Andrew Jennings, el periodista que investigaba mafias (o cómo el Mundial acabó en Qatar)
Desde su designación como sede, el Mundial de Fútbol de Qatar ha estado salpicado por polémicas de toda condición: desde las deportivas (la elección de un país sin apenas tradición deportiva, el frenazo a las competiciones domésticas en pleno invierno...) hasta las sociopolíticas (las escalofriantes cifras de obreros muertos durante las obras que levantaron los estadios, los códigos de vestimenta, especialmente para mujeres, cuya libertad está bajo el sistema de tutela masculina; las penas de cárcel por tener relaciones extramatrimoniales, por ofensas al islam y por demostraciones de afecto de la comunidad LGBTQ+; los zarpazos a la libertad de prensa y expresión...). A menos de una semana de la final del torneo, Qatar no ha logrado quitarse de encima la mala reputación que le rodea y pasará a la posteridad -a buen seguro- como el peor Mundial de la historia (aunque esta historia la escribirán los vencedores). Cientos de textos ayudan a contextualizar cómo se ha llegado hasta aquí, pero ninguno como «FIFA. La caída del imperio» (Aguilar), la monumental investigación que el recientemente fallecido Andrew Jennings publicó en 2015 y que orbita alrededor de la corrupción de la FIFA. Las líneas que siguen, firmadas por el periodista argentino Ezequiel Fernández Moores, prologan este título imprescindible para conocer el lado oscuro de la organización que mueve los hilos del fútbol: sobornos, arreglos, presiones, dinero negro, licitaciones dudosas... ¿Por qué eligieron Qatar? La respuesta es tan simple que hasta sonroja.
Zúrich, 20 de julio de 2015. Durante una conferencia de prensa en la sede de la FIFA, el humorista Lee Nelson se saltó los controles de seguridad para arrojarle billetes de dólares falsos al presidente de la institución, el suizo Joseph Blatter. El escrache tuvo lugar durante la grave crisis de corrupción que atravesaba entonces el máximo ente rector del fútbol mundial por una investigación de la justicia de Estados Unidos, la cual ordenó la detención de 14 personas (dirigentes, agentes FIFA y empresarios) acusadas por el pago de sobornos y evasión impositiva. La operación del FBI estaría motivada por el libro de Jennings. Crédito: Getty Images.
«No tenemos que parar hasta verlos en la cárcel». Divertido y didáctico, Andrew Jennings, cabello blanco y chaleco, como siempre, explica sus técnicas de periodismo de investigación una mañana de 2002 en Copenhague. Pero estalla apenas pronuncia la palabra maldita: FIFA: «¡Son todos unos ladrones!». Fundamenta su denuncia en libros, documentales y artículos de prensa. La FIFA logra un dictamen judicial contra sus libros dentro del territorio suizo y prohíbe que Jennings ingrese a las conferencias en su sede de Zurich. El periodista, nacido en 1950 en Escocia [y fallecido el 8 de enero de 2022], es su enemigo público número uno.
Trece años después, el 27 de mayo de 2015, son las seis de la mañana y Jennings duerme en su hermosa granja del norte de Inglaterra, cuando le avisan por teléfono que llegó el día. El FBI ha irrumpido de madrugada en un hotel cinco estrellas de Zúrich, ahora territorio liberado. Catorce dirigentes y ejecutivos vinculados con la FIFA son acusados de cuarenta y siete cargos, desde lavado de dinero a fraude y conspiración. Joseph Blatter, que al día siguiente, pese a todo, es reelecto para su quinto mandato consecutivo como presidente de la FIFA, anuncia cuarenta y ocho horas más tarde que dejará el trono que ocupa hace diecisiete años. Jennings tenía razón.
Andrew no es lo que denominaríamos un lord inglés. Directivos del British Council en Buenos Aires, que solo sabían de su reputación como periodista de investigación, quedan asombrados cuando lo reciben en 2007: nunca le gustó el poder. Su conferencia, eso sí, es impecable. Adelanta todo lo que terminará sucediendo ocho años más tarde.
Dirigentes sudamericanos habían cobrado fuertes coimas, primero de ISL —ex empresa de marketing de la FIFA— y luego de países que aspiraban a ser sede de copas mundiales, de presidentes que querían eternizarse en el sillón y de cadenas de televisión. Hasta que, codiciosa, la FIFA de Blatter, convencida de que su impunidad sería eterna, decidió a fines de 2010, por primera vez, realizar una inédita doble votación que asignó a Rusia y a Qatar las sedes de los Mundiales de 2018 y 2022, respectivamente. Derrotados en la votación habían quedado, entre otros, Inglaterra y Estados Unidos. Fue demasiado.
Jennings comenzó a recibir nuevos documentos. La derrota de Inglaterra sumó a más periodistas de ese país. Y la de Estados Unidos profundizó el interés del FBI, acaso no tanto porque el país del soccer perdiera su votación: si Qatar era una sede bajo sospechas de sobornos (¿cómo jugar un Mundial en pleno verano con 50 grados de temperatura?), la Rusia de Vladimir Putin pasó a ser una sede incómoda en términos de geopolítica. El FBI se interesó aún más en el trabajo de Jennings, al que había convocado en 2009. El periodista fue invitado a viajar a Londres para reunirse en una oficina anónima «con tres hombres de acento estadounidense» y «corte de pelo estilo gubernamental. Se me presentaron como agentes especiales del FBI, me dieron sus tarjetas, donde se leía "Organized Crime Squad"».
¿Caso resuelto?
Fue el inicio. Jennings mismo contó que entregó al FBI «documentos cruciales», que intercambió «largas llamadas telefónicas y cerca de cien correos electrónicos». Que proporcionó también contactos con sus fuentes judiciales en Suiza. Y que habló con un asesor del Servicio de Impuestos Internos (IRS) de los Estados Unidos. «La última vez que me reuní con el FBI cara a cara, en una ofi cina privada cerca de la Embajada estadounidense en Londres, fue la semana anterior a los Juegos Olímpicos de 2012». Justo antes de que el FBI y el IRS enviaran a los Juegos de Londres a Chuck Blazer. El poderoso secretario general de la CONCACAF (Confederación de América, Norte, Central y Caribe) pactó una reducción de pena y fue a Londres con micrófonos ocultos entre la ropa. Sus socios, claro, no lo sabían. Al momento de escribir estas páginas, la FIFA acepta que, si confirma evidencias de sobornos, podrá quitarles sus Mundiales a Rusia y a Qatar.
Antes que el fútbol, Jennings investigó la intocable policía británica, a la que dedicó su primer libro: Scotland Yard's Cocaine Connection. Estudió luego el caso Irán-Contras y la mafia siciliana. Viajó a Chechenia. Descubrió que también el deporte estaba en manos de gente peligrosa. Un colega, Paul Greengrass, luego director de Hollywood, le pidió que escudriñara el mundo del Comité Olímpico Internacional (COI). «¿Qué es eso?», le preguntó Jennings. Lo primero que advirtió fue que su presidente, el español Juan Antonio Samaranch, había sido ministro de Deportes del dictador Francisco Franco. Saltó de alegría cuando, por fin, vio la foto que Samaranch ocultaba, de uniforme y haciendo el saludo franquista. Desde entonces, cada vez que menciona a Samaranch, Jennings levanta su brazo derecho. Su trilogía de libros sobre la corrupción olímpica anticipó la caída del español y la expulsión de casi una decena de miembros del COI. Fue el escándalo de los Juegos de Invierno de Salt Lake City 2002. También Estados Unidos.
El FBI se interesó aún más en el trabajo de Jennings, al que había convocado en 2009. El periodista fue invitado a viajar a Londres para reunirse en una oficina anónima «con tres hombres de acento estadounidense» y «corte de pelo estilo gubernamental. Se me presentaron como agentes especiales del FBI, me dieron sus tarjetas, donde se leía "Organized Crime Squad"».
Jennings no es ingenuo. Sabe seguramente que Estados Unidos tiene en este caso intereses que exceden el fútbol. La FIFA corrupta de Blatter, tan evidentes eran sus arreglos, tan impopular su conducción, era el blanco ideal. Una ley antiterrorista, con una interpretación polémica que provocó fuerte debate dentro de Estados Unidos, fue usada para desnudar un submundo de trampas y, de paso, enviarle un aviso a Putin. La supuesta batalla geopolítica, los tiempos de la Nueva Guerra Fría, interesan poco a Jennings. El periodista, por fin, encontró alguien interesado en sus denuncias; un país, hay que decirlo, al que tal vez le resultó fácil atacar el corazón del negocio del fútbol porque ese negocio no es suyo. «Corrupción rampante, sistemática y profundamente enraizada». Así, como lo venía pintando Jennings desde hacía casi una década, describió ese submundo la fiscal general de Estados Unidos, Loretta Lynch. La mujer acaso no sepa quién es Leo Messi. Como Jennings, al que jamás le atrajo el fútbol jugado y que apenas se declara hincha de Leyton Orient, un equipo de Londres que hoy se desenvuelve en la Tercera división y en el que jugó su abuelo. A fines de 2007, Andrew vio en la Bombonera —el estadio de Boca Juniors— un partido que coronó campeón argentino a Lanús. No pareció muy entusiasmado. También pasó por la puerta de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), donde Julio Grondona, otra de sus obsesiones, permaneció durante treinta y cinco años, hasta su muerte en 2014.
Hoy, Jennings repasa con diversión sus viejos documentales explosivos, con mejor acento BBC y con un piloto parecido a Columbo —el detective que interpretaba Peter Falk en una serie de televisión—. En esos años, prohibido su ingreso a la sede de la FIFA, Jennings esperaba a Blatter casi oculto detrás de un árbol en un parque público, munido de un recipiente que lo ayudara a evitar eventuales traslados al baño que podrían arruinar la nota. También recuerda cuando Jack Warner, ex presidente de la CONCACAF, lo insultó y escupió en Trinidad y Tobago porque Jennings también le preguntó a él si ha aceptado sobornos.
Eran tiempos de mucha soledad. Hasta el primer ministro David Cameron hablaba de periodismo «antipatriótico» porque sus denuncias afectaban las aspiraciones de Inglaterra de celebrar una copa mundial. Ahora es más fácil decir que la FIFA era un nido de caranchos, aunque la corrupción investigada, al menos en la primera fase, tiene un color casi exclusivamente de Tercer Mundo. Tras el estallido provocado por la redada del FBI en Zúrich, Cameron hasta exige y celebra la partida de Blatter ante Angela Merkel en una cumbre política. Obama felicita a su tropa. ¿Y Jennings? Ingreso en su blog (transparencyinsportblog.blogspot.com): «Los Corleones del deporte del Mar Caspio», dice en grandes letras la nueva investigación. El periodista ya está interesado en denunciar otra mafia.