Anne Dufourmantelle por Sara Torres: «Usted no podría jamás quitarse de encima el amor»
Anne Dufourmantelle (1964-2017) fue psicoanalista, filósofa, ensayista y novelista. Publicó numerosas obras, entre las que destacan «En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa» (Lumen, enero de 2025). En esta obra, la autora se pregunta qué hacer en caso de amor. Y lo hace porque no hay acto más arriesgado que amar y ser amado, el eje en torno al cual gira toda nuestra vida. Así, desde las historias imaginarias que nos contamos cuando nos enamoramos hasta las ansias de venganza de quien se ha visto abandonado, la mordedura de los celos, la fascinación, la fusión amorosa, el deseo de posesión, el odio, el desapego o la liberación, el acontecimiento de la pasión y sus múltiples figuras están en el centro de este libro, cuyo prólogo, el cual reproducimos íntegro a continuación, fue escrito por Sara Torres («Lo que hay» y «La seducción», ambas publicadas por Reservoir Books) en Nueva York en octubre de 2024.
Por Sara Torres

Anne Dufourmantelle en una imagen de 2015. Crédito: Getty Images.
«Usted no podría jamás quitarse de encima el amor»
Que un libro contenga lo que la voz íntima de su escritora conoce, porque lo ha vivido, implica correr un riesgo. Implica un riesgo renunciar al sujeto neutro, incluirse en las frases que hablan de otros, desatar en lenguaje lo que la moral y el tabú retienen. En aquellos lugares de la sexualidad y el dolor donde occidente entrena el silencio, Anne Dufourmantelle invita al consuelo a través de la acción y la palabra. Como animales hechos de pulsión y lenguaje, enferma el cuerpo que calla precisamente aquello que más le mueve, aquello que no puede sortear ni de lo que podrá esconderse indefinidamente: el amor, la búsqueda de un siempre en parte perdido lugar de ternura.
Dos niños a punto de ahogarse en unas corrientes de mar. Una mujer de cincuenta y tres años que muere en su esfuerzo por salvarlos. ¿Quién era ella? La autora, entre otros libros, de Elogio del riesgo y Potencia de la dulzura. La interlocutora que anima a escribir a Charlotte Casiraghi. También quien invita a Jacques Derrida a conversar sobre la hospitalidad. Colaboradora del diario Libération, doctorada en filosofía y docente, la psicoanalista nunca abandonó la escucha, entendida como apertura a la posibilidad de ser transformada. Podemos decir que su proyecto filosófico fue el mismo aprendizaje de vivir atenta, sensible al dolor de los demás y que terminó su vida en coherencia con su trabajo, en el acto desnudo de estar disponible para la llamada y la necesidad de los otros. Escribe en Elogio del riesgo: «Vivimos bajo anestesia local, envueltos en celofán, buscando desesperadamente una sustancia o un amor que pueda despertarnos sin asustarnos». Frente a la anestesia diaria con la que nos defendemos de aquello que podría cambiar nuestra vida, el pensamiento de Dufourmantelle nos invita a ser atravesadas por el presente, actuar en el presente a riesgo de gozar con la otra, a riesgo de morir con ella. Decir verdad es tal vez comprometer el discurso y su posible recepción para rendir cuentas a lo vivo. Para crear un espacio simbólico que no limite la potencia, sino que la prodigue.
Como escritora, a Anne Dufourmantelle le importa que la lectora frente al libro esté viva y sienta, sea valiente, se agite, se transforme. Como psicoanalista, renuncia al tiempo de la moral y el escándalo, abre un tercer espacio para acoger la igualdad radical y la vulnerabilidad de los seres en cuanto que nacemos marcados por la dulzura y por el hambre. Como pensadora, señala la tradición occidental, con su sed de racionalidad y trascendencia, y trabaja en la elaboración de un pensamiento filosófico que tenga sus fundamentos en el cuerpo, sus potencias y su naturaleza sexuada. En la función argumentativa de sus textos, tiene tanto valor de verdad el concepto como el fantasma. En la dimensión estética, ocurre una seducción, un proceso de llamada y captación de los sentidos de la lectora a través del trabajo poético con el lenguaje.
«El texto que usted escribe ha de probarme que me desea», dice Roland Barthes en El placer del texto. ¿Qué podría significar una afirmación tal? El libro que sostienes entre las manos es prueba de este tipo de escritura que desea a la lectora y la acoge en un espacio afectivo. Hay una cesión del lugar del «yo» autor que se abandona para, en un gesto de cintura doblada y manos abiertas, atraer y consolar a quien lee, provocando y acompañando a través de la pasión, el misterio. Lo que Anne Dufourmantelle sabe de la lectora es que ha amado —es más, que casi todos amamos— y que, en el vértice de su amor, una pupila de huracán abre el acceso tanto a la dulzura de la satisfacción erótica como a la angustia.
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El misterio movilizador
Según aparece registrado en su escritura, cuando la autora llega al espacio de la consulta lo hace dejando en su cuerpo un espacio vacante para que pueda expresarse el misterio de la otra. La psicoanalista llega dispuesta a dejarse conmover y transformar por las vidas de los otros, las pasiones alegres y las dolorosas, el estremecimiento propio de la culpa y la duda. En su trabajo, el acto de revelar implica quitar los velos, pero no hacia un acto final, sino a través de un presente continuo que señala el esfuerzo. En la lectura de los distintos capítulos, escuchamos relatos que cuentan historias de relación con la pasión amorosa sin que nada quede del todo al descubierto. El texto, con su hospitalidad hacia lo aún impronunciable, se mantiene revelando, en la sugerencia, la sospecha. Comprometido con la acción humilde de probar la mirada, y seguir mirando allí donde el tabú nos sugiere apartarla.
En la nota de las traductoras de En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa, publicado por primera vez por Nocturna Editora, Fernanda Restivo y Karina Macció reflexionan sobre la necesidad y la dificultad de no simplificar o sintetizar el significado de la obra de Dufourmantelle en el momento de compartirla con una comunidad que aún no está familiarizada con ella. Lo hacen con estas palabras:
No buscamos dar claridad a lo que ha sido escrito con la noche y que, jugando con el lector, lo lleva a través de las oraciones como si armaran un laberinto. [...] Cuidamos la opacidad, el misterio que se trama en el discurso, que busca «mostrar» más que explicar.
Al hablar del amor de los otros, aquello que los moviliza y los sacude, lo que los mantiene a la vez vivos y llorando, se despliega en su obra algo parecido a un bosque acogedor y salvaje al mismo tiempo. ¿Es esto posible? Parece que la modernidad quiso hacer incompatibles la habitabilidad y lo oscuro, el avance y el suelo no pavimentado, las potencias de trayecto no marcadas por caminos de límites explícitos. No siempre es sencillo, ilumina sin ser claro: leer a Dufourmantelle hablando sobre el amor precisa de un pacto de misterio.
El deseo, parece pensar Dufourmantelle —aunque encuentre anclaje en imágenes reconocibles y lugares comunes, aunque sea plástico y solidifique al contacto con determinados acontecimientos que marcan un antes y un después para el sujeto—, no puede reducirse a un lema, una frase o una moral de turno. Habita la contemporaneidad, pero nunca va a existir solo en conversación con su propio tiempo. En él se expresarán conflictos e intensidades pasadas, que hablan en lenguajes antiguos que pre-existen a la subjetividad consciente y nos vuelven extraños para nosotros mismos. El deseo no podrá ser nunca igual a su proyección estática en la idea de identidad, moral de turno o proyecto de vida. Ya sea este proyecto de corte revolucionario, queer o feminista. Nuestro deseo está hecho también de la esperanza y el terror de nuestras abuelas. Su búsqueda no puede reducirse a una lista de preferencias o a un lema, aunque el capitalismo actual se valga de lemas y listas para identificar consumidores y servirles su consumo, ya sea cultural o de otro tipo.
Mientras nuestro sistema económico-cultural demanda veinticuatro horas de luz, la extenuación alcanzada por un encadenamiento de días sin noche, la obra de Dufourmantelle provoca el tipo de despertar que ocurre tan solo cuando se ha dormido lo suficiente, o lo que de forma despectiva llamaríamos «dormir demasiado». El cuerpo que abandona la actividad productiva obligatoria, su deber con la maquinaria externa, se vuelve rumiante y utiliza su energía para mirar de frente aquello que le aflige, que le aleja de la alegría y le compromete en relaciones de sacrificio. Como deseante, lo que rumia el cuerpo es el misterio que lo moviliza, la pulsión de dulzura entreverada en una serie de ecos encadenados, esperanzas propias y ajenas, miedos y promesas que existieron incluso antes de su nacimiento.

Anne Dufourmantelle en una imagen de 2015. Crédito: Getty Images.
Renunciar al síntoma, arriesgarse a la alegría
«El síntoma protege el lugar mismo del deseo».
Quizás la lección más valiosa que nos da su obra es que para vivir hace falta atención amorosa y entrega, también en el dolor. Y es que, frente al dolor insoportable, que colapsa la vitalidad, el sujeto despliega a veces una estrategia de desensibilización. Pero este estado, que por momentos podría considerarse afortunado, puesto que nos aleja de cierto sufrimiento bruto, conlleva una pérdida grave: como «la emoción se encuentra desconectada del sujeto, ya no hay modo de saber si él sufre, si está contento o triste, enojado o aterrado, se cree invulnerable y puede por tanto ponerse en peligro de verdad». Asumir el riesgo de desautomatizar nuestros estados defensivos y atrevernos a sentir es el modo de protegernos del verdadero peligro que es la negación de la propia vida íntima.
En las distintas historias humanas que atraviesan En caso de amor vemos cómo la lucha del organismo por conservar su vitalidad a veces se apoya en la repetición defensiva. La repetición de violencias del pasado construye nuestro presente de formas casi nunca evidentes para quienes lo vivimos. La psicoanalista ofrece reconocimiento y consuelo en la repetición. Con estas palabras acompaña el miedo nocturno de Élise, la mujer que de niña aprendió de sus padres que el amor es la guerra:
La repetición es una legitimación. Usted repite sobre todo aquello de lo que quiso huir, eso que le ha hecho sufrir, pero ¿por qué? Para de alguna manera perdonar. Legitimar retroactivamente un sufrimiento pasado. Nadie es culpable, ni usted, ni ellos, no podría haber sido de otra manera, la vida es así. Como si la fatalidad señalara la posibilidad misma de la supervivencia. Esta lealtad nos enceguece, nos desborda. Es como un instinto sacrificial que haría remontar la escena traumática tan bien enterrada desde el limbo hasta el presente. Usted cree reparar, y ahí donde pone más energía en no repetir lo que han hecho sus padres, vuelve a entrar en sus trazos, sin que se dé cuenta nivela el suelo y los perdona haciendo como ellos.
Frente a la estabilidad de la repetición de los gestos y de las dinámicas conocidas, Dufourmantelle nos invita a mirar hacia lo nuevo como «un riesgo prodigioso», de una fuerza capaz de desafiar a las neurosis que nos alejan de la realidad creativa, puesto que la neurosis pone su energía en reelaborar el pasado, y no puede más que inventar sobre «lo que ya fue hecho o vivido». Si bien volvemos atrás para comprender y reconciliar, también hemos de ser capaces de interrumpir la lealtad hacia el pasado para permitir entrada a lo nuevo, para correr el riesgo de ser diferentes, apasionarnos y conocer dolores distintos, nuevos acontecimientos que, encontrándonos sin defensas, sean capaces de revolucionar nuestra idea de mundo: «Renunciar al síntoma es exponerse a la vida desnuda».
El cuerpo deprimido se cierra en su malestar, no proyecta gozo alguno en la idea de un encuentro. «¿Quieres salir de la tristeza? Entrégate entonces a la posibilidad de dolores nuevos», parece decir este libro. Una actitud hospitalaria con la vida requiere apertura al acontecimiento, uno que al mismo tiempo siempre nos entrega y nos desposee: «Porque la intensidad intacta del acontecimiento solo cuando soportamos probarlo, no está más tamizada por la edad, la razón, la comprensión que podamos tener, estamos frente a él como un niño». Como niñas, acudir a En caso de amor es implicar el organismo en un proceso de revelación, y no porque un concepto o idea precise ser revelada, sino porque encontramos en él la honestidad bruta de otro cuerpo comprometido con su práctica, la de ponerse en riesgo —en el amor y el lenguaje— para poder por fin vivir a salvo.
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