De viaje por el bullicioso Madrid de Mari Trini y Nicholas Ray
En 1963, el director de cine estadounidense Nicholas Ray, quien ya había dejado atrás los días de gloria de «Rebelde sin causa» (1955), decidió dar un giro a su vida y abrir un club en el número 31 de la avenida de América de Madrid. Lo llamó Nicca's, «El culo de Nikk», un local que en poco tiempo devino en lugar ineludible de la gente de bien de la noche madrileña: fiestas sin mesura, encuentros imprevistos y estrellas de aquí y de allá, como su amiga Ava Gardner, quien mataba las horas entre tragos de jerez y bourbon. Allí, Ray vio cómo nacían los primeros grupos de rock madrileños, como Los Pekenikes o Los Brincos; y también tuvo la oportunidad de conocer a una jovencísima y arrolladora Mari Trini, quien estaba a un paso de irse a París para triunfar de la mano del cantautor Jacques Brel. En este extracto del libro «Yo no soy esa que tú te imaginas» (Plaza & Janés, 2024), una memoria sentimental que recorre la vida de Mari Trini, una de las artistas más populares y quizá más enigmáticas de la música española, el periodista Miguel Fernández narra cómo se conocieron la cantautora y el cineasta al tiempo que muestra cómo se vivió y qué repercusiones tuvo esta relación a ojos de la prensa y de una industria discográfica que asistía atónita al nacimiento de una estrella capaz de mantenerse fiel a sus ideas en una época en la que nadaba a contracorriente.
Por Miguel Fernández
Retrato de Mari Trini. Madrid, 1978. Crédito: Getty Images.
(Guía de escucha: Si mes amis me voyaient, en un disco sencillo [Pathé-Marconi, 1965])
Madrid, 1964
Aunque La Vanguardia ha publicado la noticia cuatro días antes, el diario La Verdad se hace eco, el 13 de enero de 1966, del triunfo de una joven paisana en París. Poco después, ABC también recoge la información:
Uno de los últimos descubrimientos parisinos se llama Mari Trini, tiene diecinueve años y es de Murcia. Nicholas Ray la conoció cuando rodaba Rey de reyes en una fiesta particular de Madrid.
En realidad, no ha cumplido aún esa edad. Hasta los veintiuno, según la ley española, no será considerada adulta, por lo que necesita el permiso paterno para vivir en el extranjero. Los periódicos no dicen, sin embargo, que, con anterioridad, la artista revelación había pasado unos meses en Londres, donde consiguió intervenir en un programa de televisión, conocer a Peter Ustinov y ver de cerca a Marlene Dietrich o a Paul McCartney. Con el tiempo contará que el beatle llegó incluso a tirarle los tejos.
En Gran Bretaña y Francia, la muchacha vive una experiencia deslumbrante pero vedada a las mujeres españolas, a las que el Código Civil de 1889, aún vigente, somete por completo a la voluntad del padre o el marido. Las leyes del momento las definen como seres de «naturaleza débil», y mediante la licencia marital condicionan, además, su día a día. No abandonarán la casa familiar salvo para casarse o ingresar en un convento, tampoco pueden comprar o vender más allá de lo necesario para «el consumo ordinario de la familia». Si no cuentan con el permiso expreso del cónyuge, se les impide abrir una cuenta corriente, aceptar una herencia o administrar los bienes gananciales. A principios de los sesenta, para la población femenina el único horizonte era el matrimonio.
Una situación que contrasta con la que se desarrolla en esos países europeos adonde Nikk quiere llevar a su patrocinada. Si en la Gran Bretaña que conoció el empuje de las sufragistas se está gestando ahora el movimiento de liberación de las mujeres Women’s Liberation Movement (WLM), en Francia, Simone de Beauvoir, con su ensayo Le deuxième sexe, impulsa una segunda ola feminista, que se extenderá hasta principios de los ochenta. Por su parte, Betty Friedan acaba de publicar, en 1963, La mística de la feminidad, en el que estudia a fondo ese problema —sin nombre todavía— que afecta a las mujeres estadounidenses:
¿Qué es feminidad? Es ser mujer; es sentirse bien como mujer; es ser fuerte unas veces y no tanto otras; es ser receptiva, estar abierta a los cambios y saber hablar desde dentro con todos los sentimientos y palabras para ser comprendida; es ser suave y a la vez un tigre.
La jovencita murciana de la que hablan los periódicos ha conseguido sortear algunas de esas limitaciones. A causa de la larga convalecencia, su carácter se ha vuelto reservado, pero también tenaz. Está decidida a ser cantante, pero cuando le preguntan a quién quiere parecerse, carece de un referente claro. La copla sigue siendo el género más popular en la España de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. La mayoría de sus referentes continúan en activo, recorren el país con sus espectáculos, hacen giras por América y protagonizan películas. Ella y sus hermanos vieron de cerca a algunos de esos artistas en casa de su pariente Arturo Rigel, un médico que intervino en el libreto de revistas como La hechicera en palacio, Su excelencia la Embajadora, o el guion de La nueva Cenicienta, de Marisol. En Singla, Rigel comparte la heredad familiar con los Pérez-Miravete Mille, cuyos hijos se refrescan cada verano en la balsa de la finca junto a numerosos personajes de la farándula.
—El tío Arturo, como lo llamábamos nosotros —relata Miryam—, vivía con una mujer muy rara, que era actriz o algo así y bajaba a la piscina en biquini o en ropa extrañísima. Como sus invitados, que siempre estaban maquillados. Nosotros los veíamos fascinados desde el jardín. «¿Y estos de dónde han salido?», nos preguntábamos. «¿Por qué papá los saluda?».
La posibilidad de que la jovencita Mari Trini se incorpore al mundo del espectáculo despierta suspicacias entre parientes y amigos. Incluso el padre no parece muy convencido. Sin embargo, tiene todo el apoyo de María Mille.
—En aquella época, que la hija de una buena familia fuera cantante no estaba bien visto, pero la enfermedad, y la separación de mi padre, había hecho que madre e hija estrecharan más su vínculo. Mamá era, además, una mujer joven todavía. Se había casado con veinte años. A su alrededor tenía un círculo de gente de su edad que la apoyaba. Así que al final se salió con la suya. Si la niña, con lo que había pasado, era feliz y cantaba bien, ¿por qué no iba a tener su oportunidad?
La música que escuchan las hermanas Pérez-Miravete es rabiosamente moderna. Con Arbex y sus amigos han descubierto el rock. En los guateques, a los que a veces los acompaña la madre, bailan al ritmo de twist o Madison.
La celebración en Benidorm de un festival de la canción en la onda de los de San Remo o Eurovisión, y la aparición de nuevos sellos discográficos, están impulsando una renovación de los gustos juveniles.
La influencia de los estilos que triunfan en Francia e Italia se deja sentir con fuerza en los primeros éxitos del Dúo Dinámico, Raphael, Monna Bell, José Luis y su guitarra, Gelu o Marisol. La radio y la televisión no son ajenas a ese fenómeno. Programas como Caravana musical y Vuelo 605, de Ángel Álvarez, El gran musical, dirigido por Tomás Martín Blanco o, en la pequeña pantalla, Escala en Hi-Fi, ayudan, como la llegada de turistas, a una evolución en los gustos musicales de la que recelan el régimen y los estamentos más reaccionarios de la sociedad.
Otras influencias han calado con más sutileza. En Madrid y en Barcelona es posible encontrar una buena oferta de salas con orquesta propia. El jazz sintoniza pronto con los ambientes universitarios y la alta burguesía de las grandes ciudades.
Ver mas
En 1961, el cineasta Nicholas Ray llega a España para rodar Rey de reyes. El director no atraviesa una buena racha. En los medios cinematográficos se dice que desde hace cinco años le persigue el fantasma de James Dean, fallecido pocos días antes del estreno de Rebelde sin causa. A finales de los cincuenta acepta la oferta de Samuel Bronston para rodar Rey de reyes en localizaciones españolas y se instala junto a Susan, su esposa, en un chalet de La Moraleja, muy cerca de donde vive la actriz Ava Gardner, quien los introducirá en su círculo de amistades madrileñas.
Terminado el rodaje, los Ray se establecen en Italia. Pese a las serias diferencias que habían surgido entre ellos, Bronston vuelve a proponerle la dirección de 55 días en Pekín y regresan a Madrid en el otoño de ese año. Las filmaciones comienzan el 2 de julio de 1962. Una noche, según contará después Susan, se despierta sobresaltado y sudoroso; ha soñado que nunca volvería a terminar una película. Estaba en lo cierto. Los continuos problemas y conflictos empujan a Nicholas a abandonar el trabajo en los primeros días de septiembre. Su salud se ha quebrantado y debe pasar una temporada en el Hospital Angloamericano de Madrid.
Al recibir el alta, decide dar un giro a su vida y en 1963 abre un club en el número 31 de la avenida de América de Madrid, casi en el cruce de la calle María de Molina con Cartagena. El Nicca’s, El culo de Nikk, en poco tiempo se convierte en un lugar ineludible de la gente bien en la noche madrileña. El propietario atiende directamente el negocio.
—Muchas madrugadas, cuando terminaba la actuación, Nicholas Ray me hacía un bocadillo para cenar —recuerda, en su pequeño apartamento de Alegia, el pianista Willy Rubio, que trabajaría allí antes de acompañar a un jovencísimo Alberto Cortez y formar parte después de Los Waldos, el quinteto de Waldo de los Ríos—. Lo habíamos acordado así: además de un caché escaso, tendría derecho a un pepito de ternera cada noche. El propio Nikk se ponía delante de la plancha y lo preparaba. No le importaba, y eso que la clientela del Nicca’s era espectacular. Allí solo iban los importantes.
Rubio se alterna en el escenario con otro pianista, el cántabro Juan Carlos Calderón, a quien ha conocido nada más llegar de su país natal, Argentina.
—La misma noche que pisé Madrid por primera vez —sigue contando Rubio— fui a la sala en la que actuaba Calderón. Cuando terminaron, me senté con él al piano para preparar mi repertorio mientras los camareros limpiaban y recogían. Aquella madrugada, al despedirnos en la puerta, había una mujer esperándolo. Llovía, eran como las cuatro, las calles entonces tenían muchos árboles, en las esquinas había cuatro cables y un farol, que provocaba un curioso efecto de sombra. Cuando salimos, vimos un taxi parado con una señora esperando fuera. Caminamos hacia ella. Al acercarme pude advertir su gesto de cabreo. Al llegar, Calderón me la presentó. Era Ava Gardner. Se marcharon juntos. Después, cuando lo comenté con algunos amigos, nadie me creyó. «¿No te habrás confundido?», preguntaban con sorna. Yo encogía los hombros y respondía: «Todo puede ser».
La actriz estadounidense, que desde el 53 vive en España, es uno de los muchos rostros famosos que frecuentan el Nicca’s, convertido, como escribe Marcos Ordóñez, en «el club de los americanos». Ante esa clientela, por el escenario del local desfilan crooners, grupos de jóvenes roqueros, como Los Brincos o Los Pekenikes, y estrellas consagradas de la talla de Dizzy Gillespie.
(…) Al recibir el alta, Nicholas Ray decide dar un giro a su vida y en 1963 abre un club en el número 31 de la avenida de América de Madrid, casi en el cruce de la calle María de Molina con Cartagena. El Nicca's, El culo de Nikk, en poco tiempo se convierte en un lugar ineludible de la gente bien en la noche madrileña.
En una de las fiestas de la alta sociedad madrileña a las que acude, Nicholas Ray conoce a una adolescente que quiere ser cantante. Sin pensárselo dos veces, le brinda la oportunidad de debutar en su local. Con la misma rapidez, la muchacha acepta el ofrecimiento; puede cantar en inglés o en francés e, incluso, acompañarse con su guitarra, pero deja claro que no quiere cambiarse de nombre. Se presentará con el suyo: Mari Trini.
Nicholas proporcionaba audiciones a algunas gentes que querían entrar en el mundo del espectáculo, relató después la artista. Recuerdo que aquel día resolví ponerme normalita: una falda de nailon pegada, una blusa discretísima y… bueno, dentro del sostén un poquito de algodón para causar más efecto. Total, que me lancé a cantar con mi guitarra a cuestas. Sin embargo, cuando terminé, me dijo que tenía mucho talento como actriz. Ray quería hacer una película del estilo de la que había rodado con James Dean, pero el rebelde sin causa tenía que ser una chica y mi imagen parece que le interesó.
—Era muy joven, casi una niña —recuerda Willy Rubio—. He olvidado los detalles, pero tengo grabada la imagen de estar yo frente al piano y ella cantando, no sé si en algún ensayo o ya actuando. Me ha quedado esa imagen. Sí, quizá fue en el Nicca’s. Toqué allí en el 64 y el 65, y me acuerdo de haber acompañado a Mari Trini.
Entre Ray y la debutante se establece rápidamente una corriente de simpatía. Acabo de escuchar en París a Sylvie Vartan y no tiene comparación, le comenta eufórico.
En junio de 1964, María Mille Campos, que ostenta un poder notarial de su marido «como representante legal de la menor», suscribe con el estadounidense un contrato «de representación exclusiva para todo el mundo de su hija, en relación con sus actuaciones como cantante en radio, televisión y para la grabación de discos». El documento, que «tendrá una duración indefinida», recoge que «corresponderá al Sr. Ray dirigir las actividades profesionales de la Srta. Pérez-Miravete, con carácter exclusivo, determinando los métodos de explotación de su capacidad artística, así como la clase de trabajo a realizar en cada momento». Y continúa:
El Sr. Ray, por su actuación como representante y director de la Srta. Pérez-Miravete, percibirá un 30% de las remuneraciones que correspondan a esta, como consecuencia de los contratos suscritos o ejecutados. Si las remuneraciones, en cualquier mes, excedieran por semana de 178 libras esterlinas, o su equivalente en cualquier moneda, abonará al Sr. Ray un 12,5% más de comisión, y si en las mismas condiciones, la remuneración excediese de 256 libras esterlinas, pagará al Sr. Ray un 5%, con lo que el porcentaje total ascenderá al 47,50%.
Me firmó un contrato leonino y se convirtió prácticamente en mi representante, corroborará Mari Trini tiempo después. Según el contrato, me tenía que mantener, comprar el vestuario y, a cambio, él cobraría unos derechos de todo lo que pudiera ganar.
Mari Trini durante una sesión de fotos en 1967 en Madrid. Crédito: Getty Images.
Una muchacha con tanto talento necesita salir de España, formarse, conocer gente. Quizá sería recomendable que viviera unos meses en Londres, uno de los epicentros de la nueva cultura mundial. Como la película que planea el cineasta se va a rodar en escenarios británicos, parece conveniente, por tanto, que la chica vaya familiarizándose con el ambiente artístico de ese país. En cualquier caso, antes de nada, debe contar con el carnet que expide el Sindicato Vertical y que desde 1943 resulta indispensable para cualquier español que quiera actuar sobre un escenario. Para obtenerlo, hay que acreditar las capacidades artísticas ante un tribunal formado por profesionales y especialistas.
Con una autorización firmada desde Murcia por el cabeza de familia, Mari Trini y su madre hacen una primera visita a la capital británica, donde tienen la oportunidad de conocer a celebridades como James Mason o Roman Polanski. Mientras, el director de Rebelde sin causa pone en marcha su estrategia de comunicación, como anuncia en noviembre la revista Guidepost, que se publica en inglés en Madrid:
Nick Ray vino desde Londres para aplaudir a Mari Trini, su protegida de diecisiete años, que ha participado en una audición para una compañía discográfica estadounidense. Mari toca la guitarra, escribe sus propias canciones y hace algo parecido al blues continental y la música folk americana. Su única aparición pública hasta la fecha ha sido en ABC-TV de Londres.
Varias revistas se hacen eco poco después de la excelente acogida que ha brindado el público británico a la joven cantante en su presentación televisiva la noche del domingo 26 de diciembre de 1965. Entre los intervinientes en el espacio se encontraba el famoso actor Peter Sellers. Según informa La Gaceta Ilustrada, «su presentación estuvo a cargo de Larry Adler, quien la acompañó con la armónica, instrumento del que es un concertista extraordinario. Mari Trini cantó Guitarra, Recuérdame y Una linterna; la primera en español, la segunda en italiano y la tercera en francés». El archivo de la BBC asegura, sin embargo, que el presentador fue Denis Tuohy. Las tres melodías forman parte de la veintena que la muchacha ha ido componiendo en los últimos años. Tal como cuenta la revista:
De este juego le surge letra y música. Algunas canciones las piensa ya en francés y así se quedan. Por ejemplo, el tema de Une lanterne es una historia de amor inspirada en un cuadro pintado por el conde de Riudoms, que recoge un paisaje urbano de París, en San Germán de los Prados. La inspiración le vino en francés y en ese idioma ha quedado esta bella y sentida canción. Siempre trabaja en su cuarto, rodeada de libros y ante su gran discoteca. Antes de escribir letra y música, interpreta ante el magnetofón lo que va a ser la canción del alma. Escuchando esta especie de borrador es como surge la verdadera inspiración para ir componiendo, armonizando, cambiando…
Como pretende quedarse a vivir en el sur de Europa, Nicholas Ray aprovecha su estancia en Madrid para acercarse a la crítica cinematográfica italiana y francesa. En particular, a la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma, que ha elogiado en numerosas ocasiones su obra. Hacia finales de 1964, deja el negocio en manos de un sobrino y se marcha a París para colaborar con Andrzej Wajda en Popioly y se interesa por el proyecto de llevar a la pantalla The Doctor and the Devils, el guion que Dylan Thomas había escrito en 1953 sobre las andanzas de Burke y Hare, los asesinos y ladrones de cadáveres.
María Mille se lanza entonces a buscar alojamientos de confianza para sus dos hijas, a las que pretende enviar a París. Gracias a la intervención del consulado español, localiza a una aristócrata de origen holandés, venida a menos económicamente, que alquila habitaciones a muchachas formales en su caserón del distrito VI de la capital gala, entre el Sena y el boulevard du Montparnasse. Allí se instala Mari Trini, y Miryam irá a un internado religioso. No les costará adaptarse, las dos hermanas tienen a su favor, además, que hablan con fluidez el francés.
(...) La muchacha acepta el ofrecimiento; puede cantar en inglés o en francés e, incluso, acompañarse con su guitarra, pero deja claro que no quiere cambiarse de nombre. Se presentará con el suyo: Mari Trini.
Mientras viaja por varios países, Ray sigue con atención la carrera de su apadrinada, que en 1965, tras firmar su primer contrato discográfico con Pathé-Marconi por tres años, consigue grabar en los míticos estudios de la rue de Sèvres, en Boulogne-Billancourt, un EP con cuatro canciones: Bonne chance, mon amour, Comment veux-tu que je t’oublie?, Le diable au corps y Les pianos mécaniques.
Por indicación de su representante, la joven se ha puesto a las órdenes de Poisson, que había hecho carrera y ganado prestigio junto a Edith Piaf. Por su parte, el orquestador y arreglista, Paul Pilot, ha acompañado a artistas de la talla de Luis Mariano o Gloria Lasso. Los compositores de los temas también son prestigiosos: Guy Magenta está detrás de algunos éxitos de André Claveau, Lys Assia o Dalida. La letrista Vline Buggy ha adaptado al francés a The Everly Brothers. A Frank Gerald lo cantarán Gilbert Bécaud, Caterina Valente o Nana Mouskouri. Para cerrar el microsurco, se incluye una versión vocal de la banda sonora de la película Les pianos mécaniques, de Georges Delerue.
A las clases con distintos profesores para mejorar su técnica y su pronunciación, los ensayos y las sesiones de grabación, siguen presentaciones en algunos locales de moda parisinos que frecuentan los cazatalentos de la industria. Uno de ellos es el Golf-Drouot, en el número 2 de la rue Drouot, un antiguo salón de té que desde principios de los años sesenta, y hasta su cierre veinte años después, es para muchos le temple du rock. No es raro coincidir allí con Johnny Hallyday, Eddy Mitchell e incluso algún componente de The Beatles. Como buen roquero, a esta sala no puede dejar de acudir Teddy Bautista, el guitarrista y cantante de Los Canarios, que acaba de regresar de una gira por Estados Unidos. Le acompaña un directivo de Disques Barclay. Esa noche actúa una compatriota llamada Mari Trini.
—En aquella época yo tenía una larga melena, el pelo me llegaba por los hombros —explica el músico canario sin poder contener una sonrisa—. Cuando terminó, fui a buscarla y le dije: «Je suis espagnol». No sé por qué le hablé en francés. Me miró con una cierta sorpresa antes de responder. «Y yo española», contestó. Reímos. Le conté qué hacía. «Ah, sí», dijo, «Los Canarios. He oído hablar de ellos». Hablamos de Jacques Brel y Gilbert Bécaud, dos artistas que, pese a que mi formación era anglófona, me gustaban mucho, mucho, y ella sabía cantarlos como nadie.
En el panorama musical galo triunfan en ese momento France Gall, Sylvie Vartan o Françoise Hardy. La comparación es inevitable, sobre todo con esta última. El tono de las grabaciones que registra la española, apenas tres años menor que la francesa, incluso la portada del EP, en la que, como Hardy en algunos de sus vinilos, aparece retratada sobre un fondo oscuro, parecen invitar a pensar que una es el modelo de la otra. Ray descarta, a veces de malhumor, cualquier parecido. Mari Trini es distinta, asegura. Está más en la línea de Aznavour, insiste. Es una verdadera artista.
Con su disco bajo el brazo, la joven española recorre las emisoras e incluso acude a algún programa de televisión, mientras mejora su francés y aprende nuevas técnicas interpretativas. Lo más importante fueron las clases que toma con Madame Charlot. Ella me enseñó a cantar con el diafragma, a respirar y a aguantar dos horas de recital sin quedarme afónica, le dirá a Manolo Román en ABC. Y a afinar bien, que es una cosa que ya no se considera muy en cuenta.
A veces coincide con algún compatriota, como el cantautor Ismael Peña, que lleva viviendo en la Ciudad de la Luz desde 1960.
—La vi en París varias veces —refiere el artista casi sesenta años después desde su casa en la localidad madrileña de Sevilla La Nueva—, no muy seguidas porque nos movíamos por barrios diferentes. Ella, como yo, estaba inmersa en ese mundo apasionante. Sí, como en el título de la novela, París era una fiesta en esa época. Todavía estaban frescas las heridas de la Segunda Guerra Mundial, pero también quedaban los ecos de las vanguardias, del surrealismo. En cualquier campo de la cultura había primerísimas referencias: Christian Dior en la moda, estaba vivo Picasso, la Greco ya era admirada en Hollywood y, por supuesto, por todas partes sonaban Piaf, Bécaud o Barbara. París era el centro de todo. Los sesenta allí fueron estupendos. Para los que entonces conseguíamos salir de España, el contacto con todo aquello supuso un shock y a la vez un revulsivo. Allí todo era posible. Yo había conseguido llegar a París en mayo del 60 con una tuna. En la frontera, nos detuvimos a sellar los pasaportes. Como éramos unos treinta, el trámite se alargó. Anochecía. Mientras esperábamos, vi a través de la ventanilla a un chico y a una chica besándose en la calle. Para mí aquella imagen fue como una revelación. En España, una escena así era impensable. Desde ese momento me convencí de que todo lo que yo había soñado antes de viajar podía hacerse realidad.
Algo parecido le ocurre a la abogada navarra Teresa Moleres, que acabaría trabajando en el Parlamento Europeo. Con apenas veinte años, Moleres, asfixiada por las limitaciones que el franquismo impone a las mujeres, se marcha al país vecino a ampliar estudios y mejorar su francés. París, cuenta, fue el despertar de la libertad.
—Aquellos años marcaron mi vida. Nunca había visto en España a un hombre y a una mujer besarse como no fuera en el cine. Caminaba por Saint-Germain-des-Prés, delante de mí iba un chico con aquellos pantalones de Yves Saint Laurent, así, de campana, tan bonitos, y la chica con una minifalda. Qué guapos, pensé cuando, de repente, se paran y veo que se dan un beso en los labios. Me quedé petrificada. Durante mucho tiempo no dejé de preguntarme por qué no ocurría eso en España. La respuesta estaba clara: vivíamos bajo una dictadura y a años luz del resto de Europa.
Otro hecho llama poco después la atención de Moleres mientras pasea por el 6e arrondissement de París; la voz de una muchacha que cantaba con su guitarra le hace detenerse.
—Se había formado un corrillo alrededor. A todo el mundo parecía gustarle. Al cabo de algún tiempo volví a Madrid y la reconocí en un programa de televisión en el que la presentaron como Mari Trini. En un primer momento no estaba segura de que fuera ella, pero luego contó que acababa de llegar de París y no tuve duda. Me llevé la alegría de ver que había conseguido abrirse paso y obtener éxito. Ya no dejé de seguirla, he sido una gran admiradora suya. Hoy al escucharla vuelvo a recordar París en aquellos años. Siempre he tenido la impresión de que vivimos cosas parecidas allí.
Retrato de Mari Trini. Madrid, 1978. Crédito: Getty Images.
Hacia el verano del 65, los ejecutivos de Pathé-Marconi acceden a que Mari Trini grabe un segundo EP con composiciones propias. En la mayoría de los países europeos es habitual, en ese momento, que una artista femenina interprete sus canciones. Aparte de Hardy, el referente más cercano es Barbara, que un año antes ha publicado un disco con diez temas firmados por ella. También en 1964 sale otro álbum que contiene uno de sus grandes éxitos, Dis, quand reviendras-tu?
Frank Gerald se encargará de traducir tres de los textos al francés. El cuarto se lo encargan a Pierre Delanoë, que había puesto letra a Je t’appartiens y Et maintenant, de Bécaud. Paul Pilot vuelve a dirigir la orquesta. Para abrir, y destacado en la portada, se elige Si mes amis me voyaient, seguido de Chez moi, Le chemin de mon coeur y, para cerrar, Ce n’est pas moi, que seis años después Mari Trini convertirá en una de sus creaciones más célebres, Yo no soy esa.
Teddy Bautista corrobora:
—Ella abrió ese camino antes que nadie. Esas cuatro canciones compuestas por Mari Trini, y publicadas en 1965, la acreditarán como la primera cantautora española. Ninguna mujer había conseguido, hasta ese momento, grabar e interpretar sus propias creaciones.
El arreglo de Pilot sobre Ce n’est pas moi vuelve a hacer inevitable la comparación con el estilo de Françoise Hardy, la primera cantante pop que ha conseguido en el país vecino formar un repertorio con composiciones propias pese a las reticencias de la discográfica Vogue. En 2016, Hardy contará en el documental La discrète que tuvo que aceptar que Roger Samyn, el arreglista de su primer álbum, apareciera como coautor de todos los temas entre los que estaba Tous les garçons et les filles. Desde entonces se le considera un símbolo de la juventud francesa en el mundo, pero Mari Trini marca distancias con ella. Mi música, mis canciones y mi estilo de cantar son distintos, responde con rotundidad al preguntarle en una revista.
Mientras la voz de la intérprete parisina se escucha con intensidad en las emisoras del país galo durante ese año de 1965 con L’amitié, la española aprovecha cualquier ofrecimiento para cantar en directo. Por entonces, Nicholas Ray acaba instalándose definitivamente en la isla de Sylt, al norte de Alemania. Uno a uno, todos sus proyectos cinematográficos van fracasando. La pesadilla que le atormenta desde el verano del 63 se transforma en una premonición. También parece debilitarse el contacto con su patrocinada, que regresa a Madrid a pasar la Navidad con la familia. Casi como un regalo de Reyes, la oficina de prensa de Ray se encarga de que las agencias distribuyan por las redacciones de los periódicos españoles la noticia:
Nueva revelación en el mundo del disco francés. Se trata de la española Mari Trini, una chica de dieciocho años, de la buena sociedad murciana, y descubierta en Madrid por Nicholas Ray, con ocasión de una fiesta particular. Mari Trini, que canta y habla francés como una nativa, acaba de ver publicado su primer disco en París. Una de las cuatro grabaciones corresponde al tema de Los pianos mecánicos. En España verá la luz el próximo año. Pero ella seguirá viviendo en París, en donde le surgieron ya ofertas para hacer cine, gracias a su personalísima fotogenia.
Sin embargo, las relaciones entre la joven artista y el director están ya heridas de muerte. La presión de Ray sobre Mari Trini ha ido acentuándose con el tiempo hasta caer, simple y llanamente, en el acoso. Pigmalión ha mostrado su verdadero rostro. La cantante lo contará en varias ocasiones a lo largo de su vida, pero el hecho siempre pasará desapercibido y ni siquiera merecerá un titular. Hubo un momento muy decepcionante porque me di cuenta, y esto lo puedo decir con toda sinceridad, que al final lo que había pasado es que este hombre se había enamorado de mí, que es lo clásico, lo que sucede siempre, aunque yo no me había dado cuenta, porque él tenía cincuenta y pico años y yo solo diecisiete. Lo comprendí el día en que no solo se insinuaba, sino que pretendió acostarse conmigo. A partir de ahí le dije que aquello no era así y desapareció nuestra relación y nuestro contrato, afirma la cantante.
«Ella abrió ese camino antes que nadie. Esas cuatro canciones compuestas por Mari Trini, y publicadas en 1965, la acreditarán como la primera cantautora española. Ninguna mujer había conseguido, hasta ese momento, grabar e interpretar sus propias creaciones».
Según relatará cuando vuelva a España, su vida en París da un giro tras la ruptura con el cineasta, y se esfuman muchas comodidades, tiene que aprender a ganarse la vida con otros empleos: desde trabajar en una casa, haciendo la comida y limpiando, a vender porcelanas de una tienda. O desde hacer de botones a cantar con mi guitarra en la calle, contará ella misma cuando sea famosa. Su hermana Miryam, sin embargo, discrepa:
—Fuera de su profesión, no trabajó en otra cosa. No le quedaba tiempo. Daba clases con varios profesores por la mañana y la tarde. De noche, cantaba en varios bistrós, pero a las once teníamos que estar ella en su habitación y yo en mi internado. Lo pasamos muy bien, exprimió los días al máximo, se esforzó mucho para aprender.
Además, conoce a otro tipo de gente y empieza a tener amigos de todas las edades. A diferencia de lo que ocurre en Madrid, en la capital francesa nadie se escandaliza de que una joven pueda acudir a cenar al piso de un medio novio mucho mayor que ella. En 1985, durante una entrevista en TVE, el periodista comenta:
—Vamos a ver. Fue en París, tenías diecisiete años cuando perdiste aquello…
—Estás mal informado.
—Pero en París pasó algo…
—¡Acabáramos! Era eso… Pues resulta que yo, con diecisiete años y monísima, tenía un novio. Me invitó a su piso a cenar, como se hace en esos casos. Todo lo había preparado, todo precioso con sus velas, su camita… Bueno, en realidad era una especie de chaise-longue. Cenamos. Allí empezó todo, las caricias, los besos…, en fin, esas cosas.
—La cosa estaba bien…
—Bastante bien, yo estaba muy a gusto y él también, no sentíamos ninguna vergüenza, pero en un momento dado que seguíamos con… ¿sabes? Pues de repente hace plas y se quita los zapatos. Entonces sube un olor a pies… Un mal olor tan grande que me quedé congelada. Solo pude decirle: «Por favor, llévame a casa». Él me respondió: «No me puedes dejar en este estado». Pero hay que comprender también lo mío. Me llevó a casa a ciento veinte por hora y de muy mal… café.
El protagonista de la historia podría ser, según Miryam, el pintor Robert Fonta, más de veinte años mayor que ella y fallecido en 1976.
—Era un tío estupendo que la quería muchísimo. Y ella también estaba enamorada. En casa de mi hermana había muchos cuadros de él. Debió de ser una historia importante en su vida, aunque la viviera con un poquito de confusión.
OTROS CONTENIDOS DE INTERÉS:
Paco de Lucía: de qué hablo cuando hablo de la guitarra
Marilyn Monroe, de la reja del metro de Nueva York al Macarra del Presidente
Supersubmarina antes de ser Supersubmarina: amigos, fiestas y música a toda tralla
«Pájaros de Irak»: Patti Smith en un poema
«Esta tía vale de verdad»: Paloma del Río, la voz de los Juegos Olímpicos