«Niebla ardiente», de Laura Baeza: territorios de la memoria
Todo mapa es una representación del mundo que refleja la visión de quien lo dibuja, y el Mapa de las Lenguas no tiene fronteras ni capitales: trece libros, un año y un territorio común para la literatura de veintiún países que comparten un idioma con tantas voces y lenguas como hablantes. Invitados por LENGUA, los autores de la edición de 2022 exponen su geografía literaria y explican cómo ésta encaja en esta colección panhispánica global que presenta la mejor literatura en español. Aquí, Laura Baeza escribe sobre su novela «Niebla ardiente».
Por Laura Baeza

No podría hablar de mí y de lo que me interesa si no mencionara alguna carretera, la temperatura diferente, la humedad, el calor, el frío, lo que mi cuerpo detecta, aquello a lo que reacciona por desconocido, para estar siempre alerta. Así pienso la literatura, siempre como un territorio por el que andamos una y otra vez y nunca será el mismo; me gusta adentrarme en él desde los sentidos, el recuerdo y la imaginación.
Vivo en un país tan grande como diverso, rodeado de océanos, al norte un desierto y un río, al sur una selva y otro río, al centro los lagos y la inmensidad; ése es el mapa por el que transito, el que después de más de tres décadas parece que apenas exploro, ahora desde la nostalgia y, para mal, desde la preocupación. Las historias que cuento provienen de aquí, donde se abre la tierra para tragarse a la gente, unos seguimos caminando y alrededor de nosotros flotan como fantasmas nombres de desaparecidas, padres ausentes, madres y hermanas que buscan, hijos que se quedan en cualquier parte.
Cuando era niña me fijaba en el campo, trataba de adivinar cuándo nos acercaríamos de nuevo al mar, por dónde había un cruce de caminos de debiera recordar, por qué las nubes se veían así y a qué olía exactamente la tierra a punto de llover; ahora soy flâneuse de mi ciudad, cuyo paisaje lleno de ruido, concreto y velocidad alguna vez, hace 500 años, fue un imperio encima de un lago. Abro los ojos y los oídos a todo eso porque ahí están las historias que me gusta oír y las que quiero contar, de las que soy parte activa o una espectadora; la escritura ahora me lleva a esos espacios que siempre fueron importantes.
Para mí el territorio nunca es el mismo, lo habitamos, pero cambiamos tanto todo el tiempo, que con ello hacemos que él cambie, que las calles tengan otro significado si antes las andábamos del brazo de alguien, si la rutina nos exigía tomar el camino menos transitado, si en el trayecto reconocíamos la voz de una persona que pudo haber sido parte de nuestra vida o solo es la memoria bromeando si bajamos la guardia.
Deseo de escape
El intercambio entre quietud y desplazamiento es fuerte porque los lugares que habitamos y la noción de hogar también nos configuran; los sitios que anhelamos conocer, el enorme deseo de escape y el desarraigo hacen de nosotros –de mí– una especie de exploradores modernos acostumbrados a despedirnos, aunque no siempre esas despedidas son definitivas.
Ahora cuento esta historia –la mía, que es de ellas y va encontrando a sus dueñas– desde un mapa al que le he colocado puntos de distintos colores, podría unirlos con líneas rectas y echar a mis personajes a andar así, fácilmente, pero preferiría no hacerlo, siempre es más interesante que ellos exploren el territorio como puedan, igual que yo, desde la memoria.
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