice: «La imagen debe conectar irremediablemente con una experiencia concreta e intensa…, debe producirse una mínima alteración de la realidad. Una transformación, no una distorsión de la verdad. El relato mismo deviene en verdad». No es casualidad que este pequeño ensayo comience con una cita de Flaubert sobre el estilo, «rítmico y con ondulaciones».
Todas las vidas posibles
Aquí hay versiones iniciales o alternativas de cuentos futuros, temas que asoman y que más adelante se desarrollarán por completo, apuntes que se propagan en varias direcciones como las ondas en el agua donde se arroja la piedra. Flecos que quedaron sueltos en otros textos y que ahora se retoman, nuevos recodos por explorar. Los cuentos «Fuego» o «Del gozo al pozo», por ejemplo, en torno a los últimos días de su hermana en México, se unen a una serie compacta de otros ya publicados. El dolor por la muerte del joven amante en «Suicidio» late de fondo en el canónico «Manual para mujeres de la limpieza». También hay ejercicios literarios (versiones de Thomas Hardy, de Anton Chéjov) de épocas en las que quizá afrontar la propia vida resultaba demasiado doloroso para ella. La mayoría de estos textos no son borradores, el material es de una calidad asombrosa. Fijémonos en «Manzanas», su primer cuento, escrito con veintiún años, donde ya aflora una escritora tocada por la gracia: la sensorialidad, el sentido de la narración, las potentes imágenes visuales (el fuego anticipado en los zapatos de color rojo, la cabeza del anciano «arrugada como un albaricoque»). En «Las aves del templo» utiliza una anécdota real de su primer matrimonio para crear un asfixiante relato sobre la soledad y el abandono. «Centralita» es un registro oral de las conversaciones de las teleoperadoras de un hospital, trabajo que la propia Berlin desempeñó, sus historias y sus problemas, los conflictos que surgen entre ellas: no pasa nada y, al mismo tiempo, pasa todo. Su capacidad para encontrar belleza hasta en el dolor más hondo es milagrosa. En «El foso», una versión inicial de «Su primera desintoxicación» (publicado en Manual para mujeres de la limpieza), la mujer que sufre por el delirium tremens se tumba en el suelo «como si fuera un estanque de mercurio azul, donde su cuerpo poco a poco absorbía el azul plomizo». Es un mundo violento, lleno de una amenazante masculinidad, pero también de solidaridad. La única luz para los adictos surge del combate de boxeo que están viendo en la televisión, una lucha que adquiere una dimensión simbólica.
Los fieles lectores de Berlin, pero también los interesados en conocer los procesos de creación literaria, disfrutarán también de los breves textos ensayísticos donde se recogen pequeñas historias, reflexiones formales, recuerdos. En «Bloqueada» se nos ofrece la intrahistoria del cuento «Sombra» (publicado en Una noche en el paraíso), una puerta directa al taller mental de Lucia Berlin, que nos hace entender que, cuando un cuento parece que habla de una cosa, en realidad está hablando de otra.
En los fragmentos de diarios, escritos en estancias en París, Yelapa, Boulder, Cancún y Berkeley en distintas etapas entre 1987 y 1991, nos encontramos quizá con la versión más vulnerable de una Berlin ya madura. Por un lado, pervive el entusiasmo por la vida y la glotonería de los sentidos. Acompañamos a la viajera que visita museos, compra en tiendas y prueba platos típicos, que se gasta impulsivamente el dinero en dos días y luego tiene que apañarse sin nada. Pero, por otro, asoma la honda sensación de fracaso y de culpa, una tristeza que lo empapa todo cuando aparece, y los esfuerzos de la escritora por sobrevivir. Son un documento excepcional que, cotejados con sus relatos de ficción, conforman una narración coherente de lo que significó la escritura para quien la entendía como herramienta de supervivencia. Reflexiones amargas de una mujer que envejece. El dolor de una madre y una autocrítica feroz hacia su propia obra. «Turismo. Posible título. Eso es lo que he hecho toda mi vida. Ni siquiera "ahí" he estado nunca del todo, el único lugar donde viajo de verdad son los libros, dentro de un libro. Muy de vez en cuando consigo crear una emoción genuina sobre la página y solo entonces podría decirse que existo».
Luchia, Lusha, Lu-siii-a, Lucía, Luchíí-a. «¿No ha leído todo el mundo a Dostoievski? A veces soy Dimitri, a veces Misha». En sus historias, Lucia Berlin reivindica la complejidad de la existencia, afronta con valentía las heridas, no oculta sus contradicciones, nunca se rinde. Pero también late el deseo de abrir nuevas puertas, o al menos de intentarlo. En «Una nueva vida», cuento de 1994 que da título a esta recopilación de inéditos, Berlin parte de una idea de Chéjov en El tío Vania para fabular una huida imposible, ese deseo tan humano de empezar de nuevo, libres de todo pasado. Pero no se puede escapar de quienes somos o, mejor dicho, de quienes fuimos; lo mejor es volver a casa con alegría, si es que hay una casa a la que volver.
Lucia Berlin tuvo muchas casas, en muchos sitios distintos. Alaska, Montana, Idaho, Texas, Arizona, Santiago de Chile, Nuevo México, Nueva York, California... Pero también construyó otras muchas en territorios propios, para que los demás las habitáramos. Casas coloridas y exóticas, repletas de estancias y rincones por explorar, ventanas, terrazas, sótanos, patios. Pasadizos y trampantojos. Casas hechas de narración y música, con exquisito cuidado pero también con todos los desconchones y averías de la vida. Con toda su belleza.
Sara Mesa. Sevilla, mayo de 2023.
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