Las cenizas del Cóndor (Mapa de las lenguas)
«Las cenizas del Cóndor», de Fernando Butazzoni: sin fronteras
Todo mapa es una representación del mundo que refleja la visión de quien lo dibuja, y el Mapa de las Lenguas no tiene fronteras ni capitales: trece libros, un año y un territorio común para la literatura de veintiún países que comparten un idioma con tantas voces y lenguas como hablantes. Invitados por LENGUA, los autores de la edición de 2022 exponen su geografía literaria y explican cómo ésta encaja en esta colección panhispánica global que presenta la mejor literatura en español. Aquí, Fernando Butazzoni escribe sobre «Las cenizas del Cóndor».

Fernando Butazzoni. Foto de Max Argibay.
En los territorios de Las cenizas del Cóndor no hay fronteras. Por desgracia no lo escribo en sentido figurado, ya que esa ausencia de bordes conformó una parte importante de mi historia personal. Ocurrió que, a partir de 1973, quienes gobernaban los países del Cono Sur resolvieron borrar los límites políticos, y junto con ellos los simbólicos y los morales. Esa gente no se andaba con chiquitas. La guerra fría se había puesto demasiado caliente en esta parte del mundo y era necesario arrasar con todo. Entre balaceras, secuestros y conspiraciones pasé mi primera juventud. Había que escapar para no morir. Había que esconderse para no ser secuestrado.
Fue en aquel pantano de la obediencia debida y el todo vale que tuvieron su apogeo las dictaduras. Los chilenos de Pinochet se iban de excursión a matar gente que vivía en Buenos Aires, Roma o Washington. Dos militares uruguayos planearon durante más de un año asesinar en Nueva York al congresista Edward Koch, y si no lo hicieron fue porque la CIA se les cruzó en el camino. Y los argentinos llegaron a instalar un equipo de espionaje en París (avenida Henri Martin, 83) con la cobertura de una oficina de relaciones públicas. Nada era demasiado. Los confabulados intercambiaban favores, prisioneros, dinero y cadáveres. Viajaban, iban y venían, falsificaban identidades, se susurraban nombres.
Uno de esos nombres era el de Aurora Sánchez, una muchacha de Montevideo que, embarazada y sin papeles, en 1974 quedó presa en Buenos Aires, donde fue torturada y vejada durante meses por personal de la Policía Federal, y mantenida en cautiverio a la espera de que pariera a su hijo para después robárselo y hacerla desaparecer. Con impunidad, tiempo y recursos, se podía pensar, planificar y ejecutar ese tipo de actos. Tampoco había fronteras entre la vida y la muerte. Robar un bebé y desaparecer a su madre eran cosas que ocurrían.
Eso fue lo que hicieron en Buenos Aires con Aurora. O lo que creyeron que habían hecho. En cuanto tuvo a su bebé se lo quitaron, y a ella la dejaron en manos de un militar uruguayo para que la matara y arrojara su cuerpo en Punta Lara, lejos del centro. Aurora se salvó porque poseía una resistencia formidable, al borde de lo imposible, y también porque la suerte estuvo de su lado. Recién parida y reventada a palos, caquéctica, con la dentadura arrancada a patadas y heridas infectadas en todo el cuerpo, contra todo pronóstico encontró ayuda y logró sobrevivir.
Sin embargo, debieron pasar treinta años para que su relato saliera del sótano al que ella misma lo había confinado por miedo, por vergüenza, tal vez por ese abrumador sentimiento de culpa que suele embargar a los sobrevivientes de cualquier tragedia. Y lo que emergió de aquella hondura psíquica fue una historia extraordinaria, desbordante de pasadizos secretos, verdades que parecían mentiras y fantasmas que tenían nombre y apellido.
Palabras sin fronteras
A mí me tocó escuchar de primera mano el testimonio de Aurora y ver la infinita tristeza que vaciaba su mirada. Unos ojos sin edad que en su juventud habían visto más de lo que cualquiera se atrevería a imaginar. Quizá por eso me puse a escribir Las cenizas del Cóndor: porque no podía eludir el recuerdo de aquella mirada, esa tristeza que reflejaba una voluntad de ser capaz de soportar cualquier desgarradura.
Me pasé varios años comprobando cada uno de los dichos de Aurora Sánchez. Un chequeo y otro. Diez, veinte, cincuenta documentos. Lugares, mapas, nombres, entrevistas. Siempre aparecía, como soporte del episodio, la voluntad de la protagonista de mi historia. Y en esa voluntad, el único límite que asomó una y otra vez fue la decencia de una mujer que era persona y personaje, recuerdo y olvido, palabras sin fronteras en las páginas de un libro.
Mapa de las Lenguas es una colección panhispánica global que presenta la mejor literatura de veintiún países que comparten el idioma. Pero es, sobre todo, un itinerario de viaje por trece de los libros que el año pasado tuvieron mayor trascendencia en su país de origen y que, a lo largo del 2022, recorrerán el resto del ámbito del español.
Adentrarse en la obra de estas trece voces es transitar un territorio físico, tangible, pero también un espacio moral, intelectual, anímico, político y sociocultural. La lectura de un autor contemporáneo de cualquier país de habla hispana es una ventana a una forma de expresarse y escribir en español, pero también un modo de tomarle la temperatura a las preocupaciones y los anhelos de cada uno de esos lugares.