Supersubmarina: la historia de cuatro amigos qu...
«¿Quién se queda con los niños?»: los Beatles frente a su propio abismo
Los últimos tres años de los Beatles estuvieron marcados por una latente lucha de egos entre sus integrantes, por las rencillas con el entorno de los músicos y por el genio -en términos de talento- que los acompañó hasta el último acorde. Lennon, McCartney, Harrison y Starr habían tocado el cielo durante algo más de siete años, pero ya no eran felices haciendo canciones juntos. Así, en 1970 decidieron ponerle el punto final a la banda de pop más importante de la historia. Pero poco antes de decretar esta muerte (anunciada), el grupo participó en la filmación de «Let it be», un documental dirigido por Michael Lindsay-Hogg que recogía los ensayos y grabación del último álbum que publicarían los de Liverpool («Abbey Road», otra obra maestra, se grabó más tarde, pero fue lanzado antes que «Let it be») y que dejaría registro de esta relación rota. Aprovechando el relanzamiento del filme en Disney+ en mayo de 2024, 54 años después de su estreno original (la plataforma busca emular el éxito de la miniserie «Get Back», de Peter Jackson, estrenada en 2021), LENGUA publica un extracto de «Sostener la nota» (Debate), un texto en el que el periodista David Remnick reconstruye cómo fueron aquellos días en la vida de cuatro genios envenenados por el rencor.
Por David Remnick

The good old times... Los Beatles durante un momento del rodaje de la película A Hard Day's Night (película filmada en Londres en 1964). Crédito: Getty Images.
La tasa de divorcios entre los componentes de un grupo musical suele ser alta, y resulta difícil prever el momento de la ruptura. En 1881, Richard O'Dyly Carte, destacado empresario de espectáculos del West End londinense, construyó el teatro Savoy, en el Strand, para exhibir las óperas cómicas que hicieron famosos a W. S. Gilbert y Arthur Sullivan. Nueve años y muchos estrenos exitosos después, Gilbert, el libretista, se sintió ofendido por la extravagancia de la alfombra que Carte había instalado en el vestíbulo del Savoy, y la cosa desembocó en una intensa disputa con Sullivan, el compositor. Tras la inevitable exhumación de otros motivos de resentimiento, Gilbert le escribió una carta a Sullivan en los siguientes términos: «Finalmente ha llegado el momento de poner fin a nuestra colaboración». Siguieron prestando sus servicios juntos, aunque de mala manera, durante algún tiempo más, hasta que presentaron una obra mediocre, The Grand Duke.
Los Beatles no acabaron sacando ningún trabajo mediocre; llegaron a su fin con dos genialidades, Let It Be y Abbey Road. Tampoco hubo nada en especial que desencadenara la disolución del grupo, ninguna alfombra ni bonita ni fea. Ni nada por el estilo. Pero quizá los problemas comenzaran cuando su representante, Brian Epstein, murió de sobredosis en agosto de 1967. Aunque Epstein tenía solo treinta y dos años, el grupo veía en él una figura unificadora, incluso paternal. Al final, Lennon, Harrison y Starr contrataron al representante de los Stones, Allen Klein, para que gestionara los asuntos del grupo; McCartney se dio cuenta de que Klein era una persona en la que no se podía confiar, e insistió en negociar con Lee y John Eastman, padre y hermano respectivamente de Linda Eastman, que no tardaría en ser su esposa.
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La base creativa del grupo también estaba deshaciéndose. La Lennon-McCartney ya no era una colaboración que se llevara a cabo en persona, «cara a cara». En otro tiempo los dos jóvenes habían trabajado en contacto constante, en autobuses cuando estaban de gira o en habitaciones de hotel compartidas. Ahora Lennon escribía en su finca de las afueras y McCartney en su casa del distrito de North London. Aún se reunían para pulir las últimas canciones de uno y de otro, o para sugerir el cambio de algún verso o un bridge, la sección middle eight. El resultado podía ser sublime, como cuando McCartney añadió la parte que dice woke up, fell out of bed, dragged a comb across my head… [me desperté, salté de la cama, me pasé un peine por el pelo…] a la canción de Lennon A Day in the Life. Pero ese proceso había cambiado. Y Harrison, que ahora desarrollaba su faceta de compositor, se sentía cada vez más frustrado por la modesta cuota de canciones por disco que se le asignaba. Tras una estancia en el norte del estado de Nueva York con los integrantes del grupo The Band, creyó haber vislumbrado una versión más colectiva e igualitaria de vida musical.
Todas estas tensiones se hicieron visibles en 1969, cuando los Beatles se reunieron en los estudios Twickenham después de las vacaciones de Año Nuevo. Por lo general llegaban al estudio con unas catorce canciones más o menos listas para grabar. Pero aquella vez no fue así. «John no tenía ninguna canción y Paul no tenía ninguna canción —me contó Ringo Starr por teléfono desde su casa de Los Ángeles—. Era la primera vez que llegábamos así al estudio». La canción de McCartney Get Back, por ejemplo, estaba en una fase tan incipiente que en un momento dado acabó por tomar forma como un ataque contra la política antiinmigración del diputado conservador Enoch Powell. «No habíamos visto nunca tantos números nuevos a la vez», comentó Lennon.

Ámsterdam, marzo de 1969. John Lennon y Yoko Ono en una habitación del hotel Hilton, donde decidieron permanecer durante siete días entre fruta, flores y carteles pacifistas. Crédito: Getty Images.
En el documental Let It Be, podemos apreciar intervalos de trabajo creativo muy cuidadoso, interpretaciones entusiásticas e improvisaciones muy decididas, pero se ven interrumpidos por largos pasajes de tensión glacial y de aburrimiento malcarado. Además, había que contar con la presencia de Yoko Ono, que expresaba sus ideas sin que nadie se las pidiera. Y también la posibilidad «dramática» de que los Beatles acabaran actuando ante «veinte mil butacas vacías». En un momento dado, en Twickenham, McCartney dice: «Va a ser una cosa increíble de cómica, vaya, como no la ha habido en cincuenta años, ¿sabéis?: "Rompieron porque Yoko estaba ahí sentada en un amplificador"». El feminismo no era uno de los fuertes de los Beatles, y los compañeros de Lennon luchaban a brazo partido contra la constante presencia de la novia de uno de ellos en el sagrado espacio del estudio de grabación.
Uno de los momentos más memorables de la película —aparece reproducido también, aunque no con tanto énfasis, en Get Back— es un diálogo en el que Harrison salta indignado contra McCartney por decirle lo que tiene que tocar. McCartney se esfuerza por no resultar demasiado mandón, pero quiere lo que quiere:
McCartney: Mira, yo intento ayudar. Pero veo que siempre te molesto, e intento…
Harrison: No, no me molestas.
McCartney: Me pone muy… No sé qué decir…
Harrison: Ya no me molestas.
Harrison estaba cada vez más irritable. Después de una semana de ensayos, Lennon se burló de un tema de Harrison, I Me Mine, una canción que aludía a grandes rasgos a los múltiples egos que luchaban dentro de los Beatles:
Harrison: Me voy…
Lennon: ¿Qué?
Harrison: Que dejo el grupo ya.
Lennon: ¿Cuándo?
Harrison: Ya.
Después de otro momento de tensión, Harrison cumplió su amenaza y se fue a su finca de Surrey. «Ya os veré por los clubs», dijo a modo de despedida. Aquella misma tarde escribió Wah-Wah, tema en el que lamenta que sus compañeros no hayan «escuchado mi llanto». Lennon parece que se quedó tan pancho. «Pues yo creo que, si George no vuelve el lunes o el martes, le pedimos a Eric Clapton que toque», dice.
Cuando le pregunté a Starr por la salida de Harrison, se echó a reír y dijo: «No fue una cosa tan enorme, a nuestro entender. Pensamos que se había ido a comer, como todos los demás. Luego me puse con la batería, Paul cogió su bajo, John cogió su guitarra, y parecíamos un grupo de heavy metal… Así era como dejábamos que saliera la emoción». Aunque Lennon, Starr y McCartney recurrieron al principio a su ingenio y a la catarsis que suponía ponerse a tocar para arreglárselas de cualquier manera, el hecho de que no pudieran ponerse en contacto con Harrison, quien durante unos días se largó a Liverpool, les pesaba mucho. «Bueno, chavales —dice Lennon—. Entonces, ¿qué vamos a hacer?». El final parecía ya un poco más real.
Después de otro momento de tensión, Harrison cumplió su amenaza y se fue a su finca de Surrey. «Ya os veré por los clubs», dijo a modo de despedida (...). Lennon parece que se quedó tan pancho. «Pues yo creo que, si George no vuelve el lunes o el martes, le pedimos a Eric Clapton que toque», dice.
En Twickenham, Lennon podía estar poco centrado y resultar bastante petulante; iba «puesto de H», como él decía, pues consumía heroína de manera esporádica; probablemente no se la inyectaba, sino que la esnifaba. Y mostraba una actitud claramente a la defensiva respecto a Ono. «O sea, no os voy a mentir —le dice un día a McCartney—. Os sacrificaría a todos por ella».
Al final, a Harrison se le pasó la rabieta y volvió al redil. Cuando los Beatles se trasladaron de Twickenham a unos estudios más familiares para ellos, la central de Apple, en el número 3 de Savile Row, la situación se calmó de manera considerable. Billy Preston, teclista de las bandas de Ray Charles y de Little Richard, se les unió y contribuyó a levantar el sonido y los ánimos del grupo. Los Beatles volvían a pasárselo bien. Ahora, en medio de tazas de té de color amarillo y de ceniceros rebosantes de colillas, se notaban los progresos e incluso un espíritu de colaboración mayor. Cuando Harrison pidió ayuda con la letra de Something, Lennon le dijo que jugara a las Historias Locas: «Di lo que se te pase por la cabeza cada vez: "Me atrae como una coliflor", hasta que te salga la palabra justa».
Independientemente de lo que causara problemas entre ellos, los Beatles mejoraban cuando hacían música juntos. «En términos musicales, nunca nos fallamos unos a otros», dice Starr. Además, reconocían que McCartney se había convertido en el motor constante del grupo, el que los empujaba para que el trabajo se hiciera al final. «Grabábamos un disco y luego, por lo general, ahí nos tenías a los dos, a John y a mí, pasando el rato en mi jardín —recuerda Starr—. Es un día de verano… y en Gran Bretaña tienes tres al año… y estamos ahí relajándonos cuando de pronto suena el teléfono. Y solo con oír la llamada ya lo sabíamos: era Paul. Y nos decía: "¡Eh, chicos, ¿queréis veniros al estudio?". De no haber sido por él, probablemente habríamos publicado tres discos, porque todos estábamos metidos en el ajo y abusábamos de alguna droga, y solo queríamos estar relajados». Pero cuando dejaban a un lado sus instrumentos, les resultaba ya difícil ignorar sus problemas. Baste recordar un momento de la película de Twickenham:
Harrison: Creo que deberíamos divorciarnos.
McCartney: Bueno, ya lo dije yo en la reunión. Pero ya estamos casi divorciados, ¿no te parece?
Lennon: ¿Quién se queda con los niños?

Imagen del ambiente a la salida del enlace civil entre Paul McCartney y Linda Eastman, acto celebrado en el registro de Marylebone, en Londres, el 12 de marzo de 1969. Crédito: Getty Images.
Los Beatles acabaron de grabar Abbey Road en agosto de 1969. En una reunión de negocios celebrada unas semanas más tarde, Lennon le dijo a McCartney que su idea de hacer pequeñas actuaciones y volver a sus raíces era «una estupidez». «El grupo está acabado —afirmó—. Yo me voy».
—Fue muy triste para todos —me comentó McCartney—. Excepto para John, a quien todo aquello le importaba un bledo, porque estaba ya recogiendo los bártulos, a punto de coger el próximo barco con Yoko y largarse.
McCartney hizo pública la ruptura en el curso de una breve entrevista con motivo de la publicación de su primer disco en solitario.
Lennon estaba por aquel entonces completamente volcado en un nuevo grupo, la Plastic Ono Band. Starr grabó un álbum de temas clásicos y luego otro de canciones country. Harrison, que grabó de inmediato All Things Must Pass, la mejor obra de su carrera, se sintió especialmente encantado de empezar su nueva vida post-Beatles. El grupo, dijo, «significó mucho para mucha gente, pero, ¿sabes?, no era tan importante».
Para McCartney sí que era importante, y mucho. Linda y él se fueron a una granja en Campbeltown, en Escocia, donde Paul se dedicó a beber en exceso, a dormir hasta la tarde y luego a beber más todavía. Siempre le había gustado tomar una copa o fumarse un porro. Y cuando tomaba ácido, según me dijo, tenía visiones de caballos enjoyados y de la doble hélice del ADN. Pero en aquellos momentos, me dijo, ya «no había motivo para parar». Estaba deprimido.
—El trabajo se había acabado, y era más que el trabajo, evidentemente. Eran los Beatles, la música, mi vida musical, mi colaborador —me comentó—. Era la idea esa de: «¿Y ahora qué voy a hacer?».
Ante su ausencia, empezó a correr el rumor de que McCartney había muerto. La cosa comenzó en un programa de radio en Detroit, y se propagó por todo el mundo. Jimi Hendrix y Miles Davis le mandaron un telegrama a McCartney invitándolo a grabar con ellos; un secretario de los Beatles les contestó que Paul se encontraba fuera de la ciudad. Cuando aparecieron por la granja un reportero y un fotógrafo de Life, McCartney les tiró un cubo de agua. «Lo de los Beatles se ha acabado —les dijo una vez se hubo calmado—. ¿Podéis divulgar la noticia de que soy solo una persona corriente y moliente que quiere vivir en paz?».
—Fue muy triste para todos —me comentó McCartney—. Excepto para John, a quien todo aquello le importaba un bledo, porque estaba ya recogiendo los bártulos, a punto de coger el próximo barco con Yoko y largarse.
La catástrofe se hizo pública. Lennon, que se hallaba sometido a la terapia del grito primal de Arthur Janov, no estaba preparado para sofocar las quejas que llevaba reprimidas. Siete meses después del estreno del documental Let It Be, le concedió una larga entrevista llena de acritud a Jan Wenner, director y cofundador de la revista Rolling Stone. Los Beatles, decía Lennon, «fueron los hijos de puta más grandes sobre la faz de la tierra». McCartney y Harrison, en especial, no habían mostrado más que desprecio hacia Ono. Señaló a los periodistas que habían escrito sobre ella comentando lo alicaída que se la veía en el documental: «Pasaos sesenta y seis sesiones con los tipos más engreídos y encorsetados del mundo y veréis qué putada es».
Lennon arremetió en particular contra McCartney. «Estábamos hartos de ser meros comparsas de Paul», declaró. A su juicio, el propio documental era una prueba de las manipulaciones interesadas de McCartney. «Todo el trabajo de cámara tenía por objeto mostrar a Paul y no mostrar a nadie más. Esa fue la sensación que yo tuve. Y para colmo, la gente que montó la película, la montó para demostrar que "Paul es Dios" y los demás estábamos allí alrededor y nada más… Se hicieron algunas tomas de Yoko y de mí que simplemente fueron cortadas y eliminadas de la película sin más motivo que orientar la mirada de la gente hacia Engelbert Humperdinck». Lennon estaba tan descontento que cuando Wenner le preguntó si volvería a hacerlo todo otra vez, respondió: «¡Si pudiera ser un puto pescador, lo haría!».
Aquel periodo fue dolorosísimo para McCartney, pero no tuvo más remedio que echarse a reír cuando le leí esta última frase: «John no decía más que sandeces», comentó.
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