Obama y Springsteen: las venas abiertas de Estados Unidos
En 2020, mientras la pandemia golpeaba con particular dureza a unos Estados Unidos todavía gobernados por Donald Trump, dos amigos —uno, la gran leyenda blanca del rock estadounidense; el otro, el primer presidente negro del país— decidieron grabar sus conversaciones privadas y hacerlas públicas. Aquellos diálogos se convirtieron primero en el podcast más escuchado en todo el mundo y, meses después, en el monumental libro «Renegados. Born in the USA» (Debate). En esas páginas, de las que LENGUA publica una selección, Bruce Springsteen y Barack Obama hilvanan sus historias personales con la gran historia del sueño americano devenido, por momentos, pesadilla: de sus respectivos orígenes obrero y de clase media y de la infancia en pueblos de New Jersey y Hawái, tan disímiles como alejados entre sí, a la riqueza, la fama y la ambición de «tener una voz»; y del patriotismo, la arrogancia americana y la carrera espacial a la guerra de Vietnam, el racismo, Wall Street y todos los anhelos que caben en un dólar.
Crédito: Rob DeMartin.
Barack Obama: Lo que nos trae aquí hoy son las conversaciones que hemos sostenido a lo largo de los años. Ambos hemos tenido que ser narradores. Hemos tenido que contar nuestras propias historias y se han convertido en parte de un relato estadounidense más amplio. Intentaba recordar la vez en que nos conocimos, y es probable que fuera en 2008. Durante la campaña electoral.
Bruce Springsteen: Correcto.
Barack Obama: A pesar del hecho de que venimos de lugares muy diferentes y de que obviamente hemos tenido trayectorias profesionales distintas, los problemas con los que tú has luchado han sido los mismos con los que he luchado yo. Las mismas alegrías y las mismas dudas. Hay mucho que coincide.
Bruce Springsteen: Yo tuve una crianza muy muy rara, ¿sabes? Crecí en un pueblo pequeño, muy provinciano. El gran pueblo de Freehold, New Jersey.
Barack Obama: ¿Población?
Bruce Springsteen: Unas diez mil personas. De ellas, mil seiscientas trabajaban en la fábrica de alfombras de Karagheusian, mi padre también. Mi madre era el sostén de la familia. Mi padre trabajaba cuando podía, pero estaba bastante enfermo mentalmente. Desde joven sufría de esquizofrenia, cosa que en aquel tiempo no comprendíamos, y dificultaba mucho la vida en la casa y le impedía mantener un trabajo fijo. Así que nuestra casa era diferente a las demás, diría yo.
Barack Obama: En la superficie, mi infancia parece completamente diferente.
Bruce Springsteen: Cierto.
Barack Obama: Nací en Hawái… Hawái está muy lejos de Freehold, New Jersey.
Bruce Springsteen: ¡Está lejos de todas partes!
Barack Obama: Sí, en medio del Pacífico. Y soy producto de una mujer de Kansas, adolescente cuando me tuvo y alumna universitaria cuando conoció a mi padre, un estudiante africano de la Universidad de Hawái. Mis abuelos, por otra parte, son básicamente escoceses-irlandeses. Y los irlandeses fueron outsiders durante mucho tiempo.
Bruce Springsteen: Sí. Mis abuelos eran irlandeses de la vieja escuela. Y eran muy provincianos, gente de campo bastante retrógrada. Todos vivíamos en la misma casa: mis padres, mis abuelos y yo.
Barack Obama: Tengo el recuerdo de cuando mi abuelo me llevaba a la playa donde iba a jugar a las damas y a beber cerveza. Todavía me acuerdo de aquellas botellitas de cerveza Primo con la imagen del rey Kamehameha. Los turistas iban y me veían, yo tendría unos tres, cuatro o cinco años, y le preguntaban: «¿Es hawaiano?». Y mi abuelo les decía: «Sí, es el bisnieto del rey Kamehameha», y ellos tomaban fotos.
Bruce Springsteen: Me gusta eso.
Barack Obama: Es una historia agradable en el sentido de que mi abuelo disfrutaba tomándoles el pelo. Pero es también una historia sobre el hecho de que yo no era fácilmente identificable. Me sentía como un outsider. Había una prueba visible de que no era como los demás.
Bruce Springsteen: Mis primeros recuerdos de Freehold tienen bastante que ver con las imágenes de Norman Rockwell. Como niño de un pueblo pequeño estás inmerso en él: los desfiles del día de los caídos, las marchas de los veteranos de guerras extranjeras, la legión estadounidense, las banderas. Cuando eras pequeño, te daban una de esas banderitas del desfile del día de los caídos y la agitabas en el aire. Y creo haber tenido la impresión de pertenecer a algo muy especial, una sensación de que éramos un país bendecido de algún modo. Había ocurrido una gran guerra. La ganamos. Luchamos por la libertad de otros. Arriesgamos vidas estadounidenses en otras tierras. Éramos los buenos. Mi padre fue camionero en la batalla de las Ardenas. Y existía esa sensación de que, de todos los países del mundo, Dios miraba a Estados Unidos con especial favor. Cuando era niño, eso tuvo un impacto profundo y fue inolvidable. Solo cuando descubrí la música y encontré una forma de procesar mi propia identidad, y una manera de hablar y de tener algún impacto en cómo ser escuchado, comencé a sentirme en casa donde vivía.
Una amistad improbable
Barack Obama: Cuando escuchaba tu música, percibía esa sensación de sublimación afectiva, y fue un recordatorio de que, en muchos sentidos, en Estados Unidos todos hemos empezado de alguna manera como outsiders.
Bruce Springsteen: ¿Dónde encajaba tu madre en todo esto?
Barack Obama: Ella me inculcó una noción básica de quién era yo y de por qué había sido bendecido por tener esta hermosa piel morena y ser parte de esta gran tradición. Lo idealizaba un poco. Fue la última de las grandes humanistas liberales. Era una persona de naturaleza amable y generosa, pero que heredó suficiente espíritu de rebeldía. Me traía esas versiones infantiles de las biografías de Muhammad Ali y Arthur Ashe. Creo que entendía de manera instintiva: «Tengo que vacunarlo temprano contra lo que podría pasar». O sea, fui amado y apreciado, y ser negro era algo de lo que estar orgulloso y debía valorarse y ser especial. Y, de hecho, las propias luchas que protagonizaban los negros en Estados Unidos eran parte de lo que los hacía especiales. Porque, de alguna manera, se habían fortalecido con el sufrimiento. Y habían experimentado la crueldad y, como consecuencia, podían ayudarnos a nosotros a trascenderla. Tú y yo, de algún modo, nos hemos sentido como outsiders, y parte de mi política, de muchos de los discursos que he pronunciado en el pasado, siempre ha sido para reafirmar que Estados Unidos es un lugar donde no tienes que ser de cierta manera, no tienes que venir de alguna familia determinada, no tienes que pertenecer a una religión específica. Solo tienes que ser fiel a un credo, a una fe. De hecho, lo que hace que Estados Unidos sea «Estados Unidos» son todos los outsiders y todos los inadaptados y la gente que intenta hacer algo de la nada. Es la mejor idea de Estados Unidos: la idea de que acogemos a todos los que vienen; que todo el mundo tendrá su oportunidad: los que vinieron como marginados, outsiders, rechazados y despreciados. Que se supone que aquí podrán superar todo eso y hacer algo nuevo. Esa es la idea de lo que Estados Unidos puede ser.
«Mi madre me inculcó una noción básica de quién era yo y de por qué había sido bendecido por tener esta hermosa piel morena y ser parte de esta gran tradición. Lo idealizaba un poco. Creo que entendía de manera instintiva: "Tengo que vacunarlo temprano contra lo que podría pasar"».
Barack Obama
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A AMÉRICA
Bruce Springsteen: Mi primer viaje de verdad fue en un camión Chevy 48 de plataforma como el que está en mi garaje. La banda tenía tres días para llegar a una presentación en Big Sur. Para poder cruzar el país en ese tiempo había que conducir sin parar. Era un momento en que Estados Unidos todavía se sentía muy muy grande. Y la carretera era romántica. En los años cincuenta, sesenta y setenta, la gente iba a todas partes, la gasolina era barata. Cuando tenía veinte años hice mis primeros viajes largos por carretera hasta California; una vez al año cruzaba el país en camión o camioneta para ir a visitar a mis padres que se habían mudado al oeste. No podía viajar en avión porque nadie podía pagarlo. No podía llamarlos por teléfono porque llegaban facturas carísimas y vivíamos con una mano delante y otra detrás. Así que una vez al año conducía por carretera para ir a verlos. Nació así una conexión con los coches que dura desde entonces. También me interesaba mucho escribir música sobre las clásicas imágenes estadounidenses y reinventarlas para los años setenta. En los sesenta, eran los Beach Boys, Chuck Berry, coches y chicas, coches y chicas. Utilizaba esas imágenes, pero llenaba mis canciones con el miedo que se respiraba en los setenta. Durante la guerra de Vietnam el país ya no era inocente. El país ya no estaba abierto para todos. Se trataba de una nueva era de restricciones. Había una crisis del petróleo y largas colas en las estaciones de servicio. Así que presenté a todos los personajes de mis canciones en el contexto de una nueva era en Estados Unidos. ¿Cómo se percibían? Mucho más sombríos. ¿Adónde iba la gente? No lo sabían con certeza. ¿En qué se estaban convirtiendo? No estaban seguros. Tuve que poner todas estas ideas en aquellos coches con mis personajes e intentar que lograran resolverlas.
Barack Obama: Para mí, parte de la esencia de ser estadounidense es salir de donde estás. Ahora bien, estaba en el paraíso, Hawái, ¿no te parece? Pero de alguna forma pensaba: «Hombre, tienes que salir y lanzarte a la carretera». Recuerdo la primera vez que estuve en el continente. Mencionaste lo grande que es el país. Recuerdo que miraba desde los autobuses Greyhound y desde los trenes, y por las ventanillas de los automóviles, y veía enormes extensiones de maizales, desierto, bosque, montañas, y solo pensaba: «Hombre, imagínate adónde puedes ir». Puedes ir a cualquier lado, y por tanto puedes hacer cualquier cosa y ser lo que quieras. Eso fue en 1973, en plena época de las audiencias del Watergate. Todas las noches mi madre encendía un pequeño televisor en blanco y negro que había en el motel. Nunca olvidé esos momentos del viaje. Además, coincidían con mi sensación de que, por más que me gustara Hawái, iba a tener que emprender algún tipo de viaje para descubrir quién era.
Bruce Springsteen: Expectante ante el mundo.
Barack Obama: Aunque se sienta un poco de miedo, ¿verdad? Ese tipo de sensación es difícil de recuperar. Y la tensión en Estados Unidos es esa sensación de querer rehacernos y reinventarnos y ser libres, aunque también queremos tener un vecindario, porque la carretera es solitaria. El lado más oscuro es ese vagabundo que existe en ese lugar desarraigado y sin ataduras.
Bruce Springsteen: Y esos fueron los iconos que nos vendieron: los héroes occidentales eran solitarios. Nunca eran padres, ni esposos, siempre estaban de paso.
Barack Obama: Sí, esos vaqueros, Gary Cooper, Clint Eastwood…
Bruce Springsteen: Siempre de paso… Me gusta pensar que ese es nuestro noble conflicto. ¿Dónde está la línea entre el individualismo y la comunidad, y hacia dónde se inclina en ciertos momentos de nuestra historia? ¿Dónde hay que poner el énfasis? Empecé como un populista innato. Quizá por mi origen. Y para mí la gente que conformaba Estados Unidos era la gente de mi barrio, de mi pequeño pueblo.
«Mi padre fue camionero en la batalla de las Ardenas. Y existía esa sensación de que, de todos los países del mundo, Dios miraba a Estados Unidos con especial favor. Cuando era niño, eso tuvo un impacto profundo y fue inolvidable».
Bruce Springsteen
Barack Obama: Una de las cosas sobre las que más hablamos, Bruce, es sobre qué supone ser estadounidense, qué tiene de particular. Y parte de lo que hemos intentado hacer —tú a través de tu música y yo a través de mi política— es definir una visión de este país y nuestro papel en él, el lugar que ocupamos. ¿Recuerdas algún momento en el que hayas pensado de manera consciente «Soy estadounidense y eso es parte de mi identidad»?
Bruce Springsteen: Creo que mi primer recuerdo sería en la escuela St. Rose, todos los días a las ocho de la mañana. Frente a la bandera. Con la mano sobre el corazón. Quizá es cuando me identifiqué por primera vez como estadounidense y pensé que había algo sagrado en ello.
Barack Obama: Para mí, otro momento crucial fue el programa espacial. Y la razón por la que fue tan importante es que a Hawái llegaban las cápsulas que caían en paracaídas en medio del Pacífico. Uno de mis primeros recuerdos es estar sentado en los hombros de mi abuelo con una de esas banderitas estadounidenses. Podría jurarte que estábamos muy lejos de la cápsula y el astronauta. Pero mi abuelo dijo: «¡Mira! ¡Te ha saludado Neil Armstrong!». Y estoy seguro de que no fue así, pero la memoria grabó esa idea de «soy compatriota de ese tipo que acaba de estar en el espacio». Lo interesante es que a los seis años viajé al extranjero. Resulta paradójico que uno de los caminos que tomaron que me volviera más patriota fue la salida del país, porque en ese momento me di cuenta de lo que teníamos. Mi madre me explicaba que, en Indonesia, donde vivíamos, había un gobierno militar, pero que en Estados Unidos se elegía a la gente y todo el mundo tenía voz. Claro que era un mito, un ideal en la forma en que ella lo describía, pero empecé a tener esa idea de «bueno, somos este experimento de la democracia donde todo el mundo tiene voz y nadie es mejor ni peor que los demás». Cuando vivías en un país como Indonesia, donde aún había escorbuto, raquitismo y poliomielitis, te empeñabas en decirles a tus amigos: «Sabes, en Estados Unidos cuidamos a la gente». Había una sensación de superioridad.
Barack y Michelle Obama con Bruce Springsteen en la Casa Blanca. Crédito: Pete Souza.
Barack Obama: Lo que me parece interesante es que cuando llegué a la adolescencia no había una guerra en curso. Así que las controversias en torno a Vietnam no quedaron plasmadas en mi cabeza. Las conozco como historia, pero no las viví. Sin embargo, cuando llegué a la presidencia, me pareció que la dura lección aprendida en Vietnam era algo muy valioso. En ese momento la gente comprendió que les habíamos hecho un daño a los veteranos de Vietnam que volvían a casa, cuando nos desquitamos con ellos, de alguna manera. Lo que uno comprende es que es posible venerar el sacrificio, el coraje, la valentía y las tradiciones de nuestros militares y, al mismo tiempo, reconocer que la guerra es un infierno y que no siempre tomamos buenas decisiones en los conflictos que hemos librado.
Bruce Springsteen: A muchos de los veteranos se les ignoró y maltrató durante mucho tiempo como símbolos de, y abro comillas, «la única guerra que Estados Unidos ha perdido».
Barack Obama: Y eso, creo, fue una experiencia importante para Estados Unidos: tener la madurez para diferenciar las políticas elaboradas por los hombres de traje de Washington y la profesionalidad, sacrificio y coraje de aquellos que realmente lucharon.
Bruce Springsteen: Fue algo trascendental. Vietnam fue la primera vez en mi vida en que sentí que el país había perdido el rumbo. Que había perdido el norte por completo. Debido a la muerte de mis amigos y a lo que viví entonces... perdí la inocencia.
«Vietnam fue la primera vez en mi vida en que sentí que el país había perdido el rumbo. Que había perdido el norte por completo. Debido a la muerte de mis amigos y a lo que viví entonces... perdí la inocencia».
Bruce Springsteen
LA PIEL QUE HABITO
Bruce Springsteen: Después del asesinato de George Floyd, empecé a leer a James Baldwin, y este pasaje se quedó conmigo: «A los blancos de este país les falta mucho para aprender a aceptarse y amarse a sí mismos y a los demás, y cuando lo hayan logrado —que no será mañana e incluso puede que nunca ocurra— el problema de los negros se acabará porque ya no será necesario».
Barack Obama: Necesario.
Bruce Springsteen: Sí.
Barack Obama: Claro. El legado de la raza está enterrado…, pero siempre está ahí, ¿no? No siempre puede verse lo cerca que está de la superficie, depende de la comunidad en la que vives. Y creo que muchos negros siempre comentan que lo más difícil no es lidiar con un miembro del Ku Klux Klan. Eso ya se conoce. Eso se puede imaginar. Se prevé. Lo duro es saber que la gente que no es mala y que aún tiene esa carta en el bolsillo la puede jugar en el momento menos pensado, eso parte el alma. Porque entonces es evidente que «ah, esto es un problema profundo y enorme», y no es cuestión de evitar los epítetos raciales, no se trata de votar o no por Barack Obama.
Bruce Springsteen: ¿Cómo puedes explicar que el país que envió a un hombre a la luna sea el mismo país de Jim Crow? Obviamente, la paz no se hace con eso, pero ¿cómo se entiende que sea el mismo Estados Unidos?
Barack Obama: Me parece que se debe en parte a que nunca pasamos por una verdadera reparación y así sepultamos en la mente gran parte de nuestra historia y ciudadanía.
Bruce Springsteen: Acabas de mencionar que no se ha hecho una reparación, así que hoy tenemos la sensación de que se pide esa reparación. ¿El país está preparado para deconstruir los mitos de su origen, sus relatos míticos, su historia mítica? ¿O está preparado para considerar las reparaciones? ¿Crees que estamos en ese punto en este momento?
Barack Obama: Si me preguntas a nivel teórico: «¿Están justificadas las reparaciones?», la respuesta es sí. No hay ninguna duda de que la riqueza de este país, el poder de este país, se construyó de manera significativa —no exclusiva, tal vez ni siquiera la mayor parte, pero sí una gran parte— sobre la espalda de los esclavos.
Bruce Springsteen: La Casa Blanca…
Barack Obama: Ellos construyeron la casa en la que viví durante un tiempo. Lo que también es cierto es que, incluso después del fin de la esclavitud oficial, y de la vigencia de las leyes Jim Crow, la opresión y la discriminación sistemáticas de los negros estadounidenses hicieron que las familias negras no pudieran generar riqueza ni competir, y eso tuvo repercusiones generacionales. Así que, si se piensa en lo que es justo, miraría hacia atrás y diría: «Los descendientes de quienes sufrieron ese tipo de injusticias terribles, crueles y a menudo arbitrarias merecen algún tipo de reparación, algún tipo de compensación, una retribución».
Bruce Springsteen: A sabiendas de todo lo anterior, ¿cómo puede un presidente impulsar o preparar a la nación para algo que se siente, como dices, tan justificado?
Barack Obama: Bien, eso nos lleva a la pregunta: «En realidad, ¿se puede lograr ese tipo de justicia? ¿Se puede lograr que un país esté de acuerdo y se apropie de esa historia?». Y mi conclusión es que en la práctica es una meta inalcanzable. Como presidente pude ver la política de resistencia y resentimiento de los blancos. Es comprensible que los blancos de la clase trabajadora, de la clase media, que tienen problemas para pagar las cuentas o los préstamos estudiantiles o que no tienen atención médica, que sienten que el Gobierno les ha defraudado, no se entusiasmen con la idea de un programa masivo diseñado para lidiar con el pasado, pero que no contempla su futuro.
Bruce Springsteen: Quieres decir que vivimos en un país donde fue posible hacer eso gracias a la banca de Wall Street, pero que no es viable para una parte de la población que lleva tanto tiempo en dificultades.
Barack Obama: Lo que digo es que los resentimientos, los miedos, los estereotipos y los límites tribales dibujados en nuestro país aún son muy profundos. En ocasiones me han criticado desde la izquierda —a pesar de ser un político de izquierdas— por no luchar de manera más rotunda contra los desequilibrios e injusticias fundamentales. A veces, algunos afroestadounidenses, académicos e intelectuales han dicho que he contado una historia demasiado esperanzadora sobre el progreso de las relaciones raciales en este país. Y tengo que reconocer que he apostado por que puedo —sin olvidar el pasado— inspirar y acercar este país al ideal si lo sostengo como posible y destaco los momentos en que fue posible. Y no solo acusarlo de todos sus pecados, sino decir que también es posible superar esos pecados.
Bruce Springsteen: Lo que me ha sorprendido últimamente es darme cuenta de que las coordenadas del momento no son tan firmes como creía, ¿sabes?
Barack Obama: ¿Creías que ya habíamos pasado algunos de esos puntos de referencia?
Bruce Springsteen: Sí, como las marchas con niquis y antorchas. Creía que eso ya estaba superado, ¿sabes?
Barack Obama: Entiendo, creías… ¿creías que ya no hablábamos de nazismo? ¿Creías que se resolvió en 1945?
Bruce Springsteen: Esas pequeñas cosas, ¿no?
«El legado de la raza está enterrado, pero siempre está ahí. No siempre puede verse lo cerca que está de la superficie, depende de la comunidad en la que vives. Y creo que muchos negros siempre comentan que lo más difícil no es lidiar con un miembro del Ku Klux Klan. Eso ya se conoce».
Barack Obama
THE AMERICAN SONGBOOK
Barack Obama: Una ronda rápida: las mejores canciones de protesta. Las tres, o cuatro, o cinco mejores, las que se te ocurran...
Bruce Springsteen: «Fight the Power», de Public Enemy.
Barack Obama: Esa canción es increíble.
Bruce Springsteen: Digamos que «Anarchy in the UK», de Sex Pistols. O «God Save the Queen». Son canciones de protesta geniales.
Barack Obama: «Maggie’s Farm» es una canción de protesta grandiosa...
Bruce Springsteen: ¡Fabulosa!
Barack Obama: «A Change Is Gonna Come» de Sam Cooke.
Bruce Springsteen: Preciosa. El dolor histórico que alberga. Y, no obstante, la elegancia y generosidad de su voz.
Barack Obama: Y Billie Holiday cuando canta «Strange Fruit».
Bruce Springsteen: ¡Zas!, a la cabeza de la lista.
Barack Obama: ¿Sabes cuál es una canción de protesta genial? Aunque la gente no la considera como una canción de protesta.
Bruce Springsteen: ¿Cuál?...
Barack Obama: «Respect», de Aretha Franklin. R-E-S-P-E-C-T, ¿no? Es una canción de protesta.
Bruce Springsteen: De las mejores.
Barack Obama: «American Skin» se refiere a un hecho muy concreto.
Bruce Springsteen: Es cierto, Amadou Diallo era un inmigrante africano que, por un error de identidad, fue detenido por la policía. Estaba en el vestíbulo de su edificio. Fue a buscar su cartera y le dispararon diecinueve veces; en total los disparos fueron cuarenta y uno y los agentes quedaron absueltos. Cuando ocurrió este incidente, empecé a pensar: «Claro, la piel. La piel es el destino», y qué privilegio es poder olvidar que vives en un cuerpo determinado. La gente blanca puede hacerlo. Los negros no. Así que esa es la esencia de esa pieza musical. Y el resto se refiere al miedo recíproco que sentimos los unos por los otros. Todo comienza con el miedo. El miedo de una madre por su hijo cuando va a la escuela todos los días. El miedo que sienten los mismos policías. El odio viene después. ¿De dónde proviene todo lo relacionado con el racismo sistémico que existe hoy en Estados Unidos? La gente tiene miedo. ¿De qué tienen miedo? Del cambio demográfico. Tienen miedo de que el país se convierta en un lugar donde las voces de los negros y los latinos sean más fuertes, más influyentes, más poderosas, más iguales.
Barack Obama: De perder estatus.
Bruce Springsteen: Sí, de perder estatus. Si la escuchas, entiendes que en el fondo no era una canción polémica. No era una diatriba. No era una canción para señalar a nadie con el dedo. Solo intentaba calcular el coste humano de ese tipo de matanzas y asesinatos que ocurren día tras día. El coste humano. Esa canción tiene veinte años. Se refiere al precio que pagamos con sangre por no haber resuelto esos problemas. Por no haber llegado a un acuerdo con los demás. Todo sigue igual.
«¿De dónde proviene todo lo relacionado con el racismo sistémico que existe hoy en Estados Unidos? La gente tiene miedo. ¿De qué tienen miedo? Del cambio demográfico. Tienen miedo de que el país se convierta en un lugar donde las voces de los negros y los latinos sean más fuertes, más influyentes, más poderosas, más iguales».
Bruce Springsteen
EL COLOR DEL DINERO
Barack Obama: En cierto sentido, lo que separa la Segunda Guerra Mundial, la «mejor generación», de la generación que fue a Vietnam es esa sensación: «Nosotros vamos a tener que ir para que los privilegiados no tengan que sacrificarse por culpa de las malas decisiones que se toman en Washington». Creo que había una conciencia de la injusticia que acabó desilusionando a la población.
Bruce Springsteen: Lo dábamos por supuesto. Nosotros no estábamos allí arriba, sino aquí abajo. Funcionábamos según las normas de aquí abajo. Y, si no queríamos ir, había trucos callejeros que tenías que hacer para librarte, lo cual conllevaba algunas cosas muy locas, ¿entiendes? Nadie podía permitirse un informe médico o volver a estudiar a la universidad. Apenas fui capaz de entrar la primera vez. No recuerdo sentirme ofendido.
Barack Obama: ¿No tenías resentimiento de clase?
Bruce Springsteen: No. Pero eso cambió de manera drástica en Estados Unidos en los años setenta, y aún más en los ochenta. La era dorada de los ochenta.
Barack Obama: Tanto tú como yo tenemos la misma impresión de que el cambio se produjo a principios de los ochenta. Pocos meses después de que Reagan fuese elegido, acabó con el sindicato de controladores aéreos y sufrimos esta inflación.
Bruce Springsteen: Es cierto. Y empezaron a salir en los medios historias que introdujeron la cultura del materialismo en todos los hogares, veinticuatro horas al día, y, de repente, no dejaban de decirnos: «No serás lo bastante bueno hasta que no tengas estas cosas».
Barack Obama: Eso sucedió más o menos en la época en la que me instalé en Nueva York. Nueva York estaba al borde de la ruina. Pero Wall Street emergía, ¿verdad? No tardó en aparecer la película Wall Street. «La codicia es buena». Michael Douglas con aquellos trajes caros.
Ambos: Y los enormes teléfonos móviles.
Bruce Springsteen: ¡Del tamaño de una mochila!
Barack Obama: Manhattan en el 81, el 82 o el 83 era un buen lugar en el que apreciar ese cambio cultural. Era el epicentro. Como has dicho, pasó de repente. Es como en la obra de teatro de David Mamet, Glengarry Glen Ross, donde se ve al jefe hablando con un puñado de vendedores. Los tipos dicen: «El primero consigue un Cadillac. El segundo, unos cuchillos de cocina. El tercero está despedido».
«Tanto tú como yo tenemos la misma impresión de que el cambio se produjo a principios de los ochenta. Pocos meses después de que Reagan fuese elegido. Se produjo un auténtico cambio en el modo de operar del capitalismo y los sueldos de la gente se estancaron y las desigualdades crecieron mucho».
Barack Obama
Bruce Springsteen: Déjame ponerte un ejemplo. Mis hijos iban a una bonita escuela al otro lado de la calle, frente a mi casa. Fui a la presentación del curso para los padres. Lo primero que pasó fue que el director se puso en pie y dijo: «Verán, no quiero que se preocupen cuando sus hijos empiecen a trabajar en el banco Bear Stearns…».
Barack Obama: ¡Madre mía!
Bruce Springsteen: Esa fue la salva inicial. ¡Mi hijo solo tenía cuatro años! Pero esas cosas podían notarse en el aire en aquellos tiempos.
Barack Obama: Sí, podías notarlo; esa ansiedad. Las empresas se trasladaban al extranjero; los sindicatos eran eliminados; los directores ejecutivos, que ganaban treinta veces más que cualquier hombre o mujer en una cadena de montaje en los años cincuenta o sesenta, ahora ganaban trescientas veces más. Como quien no quiere la cosa, en los ochenta, Ronald Reagan vino a decir que el Gobierno era el problema. «Bajemos los impuestos, recortemos los servicios públicos». Eso también significaba recortar puestos de funcionarios, eliminar trabajos en los sindicatos, y esa combinación de las fábricas marchándose al extranjero y la desaparición de puestos de trabajo en el sector público. Es decir, se produjo un auténtico cambio en el modo de operar del capitalismo y los sueldos de la gente se estancaron y las desigualdades crecieron mucho.
Bruce Springsteen: Y la clase media está ahora siendo aplastada.
Barack Obama: Está siendo exprimida.
Bruce Springsteen: La pregunta es: ¿fueron los años cuarenta y cincuenta, y en cierto sentido los sesenta, una especie de descanso entre dos fiebres del oro?
Barack Obama: Y la respuesta es… básicamente, sí.
Barack Obama: Me interesa saber cómo te las apañabas con el dinero. Te metiste en el mundo de la música, pero ¿cuándo fue el momento en el que, de repente, dijiste: «Mierda, soy rico»?
Bruce Springsteen: A los treinta, diría yo, a los treinta y dos, treinta y tres. Lo que ocurrió fue que tomé tantas malas decisiones que durante diez años estuve al borde de la ruina. Un ejemplo del poco dinero que tenía. En 1972 estaba arruinado. Mi representante me dijo que, si iba a Nueva York, podía darme treinta y cinco dólares. Así que le dije: «Voy para la ciudad». Abrí el cajón, rebusqué entre las monedas y calculé que tenía lo justo para llegar a Nueva York. Lo justo. Mi novia me prestó su coche, uno de esos con botones para el cambio automático de marchas. Me metí en el túnel Lincoln y había que pagar un dólar para cruzarlo. Yo tenía cien peniques, ¿de acuerdo? Se los di a la mujer y me dijo: «No puedo aceptar peniques». Había un cartel que decía: «Peniques, no». Y dije: «Señora, ese es todo el dinero que tengo. No tengo gasolina suficiente para volver adonde vengo. Tengo que llegar a la ciudad, así que vamos a esperar un rato mientras cuenta los peniques». Se puso a contar las monedas, una, dos y, tras un minuto, me miró y me dijo: «No puedes pasar». «¿Por qué no?». Pegó la mano a la ventanilla. Era un penique canadiense. Dije: «No hay ningún coche que se precie en el mundo que no tenga una puñetera moneda de un penique perdida debajo de los asientos». Salí de aquel coche tan singular, con todo el mundo pitando detrás de mí y me puse a rebuscar por el coche. Lo creas o no, encontré un penique y pude llegar a Nueva York. Pero eso me enseñó que, en Estados Unidos, noventa y nueve céntimos no van a llevarte adonde quieres ir. Necesitas el dólar completo, amigo mío.
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