«Dormí mal e inquieto. Seguí escribiendo»: Thomas Mann por Thomas Mann
El 6 de junio de 1875, en la ciudad hanseática de Lübeck, Alemania, nació Paul Thomas Mann en el seno de una familia de comerciantes. Tras la muerte de su padre, Mann se trasladó a Múnich, donde comenzó su prolífica carrera literaria. Su primera novela, «Los Buddenbrook» (1901), refleja la decadencia de la burguesía alemana y le valió el reconocimiento temprano. Sin embargo, fue con «La montaña mágica» (1924) con la que consolidó su reputación internacional, explorando temas como la enfermedad, el tiempo y la introspección en un sanatorio alpino. A lo largo de su vida, Mann abordó con maestría las complejidades del alma europea, influenciado por pensadores como Goethe, Nietzsche y Schopenhauer. Su obra se caracteriza por un profundo análisis psicológico y una crítica incisiva de la sociedad de su tiempo. En 1929 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, reconociendo su contribución a las letras universales. Poco después, con la ascensión del nazismo, Mann se exilió, primero en Suiza y luego en Estados Unidos, desde donde se convirtió en una voz destacada contra el totalitarismo. Cuando se cumplen 150 años de su nacimiento, en LENGUA compartimos una selección de entradas de los diarios que escribió en el periodo de entreguerras (editados en español por Debolsillo), textos en los que reflexiona sobre su cotidianidad, su proceso creador y el tiempo convulso que le tocó vivir.
Por Thomas Mann

Thomas Mann circa 1900. Crédito: Getty Images.
Viernes, 27 de septiembre de 1918
Cansado, inquieto, distraído. No avancé nada hoy en el trabajo. Paseo al mediodía con Bauschan. Dormí la siesta. Después del té, carta a Fischer sobre el libro y con respecto a Señor y perro. — La nena recibió ayer del teniente Herzfeld, sin que yo me diese cuenta, una campanilla de plata muy bonita en forma de manzana, combinada con un anillo para morder. — No puedo dejar de alegrarme en todo caso por los 17.500 marcos que Fischer me ha enviado por concepto de honorarios. Antes de Navidades seguirán grandes sumas por las nuevas tiradas de los Los Buddenbrook y la edición de lujo.
Lunes, 20 de enero de 1919
Un exceso de trabajo debido a la correspondencia ha sido lo característico en los últimos días. Por cierto: la forma en que he estado llevando el diario hasta ahora carece de sentido. Solo apuntaré las cosas notables. — Todo tipo de profesores escribieron y me enviaron cartas y artículos. Una carta del escritor Ponten me alegró mucho. Ayer fueron las elecciones para la Asamblea Nacional y pasé la velada en casa de Marck, que posee hermosas obras de Hofmann, Kalkreuth y Liebermann. Con el poema había llegado a un punto muerto, pero hoy volví a avanzar con relativa facilidad, pese a que ayer había bebido mucho vino y me fui tarde a la cama. Hoy llegó un ejemplar del folleto de propaganda del Heimatdienst berlinés con mi colaboración. Hoy terminé de posar para Schwegerle. Continué con la «película» de Wassermann. Un artículo de Alfons Paquet en el Frankfurter Zeitung me llamó muchísimo la atención: sobre la «cultura proletaria» en Rusia. Quedan completamente aclarados los aspectos materialistas, positivistas y racionalistas de todo idealismo político. Los intelectuales que se niegan a jurar bandera al comunismo están condenados a morirse de hambre, a huir: Merezhkovski, Andréiev. La tiranía ha de ser terrible. Además: ¡revolución y cultura! Es de lamentar la decadencia del arte del cartel desde que impera la política. Los carteles electorales berlineses son miserables, mientras que la situación era completamente distinta hasta bien entrados los años de la guerra. El príncipe de Homburg y La doncella de Orleans han sido prohibidas. Pero Heinrich declara que el espíritu y el arte marchan por fin cogidos de la mano con el Estado. No queda otra palabra más que la de imbécil.
Lunes, 1 de agosto de 1921
Dormí mal e inquieto. Seguí escribiendo. El trabajo me deja extraordinariamente agotado, como me ocurre siempre en los últimos tiempos. Estómago sucio. Hablé por teléfono con Katia, que regresa mañana con los niños. Para el té estuvo Ludwig Hardt, que me leyó algunas cosas en prosa de un escritor de Praga llamado Kafka; ciertamente extrañas, pero, por lo demás, me aburrí bastante. Fui a pasear con él, malhumorado y sin poder respirar bien por el humo que arrojaba el tren. Terminé de leer por la noche Norma y degeneración, una obra importante, del ámbito de Stefan George, al que pertenecen, probablemente, la verdad y la vida. No sabría decir, por el contrario, dónde habría que buscar y encontrar la contrapartida positiva a la falta de esperanza que caracteriza a la civilización del progreso y al nihilismo intelectualoide si no existiese esa doctrina del cuerpo y del Estado. Y el saber esto no descarta el hecho de que yo me tenga que sentir también condenado por tal doctrina. — El calor resulta hoy menos sofocante.
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Martes, 24 de mayo de 1921
Ayer me levanté a las nueve y por la mañana escribí los títulos y subtítulos de La montaña mágica hasta el final del capítulo V. Al mediodía estuve leyendo en el parque; el Neue Merkur en el que encontré algunas cosas interesantes, en particular un ensayo sobre un nuevo libro de Freud, que me fascinó, ya que confirma ciertas tendencias históricas. El fin del romanticismo, al cual yo pertenezco todavía, se manifiesta de muchísimos modos, entre los que se cuenta también, por ejemplo, el debilitamiento y muerte del simbolismo sexual, que es prácticamente idéntico al romanticismo (Parsifal). — A las tres vino Ponten y me encontró en el jardín, pero en lugar de irse enseguida, como tenía pensado, se quedó hasta las seis y media, tomó todavía el té con nosotros, entre charlas sobre arte, que no fueron malas, pero que me sacaron de mis casillas. A las ocho llegaron los Wassermann y cenaron con nosotros en la terraza. Me fui agotado a la cama, con dolores de cabeza, que hoy han vuelto a presentarse. Después del desayuno redacté un airado telegrama a Fischer, exigiéndole la devolución del material para el libro. Escribí igualmente una carta que rezumaba impaciencia a Cotta y otra sensiblera a Franck con respecto a las correcciones del francés. Todo el mundo me hace esperar, mientras que yo nunca hago esperar a nadie. Todos los días tenemos un espléndido tiempo veraniego, pese a todo. Correspondencia con Ida Boy-Ed acerca de los balnearios del mar Báltico. — Lamentable estado de salud, preocupante. Sintiéndome mal de la cabeza y del estómago, fui a sentarme en uno de los bancos del Kurgarten, donde me puse tan enfermo, que apenas me di cuenta de cómo regresé a casa. Me acosté después en el jardín, sumido en una especie de duermevela. Durante la comida me puse de nuevo muy mal. Tan solo el descanso después, en la hamaca, hizo que me recuperase un poco, aun cuando continuaron los dolores de cabeza y mis nervios, como pude darme cuenta, alcanzaron exactamente el mismo grado de excitación que tuve cuando la pequeña Elisabeth se cayó en uno de los caminitos del jardín y se hirió en los labios. — Carta de Fischer, después de haberle enviado la mía. Anuncia las correcciones del libro, que ha de alcanzar un volumen de cuatrocientas páginas. Me escribe acerca de la reimpresión de Federico el Grande y la gran coalición. Una estupidez y en contra de lo acordado. De nuevo ira. Telegrama de protesta. — Me pasé toda la tarde en el jardín, leyendo Adiós de Balzac.

Thomas Mann en una imagen de 1930. Crédito: Getty Images.
Jueves, 18 de mayo de 1933, Bandol
Penosos y agotadores esfuerzos por seguir escribiendo.
En el Frankfurter Zeitung aparece un artículo de Diebold rindiéndome honores, en relación con lo de la Academia y el ensayo sobre Wagner.
El comerciante de Zurich no puede enviarme cigarrillos. He de contentarme con los que se encuentran aquí.
Tomé el té en la cafetería Réserve con los Feuchtwanger. Escribí cartas.
Después de la cena llegaron los jóvenes con Therese Giehse. Discurso de Hitler en el Reichstag, una perfecta retirada pacifista. Ridículo.
Viernes, 14 de diciembre de 1934
Anoche tardé mucho en conciliar el sueño, que fue pesado; tomé Phanodorm. Pero hoy trabajé con soltura.
Fui a pasear con Katia y pasamos por Itschnach.
Después de la comida estuve leyendo periódicos y el TageBuch.
Después del té dicté cartas: principalmente recomendaciones de libros para el National-Zeitung.
Paseo al anochecer.
Después de la cena, a solas con Katia, lectura de revistas: muy simpático el semanario de Sarrebruck Das Reich, que edita el príncipe Hubertus zu Löwenstein. En el Neue Deutsche Blätter aparece una reseña muy cordial de Kurt Kersten sobre la novela de Klaus.
Wilhelm Furtwängler se encuentra presuntamente bajo vigilancia policial, sin pasaporte. En las noticias de hoy se afirma que se ha comprometido a no dirigir conciertos en el extranjero durante un año y que ha afirmado una declaración en la que expresa su lealtad al Gobierno. No le compadezco, ni tampoco le admiro, ya que pudo sentarse junto a perros rabiosos como Julius Streicher en el consejo de Estado del verdugo Göring.
Clemens Krauss se ha trasladado de Viena a Berlín. Por causa suya hubo en Viena un escándalo en el teatro, con intervención de la policía.
El papel más miserable de todos es el desempeñado por Richard Strauss, que envió a Goebbels, en términos entusiásticos, un telegrama de felicitación, en el que iba el saludo de «¡Viva Hitler!», con motivo del «discurso sobre la cultura», pronunciado por ese charlatán que miente en lo que abre la boca. ¿Qué ocurre dentro de esas cabezas?
Contra Paul Hindemith ha sido acuñada la expresión de «música marxista». Es asombroso pensar que esos idiotas pequeñoburgueses pueden llegar a poseer el poder absoluto político-social, a equipararse de una vez por todas con Alemania y a aniquilar toda oposición.
Miércoles, 24 de febrero de 1937
Ayer por la noche (...) Phanodorm. Sueño pesado. — Hoy el tiempo estuvo algo más despejado y sereno. Trabajé normalmente después del desayuno. Al mediodía salí a pasear con Katia y Lion. Analizamos problemas relacionados con la revista. El aire y el paisaje me causaron alegría. Lion se quedó a comer. Durante el café seguimos hablando de la revista. A la hora del té estuvo el exministro Berthold Heymann, que nos expuso sus proyectos literarios. Después escribí cartas a Hatvany y a Heinrich. Estuve recopilando el material para Gallimard. Folleto a Rothbart. — Tennenbaum me envía una estúpida correspondencia entre Jakob Hecht y un hombre de negocios acerca de mi «comunismo». — Por mediación de los consulados checoslovacos me llegó un gran paquete con viejas cartas. También el diploma del Premio Nobel.
Nueva York, sábado, 5 de marzo de 1938. Hotel Bedford
Por la mañana. Ayer estuve esperando mucho tiempo, vestido de esmoquin, en el salón para fumadores, ya que no había puesto libre en el coche-restaurante para la cena. Me encontraba extenuado y sin apetito, aparentemente, pero la comida (compuesta de sopa, picadillo de pollo y pastel de cerezas), para mi sorpresa, me supo extraordinariamente bien. Después estuve leyendo a Dostoievski en el compartimiento. La cómoda cama me produjo gran placer; proseguí la lectura acostado y dormí muy bien. También Katia, cuya tos se ha aplacado, gracias al Dikodit.
Hoy me levanté a las siete. Katia estaba buscando su broche, que luego encontró en el hotel, en un dobladillo de mis pantalones. De nuevo nos instalamos en el hotel Bedford. Desayuno con café, deshice las maletas y me afeité. Gran cantidad de correo, carta de Angell, oportunidad de vender el manuscrito de José en Egipto. Numerosas invitaciones, etcétera. — Visita del músico Clement, que se encuentra en una situación angustiosa. — A eso de las dos comimos abajo, con Bibi y Curt Riess. Tomé café de nuevo, lo que me sentó muy mal. Me acosté y dormí algo, inquieto. Después tomé el té con Katia en mi salón. Me lavé la cabeza. — Antes del almuerzo había recibido visitas de alemanes: Gerhart Seger, del Volkszeitung, el Dr. Stern y el Dr. Wittfogel, del Instituto de Investigaciones Sociológicas. Todos me piden que dé conferencias cuando vuelva a Europa. — No sé cuándo podré atender el correo. — El baúl se encuentra de nuevo en su lugar. — Me arreglé para la cena y me puse el esmoquin.
Princeton, domingo, 31 de diciembre de 1939
Me levanté a las ocho y media. Fuertes heladas. Por la mañana estuve en la alameda, luego proseguí los estudios para el relato. Al mediodía vino Wolfgang Hallgarten, con quien salimos a pasear y almorzamos luego. Leí sobre la India. Después del té escribí a mano unas breves esquelas a Robert Klopstock (en Boston) y Caroline Newton, de quien había recibido por la mañana un telegrama muy caluroso sobre Carlota en Weimar desde Filadelfia. — Con Katia a solas. Escuché todo tipo de programas de radio y leí cosas sobre la India. — Frío intenso. — Más información sobre el mensaje de Hitler de Año Nuevo: es necesario recortar las soberanías estatales y hay que acabar de una vez con la constante amenaza que representa Inglaterra para el mundo (se apropia de algo y lo achaca al contrario). «El mundo nuevo será socialista.» ¡El granuja, el granuja...! Noticias de Alemania sobre la proletarización creciente de las formas de vida.
El segundo fin de año en este país. Coloqué el nuevo taco del calendario. ¡Con qué ansiedad espera uno el próximo y funesto año! Todo cuanto uno hace adquiere cada vez más el carácter de un pasatiempo. Que al menos este sea honroso.